lunes, 31 de agosto de 2015


La Eucaristía no es una «obligación ritual» sino el Pan de Vida

29 de ago de 2015
Son palabras del Dr. Guzmán Carriquiry Lecour, vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, durante el X Congreso Eucarístico Nacional de Perú.
Imagen referencial. Foto: Flickr FR Lawrence Lew OP (CC-BY-NC-ND-2.0) El Dr. Guzmán Carriquiry Lecour, vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, alentó a no banalizar la Eucaristía “como una simple obligación ritual, como casi a veces un acto costumbrista”, pues es Pan de Vida.
En declaraciones a ACI Prensa durante el X Congreso Nacional y Eucarístico de Perú, celebrado en Piura a mediados de agosto, el Dr. Carriquiry Lecour alentó a dejar que los corazones sean tocados “por el estupor y el asombro del misterio que se vive, que es Dios que viene a nuestro encuentro bajo la forma, las apariencias, del pan y el vino y que quiere darse de tal modo a nosotros, con su alma, con su cuerpo, con su sangre, con todo su ser”.
El amor de Dios, señaló, es “tan apasionado que hasta quiere ser comido y bebido, es un darse totalmente de la persona”.
“Cuando perdemos esa capacidad de asombro, de estupor, de agradecimiento, de gratitud –que eso quiere decir la palabra ‘Eucaristía’– tendemos muchas veces a distraernos, y a no comprender que el Señor viene a nuestro encuentro”.
El vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina subrayó que Cristo “viene a nuestro encuentro a través de la Eucaristía para decirnos ‘ven y sígueme, entra en comunión conmigo, conviértete en mi discípulo, conviértete en misionero de mi Reino’, y estamos necesitados siempre de esa conversión delante de la presencia de Dios que se nos hace prójimo”.
El Dr. Guzmán Carriquiry Lecour destacó que la celebración de un Congreso Eucarístico como el realizado al norte de Perú a mediados de agosto “es un gran evento, acontecimiento de Gracia para la vida no solo de la Iglesia sino de toda la nación”.
“La tradición de los congresos eucarísticos, que comienza desde fines del siglo XIX primero congresos eucarísticos internacionales y después nacionales, van marcando la vida de la Iglesia y la van siempre re-centrando en lo que es la fuente y la cumbre de toda comunión, y yo diría también de toda solidaridad, que es la Eucaristía”, indicó.
La autoridad vaticana destacó la importancia de celebrar un evento como este “hoy que el Papa Francisco nos llama a concentrarnos en lo que es más esencial del Evangelio, es decir la muerte del Verbo de Dios encarnado en la Cruz y su gloriosa resurrección para la salvación de todos”.
“El congreso eucarístico justamente nos llama a centrarnos en eso que es más esencial y primordial de nuestra experiencia cristiana”.
La Eucaristía, remarcó, “es Pan de Vida para nosotros cristianos, pero es pan de vida para el mundo entero, es pan de vida para las naciones”.
“Todo fue hecho en Jesucristo, la creación entera hace parte del designio de amor de Dios Padre en Jesucristo por gracia del Espíritu Santo”, señaló.
El Dr. Carriquiry Lecour lamentó también que algunos hayan banalizado la reciente encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’, y la hayan reducido a “una encíclica verde”.
“Hay quienes han leído y releído esta encíclica del Papa reduciéndola y un poco banalizándola a una encíclica verde, meramente de cuestiones ambientales técnicas. Y en cambio el Papa nos habla del cuidado de nuestra casa común, de esta casa común que no se comprende en todas sus dimensiones si no es a la luz del acto creador y redentor de Dios”, señaló
fuente: ACI
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domingo, 30 de agosto de 2015

El milagro que no hizo san Antonio
Los milagros no dependen de los hombres, sino de Dios. Él es quien decide cuándo nos concede lo que le pedimos. 

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

Dos monjes emprendieron el viaje por una zona medio desértica de Egipto. Se les acabó el agua, y no consiguieron encontrar ningún pozo en las cercanías.

Después de un tiempo, uno de los dos monjes murió. El otro, sin fuerzas, quedó en el suelo mientras esperaba la llegada de la muerte.

San Antonio abad estaba en la montaña. En la oración pudo conocer lo que ocurría. Llamó a dos monjes que estaban cerca y les dijo que fueran inmediatamente a llevar un jarro de agua al superviviente.

Cuando los dos monjes llegaron, dieron de beber al que yacía casi sin fuerzas, y enterraron al que había fallecido.

Un monje fue "salvado”. El otro murió. San Atanasio (un obispo del siglo IV), al contar la historia en su "Vida de san Antonio abad”, se pone ante quien pueda formular la pregunta: ¿por qué san Antonio no habló antes, de forma que los dos monjes viajeros hubieran recibido el agua necesaria para sobrevivir?

Atanasio responde sin dudar: la pregunta es injustificada, porque la muerte del monje viajero no dependía de Antonio, sino de Dios.

Es Dios, en efecto, quien dice quién, cuándo y cómo muere, y quién, cuándo y cómo recibe un poco más de vida. A uno de los monjes le llegó la hora de partir al encuentro del Señor. Al otro, en cambio, Dios le dio un poco más de vida, a través del milagro realizado a través de san Antonio.

Lo que pasó en el desierto ocurre tantas veces en la vida humana: uno se salva de un accidente, mientras que otro muere. Uno se cura del cáncer, mientras que otro fallece a los pocos meses (o días). Uno consigue salir airoso de una pulmonía doble, y otro sucumbe cuando le llega la gripe "ordinaria”.

Ante esas diferencias, hay quienes se preguntan: ¿no es injusto Dios? ¿Por qué a uno da más tiempo de vida y a otro lo llama a su Presencia? ¿No podría ser más "equitativo”?

La pregunta, nos diría san Atanasio, está viciada en su origen. No nos toca a nosotros conocer los tiempos de Dios, ni cuándo llegará la hora.

No tiene sentido, por tanto, preguntar: ¿por qué san Antonio no hizo el milagro para los dos? Porque los milagros no dependen de los hombres, sino de Dios. Dios es quien decide cuándo llega la hora para cada uno.

Esa historia sencilla de los primeros monjes de Egipto, contada por san Atanasio, nos ayuda a recordar una de las enseñanzas constantes de san Antonio: al levantarse, hemos de vivir como si no fuésemos a llegar a la noche; y al acostarse hemos de pensar que quizá no llegaremos a ver el siguiente amanecer. O, en palabras del Evangelio, hemos de estar siempre en vela, porque no sabemos ni el día ni la hora (cf. Mt 25,13).

sábado, 29 de agosto de 2015

María es una mujer con el corazón en el cielo
La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos.

Autor: Juan J. Ferrán, L.C. | Fuente: Catholic.net

María es una mujer alegre. La alegría es la virtud de los resucitados, de los que tienen a Dios, de los que han puesto su corazón en el cielo. Vemos esta alegría en María Magdalena cuando descubre al Resucitado, en los discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la fracción del pan, en los apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en el Cenáculo.

La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna forma nuestra fe en la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como vivencia habitual y permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida de quien cree en Cristo.

María es una mujer con el corazón en el cielo. María veía todo a través del cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento, las carencias, las luchas, los sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los momentos difíciles, cuando todo eso se ve desde el cielo? Ninguna. Todo es parte de ese camino hacia el cielo, ese camino estrecho que tanto asusta al ser humano, que conduce a Dios. Ella ha sido nuestra precursora en este camino, dándonos ejemplo. Sigamos a María en esta vida que sin duda es para todos "un valle de lágrimas", pero tengamos siempre el corazón arriba, junto a Dios, con espíritu de resucitados.

Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada, Intercesora, Mediadora, Amiga y Compañera. En la espiritualidad cristiana debe haber un gran sitio para María en el corazón de cada cristiano. De lo contrario nuestra espiritualidad estaría incompleta, sería muy pobre. Podríamos proponer algunos caminos o medios de espiritualidad mariana para nuestro corazón de cristianos.

El amor tierno y filial a María. María debe convertirse en la vida de un cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que quererla como se quiere a una madre. Lejos de nuestra espiritualidad una actitud seca, austera, distante, fría hacia quien nos ama tanto, hacia quien aboga tanto por nosotros ante Dios, ante quien tanto nos cuida, ante quien vigila nuestros pasos para que no caigamos en el mal. De ahí la necesidad de tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a Ella con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del Cielo nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.


Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor, porque entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación de sus virtudes. Para nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella resaltan con luz muy especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan a Dios. Aunque nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos seguir sus pasos para llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que amemos a su Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio. ¡Qué María sea nuestra guía en este camino!

Y no olvidemos esas formas de oración particular centradas en María como pueden ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que llegar a gustar y gozar, metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada invocación, en cada recuerdo de María. En casa en familia, ante el Santísimo, en los viajes, el rosario debe ser nuestro acompañante.

jueves, 27 de agosto de 2015

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
No te cansas, no abandonas, no te rindes. Porque quieres que te abramos y puedas entrar para entregarnos tu Corazón lleno de amor. 

Autor: Ma. Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net

Una vez más estoy ante ti, Señor, Jesús Sacramentado. Ante el milagro y misterio de tu gran amor por todos los seres de este mundo sin distinción de clases sociales, de colores, razas y credos.

Tu amor abarca a todas las criaturas, santos y pecadores.... ¡Qué misterio tan profundo y qué poco pensamos en él!.

Con ese amor, con ese deseo de ser correspondido, llamas a nuestra puerta, a la puerta de nuestro corazón para que te abramos, y llamas siempre a lo largo de todo el día, en todos los instantes, en los momentos que menos podemos imaginar... siempre llamas, siempre estás. No te cansas, no abandonas, no te rindes. Porque lo único que persigues es que te abramos y puedas entrar para entregarnos tu Corazón lleno de amor.

¿Y qué nos pasa?. Tal vez tenemos miedo de que si te "dejamos entrar" nos vas a pedir que cambiemos nuestro modo de vivir, que nos apartemos de esa persona que...., que dejemos ese rencor que hasta nos parece que lo necesitamos para así, no perdonar..., que nos vas a "obligar" a cosas que... ¡nos cuestan tanto!

Somos cobardes, Jesús, cobardes y acomodaticios. Tal vez nos asusta ese amor tuyo tan inmenso, tan desbordado, tan auténtico, ¡tan loco, casi diría yo, porque entregaste tu vida y te quedaste encerrado en ese "trocito de pan y en ese vino" para ser nuestro alimento!. El Papa Juan Pablo II nos decía siempre: "¡No tengaís miedo, abirdle las puertas a Cristo!".

Y pensando en estas cosas, ahora que estoy frente a Ti, mi Señor, voy recordando las palabras del gran poeta Lope De Vega, en su verso que hace que el corazón duela porque habla de nuestra ingratitud para ese tu gran AMOR, por todos,...por mi.

Deja que te lo diga, Señor, de rodillas y con el corazón contrito porque esas palabras son mi verdad....

"Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío
que a mi puerta, cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí!
¡Qué extraño desvarío si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!

Cuántas veces el ángel me decía:
"Alma, asómate ahora a la ventana;
verás con cuánto amor llamar porfía"
Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía
para lo mismo responder mañana!". 


Si, Jesús, "mañana"... porque hoy estoy muy ocupada...
Porque hoy ... así como que "no me late".
Porque... no se lo que me vas a pedir...
Porque la verdad es que me asusta un poco ese TU AMOR POR MI y yo ...no se querer así...
La oración: el amor es el que habla
Orar es dejar que hable el amor.¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable! 

Autor: P. Pedro Barrajón, L.C. | Fuente: la-oracion.com

Esta frase del libro de la vida de Santa Teresa nos ayuda a comprender lo que es la oración. Ella encuentra en Toledo a un Padre dominico conocido que no ve desde hace mucho tiempo. Le cuenta bajo secreto de confesión todo lo que le pasa a su alma y las penas sufridas por la reforma del Carmelo.

El religioso la escucha, la consuela y le pide que no deje de pedir por él. Teresa, agradecida, confía al Señor el alma de este sacerdote. Ella va al lugar a donde solía orar y allí se queda "muy recogida, con un estilo "abovado" que muchas veces, sin saber lo que digo, trato". Y añade: "que es el amor que habla" (Libro de la Vida, 34, 8).

Orar es dejar que hable el amor. ¡Cuántas veces le tenemos miedo al amor, no dejamos que el amor hable! Sino que preferimos que hable sólo nuestra razón o nuestra mera capacidad humana de entender las cosas. Muchas veces reprimimos el amor como si fuera muestra de debilidad como si también en la oración tuviéramos que demostrar los fuertes e inteligentes que somos. Sin embargo la oración, sin dejar impedirnos usar nuestro entendimiento, es el momento explayar el corazón, y de dejar que el Amor divino nos inunde y nos queme con sus rayos. En una sociedad más racionalista y secularizada, nos da vergüenza de liberar la parte más noble de nosotros mismos, nuestra capacidad de amar y ser amados. Y vivimos como mutilados, no respirando a pleno pulmón, caminando sólo al ritmo que nos permite nuestras convenciones humanas o nuestro miedo de amar demasiado.

Orar, "es el amor que habla". Santa Teresa cuenta que, dejando al religioso, comenzó a hablar con Dios con toda sencillez, como ella solía hacer, dejando que el amor hablase. No sólo el amor que su alma nutría hacia Dios, sino también "comprendiendo el amor que Dios le tiene a ella". La oración usa un lenguaje de amor. Y el lenguaje de amor es especial, es único, tiene su lógica, su gramática y su sintaxis. Lo entienden los que aman. Basta un gesto, una mirada, un movimiento, una sonrisa. Dejemos que el amor hable en nosotros. Dejemos que el Amor nos hable. Dejémonos conducir por el Espíritu Santo que es la persona de la Trinidad que es el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Cuando aprendamos el lenguaje del amor que nos enseña el Espíritu Santo, lenguaje hecho de sencillez y espontaneidad, que cualquiera que tenga un corazón puede aprender, entonces comprenderemos que la oración no es sino un ejercicio de amor, es una expresión de amor, es un grito de amor, es una súplica de amor.

La mística Teresa continua diciendo que el Amor que Dios tiene al alma hace que ésta se olvide de sí y "le parece está en Él". Nada la separa de Él. La sencillez del amor logra el mejor estado de unión. Entonces el alma orante "habla desatinos". Comienza a usar el lenguaje más elevado y puro, el lenguaje del amor, porque, como diría San Juan de la Cruz, "ya sólo en amar es mi ejercicio" (Cántico Espiritual, 95)

sábado, 22 de agosto de 2015

Unos versos a María... al observar la Sabana Santa
Ella guarda en silencio, desde hace tanto tiempo, marcas que no se ven, lágrimas que se escondieron.

Autor: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net

Estos versos nacieron en mi corazón al observar una copia de la Sabana Santa que llego a la Iglesia Catedral de mi ciudad en estos días... Así, sin título... solo unos versos…
Permíteme Señora mía
unos simples versos
pues a la Sábana Santa
se le ha escapado un secreto
Ella guarda en silencio,
desde hace tanto tiempo,
marcas que no se ven
lágrimas que se escondieron
Al bajarlo de la Cruz
en tus brazos lo pusieron
y tus lágrimas acariciaban
aquel Rostro muerto
Tus brazos lo estrechaban
como cuando en Belén, pequeño
le acunabas despacito
para no alterar su sueño
Sus ojos no te miran
y no te ampara su aliento
yace entre tus brazos
Jesús, muerto
José de Arimatea
junto con Nicodemo
lo envuelven en la Sábana
que ha desafiado al tiempo
Ya no ves su rostro
sólo un blanco lienzo,
quien sabe por quién tejido
eso, también es secreto
Entre Su piel y tus labios
se impone un blanco silencio
que se bebe tus lágrimas
tus abrazos, tus besos…
Y allí quedaron por siempre
su Sangre y tus besos
entre los blancos hilos
de un misterioso lienzo
Tu silencioso dolor
es un grito de esperanza
que se funde en un abrazo
en la muda sábana blanca
Y fue el último abrazo
y fue el último beso
y la última caricia
que tus manos le dieron
y allí quedo en el sepulcro
cuando la piedra corrieron
Su Cuerpo y tu dolor
en una sábana, envueltos
Y aquel glorioso Domingo
donde venció a la muerte, la Vida
hubo una flor escondida
que un ángel se llevó al cielo
Eran tus lágrimas, Madre
eran todos tus besos
que Jesús te devolvía
en un abrazo perfecto

jueves, 20 de agosto de 2015

Una Hora Santa de oración, luz en la vida
Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor. 

Autor: Rev. Martín Lucía | Fuente: Catholic.net

Unos meses antes de su muerte el Obispo Fulton J. Sheen fue entrevistado por la televisión nacional: "Obispo Sheen, usted inspiró a millones de personas en todo el mundo. ¿Quien lo inspiró a usted? ¿Fue acaso un Papa?".

El Obispo Sheen respondió que su mayor inspiración no fue un Papa, ni un Cardenal, u otro Obispo, y ni siquiera fue un sacerdote o monja. Fue una niña china de once años de edad.

Explicó que cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los guardias penetraron en la iglesia y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al suelo, esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuantas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.

Cuando los guardias se retiraron, tal vez no se dieron cuenta, o no prestaron atención a una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, la cual vió todo lo sucedido. Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró en la iglesia. Allí hizo una Hora Santa de oración, un acto de amor para reparar el acto de odio.

Después de su hora santa, se adentró al santuario, se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión. (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La pequeña continuó regresando cada noche, haciendo su Hora Santa y recibiendo a Jesús Eucarístico en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heróico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.

Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró en tal grado que prometió a Dios que haría una Hora Santa de oración frente a Jesús
Sacramentado todos los días, por el resto de su vida. Si aquella pequeñita pudo dar testimonio con su vida de la Real y hermosa Presencia de su Salvador en el Santísimo Sacramento, entonces el obispo se veía obligado a lo mismo. Su único deseo desde entonces sería, atraer el mundo al Corazón Ardiente de Jesús en el Santísimo Sacramento.

La pequeña le enseñó al Obispo el verdadero valor y celo que se debe tener por la Eucaristía; como la fe puede sobreponerse a todo miedo y como el verdadero amor a Jesús en la Eucaristía debe trascender a la vida misma.

Lo que se esconde en la Hostia Sagrada es la gloria de Su Amor. Todo lo creado es un reflejo de la realidad suprema que es Jesucristo. El sol en el cielo es tan solo un símbolo del hijo de Dios en el Santísimo Sacramento.

Por eso es que muchas custodias imitan los rayos de sol. Como el sol es la fuente natural de toda energía, el Santísimo Sacramento es la fuente sobrenatural de toda gracia y amor.

JESÚS es el Santísimo Sacramento, la Luz del mundo.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Lectura espiritual

Carta a un sacerdote.
13 de enero de 1968
Rvdo. P. Luis Larrauri, C. SS. R.
Reverendo Padre:
Necesito escribirle. No puedo callar.
¿Por qué...?
¡Porque de la abundancia del corazón, habla la lengua! Y es tanta la gratitud que debo a la Virgen Santísima, que no puedo represar mis sentimientos y tengo como una necesidad imperiosa de contar, de proclamar, de exaltar las bondades de la Virgen María.
¿Que qué le debo?
Pues todo...
Estuve en peligros de muerte, y me salvó.
Deseaba luces para mis estudios, y me las concedió.
Anduve al margen de la Ley de Dios, y me sacó del extravío, mediante la gracia extraordinaria eficaz de la conversión.
¿Y sabe, Padre, cómo y por qué conseguí todo esto?
Porque desde niño y todos los días –¡aun en los días “malos”!– la invoqué rezando las tres Avemarías, con las que le recordaba el gran poder, sabiduría y amor que le concedieron el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo...
Tengo la firme convicción –formada a fuerza de experiencia personal y observación de lo ocurrido a otros– de que esta práctica de piedad diaria libra del mal... Aparta de la impureza, consuela en el dolor, alienta en las tribulaciones, ayuda en las necesidades, convierte al pecador, mejora incluso a los justos.
¡Por esto mis ganas de gritar a todas las gentes: “Para vuestro bien, no descuidéis ningún día el rezo de las tres Avemarías”!...
Besa su mano.
Vicente-Jesús de España.

domingo, 16 de agosto de 2015

Diálogo de Dios Misericordioso con el alma pecadora.

– Jesús: No tengas miedo, alma pecadora, de tu Salvador; Yo soy el primero en acercarme a ti, porque sé que por ti misma no eres capaz de ascender hacia Mí. No huyas, hija, de tu Padre; desea hablar a solas con tu Dios de la Misericordia que quiere decirte personalmente las palabras de perdón y colmarte de Sus gracias. Oh, cuánto me es querida tu alma. Te he asentado en Mis brazos. Y te has grabado como una profunda herida en Mi Corazón.
– El alma: Señor, oigo Tu voz que me llama a abandonar el mal camino, pero no tengo ni valor ni fuerza.
– Jesús: Yo soy tu fuerza, Yo te daré fuerza para luchar.
– El alma: Señor, conozco Tu santidad y tengo miedo de Ti.
– Jesús: ¿Por qué tienes miedo, hija Mía, del Dios de la Misericordia? Mi santidad no Me impide ser misericordioso contigo. Mira, alma, por ti he instituido el trono de la misericordia en la tierra y este trono es el tabernáculo y de este trono de la misericordia deseo bajar a tu corazón. Mira, no me he rodeado ni de séquito ni de guardias, tienes el acceso a Mí en cualquier momento, a cualquier hora del día deseo hablar contigo y deseo concederte gracias.
– El alma: Señor, temo que no me perdones un número tan grande de pecados; mi miseria me llena de temor.
– Jesús: Mi misericordia es más grande que tu miseria y la del mundo entero. ¿Quién ha medido Mi bondad? Por ti bajé del cielo a la tierra, y por ti dejé clavarme en la cruz, por ti permití que Mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza, y abrí la Fuente de la Misericordia para ti. Ven y toma las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un corazón arrepentido, tu miseria se ha hundido en el abismo de Mi misericordia. ¿Por qué habrías de disputar Conmigo sobre tu miseria? Hazme el favor, dame todas tus penas y toda tu miseria y Yo te colmaré de los tesoros de Mis gracias.
– El alma: Con Tu bondad has vencido, oh Señor, mi corazón de piedra; heme aquí acercándome con confianza y humildad al tribunal de Tu misericordia, absuélveme Tú Mismo por la mano de Tu representante. Oh Señor, siento que la gracia y la paz han fluido a mi pobre alma. Siento que Tu misericordia, Señor, ha penetrado mi alma en su totalidad. Me has perdonado más de cuanto yo me atrevía esperar o más de cuanto era capaz de imaginar. Tu bondad ha superado todos mis deseos. Y ahora Te invito a mi corazón, lleno de gratitud por tantas gracias. Había errado por el mal camino como el hijo pródigo, pero Tú no dejaste de ser mi Padre. Multiplica en mí Tu misericordia, porque ves lo débil que soy.
– Jesús: Hija, no hables más de tu miseria, porque Yo ya no Me acuerdo de ella. Escucha, niña Mía, lo que deseo decirte: estréchate a Mis heridas y saca de la fuente de la vida todo lo que tu corazón pueda desear. Bebe copiosamente de la fuente de la vida y no pararás durante el viaje. Mira el resplandor de Mi misericordia y no temas a los enemigos de tu salvación. Glorifica Mi misericordia.
(Diario - Santa Faustina Kowalska)
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¿Qué llevas ahí dentro?
La curiosidad innata del ser humano, que algunos vamos perdiendo con el paso de los años.

Autor: Arturo Guerra | Fuente: Catholic.net

Un joven que trabajaba en una escuela aparecía todos los días por la puerta principal con una misteriosa caja de plástico entre sus manos. A juzgar por el gesto que hacía mientras la transportaba, no se trataba de una caja ligera.

Tampoco era pequeña porque parecía capaz de contener cinco balones de fútbol. Al inicio, los chavales de la escuela sólo miraban un tanto intrigados aquella caja con señor. Pero como la escena se repetía día tras día, la curiosidad de algunos niños se desbordó y comenzaron las preguntas:

"Oye, ¿qué llevas ahí dentro?"

En ocasiones, la operación transporte coincidía con la hora del recreo de los chavales. Entonces aquel joven tenía que ir con más cuidado. Acentuando el gesto, esquivaba magistralmente, a diestra y siniestra, chavales de todos los tamaños. Era entonces cuando, sobre todo los más pequeños, que corrían como almas en pena rumbo a su anhelada hora del patio, se detenían y le preguntaban. Él, sin alterar un ápice su gesto de esfuerzo prolongado, les decía que ahí dentro había una ardilla viva, y que la debía llevar a la cocina para que la asaran. El revuelo quedaba servido. Los niños se olvidaban de que tenían prisa por llegar al patio.

"¡Ala!" -espetaba una niña de gafas, quedando boquiabierta al final de su frase.
"¡A ver, enséñamela!" -pedía un chico. "¡Abre la caja!" -exigía amablemente el de más allá. "¿Por dónde respira?" -inquiría el listo de la clase.

Otros pocos, mayores, los que no habían preguntado nada, miraban escépticos la caja, al señor y a los chavales, y seguían su camino.

Cuando aquel señor, horas después, salía de la escuela con la misma caja, al ser interrogado, respondía que llevaba ya la ardilla asada.

El pobre portador de la caja, en medio de aquellos barullos, a duras penas les convencía de que le dejaran seguir su camino y de que la caja no podía abrirla porque, si lo hacía, la ardilla viva se escaparía, o la ardilla asada se enfriaría, según fuese el caso.

Quitando a los escépticos, los chicos, en cuestión de segundos, se compadecían del triste destino de aquella infeliz criatura. Una chica se preguntaba con amargura si no sería la misma ardilla que había visto el domingo pasado en un bosque al que le llevó su padre. Otros ponían a trabajar a marchas forzadas su imaginación para hacer posible el rescate de aquel animalejo que viajaba en caja contra su voluntad. Otros, que tenían madera de periodista, corrían a contar a gritos a sus amigos la espectacular noticia. Una primicia.

Sí, es la curiosidad innata del ser humano. Esa que algunos vamos perdiendo con el paso de los años. Pero es esa curiosidad al natural la que sigue explicando la fruición con la que abrimos un regalo insospechado o una carta inesperada.

Aquellos chavales aguantaron muy pocos días sin lanzarse a descifrar el enigma de la caja misteriosa. El corazón humano busca siempre, así de sencillamente, los motivos de las cosas. La verdad y la belleza nos interpelan con toda su simplicidad a través de los actos, personas y cosas donde se reflejan. No necesitan ellas departamento de marketing.

Es la misma curiosidad la que en ocasiones nos interpela cuando observamos un comportamiento especialmente elocuente. En el caso del comportamiento auténticamente cristiano, lo que puede llamar la atención es ese caminar por el mundo, diario, sin aspavientos, con el tesoro de la fe en el corazón del caminante cristiano. Bastaría llevarlo siempre. A todos lados. No dejarlo nunca en casa. Sin presumirlo vanidosamente, pero sin esconderlo. Día tras día. Quizá al inicio nadie diga nada. Pero tarde o temprano, habrá gente que empezará a preguntarse en su interior: ¿de dónde le viene a éste su integridad, su alegría, su ímpetu, su sencillez? ¿Por qué se le ve tan seguro, tan coherente? ¿Por qué ayuda tan desinteresadamente a los demás? ¿Cómo es que sabe ser feliz en medio del sufrimiento? ¿Por qué vive sin complicaciones? ¿Por qué hace tal cosa si hoy en día nadie lo hace? En resumen, querrán decirle: "Oye, ¿qué llevas ahí dentro, en tu corazón?" Y entonces podrá responderles que lleva a Cristo, o que Cristo le lleva a él.

Es cierto, ante la respuesta, algunos mirarán escépticos y seguirán su camino. Pero otros se sentirán interpelados. Sentirán una chispa que Alguien ha encendido en sus corazones. Así ha funcionado la transmisión de la fe de generación en generación. Es la fuerza del testimonio. Ya lo cuchichearon intrigadas las primeras opiniones públicas al entrar en contacto con los cristianos: "Mirad cómo se aman". Y cuando esto no es cuchicheado, preguntémonos si no será que estamos fallando en lo más esencial del cristianismo: el Amor a Dios y al prójimo.

Y en cuanto a los escépticos del caso de la ardilla, se les podría invitar a visitar el horno de la cocina de aquella escuela en la que una ardilla, cada día, de lunes a viernes, es asada.

sábado, 15 de agosto de 2015

María en cuerpo y alma al Cielo
Sentada junto al trono de Jesús, María se ve coronada como Reina de Cielo y Tierra, de los ángeles y de los hombres.

Autor: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net

La fiesta de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo está muy entrañada en el pueblo cristiano. ¡Y cuántos misterios encierra y cuántas realidades nos descubre en nuestra Madre querida!

Se acabó el peregrinar por la tierra, y se ha abierto para siempre la frontera de la Patria.

La espera desde la Ascensión de Jesús ha sido larga, pero al fin ha llegado el momento de ir a dar el abrazo definitivo e irrompible al Hijo adorado.

Ya no queda más que un recuerdo lejano de la espada de Simeón, porque se acabó del todo el sufrimiento, que no volverá a torturar más el alma. Quien se unió como nadie a la pasión y muerte de Jesús, entra ahora a participar, también como nadie, en su gloria inmortal.

Sentada junto al trono de Jesús, María se ve coronada como Reina de Cielo y Tierra, de los ángeles y de los hombres.

La Iglesia, desde aquí abajo, la va a mirar como su imagen y modelo en la peregrinación de la fe. ¡Así, así, igual que la de María, será la consumación de la Iglesia al final de los tiempos!

Ahora María, ya en el Cielo, comprende en su totalidad la misión que Dios le ha confiado. Porque María, como Jesús, no va a estar ociosa mientras goza en plenitud de la gloria de Dios.

Ahora sabe bien lo que es ser la Madre de aquellos hijos que Jesús le confiara desde la cruz.

Madre de la Iglesia, ha de vigilar con ojo atento a los pastores igual que a los fieles, a fin de que la Iglesia realice la obra del Reino de Dios hasta llevarlo a término final.

Madre de todos los hombres, tiene que tener el cuidado de todos y de cada uno, hasta que los vea seguros a todos dentro del Cielo. Allí no puede faltar ninguno de los elegidos.
Para realizar esta su misión de Madre, Dios la constituye Medianera de todas las gracias que nos mereció Jesús con su pasión y muerte redentoras.

María será también una poderosa Abogada nuestra ante Jesucristo el Redentor y ante el Padre.

No fallará María en su misión, porque nos ama con Corazón de Madre, y el corazón de una madre infunde seguridad total.

La Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo, nos hace ver todo esto sin más, de buenas a primeras.

Pero, mirada la Asunción desde un punto de vista más concreto, el Concilio nos la ha centrado en una dimensión eclesial verdaderamente grande y consoladora. ¿Por qué Dios ha resucitado a María con tanta anticipación, que no ha querido esperar al fin del mundo, en la resurrección universal? Dios no obra por capricho, y algún fin habrá tenido en su providencia amorosa.

Y lo primero que vemos es lo más natural de todo: Dios ha querido glorificar a su Madre de una manera plena, sin retardar para Ella lo que hará con los demás redimidos. Ha mirado a su Madre sin más.

Pero el Concilio nos ha señalado el otro fin de Dios al hacer Inmaculada a María y al resucitarla y subirla al Cielo en su Asunción: ha sido para presentar a su Iglesia la imagen de lo que será la misma Iglesia en su consumación final. Mirando a María, sabemos lo que vamos a ser cada uno de nosotros.

Antes que nada, Dios nos devolverá, después de eliminar todo pecado, aquella inocencia primera que tuvieron el hombre y la mujer en el paraíso. La misma inocencia también con que salimos de las aguas bautismales.

Seremos santos e inmaculados, de modo que el amor a Dios será ardiente, totalmente puro, y nuestras almas brillarán con una hermosura sin igual. En María Inmaculada contemplamos ya nuestro propio retrato tal como seremos en el Cielo.

Y en María Asunta al Cielo en cuerpo y alma vemos también el término final que nos espera. Dejemos tranquilamente que nuestros cuerpos mortales se vuelvan polvo en el sepulcro... La última que vencerá no será la muerte, sino la vida. La vida de Jesucristo Resucitado, que ha avanzado ya su victoria final en esta criatura privilegiada como es su Madre, y esto para infundirnos a nosotros una esperanza grande. ¿Vemos lo que es María en el Cielo? Pues esto mismo, y no otra cosa, es lo que seremos nosotros.

Hemos visto antes cómo María no está ociosa en los esplendores de su gloria, sino que se preocupa constantemente de la tierra. Y esto nos lleva a otra consideración muy oportuna. ¿Podemos pensar que María, Madre de todos los hombres, esté contenta de las condiciones de vida en que se desenvuelven muchos hijos suyos?...

¿Puede estar conforme con la pobreza extrema de muchos? No.
¿Puede mirar indiferente las condiciones de muchas cárceles? No.
¿Puede gustarle cómo se mata a tanto niño antes de que pueda nacer? No.
¿Puede contemplar sin conmoverse la situación penosa de jóvenes que cayeron el la droga? No.
¿Puede tolerar la explotación de hijas suyas, compradas como esclavas destinadas al vicio? No.

Cuando nosotros hacemos algo para remediar esos males y muchos más de los hijos e hijas de María, no nos damos cuenta quizá de que somos instrumentos del amor materno de la Virgen, que se preocupa desde el Cielo y cuenta con nosotros para que realicemos una obra de amor salida de su Corazón...

¡Madre María! ¡Madre glorificada en el Cielo! En el día de tu nacimiento a la Gloria te felicitamos de corazón. ¡Qué alegría para nosotros tus hijos el saber que tenemos una Madre tan feliz, tan rebosante de gozo, tan colmada de privilegios, tan preocupada por nosotros, tan impaciente por tenernos a su lado!... Danos una mano, ya que te cuesta tan poquito, y arrástranos, a pesar de nuestras resistencias a veces, hasta donde Tú reinas inmortal....

viernes, 14 de agosto de 2015

En tiempos de crisis.

Los tiempos de crisis llegan al mundo, porque no estamos en el Paraíso, sino en la Tierra, lugar de exilio, y es lógico que haya desgracias en el mundo. Pero Dios siempre ha suscitado santos para esos momentos graves por los que pasan los hombres, de modo que las crisis y problemas, calamidades y desastres naturales, nos suelen ayudar a que cada uno de nosotros saque lo mejor de sí, porque es justamente en esos momentos de sufrimiento cuando surgen los grandes héroes de la Iglesia y de la Patria.
Si las desgracias actuales son muchas, pensemos que es misericordia de Dios el que nos envíe estos padecimientos, pues nos está sacudiendo del sopor en que estamos somnolientos los cristianos, de modo que nos espabilemos y tomemos las armas del combate espiritual: la oración, la penitencia, los sacramentos, para prepararnos bien a los tiempos difíciles que están ya llegando.
Demos gracias a Dios que, por medio de “castigos” parciales, nos evita el gran castigo en este mundo, y el castigo eterno en el más allá.
Porque la verdad es que, viendo las calamidades actuales de cualquier orden que sean ellas, son cosa de nada comparadas con la Calamidad del Infierno. Por eso debemos agradecer al Señor que nos hace sufrir un poco (o mucho) en este mundo, pero para que nos despertemos del letargo y evitemos los males que se acercan y, sobre todo, que evitemos el Mal eterno de la condenación.
En estos tiempos calamitosos en que estamos viviendo, somos los mismos hombres quienes nos vamos separando espontáneamente unos de otros, pues son los mismos acontecimientos que nos dividen, ya que ante hechos desafortunados hay quienes se hacen más buenos, y otros que se vuelven más malos, sacando lo mejor y lo peor respectivamente de cada uno.
Ojalá nosotros estemos en el número de los que, en medio de los castigos parciales, nos volvamos más buenos, y enfoquemos el verdadero objetivo de nuestra vida en este mundo: salvar la propia alma.
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jueves, 13 de agosto de 2015

La Eucaristía: Misterio de la fe
¡Éste es el Sacramento de nuestra fe!, el Misterio que nos inunda de gran asombro y gratitud. 

Autor: Guillermo Juan Morado | Fuente: Catholic.net

En la celebración de la Santa Misa, justo después de la consagración, el sacerdote dice: Mysterium fidei (Éste es el sacramento de nuestra fe), a lo que el pueblo responde: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”.

El Papa san Juan Pablo II evoca estas palabras, en el primer capítulo de la encíclica Ecclesia de Eucharistia, para recordar algunos aspectos fundamentales del Sacramento. La Eucaristía es memorial del sacrificio pascual del Señor; presencia viva y sustancial de Cristo en medio de nosotros; verdadero banquete de comunión; anticipación del Paraíso, que impulsa a transformar la propia vida, el mundo y la historia.

El Sacramento eucarístico es algo más que un encuentro fraterno. Es el mismo sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos. En la Cruz el Señor se ofreció a sí mismo al Padre en favor de todos los hombres. Este sacrificio, esta autodonación plena en la que resplandece el amor más grande, se hace presente en la Eucaristía.

La Santa Misa es "memorial” actualizador del único Sacrificio de la Cruz. La celebración de la Eucaristía nos hace contemporáneos del Calvario, para que Cristo una a su propia ofrenda sacrificial la ofrenda de nuestras vidas. La Iglesia contempla asombrada este "Misterio de la fe”, "Misterio grande”, "Misterio de Misericordia”, que constituye el don mayor que el Señor nos ha dado: el don de sí mismo, de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. ¡Sacrifico de la Pascua de Cristo, el Cordero Inmolado, que muriendo destruyó la muerte y resucitando restauró la vida!

El sacramento del sacrificio de Cristo implica una presencia muy especial: la presencia real y sustancial del Señor bajo las especies del pan y del vino. Por la consagración, el pan deja de ser pan y se convierte en Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino y se convierte en la Sangre de Cristo. Esta conversión es llamada muy propiamente por la Iglesia "transustanciación”. El Papa recoge las palabras de Santo Tomás de Aquino, para afirmar desde la fe: "Te adoro con devoción, Dios escondido”.

El sacrificio eucarístico se orienta a la comunión, a la íntima unión de los fieles con Cristo mediante la recepción de su Cuerpo y su Sangre. Por eso la Eucaristía es, inseparablemente, memorial de la Cruz y sagrado banquete de comunión, en el que Cristo mismo se ofrece como alimento y nos comunica su Espíritu.

La celebración eucarística tiene una proyección escatológica; es anticipación de la meta a la que tendemos, una pregustación de la gloria: "La Eucaristía es verdaderamente – escribe el Santo Padre – un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino” (Ecclesia de Eucharistia, 19). Por eso, la Santa Misa se celebra siempre en comunión con la Bienaventurada siempre Virgen María, con los ángeles y los arcángeles, y con todos los santos, pues en la Eucaristía se une la liturgia de la tierra a la liturgia del cielo.

Del anuncio de la muerte y de la resurrección de Cristo, en la espera de su retorno glorioso; es decir, de la Eucaristía, recibimos la fuerza para transformar nuestras vidas y para transformar el mundo y la historia, a fin de que sean conformes al designio de Dios.

"¡Éste es el Sacramento de nuestra fe!”, el Misterio que nos inunda de sentimientos de gran asombro y gratitud. "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”.

martes, 11 de agosto de 2015

No vayas a tu oración sin gafas
Mi oración es muchísimas veces miope porque busco entender a Dios de modo razonable, Dios tiene que responderme según yo quiero y no es así. 

Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C. | Fuente: www.la-oracion.com

Mi mente recibió con alegría esta enseñanza del misterio de Dios al elevarse a Dios por medio de la carne; por la fe había sido llamado a un nuevo nacimiento y se le había concedido la posibilidad de obtener la regeneración celeste [...] Juzgaba que estas cosas están más allá de la capacidad de la inteligencia humana, porque el modo común de razonar es incapaz de entender los designios divinos, y piensa que sólo tiene existencia lo que por sí mismo puede entender o lo que por sí puede probar. Pero las acciones de Dios, en la magnificencia de su poder eterno, no las hacía depender de la propia experiencia, sino de la infinitud de la fe; de modo que no porque no lo entendiese dejaba de creer que Dios estaba en el principio junto a Dios y que la Palabra hecha carne había habitado entre nosotros; más bien se daba cuenta de que podría entenderlo si tenía fe. (San Hilario de Poitiers, De Trinitate, I, 12).

Un niño se me acercó un día y me preguntó con una sonrisa dibujada en su rostro: «¿Sabes por qué los miopes no son creyentes?». Por mi mente, pasó veloz el rostro de mi padre con sus gafas; sonreí. «No -respondí- ¿Por qué?». «Porque no pueden ver el más allá» y así como respondió, se tiró al suelo a carcajada limpia.

Es un mal chiste... lo sé. De hecho, le sonreí a mi joven contador de chistes para que no se sintiese mal. Pero un poco después, sus palabras resonaban en mi mente: «no pueden ver el más allá… no pueden ver el más allá». Me detuve en seco. ¡Caramba, cuántos miopes en caminan hoy por nuestro mundo!

Pensando en esto, me dirigí a una capilla y me puse de rodillas. Y entonces comprendí: mi oración es muchísimas veces miope. ¿Por qué? Pues porque busco entender a Dios de modo razonable, matemáticamente: si cumplo ciertos pasos, Dios tiene que responderme según yo quiero; si soy humilde, Dios tiene que concederme todo lo que le pido, etc. Y no es así.

Gracias a Dios, San Hilario salió en mi auxilio con el texto que les comparto arriba: mi razón nunca podrá abarcar a Dios o entender sus dones, pues para la razón sólo tiene existencia, dice el Santo Obispo «lo que por sí mismo puede entender o lo que por sí puede probar».

¿Entendemos siempre a Dios? ¿Podemos probar en todo momento su existencia? No. Matemáticamente, no. ¡Cómo decir que Dios existe ante una realidad como el sufrimiento! No siempre es fácil. Y, ¿entonces, qué hacer? San Hilario nos propone la solución a nuestra miope razón: las gafas de la fe.

Por la fe, uno ve más allá de lo que sólo nos deja ver la razón: descubre la mano de Dios en todo lo que nos sucede, descubre la acción de Dios en nuestra oración. Nunca me ha gustado esa expresión que dice «ve a tu oración y háblale a Dios como si lo tuvieses a tu lado». Ese "como" sobra: Dios ESTÁ a mi lado en la oración. Por eso, santos como la Madre Teresa de Calcuta podían orar aunque no sentían nada: la fe les permitía confiar que Dios les escuchaba.

Sólo un botón de muestra del mismo Hilario, que creo puede ayudarnos. Miren qué preciosidad de fe tenía este gran Obispo: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite componendas, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (San Hilario de Poitiers, De Trinitate, 9, 61). ¡Verdad que es fácil imaginar lo bella que debía ser la oración de San Hilario! Descubre que Dios es siempre amor, pase lo que pase… ¡Eso sólo puede darlo la fe!

Pidamos a Dios, de todo corazón, estas "gafas", este don. Y roguemos para que lo mantengamos siempre vivo, tal y como lo hizo el mismo Hilario: «La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario, al final de su tratado sobre la Trinidad, pide la gracia de mantenerse siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios» (Benedicto XVI, Catequesis del 10 de Octubre del 2007).

Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías.
Ejemplo 19.
La pecadora que dejó de serlo...
Una mujer que, joven y rica, quebrantó los Mandamientos de Dios abandonándose al pecado, y bajo apariencias normales y aún devotas escondió un corazón corrompido y un alma sin vida, formuló en 1945, en una revista mariana, esta pública declaración:
“¡Ah; yo quisiera que nadie hiciera lo que necia y locamente hice yo...
Quisiera que los jóvenes, y más todavía las jóvenes, atendieran este grito mío:
¡Velad!; cuidado con ceder la primera vez, porque es muy difícil detenerse en esa pendiente resbaladiza del placer...
Se comienza por poco; se entrega a la pasión titubeando la primera vez; ya la segunda, con menos miedo, y luego..., luego se rueda insensiblemente muy hondo, muy hondo.
Si tuviera medio de hacerme oír de todas las jóvenes, les gritaría: ¡Sed celosas de vuestro corazón; no lo deis al primer pretendiente. Sed celosas de vuestra pureza; la joya más preciosa que poseéis!...
Guardaos y huid de toda persona que constituya un peligro para vuestra alma. Quien os ame, ha de amaros amando, sobre todo, a Dios. A quien vosotras améis ha de ser sin menoscabo del supremo amor a Dios.
Que el amor con que os distingan sea tan verdadero, que nunca ofenda a Dios. Y que el amor que vosotras sintáis sea tan limpio, que lo bendiga siempre Dios.
El amor que divierte no es amor.
El amor que se esconde a los padres es, por lo menos, dudoso.
El amor que empieza con señales de afecto sensible es nocivo.
El amor que concede lo que no debe concederse es pecaminoso.
¡Oh, jóvenes, no pequéis!
A medida que crece el pecado, disminuyen las fuerzas para vencerle, para rectificar, para retroceder y para enmendarse.
Hay como una impotencia para salir del mal en que nos arrojamos.
Cierto que la oración sería medio de reacción; pero cuando las malas pasiones han triunfado, es muy difícil saber utilizar la oración, y el desaliento y la desgana para ella anula el recurso.
Yo confieso que ya no tenía esperanza. Estaba cierta de mi condenación.
Por eso me daba más a los placeres, a una vida de locura, para ahogar los remordimientos y alejar el recuerdo de la muerte...
Sólo seguí rezando mañana y noche las tres Avemarías, si bien muchas veces las rezaba distraída y maquinalmente.
Pero, aun entonces, la Virgen escuchaba mi súplica: “Ruega por nosotros, pecadores...”
Hasta que un día, ¡oh, misericordia de María!, me sentí invadida de un vivo aliento para salir del pecado, confesar mis culpas y cambiar de vida... ¡La Virgen Santísima había obrado mi conversión!... ¡Ella..., Ella me ha salvado!”.
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

domingo, 9 de agosto de 2015

María y la fe de una mamá
Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí 

Autor: Susana Ratero | Fuente: Catholic.net

Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada… Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida… Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita....

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues… que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído…

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro.
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma… Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado… un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta… y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín… y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna

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