miércoles, 30 de septiembre de 2015

Prepárate! en Octubre, no dejes de rezar el Rosario
Hagamos un alto en nuestro diario vivir. Quince minutos tan solo... El mundo necesita de muchos rosarios.

Autor: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net

Mañana empezaremos Octubre y lo celebramos como el mes del rosario.

Rezar el rosario para algunas personas es un tiempo desperdiciado en una letanía de repetidas oraciones, que en la gran mayoría, están dichas de una manera distraída y maquinalmente. Pero no es así. El hecho de ponernos a rezarle ya es un acto de amor a la Madre de Dios. Es una súplica constante y repetida para pedir perdón y rogarle por nosotros y por todos los hombres en el presente y también en la hora de la muerte.

Rezar el rosario es meditar en los Misterios de la Vida de Cristo, de suerte que el rosario es una especie de resumen del Evangelio, un recuerdo de la vida, los sufrimientos, los momentos luminosos y transcendentales y glorificación del Señor, siempre acompañado de los momentos de grandeza de la Santísima Virgen, su Madre, siendo así una síntesis de su obra Redentora.

Rezar el rosario es un método fácil y adaptable a toda clase de personas, aún las menos instruidas y una excelente manera de ejercitar los actos más sublimes de fe y contemplación. El Padrenuestro con el que se empieza cada Misterio es la oración que Cristo nos enseñó y quienes lo han penetrado a fondo no pueden cansarse de repetirlo. En cuanto el Avemaría, toda ella está centrada en el Misterio de la Encarnación y es la oración más apropiada para honrar dicho Misterio. Aunque en el Avemaría hablamos directamente a la Santísima Virgen e invocamos su intercesión, esa oración es sobre todo una alabanza y una acción de gracias a su Hijo por la infinita misericordia que nos mostró al encarnarse en Ella y hacerse hombre para su Misión redentora.

La Santísima Virgen en sus repetidas apariciones , siempre ha sido la súplica más importante que en sus mensajes nos ha dado. Ella nos ha pedido que recemos el rosario. Ella nos lo pide insistentemente porque tiene su rezo un GRAN VALOR. Quiere que repitamos una y otra vez la súplica, la alabanza, con la esperanza puesta en su gran amor por toda la Humanidad.

Tal vez, por lo repetitivo del rezo, como decía Santa Teresa, la "loca de la casa", nuestra mente, se nos vaya de aquí para allá en pertinaz distracción, pero aún así nuestro corazón y nuestra voluntad está puesto a los pies de la Madre de Dios, y esas Avemarías son como el incienso que sube en oscilantes volutas hasta el corazón de nuestra Madre la Virgen Santísima.

Nuestro mundo se está olvidando de rezar. Tenemos fe, creemos en Dios pero no hablamos con El. El mundo actual, ahora más que nunca, necesita de muchos rosarios.

Hagamos un alto en nuestro diario vivir. Quince minutos tan solo...y con seguridad que el mundo y "nuestro mundo" será mejor.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Oración a San Miguel Arcángel

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San Miguel Arcangel
Clic en la imagen para saber más,

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio.

Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.



A las fuentes del cristianismo
Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba como oro en el crisol.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

Durante el mes de Octubre, Mes del Rosario, en esta sección, meditaremos cada día un misterio, y así poder "guardar y meditar en  nuestro corazón" la Vida de Jesús.
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A lo largo de los siglos ha habido hombres y mujeres deseosos de volver a las fuentes del cristianismo. ¿Por qué? Porque la experiencia cristiana puede quedar oscurecida y adulterada entre las mil mareas que surgen en las diferentes épocas de la historia.
Además, cada corazón descubre dentro de sí las fuerzas del hombre viejo, ese modo de pensar y de comportarse que no nace de la nueva vida en Cristo, sino de las pasiones y de la mentalidad de este mundo. Esas fuerzas son capaces de anular aspectos esenciales de la fe católica.
Cristo había indicado con palabras claras cuáles son las exigencias del Evangelio: hay que renunciar a la propia vida (cf. Mt 16,24-26), no volver la vista atrás (cf. Lc 9.62), y dejarlo todo por el Reino de los cielos (cf. Mt 13,44-48).
San Pablo reprochaba a algunos de los primeros cristianos por haber abandonado a Cristo para volver a actuar según la carne: "¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? ¿Tan insensatos sois? Comenzando por el espíritu, ¿termináis ahora en la carne?” (Ga 3,1‑3).
San Pedro dirige palabras apasionadas a quienes, tras haber iniciado el buen camino, vuelven a las malas acciones de la vida pasada: "Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido. Les ha sucedido lo de aquel proverbio tan cierto: «el perro vuelve a su vómito» y «la puerca lavada, a revolcarse en el cieno»” (2Pe 2,20‑22).
Lo que denuncia la Biblia vale para cada generación humana. Cada bautizado, en cualquier lugar del mundo, está a prueba como oro en el crisol (cf. Sb 3,6). Necesita vivir íntimamente unido a Cristo, en el Espíritu Santo, como parte de la Iglesia, para resistir las terribles asechanzas de Satanás (cf. 1Pe 5,8-9).
De ahí nace el deseo de estar cerca de la fuente, del manantial de aguas vivas, que viene de Cristo y se recibe en el Espíritu Santo (cf. Jn 4,10-14; Jn 7,37-39). Sólo así es posible un cristianismo auténtico, limpio, purificado, que va contra corriente y que resiste a las embestidas de un mundo que odia a los creyentes (cf. Jn 15,18-19).
Volver a Cristo, escuchar su invitación: "convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Ese es el camino de la renovación auténtica, la que necesita cada bautizado que desea seguir al Maestro, que trabaja por ser piedra viva de la Iglesia, que suplica la gracia de las gracias: ser acogido por la misericordia que nos salva, conservar encendida la llama de la fe hasta la muerte, mientras espera el regreso definitivo del Señor: "¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).

domingo, 27 de septiembre de 2015

La seriedad en la vida
Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos falten la alegría y el optimismo. 

Autor: Pedro García, misionero claretiano | Fuente: Catholic.net

Con las veces que hablamos de la alegría y del optimismo en nuestros mensajes, estaría bonito que viniera hoy a decirles que no, que eso de la alegría y el optimismo lo vamos a dejar de lado para anunciar a los cuatro vientos que queremos una verdadera conversión, y vamos a ser en adelante unas personas muy serias... Pues, miren qué casualidad. Hoy he tenido esta ocurrencia: hablar de la seriedad, y hablar de la seriedad en serio...

Todos ustedes, han adivinado a la primera que no se trata de vivir con caras largas, labios caídos y ojos tristones, aptos para la caricatura que de nosotros trazaría un buen dibujante para hacer reír a cualquiera..., sino todo lo contrario.

Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos falten la alegría y el optimismo, porque la seriedad de la vida es lo único que nos garantiza una vida valiosa y feliz.

Son muchas las veces que se nos habla y hablamos de moralidad, de lo que está bien y debemos hacer.

Lo mismo que hablamos de la inmoralidad, de lo que está mal, hasta el punto de constituir un peligro grave de perdición.

Podemos y debemos preocuparnos de la moralidad y de la inmoralidad, pues toda cautela es poca cuando se trata de ganar o perder la vida para siempre.

Sin embargo, hacemos poco hincapié en otro punto que influye decisivamente en nuestra existencia, como es la seriedad, y que está muy relacionada con la moralidad.

Seriedad quiere decir tomarse la vida como se debe, con sentido de responsabilidad, valorando todas nuestras acciones y cumpliendo todas nuestras obligaciones.

Es darse cuenta de que hay cosas que no valen la pena, y tan ligeras que sólo preocupan a personas de poca sensatez.

Nosotros, que nos juzgamos y queremos ser hombres y mujeres de valer, queremos ser personas serias, aunque estemos riendo todo el día, sabiendo que nuestra alegría no es otra cosa que la manifestación de una conciencia en paz porque cumplimos bien todo nuestro deber.

Un hombre tan serio y tan sensato como Ignacio de Loyola nos dio unas lecciones plásticas e inolvidables sobre la seriedad de la vida. Las leí una vez en su historia, y no las he olvidado nunca. A lo mejor nos pueden servir, una y otra anécdota, ocurridas en aquella primera comunidad de la Compañía en Roma. Digo este detalle para entender mejor lo que vamos diciendo.


La primera nos cuenta lo ocurrido con un joven novicio que estaba siempre alegre. Un compañero lo acusa ante el Fundador y superior de que procedía siempre con muy poca seriedad. En presencia del acusador, San Ignacio llama al culpable, y le dice:

-Te acusan de muy poca seriedad en tu vida. ¿Sabes lo que debes hacer en adelante? Yo siempre te veo de muy buen humor, hijo mío, y me alegro de ello. Así te quiero ver siempre. El que se ha consagrado a Dios no tiene ningún motivo de tristeza, sino de alegría.

No hay por qué decir que el muchacho siguió más contento que nunca...


La segunda anécdota tiene un cariz bien distinto. Un Hermano cumplía sus oficios domésticos de manera algo descuidada. San Ignacio de Loyola no era un hombre para medianías, y llama al que trabajaba con tan poca diligencia.
- Oiga, Hermano, ¿usted, por qué y por quién trabaja?
El Hermano responde con toda naturalidad y convencido:
- Padre, yo trabajo siempre por Dios y para su gloria.
Aquí le esperaba Ignacio, que le avisa muy serio y con pocas bromas:
- ¿Por Dios y para su gloria, y hace las cosas mal? Si me dijera que las hace por el Padre Ignacio, le perdonaría. Pero si dice que las hace así por Dios, le voy a poner una buena penitencia.


Cosas de Santos... E Ignacio de Loyola es uno de los hombres más equilibrados que tenemos en el calendario. Con dos casos tan familiares como éstos, aprendemos lo que es la seriedad en la vida. No se trata de tristeza, sino de alegría, pero con un gran sentido de responsabilidad en todo lo que hacemos. Es lo que decimos con esa frase ya hecha: Tomar la vida en serio, tan distinta de tomar la vida a la ligera...

Nos ponemos ahora a pensar en nosotros mismos, y nos hacemos varias preguntas.

¿Se toma la vida en serio cuando uno se divierte alocadamente en una discoteca?... No parece que haya mucha seriedad en eso.
¿Está triste y deja de ser feliz el que ha pasado la noche del sábado en casa o amigablemente distraído y cumple después escrupulosamente con la Misa dominical?... Pareciera una vida muy aburrida.

Sin embargo, los dos puntos de arranque en la comparación --la discoteca y la Misa-- nos dan la respuesta adecuada. En la una hay mucha diversión y poca alegría, porque hay poca seriedad. En la otra hay mucha poca diversión y mucha felicidad, porque hay mucha seriedad.

El tomar en serio la vida es una fuente de paz, de alegría, de bienestar. La persona se da cuenta de que la vida vale la pena vivirse, porque se realiza y se llena las manos, ¡algo tan distinto de mirarlas vacías!...

El cristiano, consagrado en el Bautismo a Dios para llevar una vida en todo conforme a la de Jesucristo, es el hombre más alegre a la vez que el cumplidor más fiel de todas sus obligaciones.

Seriedad y alegría. Cara de cielo y brazos de bronce. Sabe trabajar y sabe reír. Nadie aprovecha la vida como el cristiano serio, tan formal en todo como feliz en cada uno de sus pasos....
El amor de María, intuye y se adelanta
Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue... como María. 

Autor: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net

LAS BODAS DE CANÁ 

María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.

Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.

Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Veamos los detalles de caridad de María en Caná.

María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman "comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?


Se acabó el vino y María dijo a Jesús: "no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. "No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.

"Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.

Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Mensaje eucarístico

Motor.
Nuestro motor en la vida espiritual y en la vida apostólica, debe ser la Comunión recibida, adorada y contemplada, porque es desde la Eucaristía que el Señor nos da la fuerza para emprender todas las obras apostólicas que tengamos que realizar, y también de allí nos viene la fuerza para reformar nuestra vida, practicando las virtudes.
Por eso no dejemos jamás (salvo que estemos en pecado mortal), el acercarnos a comulgar cada domingo, y de ser posible todos los días, porque cada vez que comulgamos con las debidas disposiciones, adquirimos una fortuna inmensa, de modo que sólo en el Cielo comprenderemos lo valiosa que era cada Santa Comunión eucarística.
¡Y nosotros, que por tan vanos y pobres motivos dejamos de ir a Misa, y de recibir al Señor Sacramentado!
En esto podemos ver una astucia del enemigo del alma, que quiere mantenernos apartados del Bien, que es la Comunión; y si no logra hacernos caer en pecado mortal y mantenernos en ese estado para que no nos podamos acercar a comulgar, al menos trata de infundirnos tibieza y dejadez, de manera que por nosotros mismos dejamos de asistir a la iglesia, y así ya nos tiene atrapados entre sus lazos.
Cueste lo que cueste, confesémonos si es necesario y volvamos a recibir a Jesús Sacramentado, al menos todos los domingos, y si podemos, también entre semana, porque ya lo ha dicho el Señor en el Evangelio: “Sin Mí, nada podéis hacer”. Es decir que sin la Eucaristía, no podemos hacer nada, absolutamente, de bien.
En el mundo... el dolor del hombre
Jesús, te quedaste en la Eucaristía, ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay! 

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net

Hoy hay sombras en la Capilla...quizá sea porque está atardeciendo...

Tu, Jesús, estás como siempre, silencioso en tu eterna espera.....pero tienes el oído atento para todo el que llega, para todo el que te quiere decir algo....penas, anhelos, sueños, alegrías y tristezas....Tu corazón abierto está para quién a ti llega....y yo se que te quedaste ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!

En muchas ocasiones este dolor es provocado por el hombre mismo: terrorismo, rencores, odios, venganzas, ambiciones, ansias de poder con el juego sucio y mal intencionado que no se detiene ante nada y llega hasta el crimen... niños que desean vivir y nunca lo harán. Siembra de dolores que parecería no tener límites...

Pero también el hombre sufre por enfermedades incurables y por cataclismos de la naturaleza: terremotos, tifones, lluvias torrenciales que desbordan ríos y rompen presas, fuegos que empiezan por una chispa y se incrementan destruyendo todo lo que alcanza y esto podría ser una lista interminable de dolor y de muerte que constantemente vemos que hay sobre la tierra.

Y el hombre, todos nosotros, Señor, nos preguntamos ¿por qué?

Y esta es una pregunta difícil de contestar...

En silencio te miro Jesús, cierro los ojos y espero...

Pienso en este Planeta donde vivimos... él es como es....tiene nieves que se desploman y forman aludes, tiene lluvias que desbordan ríos, tienen vientos que por circunstancias atmosféricas se convierten en ciclones, tiene movimientos telúricos de acomodación de su corteza terrestre que a veces son sismos catastróficos y mortales, tiene volcanes que están activos y de hecho han llegado a hacer erupción destruyendo a ciudades enteras.

En ese vaivén de acontecimientos vivimos desde que apareció el hombre sobre el planeta Tierra y sabemos que nuestra existencia está sobre la fragilidad de lo que es hoy y mañana no.

Pero para todos los sufrimientos hay una luz en el túnel negro y angustiante del dolor... y tu, mi Señor, me lo estás diciendo: Esa luz está en el misterio de tu Cruz. Tu Cruz permanecerá mientras el mundo gire.

¿Podrías tu Señor, digamos justificarte ante la Historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa "historia" TU CRUZ?

Tu, además de ser Omnipotente, infinitamente Sabio, infinitamente Justo, no eres el Absoluto y Poderoso que está "fuera del mundo" y al que por lo tanto le es indiferente el sufrimiento humano porque eres... AMOR.

Y por "ese " AMOR, te pones, en libre elección, al servicio de las criaturas.

Si en la historia de la humanidad está presente el sufrimiento, entiendo entonces por qué tu omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz.

Mi amado Jesús Sacramentado, El escándalo de tu Cruz - decía el Papa Juan Pablo II en su maravilloso libro "En el umbral de la esperanza"- sigue siendo la clave para la interpretación del GRAN MISTERIO DEL SUFRIMIENTO, que permanece de modo tan integral a la historia del hombre

Ya ha caído la noche. Yo te miro, Tu me miras.... siento la humedad de las lágrimas en los ojos cuando te digo:

Gracias, Señor, por esa Cruz... por tu cruz, que nos redime y que nos da la fuerza para seguir...

¡AUNQUE EL DOLOR NOS ALCANCE!

martes, 22 de septiembre de 2015

Desde un susurro divino
Dios habla de muchas maneras y a veces puede pasar inadvertida, como si fuese un susurro que no interrumpe, no se impone.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

Dios habla de muchas maneras. Una puede pasar casi inadvertida, como si fuese un susurro suave y discreto.
¿Cuándo ocurre eso? Cuando en lo íntimo de la conciencia escucho una voz tranquila y constante que me invita a dejar comportamientos dañinos para escoger el camino del Evangelio.
Esa voz no amenaza, no interrumpe, no se impone. Aparece y desaparece como una señal amable, como una invitación respetuosa.
De esta manera, Dios pone ante los ojos de mi alma un camino nuevo. Camino de esperanza, de fe, de amor, de alegría. Camino de renuncia: Cristo lo pide todo, porque antes lo ha dado todo.
Un susurro divino ha llegado a mi existencia. Puedo seguir como si nada hubiera ocurrido, pero también reconozco que Dios lo merece todo.
La invitación ha quedado sobre la mesa de mi corazón. Dios espera, sin prisas, con el anhelo de un Padre que suplica la respuesta de uno de sus hijos.
Si me atrinchero en mis problemas, si me sumerjo en mis planes personales, si me excuso bajo el escudo de mi personalidad, no se producirá el milagro. Dios llorará, en silencio, ante mi dureza y mi apatía.
En cambio, si acojo ese susurro, hoy será el día del gran cambio. Acoger la invitación de Dios me lanzará a un horizonte nuevo, me hará saltar hacia el misterio de la fe, me ayudará a romper con el egoísmo, empezaré la aventura del amor.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Con María, y la enseñanza de la hemorroísa
El manto de Jesús, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna.

Autor: María Susana Ratero | Fuente: Ctholic.net

En la Parroquia está comenzando la Misa. Mi corazón sabe que escuchas mis súplicas, más, mi impaciencia se adelanta siempre y pregunta más de lo que escuchar.

La Lectura de la Palabra trae a mi corazón tu respuesta, María, a través de la experiencia vivida por una simple mujer, tan sencilla e ignorada que su nombre no quedó en el corazón de los testigos. La Iglesia la llamará "la hemorroísa”

Escucho que el sacerdote lee: "Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor”

Y antes de que las preguntas broten en el alma, me invitas, María a la orilla del lago. Jesús desciende de la barca.

Uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, suplica al Maestro por su hijita. Jesús va con él. La multitud le rodea y lo aprieta por todos lados.

Caminamos entre la gente. Te escucho, Madre.

- Aunque veas muchos, no te inquietes. Para Jesús son "cada uno”…

A nuestro lado camina la hemorroísa. Una pobre mujer enferma y casi sin esperanza… Aún en medio de su dolor piensa "Con sólo tocar su manto quedaré curada”

- Mira tu propio corazón, hija mía- dices, mostrándome caminos.

Busco en mi interior y siento que mi corazón sangra tanto como el cuerpo de la enferma…

El viento de la tarde tiene compasión de mí y agita el manto del Maestro…

Y eso es lo que me presentas, María.

Un manto agitado por el viento. Unos flecos que rozan mis dedos suplicantes…

No me atrevo a aprisionar los flecos por temor a romper la tela.

- No temas, hija mía- siempre a mi lado, Madre, siempre atenta- yo lo he tejido, sé lo que alberga y lo que significa.

Estirar la mano y tomar los flecos es un paso que debe dar mi alma. Un paso de confianza serena y paciente espera.

Igual que la pobre mujer, yo también he gastado todo lo que tenía buscando curaciones fáciles. Y lo que tenía eran la gracia y la paz de Cristo. Mis bienes eran mis dones y los malgasté. Al igual que la pobre mujer, cada vez estaba peor…

Si el camino no me lleva a Jesús, Madrecita, es malgasto del alma.

Un manto y unos flecos. Pequeños milagros en espera. Estiro una mano, sólo una, pues la otra toma fuertemente la tuya, María

Y el alma respira el milagro y el Maestro torna su mirada y pregunta "¿Quién tocó mi manto?”

La pregunta no es comprendida por los demás, únicamente por quien ha recibido el milagro…

Y Jesús busca mis ojos. Y siento necesidad de arrojarme a sus pies ¿Cómo? ¿Dónde? Y te pregunto, Madre, y me respondes serenamente:

La mujer, de rodillas, le confesó su verdad. Piensa, hija ¿Dónde está mi Hijo en espera de que le confieses la tuya?

Y mi alma ansía entonces el Sacramento de la Penitencia. El milagro se ha completado.

Terminada la Misa busco al sacerdote pidiéndole el Santo Sacramento.

Necesito escuchar, de Jesús, las mismas palabras que oyera aquella pobre mujer:”Vete en paz, quedas curada”

Con el alma serena miro a mi alrededor, buscando a mis amigas. Todas se han ido ya. La parroquia queda en silencio.

Y me viene el recuerdo de esa pobre mujer que mientras Jesús "todavía estaba hablando llegaron unas personas de la casa del Jefe de la Sinagoga ”

Todos partieron tras Jesús y la pobre se quedó sola… Necesitaba hablar con alguien, pero había quedado sola. Mi corazón te ve acercarte a ella, María, acercarte y escucharla. Ella te cuenta su historia, sus penas, hasta sus pensamientos, esos pensamientos que luego contarás a los discípulos.

Cuando quedamos solos, María, Tu estás allí, siempre… gracias… gracias… gracias…

Amigo, amiga que has compartido conmigo este momento. El manto de Jesús, tejido por María, tiene unos flecos que esperan el roce de tus dedos. No temas, confía. Jesús tiene para ti Palabras de vida eterna….



NOTA de la autora

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

viernes, 18 de septiembre de 2015

Qué hacer para no pecar

Huir de las ocasiones.
Siempre se nos inculca que en todo debemos ser valientes y enfrentar las cosas y los problemas. Pero en lo que se trata de la tentación, el valiente es quien huye de ella, es decir, que para vencer y ser valiente, debemos huir de las ocasiones de pecado, por lo menos de las ocasiones próximas de pecado.
No se puede uno exponer a la tentación con la idea de que Dios nos ayudará, porque ya dice la Sagrada Escritura que quien ama el peligro, perecerá en él. Y también se nos dice que a Dios no hay que tentarlo. Si nos ponemos voluntariamente en peligro de pecar, estamos tentando a Dios, que nos dejará sin los auxilios necesarios y caeremos miserablemente en el pecado.
Por eso debemos ser prudentes y desconfiar de nosotros mismos, porque somos de carne, y la carne es débil. Aparte estamos muy debilitados ya que casi ni rezamos, siendo que la oración es la que nos da la fuerza para resistir las tentaciones.
Así que hagamos el propósito de no exponernos a las ocasiones próximas de pecado, porque ya el sólo hecho de hacerlo, es pecado en sí mismo, por temeridad.

Qué hacer para obtener Misericordia

Reconocernos pecadores.
Nadie es justo y santo fuera de Jesús y María. Por eso nosotros debemos darnos cuenta de que somos pecadores y así la misericordia de Dios tendrá un punto de atracción hacia nosotros, porque la Misericordia divina actúa donde hay pecados que consumir.
Pensemos que es tan grande el amor de Jesús por los pecadores, que la verdad casi nos convendría pecar, para ser perdonados. Por supuesto no hay que pecar jamás. Pero como bien dice el pregón pascual: “Feliz culpa que nos mereció tan grande Redentor”. Es decir que si bien jamás hay que pecar, sepamos que si tuvimos la desgracia de pecar, Dios nos perdonará y nos colmará de su amor, más incluso que si no hubiéramos caído.
El problema no está tanto en que hemos pecado, sino en cómo reaccionamos ante ese pecado, si nos humillamos y lloramos a los pies del Señor, o por el contrario somos soberbios y duros de corazón. En el primer caso Dios olvida todo nuestro pecado y nos colma de gracias y favores celestiales, y de su amor; en el segundo caso Dios nos deja en nuestro pecado, y así vamos descendiendo cada vez más por el camino que baja al abismo.
¡Pero si se lo decimos todos los días a María: Ruega por nosotros pecadores! ¿Y queremos creernos santos y sin pecado? Si el justo cae siete veces, ¿qué no haremos nosotros?
Y aunque por gracia de Dios ya no caigamos en faltas graves, mucho más debemos agradecer a Dios, porque ello es más mérito de Dios que nuestro, ya que si nos dejara de su mano, caeríamos en las cosas más aberrantes.

Qué hacer para convertirnos

Pensar en el más allá.
No hay nada tan seguro en nuestra vida como que vamos a morir algún día. Sin embargo nos parece que ese día está lejanísimo, o que no será tan grave el paso de este mundo a la eternidad. De manera que no pensamos en el más allá, y nos olvidamos de que cuando morimos damos el salto a la eternidad, de alegría sin fin, o de horror sin término.
Si pensáramos en estas cosas que son lo que se llaman las postrimerías, seguramente encontraríamos la fuerza para convertirnos, y acercarnos a Dios por medio de un acto de contrición y la confesión con un sacerdote.
Ha dicho el Señor en una de sus revelaciones que, si los hombres se detuvieran a pensar un momento solamente en la palabra eternidad y en la palabra infierno, cambiaría radicalmente el mundo para bien. Pero los hombres no pensamos, y el demonio hace de todo para que ninguno reflexione. ¡Felices los que se detienen a pensar un poco en Dios, en el más allá, y en su alma! Esos tales encontrarán la manera de acercarse a Dios, de convertirse.
También es bueno ver la fugacidad de la vida, el paso de las riquezas y los honores, porque en este mundo todo es pasajero, y sólo Dios y la eternidad permanecen. Si pensamos en esto, entonces ya están dadas las condiciones para nuestra conversión, que debe comenzar, pero que será un proceso gradual y constante a lo largo de toda la vida.

Qué hacer para ser santos

Ser simples.
La verdad es que cuando uno a veces habla de santidad, ya se imagina las penitencias, los ayunos, las oraciones y todo lo que tiene que cumplir en su vida abnegada para alcanzar la santidad. Pero en realidad, si bien la santidad es un camino difícil, hay secretos que nos ayudan a alcanzarla con relativa facilidad. Por ejemplo la simplicidad. Efectivamente Dios es simple, y quiere que sus hijos sean simples como Él. Nosotros, en cambio, por ser hombres, tendemos a complicar las cosas.
Si tratamos de ser simples y sencillos, entonces estaremos en el camino que lleva a la santidad.
Y recordar que la santidad no es otra cosa que amar a Dios, perfecta o imperfectamente, basta que lo amemos. Y cuanto más amemos a Dios, tanto más santos seremos; sin olvidarnos que el amor a Dios tiene como dos amores, el amor a Dios propiamente dicho y el amor al prójimo, ambos se complementan, se requieren, y van juntos, de manera que no puede haber uno sin el otro, y forman una única realidad.
Busquemos la simplicidad, porque la santidad es simple, es ir soltando lastre para subir hacia las alturas, como los globos aerostáticos, que van soltando peso para ascender a las regiones celestes.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Jesús, un hombre como nosotros.
Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net

Yo no sé si encontraremos unas palabras sobre Jesucristo tan grandiosas, y tan sencillas a un tiempo, como las que trae el Catecismo de la Iglesia Católica tomándolas del Concilio, cuando nos dice:

El Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

Todo esto lo sabemos desde siempre y lo confesamos continuamente en el Credo, cuando decimos que el Hijo de Dios se hizo hombre. Es la verdad fundamental de nuestra fe.

Pero, ¿nos hemos puesto a pensar en lo que significa que Dios se haya hecho hombre? Pues significa esto precisamente: que el Hijo de Dios, una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, al hacerse hombre, y quedando Dios verdadero, ahora va a ser uno igual que nosotros.

Nos va a conocer como conocemos nosotros.
Nos va a querer como queremos nosotros.
Nos va a amar como amamos nosotros.
Va a trabajar con manos encallecidas como trabajamos nosotros.

Dios va a hacer todo lo nuestro con manos nuestras, va a entender con cerebro nuestro, va a amar con corazón nuestro...

Si este Dios no se gana nuestra voluntad, nuestro cariño, nuestro amor, nuestra adhesión, y si lo dejamos de lado no haciéndole caso ninguno, entonces Dios ha fracaso del todo con nosotros; pero también nosotros habremos fracasado del todo en la vida, y nos perderíamos sin excusa alguna. Porque Dios no ha podido hacer por nosotros más de lo que ha hecho.

Un científico alemán protestante, aunque lo llamaríamos mejor un descreído, profesor en la universidad, lanza en una reunión de gente sabia esta atrevida pregunta:
-¿Que Dios existe? No lo creo, porque, de existir, se cuidaría un poco más de los hombres.

Un caballero católico acepta el desafío y le contesta:
-Falso, señor profesor. Es usted quien no se ocupa de Dios, ya que Dios se ha preocupado bien de usted. Porque, para salvar a los hombres, el mismo Dios se ha hecho hombre.
El profesor reconoce su atrevimiento y empieza a pensar. No mucho después abrazaba el catolicismo.

Tener con nosotros a Dios hecho hombre, es la condescendencia suma a que Dios ha podido llegar. El Hombre Jesús nos descubre a Dios tal como es Dios con nosotros, porque es Dios quien actúa en Jesús para decirnos cómo Dios nos ama, cómo quiere que seamos, cómo quiere que actuemos en la vida, cómo vamos a ser después para siempre.

Dios ha hecho todas las cosas y en ellas ha dejado la huella de su propio ser, sobre todo de su amor. Por eso la creación entera es una revelación manifiesta de Dios. Dentro de la creación, el hombre es la criatura más excelsa, pues ha sido hecho como varón y como mujer a imagen y semejanza de Dios. Pero en Jesús, Dios ha manifestado toda su gloria en la máxima expresión. El Dios hecho Hombre ha revelado al hombre todo lo que Dios es, lo que ama, lo que promete y lo que va a ser para el hombre glorificado.
Si examinamos esas cuatro palabras clave del párrafo del Concilio y del Catecismo, descubrimos en ellas todo el abismo de la bondad de Dios.

¿Que Dios, en Jesús, trabaja con manos de hombre?... Entonces nosotros amamos nuestra fatiga, nuestro esfuerzo, nuestro deber diario. Si Dios ha hecho lo que hago yo, ¿por qué no voy a hacer yo lo que ha hecho Dios?...

¿Que Dios, en Jesús, piensa con inteligencia de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo mis pensamientos pueden ser un cielo límpio, bello, que refleje toda la hermosura del alma preciosa de Jesús?

¿Que Dios, en Jesús, quiso y se determinó con voluntad de hombre?... Entonces, ¿cómo debo yo abrazarme con todo el querer de Dios, si Dios mismo me enseña a hacerlo como Él?
¿Que Dios, en Jesús, amó y ama con corazón de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo el amor mío es un amor como el del mismo Dios?...

El hecho de la Encarnación del Hijo de Dios no ha podido ser invento nuestro. No hay hombre que pueda imaginarse algo semejante. Lo sabemos por revelación de Dios, y no es extraño que esta verdad cristiana tan fundamental haya sido objeto, desde la antigüedad hasta hoy, de discusiones acaloradas. Antiguamente se decían algunos herejes:
- ¿Dios unido a la materia? ¡Imposible!...
Hoy se han dicho algunos:
- ¿El hombre necesita a Dios? ¡No nos hace falta!...

Pero la verdad cristiana se mantiene firme: Dios, en Jesús, se hace hombre; y el hombre, en Jesús, llega a ser Dios.

Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Todo ha sido obra del amor de Dios para ganarse el amor del hombre y darle la salvación. ¿Cabe ahora en el hombre negar a Dios el amor y no aceptar la salvación que Dios le ofrece?... Algunos, harán lo que quieran. Otros, nos apegamos a ese Dios, que, en Jesús, lo es todo para nosotros...

miércoles, 16 de septiembre de 2015

María junto a la cruz
La Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz vale, es absolutamente necesaria para ser feliz. 

Autor: P. Fintan Kelly | Fuente: Catholic.net

La voluntad de Dios significó dolor, renuncia, humillación, obediencia, silencio, ocultamiento, insultos, desprecio, hasta el momento culminante de la cruz, cuando se consumó también para Ella su pasión junto a su Hijo amado. María no tuvo nunca voluntad propia, pues su vida, su ilusión, su gozo, su paz fue siempre lo que Dios le fue descubriendo como fruto de aquel sí generoso de la anunciación.

María junto a la cruz muestra más claramente el papel que juega María en la misión de su Hijo. Vimos antes que María, en su piedad, nunca fue una persona que se aislaba de su pueblo: al orar ella lo hacía como una hija de Israel. Ahora es miembro del nuevo "Israel" que es la Iglesia o nuevo pueblo de Dios fundado por su Hijo.

¿Cuál va a ser la función de María en este nuevo pueblo de Dios? Tenemos la gran ventaja de tener a nuestras espaldas más de 2000 años de reflexión teológica sobre esto. La Tradición de la Iglesia responde espontáneamente que es ser "Madre". La Iglesia tiene una Madre, pero ¿por qué era necesario que la Iglesia tuviera una Madre?

Con la ausencia visible de Jesús a través de su muerte, los discípulos iban a quedarse huérfanos. Para suplir esa orfandad forzada por la muerte de Jesús, Él mismo los encomendó a su Madre. Lo que cada uno tiene que hacer con María es "recibirla en su casa" al estilo de San Juan Evangelista.

Este recibir a María "en su casa" es sólo una imagen para indicar una realidad más profunda: hay que tener a María como Madre, como intercesora, como ejemplo... Esto es todo lo que viene a nuestra mente al pensar en la analogía de "Madre".

No podemos pasar por alto el hecho mismo de que María estaba junto a su cruz, acompañando a su Hijo. Aquí nos muestra una faceta que ya conocemos bastante bien de su personalidad: su gran fortaleza de espíritu. El hombre delante del sufrimiento se dobla fácilmente. No aguanta ver el sufrimiento, especialmente de sus seres queridos. Es común que la mujer se afecte ante escenas sangrientas y ciertamente es bien comprensible, tomando en cuenta la gran finura de alma de la mujer.

La imagen que nos da el Evangelio de María junto a la cruz ciertamente no es de una mujer histérica, maldiciendo a los verdugos y torturadores de su Hijo. Tiene dominio de sí misma, tratando de comprender el por qué su Hijo se dejaba tratar así. Es como si la madre de un soldado contemplara a su hijo dejándose torturar por personas muy inferiores a él en fuerza física, sin hacer nada por defenderse. María sabía que Él podía liberarse como supo que podía cambiar el agua en vino en Caná.

La fortaleza de María puede decir mucho al hombre moderno tan acostumbrado a lo fácil y lo muelle. El hombre trata de erradicar la cruz de su vida. No sólo desaparece de las paredes de las casas y de las escuelas, sino especialmente de los corazones de los hombres. Parece ser que para muchos es un símbolo de poco progreso, reminiscencias de la edad media, de tiempos superados... Sin embargo, la Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz todavía vale, es absolutamente necesaria para ser feliz.

Conversión de María, la pecadora, en la hora de la muerte

Se cuenta en la vida de sor Catalina de San Agustín que en el mismo lugar donde vivía esta sierva de Dios habitaba una mujer llamada María que en su juventud había sido una pecadora y aún de anciana continuaba obstinada en sus perversidades, de modo que, arrojada del pueblo, se vio obligada a vivir confinada en una cueva, donde murió abandonada de todos y sin los últimos sacramentos, por lo que la sepultaron en descampado.
Sor Catalina, que solía encomendar a Dios con gran devoción las almas de los que sabía que habían muerto, después de conocer la desdichada muerte de aquella pobre anciana, ni pensó en rezar por ella, teniéndola por condenada como la tenían todos.
Pasaron cuatro años, y un día se le apareció un alma en pena que le dijo:
– Sor Catalina, ¡qué desdicha la mía! Tú encomiendas a Dios las almas de los que mueren y sólo de mi alma no te has compadecido.
– ¿Quién eres tú? –le dijo la sierva de Dios.
– Yo soy –le respondió –la pobre María que murió en la cueva.
– Pero ¿te has salvado? –replicó sor Catalina.
– Sí, me he salvado por la misericordia de la Virgen María.
– Pero ¿cómo?
– Cuando me vi a las puertas de la muerte, viéndome tan llena de pecados y abandonada de todos, me volví hacia la Madre de Dios y le dije: Señora, tú eres el refugio de los abandonados; ahora yo me encuentro desamparada de todos; tú eres mi única esperanza, sólo tú me puedes ayudar, ten piedad de mí. La santa Virgen me obtuvo un acto de contrición, morí y me salvé; y ahora mi reina me ha otorgado que mis penas se abreviaran haciéndome sufrir en intensidad lo que hubiera debido purgar por muchos años; sólo necesito algunas misas para librarme del purgatorio. Te ruego las mandes celebrar que yo te prometo rezar siempre, especialmente a Dios y a María, por ti.
("Las Glorias de María" - San Alfonso María de Ligorio).

martes, 15 de septiembre de 2015

dolorosa
martes 15/SEP/15

Evangelio del día.

Jn 19, 25-27.
Nuestra Señora de los Dolores.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre, con su hermana María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a su madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Reflexión:
María está en lo más alto del Cielo por su relación única con Dios, ya que es Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Pero también está en ese lugar por su tremendo sufrimiento que es superior a todos los que padecieron los Santos y los Mártires juntos. Más alto se está en el Cielo cuanto mayor ha sido nuestro padecer aquí en la Tierra. Si pensamos en estas cosas nos vendrán ganas de padecer por amor a Dios para estar más cerca de Él en el Cielo. Se dice que si los Ángeles pudieran envidiar a los hombres, les envidiarían dos cosas: la Eucaristía y el padecer algo por Dios.
Pidamos a la Santísima Virgen que nos enseñe a valorar la cruz y nos dé el deseo de sufrir algo por amor a Dios como lo hicieron los Santos.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El amor de Cristo no tiene límites
El amor está en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance.

Autor: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: Catholic.net

Jesús nos amó hasta el final, dio la vida por nosotros. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,2).

Una de las características del amor de Cristo es que no tiene límites. Él se rompió amando, con sus palabras, con sus manos, con sus gestos, con sus actitudes. En aquella tarde, Jesús amó a los suyos como nadie los había amado hasta entonces, los amó, hasta el límite, hasta el fin, hasta el extremo, hasta dar la vida. Jesús demostró este amor al otro en el servicio y en el estar atento en las cosas pequeñas. "Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla se la ciñó luego echó agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida” (Jn 13.5). Echar agua, lavar, secar los pies, era un oficio de esclavos. Y Jesús se convierte en esclavo, en servidor; se empobrece, se rebaja poniéndose a sus pies. Este servicio humilde y callado lo hizo Jesús con sus discípulos; quien no se deje lavar los pies por él, no tendrá parte en su reino.

Jesús fue un hombre especial, extraordinario en generosidad, bueno de verdad, que pasó haciendo el bien sobre la tierra y curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él (Hch 10,38). Por eso Pablo aconsejaba a los cristianos como norma de vida: "Mantengamos fijos los ojos en Jesús" (Hb 12,2), para tener sus mismos sentimientos, para obrar como él. Fue enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Él vino para los casos difíciles, para "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

Jesús fue un hombre bueno, con una bondad de calado profundo, de inversión de valores, de búsqueda de lo esencial. Lo radical de su bondad estaba en el hecho de su estar "a la escucha" de las necesidades de los otros. Él dio su vida por todos, su entrega fue total, él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45). Nunca condenó a nadie, trató de salvar a todos, de dar vida y de ser vida y fuente de agua viva. Toda la vida de Jesús fue una donación al Padre y se entregó como precio de nuestra liberación. El "amarás a Dios con todo tu corazón y toda tu alma”, encuentra su nueva plenitud en la palabra y en vida de Jesús. Dios, para él, es el único bueno (Mc 10,18), el Padre amoroso (Mt 5, 45) que busca la oveja perdida (Lc 15,4-7), porque es un Dios que busca y acoge lo que se había perdido (Lc 15,2).

En sus enseñanzas repetía que lo más importante era buscar a Dios, su Reino, que no se preocuparan de lo demás. Mil veces invitaba a sus oyentes a no tener miedo, a no dudar, a creer de verdad (Jn 8,46). A todos les dio ejemplo de amor y el amor fue su único mandato. El amor se concretiza en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance. "Atender a cosas aún menudas, y no hacer caso de unas muy grandes”, porque "quedamos contentas con haber deseado las cosas imposibles y no echamos mano de las sencillas” (7M 4,14).

San Jerónimo escribió un comentario a las cartas de Juan, donde dice que cuando a Juan le preguntaban sus discípulos cristianos, constantemente respondía: "Hijos míos, amaos los unos a los otros”. Cansados los discípulos de esa machacona insistencia, le preguntaron que por qué repetía tanto lo de "amaos”. Su respuesta fue bien sencilla: "porque éste es el mandamiento del Señor, y si lo cumplimos es suficiente”.

Efectivamente, quien comprende y experimenta lo que es el amor, no puede por menos de gritar como Francisco de Asís: Dios es amor, amor, amor. Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Jn 4,16) El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Por eso insistía Juan: "Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn. 4, 7). Esto mismo había encomendado Jesús a sus discípulos y les pide que se ayuden, se apoyen, se consuelen. Por eso Jesús insistirá: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35).

Juan era un experto en la ciencia del amor, había comido junto a Jesús y había sentido el latir del corazón del Amado. En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros, en que ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros vivamos por él (1Jn 4,9). Para Juan el amor es la piedra angular del reino de Cristo (Jn 3,16) y exhorta siempre a los hermanos al amor recíproco (2Jn 5,6). El amor de Dios se ha revelado en un acontecimiento histórico: el hecho de Jesucristo, que inaugura el tiempo de la misericordia divina. Este acontecimiento histórico, revelación única y suficiente de Dios manifiesta también que Dios no sólo ha amado y ama, sino que "es amor” (1Jn 4,8).

Juan aprendió muy bien la lección del amor, como lo más importante y como lo único que merecía enseñarse e insistir. La primera carta de Juan es una joya. De ella entresaco algunos pensamientos.
- El que ama a su hermano, ése es hijo de Dios (3,10).
- Quien ama a su hermano ha pasado de la muerte a la vida (3,14).
- Amar de verdad es dar su vida por el hermano (4,10).
- El que ama comparte sus bienes con el hermano necesitado (4,17).
- Amarnos es cumplir lo que Jesús nos mandó (3,23).
- El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (4,7).
- Nuestro deber de amar se funda en que Él nos amó (4,11)
- Si amamos al hermano, Dios permanece en nosotros (4,12).
- Amemos, ya que Él nos amó primero (4,19).
- Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4, 20).
- Si alguien ama a Dios, ame también a su hermano (4, 21).

martes, 8 de septiembre de 2015

Hoy, fiesta del nacimiento de la Virgen María
Sentimos inmensa alegría, felicitamos a la Virgen María en la fiesta de cumpleaños.

Autor: Don Ángel Moreno de Buenafuente | Fuente: www.la-oracion.com

Hoy, fiesta del nacimiento de la Virgen María, Estrella de la mañana, como la invoca San Bernardo, quiero poner nombres a la constelación celeste que corona a la Mujer vestida de sol y que tiene a la luna por pedestal, la dispuesta por Dios para ser madre suya.

María es la Inmaculada, la concebida sin pecado. Dios podía liberar a quien iba a ser madre de su Hijo de toda mancha de pecado, lo quiso y lo realizó. Ella es la sin-pecado.

María es la colmada de gracia, la amada de Dios; así la llama el ángel Gabriel como nombre propio, y esa identidad configura esencialmente la vida de la Nazarena.

María es la mujer creyente, la que se fía de Dios; así la saluda su prima Isabel: "Dichosa tu, que has creído". Ella es nuestra madre en la fe.

María es , que abandona su propio proyecto por el que le revela el Ángel de Dios: "Hágase en mí según tu Palabra".

María es la madre del Verbo encarnado: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo", el Hijo de Dios. Es la madre de Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero, es también verdadera Madre de Dios.

María es la contemplativa por excelencia, ella "guardaba todas estas cosas en su corazón". Maestra en acoger la Palabra, meditarla y alumbrarla.

María es la mujer servicial: "Subió deprisa a la montaña a servir a su prima". Ella se tiene por esclava, servidora del Señor, y de cuantos tengan necesidad de su ayuda.

María es la mujer agradecida, sensible a los dones recibidos. No se cree con derechos y reconoce a quien es la causa de su privilegio: "Proclama mi alma la grandeza del Señor".

María es mujer solidaria, sensible, social. La vemos actuar en el marco de una boda de manera comprometida cuando le dice a su Hijo: "No tienen vino".

María es la mujer fuerte, no se arredra frente a la dificultad. "Junto a la Cruz estaba María, su madre".

María es la mujer orante; dialogó con el Ángel, acudió al templo con angustia buscando a su Hijo, se reunió con los discípulos a la esperan del don del Espíritu Santo.

María es la mujer ensalzada, gloriosa, colocada junto a su Hijo en el cielo.

Por todos estos motivos, a la vez que sentimos inmensa alegría, felicitamos a la Virgen María en la fiesta de cumpleaños.

Por el nacimiento de María se enciende nuestra esperanza, el sentido de nuestra peregrinación. Ella, Medianera de todas las gracias, permanece en el desierto como mujer entrañable.

Evangelio del día.

Mt 1, 1-16. 18-23.
Natividad de la Santísima Virgen María.
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, Judá engrendró, de Tamar, a Fares y a Zara, Fares engendró a Esrom, Esrom engendró a Aram, Aram engendró a Aminadab, Aminadab engrendró a Naassón, Naassón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz, Booz engendró, de Rut, a Obed, Obed engendró a Jesé, Jesé engendró al rey David. David engendró, de la que fue mujer de Urías, a Salomón, Salomón engendró a Roboam, Roboam engendró a Abiá, Abiá engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Joram, Joram engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatam, Joatam engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amón, Amón engendró a Josías, Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliakim, Eliakim engendró a Azor, Azor engendró a Sadoq, Sadoq engendró a Aquim, Aquim engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Mattán, Mattán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo. Jesucristo fue engendrado así: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: ‘La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel’, que traducido significa: ‘Dios con nosotros’.
Reflexión:
Hoy la Iglesia celebra el Nacimiento de María Santísima, que fue concebida el 8 de diciembre, la Inmaculada Concepción, y nace nueve meses después, el 8 de septiembre, que celebramos hoy.
Y se puede decir que con el nacimiento de María, ya Satanás está vencido, pues de Ella nacería Cristo, el que aplastó la cabeza de la serpiente infernal con su Pasión, Muerte y Resurrección.
Hoy es un buen día para preguntarnos si tenemos a María una especial devoción, ya que quien es devoto de María tiene su salvación eterna asegurada, porque María no dejará que se pierda ni uno solo de sus verdaderos devotos.
Aunque estemos ya con un pie en el Infierno y nuestra vida deje mucho que desear, porque estamos lejos de Dios y de sus mandamientos, ¡no desconfiemos de María, que es Refugio de los pecadores, y que nos quiere salvar! Acudamos a María, que es la misma Piedad, recordando que no hay ninguno que haya recurrido a la Virgen y se haya visto rechazado o no atendido convenientemente.
Veneremos con amor profundo el Nacimiento de esta Pequeñita, que vence a todo el Infierno con su humildad y pureza solo inferior a Dios.
Pidamos a María recién nacida que nos dé la gracia de ser también nosotros pequeñitos como Ella, para agradar a Dios como Ella le agradó.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
Somos una... solo una Iglesia
Jesucristo dotó a su única Iglesia de una estructura jerárquica que hemos de respetar, aceptar plenamente. 

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net

Todos los cristianos somos hoy conscientes de lo que significan esas palabras tiernas y emocionadas de Jesús en la Ultima Cena, cuando le pedía al Padre: ¡Que sean uno!...

Jesús conocía de sobra nuestra tendencia a la división. A capitanear cada cual su grupo haciendo imposible la cooperación, aunque sea para la causa más justa y más santa.

Esto es muy propio nuestro desde que Satanás en el paraíso metió tan profundamente en nuestro ser el orgullo de que él está lleno, porque Satanás no es más que orgullo y desamor. Jesús preveía el mal que se echaría sobre su Iglesia, y pide a gritos: ¡Unión! ¡Unión! ¡Unión!... Unión en la única Iglesia mía. Los hermanos que vivimos separados, entendemos hoy muy bien este anhelo de Jesucristo, y por eso buscamos la unión entre todos los cristianos.

El director de una revista anotaba hace ya mucho tiempo cómo la sociedad se iba dividiendo hasta pulverizarse. Pero fue optimista, y mirando a las diversas Iglesias cristianas expresó así su pensamiento:
- Nos hallamos dolorosa e injustamente pulverizados. Pero esto es providencial. El polvo se puede amalgamar, y convertirse en una masa compacta, dura, resistente.

Muy bien dicho. La Iglesia, en la mente de Jesucristo, es la llamada a unir a la Humanidad en el amor, pero para ello debe empezar por estar unida ella misma, tal como la instituyó su fundador Jesucristo.

El Papa Pablo Sexto, que vivió intensamente el misterio de la Iglesia, decía en una de sus primeras catequesis:
La Iglesia es UNA, por la unidad de la fe, por la unidad del culto, por la unidad de la autoridad suprema.
Tiene una unidad estructural y orgánica: es un cuerpo, un edificio, un reino. Es comunitaria y es jerárquica. Es orgánica y concorde.

Lo confesamos con ese canto hermoso, de inspiración paulina:
- Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre...
Y esto, como lo ha querido Jesucristo, dirigidos y aglutinados en una autoridad visible, el Papa, que hace las veces de Jesucristo, por voluntad expresa del Señor.

Es conocida la visita de aquellas mujeres japonesas al primer misionero que llegó al Imperio del Sol naciente después de tres siglos cerrado al Occidente. Ya la narramos una vez en nuestros mensajes. Pues otra muy parecida realizaron unos hombres a otro Padre, en una región donde parecía que se había extinguido la religión católica. Llegan juntos, y uno saca de entre los pliegues de su vestido un Crucifijo que fue destrozado durante la persecución:
- Oye, extranjero, ¿conoces tú a éste?
- Sí; es nuestro Salvador, que murió en la cruz por los pecados de los hombres.
Los visitantes hacen con la cabeza una señal afirmativa. Sacan entonces una imagen ya muy vieja de la Virgen María:
- ¿Y sabes tú quién es ésta?
El misionero la toma, y la besa con amor:
- Sí, claro; es la Madre bendita de nuestro Salvador.
Los visitantes empiezan a sonreír felices. Pero el que capitaneaba el grupo hace la pregunta más comprometedora:
- Quisiera saber si tú conoces a un Obispo que vive en una ciudad lejana, grande, y que dice que le tienen que obedecer todos, porque Cristo lo constituyó Vicario suyo. ¿Es cierto eso?
El misionero se asombra, mientras piensa que le tienden una trampa inspirada por los mercaderes protestantes. Así y todo, les contesta:
- Sí, lo conozco también. Es el Papa, el Padre Santo, el sucesor de Pedro, y que está en Roma, y es él quien nos ha enviado a mí y a los otros misioneros católicos a vosotros para que os anunciemos la buena nueva de la Salvación y os comuniquemos la gracia de Cristo por los Sacramentos.
Era todo lo que querían saber aquellos sagaces japoneses. Llenos de alegría se tiran al cuello del misionero, gritando:
- ¡Tenemos una misma fe, tenemos un mismo corazón!
Este caso vale también por mil discursos.

Sin sacerdotes durante casi trescientos años después de las sangrientas persecuciones, pero allí estaba viva la Iglesia, UNA, con la misma fe y el mismo amor, unida con el pensamiento y el corazón a la Iglesia de Roma, que liga, une y estrecha a todas las Iglesias particulares extendidas por el mundo entero.

Mirando ahora a nuestra vida en particular, nos damos cuenta de lo que comporta el vivir, mantener y fomentar la unidad de la Iglesia. Si Jesucristo hubiera instituido varias Iglesias, y si a su Iglesia la hubiera dejado en el mundo como un movimiento inorgánico, bastaría ser cristiano sin más, cada uno como quisiera y donde quisiera. Pero, no. Jesucristo dotó a su única Iglesia de una estructura jerárquica que hemos de respetar, aceptar plenamente y mantenerla con una fidelidad a toda prueba. Romper esa unidad es desgarrar el cuerpo de Cristo.

Como sabemos esto muy bien, nosotros juramos fidelidad inquebrantable al Vicario de Jesucristo, estrechamos nuestros corazones en la unidad, y mostramos así al mundo que la Iglesia es UNA en Cristo, como es UNO el Dios que, en tres Personas distintas, permanece en unidad irrompible.

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