viernes, 29 de diciembre de 2017


 

D. Manuel González García
Apóstol de los Sagrarios Abandonados


Por: Damián Darelli |  




Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó D. Manuel González García.
Leyó y enseñó a leer el Evangelio a la luz de la lámpara de un sagrario.
Fue su lección preferida.
La misma que sigue brindando hoy en su obra.

Don Manuel González García nació en Sevilla, un 25 de febrero de 1877.
Familia numerosa la suya: Manuel fue el cuarto de cinco hermanos. Muy pequeño aún, tuvo la suerte de ingresar en el Colegio San Miguel, donde se formaban los niños de coro de la Giralda.
Antes de los diez años ya era uno de los seises de la Catedral, que cantaba y danzaba ante el Santísimo en las fiestas del Corpus y de la Inmaculada.

Seminarista a los doce, tiene calificación sobresaliente en todos los cursos y en todas las asignaturas. Fueron quince años de estudios, hasta llegar al doctorado en Teología y la licenciatura en Derecho Canónico. Lo ordena sacerdote en Sevilla el famoso Cardenal Spínola en 1901. Y ahora comienza su experiencia fuerte de la Eucaristía.

Don Manuel queda impactado por el desolador abandono del sagrario en un pueblecito andaluz, a1 estrenar su primera misión popular. Un hecho para el que buscará remedio mientras Dios le dé vida.

A los cuatro años de su sacerdocio, es nombrado arcipreste de Huelva. Funda su primera Revista de catequesis eucarística, el famoso Granito de arena (1907).
Inaugura y bendice escuelas populares, interviene en las Semanas Sociales de Sevilla, funda la Obra de las Tres Marías de los Sagrarios-Calvarios (1910), escribe el primer libro de una serie fecundísima de títulos: Lo que puede un cura hoy, funda para los niños, Los Juanitos del Sagrario (1912).

Consagrado Obispo en 1916, crea los Misioneros Eucarísticos Diocesanos (1918) y un poco más tarde las Hermanas Marías Nazarenas (1921), las mismas que conocemos hoy con el nombre de Misioneras Eucarísticas de Nazaret.

Pero lo más dramático de su vida está por llegar. Consagrado Obispo el 16 de enero del 1916, Don Manuel lo será de Málaga durante casi 20 años (1916-1935). Y es aquí, en esta su entrañable Málaga, después de 15 años de una incansable labor pastoral, educativa y social, donde el Señor le da a beber el cáliz de la amargura al estallar las algaradas anticlericales de la
Segunda República (1931). La trágica noche del 11 de Mayo de 1931 una masa furibunda -aunque de pobre gente-, azuzada y teledirigida por los políticos de turno, incendia el Palacio Episcopal y reduce a cenizas los tesoros archivísticos, artísticos y documentales, no sólo de este lugar sino de la mayoría de los templos y conventos de Málaga.

Don Manuel y sus familiares, tras refugiarse en los sótanos, salen milagrosamente por una puerta trasera del edificio en llamas.
Descubiertos se ven acosados y seguidos por los incendiarios, que sin embargo, no se atreven a tocarlos. Expulsado de la ciudad, se refugia en Gibraltar, donde le da acogida el Obispo local, Mons. Richard Fitgerald, un 13 de Junio de 1931.

Ya no volverá jamás a su querida ciudad de Málaga, donde, como hemos dicho, había realizado una intensa labor como pastor y en la que había levantado su hermoso seminario...¿Quién podrá olvidar la forma original que ideó para inaugurarlo?

El solemne acto tuvo lugar el 17 de octubre de 1919. Ese día, unos tres mil niños celebran en la explanada del seminario el banquete inaugural. Pero entiéndase bien, en lugar del acostumbrado y suculento banquete, reservado a un número pequeño de personajes y autoridades, fueron éstas el propio Sr. Obispo, el Gobernador, el Alcalde y los profesores del Seminario quienes sirvieron la mesa a los pequeños.

Pero a Don Manuel le queda prácticamente vedado el regreso.
Tiene que trasladarse a Madrid, como un exiliado, un indeseable o un peligroso cualquiera. Pese a todo, su celo por el Señor del Sagrario no cesa, y en esa época funda su obra la Reparación Infantil Eucarística (R.I.E.)

En 1935 es nombrado Obispo de Palencia. Son los cinco últimos años de su vida; 1936-1940- Es ahí en donde tiene la fortuna de conocer, en la Trapa de Dueñas, al Beato Hermano Rafael. Todavía encuentra tiempo para crear su última publicación periódica, la revista infantil REINE desde su nueva sede diocesana.
Soporta, Don Manuel el mayor dolor de su vida: la guerra civil española, y con ella el mayor número de sagrarios profanados, en toda la historia de España, según expresión suya.

En Palencia le sobreviene su última enfermedad. Fallece en Madrid, en el Sanatorio del Rosario, el 4 de enero de 1940. Y es sepultado en su preciosa Catedral palentina en la Capilla del Santísimo en donde hasta hoy reposan sus restos mortales bajo la inscripción sepulcral que él mismo dictó.

“Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida , estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado!”

APÓSTOL DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

Don Manuel González García es un Obispo universalmente conocido por su vida y por su obra. Ocupa en el catolicismo español de la primera mitad del siglo xx un lugar preeminente e indiscutible.

Don Manuel González, el famoso arcipreste de Huelva, el benemérito pastor de Málaga y Palencia, se nos muestra como un perfecto testigo de Jesucristo, como un acabado modelo de heroica fe eucarística. Hoy, a más de medio siglo de su muerte, sigue transmitiéndonos su profético mensaje a través del lanzallamas ardiente de su pluma. Continúa hablando a las nuevas generaciones cristianas con el mismo ímpetu suavemente arrollador, infatigablemente persuasivo, eucarísticamente irresistible. Habló mucho, y escribió siempre, dejando rienda suelta a la rica abundancia de su gran corazón. Pero creyó y oró mucho más, y por eso su semilla produjo el ciento por uno.

Las virtudes recias y ejemplarmente pastorales de Don Manuel resplandecen, cada vez más , por ello fue declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II, el 6 de marzo de 1998 y será Beatificado el 29 de abril de 2001.

Su personalidad es inconmensurable como sacerdote, como obispo, como fundador, como catequista, como escritor y como heraldo y misionero de la Eucaristía. Aquí radica precisamente su título más glorioso; Apóstol de los Sagrarios Abandonados.

Hablar de Don Manuel González es hablar necesariamente de la Eucaristía y del Evangelio: la Eucaristía profundamente entendida a través del Evangelio.
El Evangelio plenamente vivido a través de la Eucaristía. Ese es el sencillo anverso y reverso de su testimonio y mensaje, siempre actual e imperecedero, porque supo beberlo en la fuente inagotable de donde mana toda su fuerza eclesial. Hoy como ayer, late vivo y fulgurante el ideal eucarístico que absorbió toda su vida al servicio de ese trato íntimo, afectuoso, rendido, imitativo, transformador, perenne, de los hombres con el Dios Hijo, Cordero de nuestros altares y de nuestros Sagrarios.

Practicó sin desmayo y predicó sin cansancio una auténtica piedad centrada en la Eucaristía, buscando en cada Misa, en cada Comunión y en cada visita la savia vivificante del testimonio cristiano, limpio y transparente ante Dios y ante los hombres. Los lectores de su obra saborearán el carisma eucarístico con que Dios quiso enriquecerlo, desde su inefable experiencia de Palomares del Río, donde palpó en toda su crudeza, el abandono de los hombres hacia la Eucaristía.

Todo su vocabulario ascético cabe en dos palabras densamente programáticas para una espiritualidad dinámicamente renovadora: abandono y compañía.

Llegó a experimentar tan sensiblemente el dogma de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía que casi no necesitaba la fe para creer, como él solía decir, ya que sentía muy cerca de sí al Señor. Acertó a hablar de la Eucaristía porque acertó a creer en ella. Esa es la clave de tanta pujanza mística derramada en todos sus escritos como prodigioso caudal que todo lo fecunda. Con sobrada razón se ha dicho que sus obras se convierten en limpio espejo de su alma, siendo al mismo tiempo su mejor autobiografía.
Pero él no quiso tener otro ideal pastoral ni otro programa que el Sagrario, donde Jesús permanece con nosotros hasta la consumación de los siglos.

Los biógrafos coinciden en resaltar varias de sus cualidades más características: unción de estilo, transparencia de ideas, solidez de doctrina, gracia cautivadora, actitud de reparación, actualidad de pensamiento. Quien lea su obra lo podrá confirmar con su personal experiencia y su propia edificación, puesto que tendrá la singular sensación de participar de alguna manera en sus vivencias transidas de original fervor eucarístico.

Don Manuel González resulta muy actual. Sus reflexiones pensamientos y sugerencias resultan sorprendentemente sincronizadas con las enseñanzas conciliares y encajan maravillosamente en la renovada espiritualidad postconciliar de la Iglesia de hoy. Desde luego habla de la adoración Eucarística con acento encendido pues su alma incandescente se abismó de continuo en la fiel contemplación del Sagrario, del cual se sintió en todo instante prisionero y apóstol. Nadie podrá discutirle un destacado puesto en la historia moderna de la espiritualidad eucarística.

UN FARO DE LUZ

Aquí en Sevilla es obligado recordar a quién fue sacerdote de esta archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente: Don Manuel González, el Obispo de los Sagrarios abandonados. Él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces, tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.

Juan Pablo II
45º Congreso Eucarístico Internacional
Sevilla, 1992

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís

jueves, 7 de diciembre de 2017

Poder de la Virgen.

Mientras Santo Domingo predicaba el rosario cerca de Carcasona, le presentaron un albigense poseído del demonio. Exorcizólo el Santo en presencia de una gran muchedumbre. Se cree que estaban presentes más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este infeliz fueron obligados a responder, a pesar suyo, a las preguntas del Santo y confesaron:
1.º que eran quince mil los que poseían el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del rosario;
2.º que con el rosario que Santo Domingo predicaba causaba terror y espanto a todo el infierno y que era el hombre más odiado por ellos a causa de las almas que arrebataba con la devoción del rosario;
3.º revelaron, además, muchos otros particulares.
Santo Domingo arrojó su rosario al cuello del poseso y les preguntó que de todos los santos del cielo, a quién temían más y a quién debían amar más los mortales.
A esta pregunta los demonios prorrumpieron en alaridos tan espantosos que la mayor parte de los oyentes cayó en tierra, sobrecogidos de espanto. Los espíritus malignos, para no responder, comenzaron a llorar y lamentarse en forma tan lastimera y conmovedora, que muchos de los presentes empezaron también a llorar movidos por natural compasión. Y decían en voz dolorida por la boca del poseso: “¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño! Tú que tienes compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!”
El Santo, sin inmutarse ante las dolientes palabras de los espíritus, les respondió que no dejaría de atormentarlos hasta que hubieran respondido a sus preguntas. Dijéronle los demonios que responderían, pero en secreto y al oído, no ante todo el mundo. Insistió el Santo, y les ordenó que hablaran en voz alta. Pero su insistencia fue inútil: los diablos no quisieron decir palabra. Entonces, el Santo se puso de rodillas y elevó a la Santísima Virgen esta plegaria: “¡Oh excelentísima Virgen María! ¡Por virtud de tu salterio y rosario, ordena a estos enemigos del género humano que respondan a mi pregunta!” Hecha esta oración, salió una llama ardiente de las orejas, nariz y boca del poseso. Los presentes temblaron de espanto, pero ninguno sufrió daño. Los diablos gritaron entonces: “Domingo, te rogamos por la pasión de Jesucristo y los méritos de su Santísima Madre y de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir palabra. Los ángeles, cuando tú lo quieras, te lo revelarán. ¿Por qué darnos crédito? No nos atormentes más: ¡ten piedad de nosotros!”
“¡Infelices sois e indignos de ser oídos!”, respondió Santo Domingo. Y, arrodillándose, elevó esta plegaria a la Santísima Virgen: “Madre dignísima de la Sabiduría, te ruego en favor del pueblo aquí presente –instruido ya sobre la forma de recitar bien la salutación angélica–. ¡Obliga a estos enemigos tuyos a confesar públicamente aquí la plena y auténtica verdad al respecto!”
Había apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado a la Santísima Virgen rodeada de multitud de ángeles que con una varilla de oro en la mano golpeaba al poseso y le decía: “¡Responde a Domingo, mi servidor!” Nótese que nadie veía ni oía a la Santísima Virgen, fuera de Santo Domingo.
Entonces los demonios comenzaron a gritar:
“¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión –obligados por la violencia que nos hacen–, que nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.”
Entonces, Santo Domingo hizo rezar el rosario a todos los asistentes muy lenta y devotamente. Y a cada avemaría que recitaban –¡cosa sorprendente!– salía del cuerpo del poseso gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos. Cuando salieron todos los demonios y el hereje quedó completamente liberado, la Santísima Virgen dio su bendición –aunque invisiblemente– a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría.
Este milagro fue causa de la conversión de muchos herejes, que llegaron hasta ingresar en la Cofradía del Santo Rosario.
(De “El Secreto del Rosario”, San Luis María Grignion de Montfort)

El Santo Rosario: arma poderosa

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Sor Lucía, vidente de Fátima

El 26 de Diciembre de 1957, el Padre Agustín Fuentes, Postulador de la Causa de Beatificación de Francisco y Jacinta Marto, entrevistó a Sor Lucía Dos Santos, vidente de las apariciones de Fátima. En el curso de esa entrevista, le dijo Sor Lucía al Padre Fuentes:
"… La Santísima Virgen nos dijo, tanto a mis primos como a mí, que 2 eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el Santo Rosario y el Inmaculado Corazón de María…"
"… Mire, Padre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en que estamos viviendo, ha dado una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario, de tal manera que ahora no hay problema por más difícil que sea: sea temporal y, sobre todo, espiritual; sea que se refiera a la vida personal de cada uno de nosotros o a la vida de nuestras familias del mundo o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario".
"Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas. Por eso, el demonio hará todo lo posible para distraernos de esta devoción; nos pondrá multitud de pretextos: cansancio, ocupaciones, etc., para que no recemos el Santo Rosario".
"Si nos dieran un programa más difícil de salvación, muchas almas que se condenarán tendrían el pretexto de que no pudieron realizar dicho programa. Pero ahora el programa es brevísimo y fácil: rezar el Santo Rosario. Con el Rosario practicaremos los Santos Mandamientos, aprovecharemos la frecuencia de los Sacramentos, procuraremos cumplir perfectamente nuestros deberes de estado y hacer lo que Dios quiere de cada uno de nosotros".
"El Rosario es el arma de combate de las batallas espirituales de los Últimos Tiempos".

sábado, 25 de noviembre de 2017

Lectura espiritual

Ejemplo 14.
Salió del mundo para ir al cielo...
Un misionero redentorista escribe:
En el año 1959 mandé carta a diez mil enfermos, con la estampa de las tres Avemarías
Poco tiempo después me llamaba uno de ellos.
Era un hombre ilustre en el mundo de las Letras y de la Jurisprudencia.
Lo conocía desde hacía ocho años.
Al saludarle, me dijo:
–Le he llamado para que sea usted testigo de un milagro de conversión de un pecador, que hay que atribuir a la devoción de las Tres Avemarías.
–¿Dónde está ese pecador? –le dije.
Y él, seriamente, exclamó:
–Soy yo, Padre. Quiero confesarme. Y tenga paciencia porque tenemos para un buen rato.
–Según recibí su carta –siguió diciendo–, tomé la estampa y empecé a rezar mañana y tarde las tres Avemarías, con la jaculatoria impresa: “María, Madre mía, líbrame de caer en pecado mortal”. Luego la corregí, para decir: “María, Madre mía, líbrame de morir en pecado mortal”... Y esta mañana he sentido el impulso de hacer lo que debiera haber hecho hace más de cincuenta años.
Le confesé... Un mes exacto después moría de repente.
Dos días antes le había vuelto a confesar, y me había dicho:
–Padre, yo voy a morir. Me falla el corazón desde hace un mes, desde aquel día que me oyó usted en confesión. ¡Es demasiada mi alegría y mi gratitud a la Santísima Virgen, para que pueda vivir más en este pícaro mundo!

domingo, 19 de noviembre de 2017

Vivir católico

Pureza.
Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios, ha dicho el Señor en el Evangelio.
Y ésta es una gran verdad que se comprueba en este mundo moderno, que vive en la impureza y por eso es incapaz de ver a Dios y de entender las cosas de Dios.
El demonio trata en primer lugar de inducirnos a la impureza, porque sabe que a través de este pecado nos va desmantelando toda la vida espiritual.
No es por casualidad que a Jesús en el desierto el demonio le tentó primero con el pan, que es el símbolo de la sensualidad, es decir lo tentó con la mujer.
Satanás es muy hábil en este tipo de tentaciones, porque la tentación de la carne es la tentación más fuerte en el hombre. Y el demonio se burla de nuestras caídas, ya que él, por ser ángel, por ser espíritu, ignora completamente lo que significa tener un cuerpo como nosotros, y somos muy despreciables para él cuando caemos en estos pecados de impureza.
La Virgen ha dicho en Fátima que los pecados que llevan más almas al Infierno son los de la carne, y esto no es de poca monta. Y si echamos una mirada a nuestro alrededor, podemos decir sin equivocarnos que hoy más que nunca la impureza inunda el mundo. ¿Quién conserva la pureza y la castidad hoy en día? Los que luchan valientemente, los que rezan y reciben la Eucaristía, los que dominan sus ojos y deseos, los que apagan el televisor y no miran películas de cine, los que tienen una tierna y fuerte devoción a María Santísima, en definitiva los que combaten contra este mundo que, hoy más que nunca, está en poder del Maligno.
Pero ¡atención!, que debemos ser puros, pero humildes y sencillos, sin juzgar ni condenar a nadie por pecador que sea o haya sido. Que no se cumpla con nosotros ese dicho que dice: “Puros como ángeles y soberbios como demonios”.
Sepamos compadecer a los que no pueden guardar la pureza, los que han caído. Y demos gracias a Dios si nosotros conservamos la pureza y no caemos, porque es una gracia de Dios que, si nos dejara de sus manos, caeríamos en los más graves pecados.
Afirma Santo Tomás de Aquino que "hay tres cosas que Dios no podría haber hecho más sublimes de lo que son: la Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, la gloria de los elegidos y la incomparable Madre de Dios, de quien se dice que Dios no pudo hacer ninguna madre superior. Podéis acrecentar una cuarta cosa, en loor de San José. Dios no pudo hacer un padre más sublime que el Padre adoptivo del Hombre-Dios".
A lo que agrega el melifluo San Bernardo: "Ya que todo lo que pertenece a la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a María, su casta Esposa".
"Además, en el transcurso de los años pasados en Nazaret, Jesús colmó el corazón de San José con ternura de amor tal como jamás ningún padre creado la sintió ni sentirá, 'no sólo - como dice el Padre Huguet- para que José lo pudiese amar como Hijo, sino para que pudiese amar a todos los hombres como a sus hijos, pues, del mismo modo que todos somos hijos de María, así lo somos también de San José. (...) Y después de la devoción a la Santísima Virgen, nada hay más agradable a Dios ni más provechoso para nuestra almas que la devoción al santo Patriarca San José'".

Leer más sobre San José.

San Jose
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Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

CINCO SÁBADOS DE REPARACIÓN
Lucía, vidente de Fátima, era postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España cuando tiene una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. La Santísima Virgen puso su mano sobre el hombro de Lucía, mientras en la otra sostenía su corazón rodeado de espinas. El Niño le dijo: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Está cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas."
Inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía:
"Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación"
Lucía le habló (a Jesús) de la confesión para los primeros sábados y preguntó si valía hacerla en los ocho días. Jesús contestó: "Sí; todavía con más tiempo, con tal que me reciban en estado de gracia y tengan intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María".
La intención de hacer esta reparación al Inmaculado Corazón de María puede ponerse al principio.
¿Por qué 5 Sábados?
Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación: "Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:
1- Blasfemias contra su Inmaculada Concepción.
2- Contra su virginidad.
3- Contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres.
4- Contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada.
5- Contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes.”
"He aquí hija mía, por que ante este Inmaculado Corazón ultrajado, se movió mi misericordia a pedir esta pequeña reparación, y, en atención a Ella, a conceder el perdón a las almas que tuvieran la desgracia de ofender a mi Madre. En cuanto a ti procura incesantemente con tus oraciones y sacrificios moverme a misericordia para con esas almas".
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

sábado, 28 de octubre de 2017

tres-cruces
  

Gracias obtenidas por asistir a la Santa Misa

1.La Misa es la continuación del Calvario.
2.Cada Misa vale tanto como la vida, sufrimientos y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecidos en sacrificio.
3.La Santa Misa es el acto de desagravio más poderoso para expiar los pecados.
4.A la hora de la muerte, el consuelo más grande del alma consistirá de las Misas oídas en vida.
5.Cada Misa bien oída nos acompañará hasta el Tribunal Divino, suplicando perdón.
6.En la Santa Misa, según el fervor con que se asiste, se puede disminuir en grado mayor o menor, la pena temporal debida por los pecados.
7.Al asistir devotamente a la Santa Misa, se rinde el más grande homenaje a la Sagrada Humanidad de Nuestro Señor.
8.En la Santa Misa, Nuestro Señor Jesucristo ofrece expiación y desagravio por muchas omisiones y negligencias nuestras.
9.En la Santa Misa, Jesucristo perdona los pecados veniales que todavía no se han confesado. Además se disminuye el poder de Satanás sobre el alma.
10.Al asistir a la Santa Misa se proporciona a las almas del Purgatorio, el alivio más grande que sea posible.
11.Una Misa bien oída durante la vida, será de más provecho al alma, que muchas que se ofrecieran para su reposo después de la muerte.
12.Por asistir a Misa, el alma se preserva de peligros, desgracias y de calamidades, que de otro modo hubieran sucedido. Además, se abrevia o reduce la duración de su Purgatorio.
13.Cada Misa bien oída obtiene para el alma un grado más elevado de gloria en el Cielo.
14.En la Misa se recibe la bendición del sacerdote que Nuestro Señor ratifica en el Cielo.
15.En la Misa se arrodilla entre una multitud de los santos ángeles, que están presentes en actitud de profunda reverencia, durante el sacrificio adorable de la Santa Eucaristía.
16.En la Santa Misa se reciben bendiciones para todos los bienes y empresas temporales.
Reina de la Paz
  

Por las intenciones de la Virgen.

Jesús, en el Evangelio, nos ha dicho que pidamos, que busquemos y que llamemos, que seremos atendidos por Dios. Pero ¿por qué no hacemos algo mejor todavía? ¿Por qué no rezamos por las intenciones de la Santísima Virgen?
María sabe muy bien qué es lo más importante que hay que pedir, porque sabe muy bien cuál es la voluntad de Dios para el mundo y para cada uno de nosotros.
Si rezamos por las intenciones de María, a no dudarlo que Ella se sentirá agradecida con nosotros y nos colmará de favores celestiales y también terrenales, cuando ello no sea obstáculo a nuestra salvación y santificación.
Porque muchas veces atamos el gran poder que tiene la oración, a pedidos mezquinos, o al menos, muy pobres, siendo que debemos pedir mucho. Y como pocas veces sabemos pedir lo conveniente, entonces pidamos por las intenciones de la Virgen, que Ella se mostrará agradecida con nosotros y velará por nuestras cosas.
¿Acaso no es un pacto el que hacemos con María: Que nosotros nos ocuparemos de Sus cosas, y Ella se ocupará de las nuestras?
Sí. Efectivamente la Virgen no olvidará este gesto generoso y heroico de nuestra parte para obsequiarla, y entonces derramará sobre nosotros y nuestros asuntos un río de gracias y favores de todas clases.
Algo parecido hacía la Madre Teresa de Calcuta: Cuando alguien le pedía que rezara por alguna intención, o ella misma quería pedir por algo o alguien, oraba por las Almas del Purgatorio, sabiendo que ellas se ocuparían de esas cosas.
Similar a esto es también el rezar por las intenciones de María Santísima, pues no es necesario detallar todo lo que necesitamos, sino que la Virgen nos dará, con creces, dones mucho mayores que los que pedimos por nuestra cuenta. Quien no lo crea así, que haga la prueba de orar por las intenciones de la Virgen y que vea el resultado.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Lectura espiritual

Ejemplo 13.
Llegó a Carmelita Descalzo después de tropiezos mundanos
En una gran ciudad de un país hispanoamericano, un niño acudía todos los domingos a la Catedral, a la que los Hermanos Maristas enviaban esos días dos Hermanos para la enseñanza de la Doctrina, labor de caridad muy necesaria en una nación donde la escuela laica prescindía de toda instrucción religiosa.
Un día, el Hermano Macario, que era el catequista del grupo en que figuraba el niño a que nos referimos, les habla de rezar a la Virgen tres Avemarías...
“Si las rezáis todos los días –dice–, la Virgen os salvará... ¿Vosotros queréis ir al cielo? Pues comenzad a rezarlas esta misma noche al acostaros...”
Aquella afirmación de protección salvadora fijó la atención del pequeño oyente, y le determinó a dar comienzo a su rezo aquel día.
Meses después dejaba el niño la asistencia a la Doctrina. Y luego cursó el Bachillerato y pasó a la Universidad.
El ambiente incrédulo que halló en ésta y las tentaciones de un mundo tropical, sofocaron las prácticas de piedad, y cayó en las tinieblas del error y en el desenfreno de la vida...
Sólo quedaron las tres Avemarías.
Las sostenía aisladas, a veces pendientes del hilo de una perseverancia casi imposible. Hasta que una noche se enfrentó con aquellas tres Avemarías, diciendo:
“¿para qué? Dejemos esta carga...”
Pero en ese instante sintió un estremecimiento, y, como por instinto, con ansiedad ciega, se dijo: “No, no... las rezaré. ¡Virgen María, que tú me salves!”. Y se agarró a ellas como a un último lazo, que si se desataba se hundía. Y en medio de la noche de su vida persistieron las tres Avemarías.
El propio interesado nos dirá ahora lo sucedido pocos años más tarde:
“Fue un mes de mayo. Una extraña inclinación, un impulso interior que me sorprendía, me inclinaba a ir al templo y asistir a las Flores de Mayo. Era esto, en mis circunstancias, una aberración, además de inquietarme los respetos humanos. Y, sin embargo, la inclinación me llevó. Entré en el templo del Carmen...
A la salida entablé conversación con un señor, que por su amplia cultura se me hizo grato. Nos despedimos hasta el siguiente día, y nos reunimos también los sucesivos del mes de mayo. De nuestras charlas acerca de los temas religiosos volvió la luz y recuperé la fe...
Entonces las tres Avemarías brillaron como tres estrellas de la mañana. Un convencimiento íntimo me ha afirmado siempre que la luz de esa mañana brotó a través de ellas en los ojos misericordiosos de la Señora. Los ojos que sentí fijarse cada vez más insistentemente, más maternalmente en mi alma. Y en su dulce mirada hubo una insinuación sublime, y... su deseo se hizo realidad, con mi ingreso en la Orden del Carmen Descalzo...
Arraigada tengo la convicción de que el lazo salvador que me ató al cielo sobre el abismo, lazo por algún tiempo único, fueron las tres Avemarías, el lazo bíblico triplemente trenzado de Poder, de Sabiduría y de Amor de Madre, que no falla, que no dejo jamás y donde guardo sujeta una esperanza tan inmensa como la misericordia de la Señora”. (P. Fr. Juan Alberto de los Cármenes, O. C. D.)

lunes, 18 de septiembre de 2017

Muerte santa después de una vida desacertada

Una Casa de religiosos de la Compañía de Jesús... Llaman telefónicamente desde la Prisión Militar en la noche del 5 de diciembre de... hace pocos años.
–Padre, ¿podrá usted acudir?
–¿Es urgente?
–Sí, Padre. Venga en seguida...
Llego a la prisión. Un oficial de la guardia exterior me acompaña hasta una habitación poco iluminada. Entro, y veo al sentenciado, que aparece abatido y hunde el rostro en el pecho. Levanta tristemente la mirada hacia mí y hace un gesto significativo de que no le soy grato.
Le saludo; corresponde fríamente y exclama: “No necesito sus servicios”.
–¿Quiere que le acompañe en esta hora difícil?
–No, gracias; déjeme en paz. No me amargue lo poco que me queda de vida.
–¿De dónde es usted?
–De Zaragoza.
–¿Tiene usted familia en la ciudad?
–Sí, señor.
–¿Puedo servirle a usted para transmitir sus últimos deseos?
–He dicho a usted que me deje tranquilo. ¡Váyase!
–¿No necesita nada?
–Por medio de usted, no.
–Yo quisiera ayudarle en este amargo trance, con la esperanza de una vida que no muere...
–¡Déjese de cuentos!
Hubo una breve pausa.
–¿Tiene usted madre?
–Sí, señor.
–¿Quiere usted algún recuerdo especial para ella?
–¡Bastante pena ha de tener cuando sepa mi muerte!...
Quedó pensativo. El tiempo avanzaba.
–Faltan unos minutos –le digo–. Vamos a ganar el cielo... Pidámoselo a Dios... ¿Sabe usted alguna oración?... ¿El Padrenuestro?
–No, señor. Jamás me preocupé de eso.
–No importa. Podemos decirlo ahora los dos juntos.
–¡No insista! Quiero que me deje en paz ya.
–Ánimo, amigo mío. En un minuto nada más ganamos el cielo... ¿No sabe usted rezar nada? ¿No le enseñó su buena madre ni siquiera el Avemaría?...
Aquel hombre, hasta entonces abatido y hosco, levanta su cabeza, me mira de frente, desfrunce el ceño y, en tono natural y casi amistoso, me dice:
–El Avemaría, sí...
–¿Ah, sí? –exclamo ansioso, vislumbrando el faro de salvación.
–Mire usted: tenía yo unos catorce años, y hasta esa fecha había vivido con mi madre, que es muy buena. Pero deseoso de libertad, y empujado por mis amistades, quise apartarme de la autoridad de mi madre y correr por el mundo. Y decidí marcharme de casa... Al decírselo a mi madre le causé un gran dolor, y el día de la partida echó, llorando, sus brazos a mi cuello; me llenó de besos la cara, y me dijo: “Hijo mío, puesto que no desistes de tu idea y te vas, te voy a pedir el último favor: quiero que me hagas una promesa. ¿Serías capaz de negársela a tu madre?”.
–No, madre; dime qué es lo que quieres (y para apresurar la despedida, añadí): Te juro que cumpliré la promesa.
–Pues lo que te pido, hijo mío, es que me prometas rezar a la Virgen todos los días tres Avemarías.
–Te lo prometo, dije. Y me fui...
Otro corto silencio. Luego continuó:
–He viajado mucho. Mi vida fue azarosa... No obstante, Padre, he cumplido todos los días la promesa que hice a mi madre.
–¿Es posible? –le pregunté, conmovido.
–Sí, señor; ayer, en la cárcel, y esta misma noche, recé las tres Avemarías.
Y transformado por este bendito recuerdo mi interlocutor, y animado el acento de su voz, a la vez que asomaba a su rostro una leve sonrisa, agregó:
–Padre, yo no sé qué íntimo alborozo siento en estos instantes... Yo noto algo tan extraño en mi interior, que pienso que la Virgen me quiere salvar... ¡Padre, ayúdeme; confiéseme!...
Unas lágrimas brotan de sus ojos... Y de sus labios van saliendo estas palabras: “Creo en Dios...”. “Pésame, Señor, de haberos ofendido...”.
–¿Quiere usted recibir la Sagrada Comunión por Viático?
–Pero, ¿podré, Padre?...
Sobre mis rodillas extendí el corporal, saqué la cajita–copón... Lloraba él, y yo no podía contener mi emoción.
Ecce Agnus Dei... “He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo...”. Y le dije:
–Diga usted conmigo: “Señor, no soy digno de que entréis en mi pobre morada...”. Y terminé diciendo: “El Viático del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo te defienda del maligno enemigo y te lleve a la vida eterna. Amén.”
Sobre los corporales cayeron lágrimas del penitente; y los centinelas se estremecieron ante la escena...
La llegada de un refuerzo de la guardia nos advirtió lo inminente del terrible desenlace.
Rogué a mi confesado que dijese: Señor y Dios mío, acepto con ánimo conforme la muerte que me enviéis, con todas sus penas y dolores.”
Dicho esto se puso en pie y, levantando la cabeza, dijo: “Padre, vamos; ya estoy dispuesto...”
Y comenzamos a caminar hacia el lugar de la ejecución.
Seguidamente me tomó el crucifijo, y ante el mismo me hizo las últimas confidencias y encargos:
–Padre, escriba a mi esposa diciendo que me despido de ella, pidiéndole con toda mi alma que me perdone lo mucho que la hice sufrir en la vida... A mis hijos, que son aún pequeños, incúlqueles que no sean como el padre, que no sigan sus ejemplos; que sean fieles cristianos y buenos siempre con su madre, sin abandonarla nunca... Y, por último, Padre –estábamos llegando al sitio en que la sentencia había de ser ejecutada–, me ha dicho usted si quiero algo para mi madre. ¡Sí, desde luego! A mi buenísima madre no deje de decirle que le agradezco inmensamente que me hubiera hecho prometerle, al separarme de su lado, rezar a la Virgen todos los días las tres Avemarías; y que ahora su hijo muere con el íntimo consuelo de sentir que la Virgen le salva y lleva al cielo.
–Le prometo hacer cuanto me ha encomendado... Y bese el crucifijo y diga: “Jesús, ten misericordia de mí”... “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”... “María, Madre mía, sálvame”...
Se oyeron unos disparos de fusil...; se desplomó su cuerpo, y... el manto de la Madre celestial lo cobijó... Eran las primeras horas del día 6 de diciembre, antevíspera de la Inmaculada.

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