viernes, 27 de enero de 2017

Haciendo lo que debemos.

Tenemos que vivir en la tierra y mirando hacia el Cielo. Y en esto debemos tener cuidado de no irnos a los extremos, ya sea atándonos a este mundo y absorbiéndonos en una actividad febril, ni tampoco vamos a estar todo el tiempo rezando o en la iglesia.
Dios quiere que hagamos lo que tenemos que hacer en cada momento, sabiendo que estamos en este mundo para ganarnos el Cielo, pero todo lo tenemos que hacer bien.
Vivamos siempre recordando que de un momento a otro tendremos que partir a la eternidad, pero no por ello descuidemos las cosas de este mundo, pues ya lo da a entender el Señor cuando nos dice que en su manifestación gloriosa, de dos que estén en un mismo lecho, uno será tomado y el otro dejado; y de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será tomada y la otra dejada. Es decir que no tenemos por qué estar pensando todo el tiempo en que vamos a morir, de modo que descuidemos las cosas temporales; sino que tenemos que vivir bien y contentos, en gracia de Dios (que eso significa estar velando y con las lámparas encendidas) y ocuparnos de todo nuestro deber, haciendo todas las cosas por amor a Dios y a los hermanos.
Tomemos el ejemplo de aquél santo que al ser preguntado sobre qué haría si supiera que dentro de una hora iba a morir, contestó que continuaría haciendo lo que estaba haciendo, mientras sus compañeros dijeron: uno, que se iría a la iglesia, el otro, a confesarse, el otro a rezar. Y sin embargo este Santo, que creo que era Dominguito Savio, dio la respuesta correcta, porque debemos vivir de tal manera que estemos siempre preparados para partir de este mundo, aunque por supuesto no pensemos en ello conscientemente. Cada uno de nosotros tiene que estar ocupado en su deber.
Por eso el cristiano, el buen cristiano, es el ser más feliz, pues ya viva, ya muera, siempre está en la presencia de Dios, haciendo lo que a Él le agrada, y entonces se cumple aquella frase lapidaria de San Agustín, que a veces tan mal se comprende: “Ama y haz lo que quieras”. Es decir, vive en gracia de Dios, preparado siempre para dar el salto a la eternidad, haciendo y ocupándote de las cosas que te tocan hacer.
Recordemos también esas palabras magistrales de San Juan Bosco que deben ser una guía en nuestro obrar: “Hace mucho el que hace poco, pero hace lo que debe. No hace nada el que hace mucho, pero no hace lo que debe hacer.”
Y tratemos de vivir en paz, contentos y alegres, pues como también nos ha dicho Don Bosco: “El demonio tiene miedo de la gente alegre”.

martes, 24 de enero de 2017


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer 




Quisiera meditar con Uds. algunos momentos en la vida de María.

La Encarnación. No hay duda de que la vida de la Sma. Virgen estaba, desde su inicio, bajo la fuerte influencia del Espíritu de Dios. La Virgen es la “Todasanta” porque desde el primer momento de su existencia fue “sagrario del Espíritu Santo”.

Pero su gran encuentro con el Espíritu fue la Anunciación del ángel que culminó con la encarnación. Allí María tuvo su primer Pentecostés: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). A partir de ese acontecimiento, Ella es llamada sagrario, tabernáculo, santuario del Espíritu. Con ello se indica la inhabitación del Espíritu Santo en María de un modo del todo singular y superior al de los demás cristianos. Como en todo ser humano, el Espíritu de santidad quiere actuar en la Virgen y a través de Ella.

Pero aquí hay algo más, algo nuevo y único: el Espíritu Santo quiere actuar junto con la Virgen. ¿Y para qué? Quiere unirse y atarse a María para que de Ella nazca Jesucristo, el Hijo de Dios. Y quiere que la Sma. Virgen diga su Sí totalmente voluntario y libre, para entregarse al Espíritu de Dios, para convertirse en Madre de Dios.

Su crecer en el orden del Espíritu. No debemos pensar que la Virgen haya entendido todo desde el primer momento. Evidentemente comprendió mucho más que nosotros. Porque tenía, como dice Santo Tomas de Aquino, la luz profética que le regaló un conocimiento mayor de las cosas de Dios.

Sin embargo, como ser humano, Ella crecía en sabiduría y desarrollaba su entendimiento a lo largo de la vida. Por eso dice el Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, que María iba adentrándose crecientemente en el orden del Espíritu.

¿Y que quiere decir eso? María tenía que ir comprendiendo, paso a paso, lo que quería Jesús y lo que debía hacer Ella a su lado. Tenía que entrar progresivamente en ese mundo de su Hijo Divino, en el que sólo el Espíritu Santo podía introducirla.

En diálogo con el Espíritu de Dios, tenía que recorrer su propio camino de fe. Pensemos en la pérdida de Jesús, al cumplir los doce años. Cuan difícil fue para Ella cuando su Hijo los abandonó y después les dijo:

“¿No saben que tengo que preocuparme de los asuntos de mi padre?” (Lc 2, 49). Como agrega el texto, María no entendió lo que Jesús acababa de decirles. Pero seguramente se dio cuenta de que su Hijo llevaba en su interior otro mundo, el mundo del Padre, en el cual también Ella tenía que adentrarse de un modo más perfecto.

Otro momento difícil surgió en las bodas de Cana. “Mujer, Tú no piensas como yo: todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2.4). El pensar de María es todavía muy humana: quiere ayudar a los novios en su necesidad. Jesús mira más allá, piensa en su gran Hora, la hora de la Cruz. Y, sin embargo, cumple el deseo de su Madre.

Y cuando llegó la gran Hora, sobre el monte Calvario, ya callan en Ella los deseos y necesidades naturales. Todo queda sujeto a la voluntad del Padre. Ya no quiere otra cosa que cumplir perfectamente con su rol en el plan de salvación.

Cumbre de ese insertarse en el orden del Espíritu fue la espera de Pentecostés. Allí María se convirtió en instrumento perfecto del Espíritu Santo. Condujo a los apóstoles y discípulos a la sala del Cenáculo. Les transmitió su anhelo profundo por el Espíritu Divino. E imploró con ellos la fuerza de lo alto sobre toda la Iglesia reunida.

En Pentecostés se colmó su ansia por el Espíritu de Dios. Allí quedó completamente compenetrada y transformada por El. Ya en su vida tuvo un cuerpo espiritualizado, es decir, transformado por el Espíritu, de modo que no podía ser destruido. Y así ya quedó preparada para su último y definitivo paso: la asunción en cuerpo y alma al cielo.

Creo que también en nuestra propia vida debe existir un insertarnos paulatinamente en el orden del Espíritu.

Preguntas para la reflexión
1. ¿ Cómo cultivo mi relación con el ES?
2. ¿Sentimos cómo el Espíritu Santo nos capta e introduce en el mundo de Dios?
3. ¿Es la Virgen mi compañera en la oración?


Comentarios al autor

domingo, 22 de enero de 2017

¿Es la Eucaristía una cosa sagrada?
La Eucaristía NO ES UNA COSA, aunque le pongamos el adjetivo de sagrada. La Eucaristía ES UNA PERSONA; es la presencia de una PERSONA SANTISIMA: Jesucristo Nuestro Señor

¿Es la Eucaristía una cosa sagrada?
Si lo fuera seríamos idólatras y, por cierto, de los más vulgares, baratos y corrientes.

Sin embargo, cada vez que hago esta pregunta, la respuesta rápida es: ¡sí!

Por alguna razón el Pueblo de Dios ha mantenido esta idea corrupta de la Eucaristía, en su mente y en su corazón, que pervierte sus sentimientos hacia quien está presente en los dones consagrados.

Y es que la Eucaristía NO ES UNA COSA, aunque le pongamos el adjetivo de sagrada.

La Eucaristía ES UNA PERSONA; es la presencia de una PERSONA SANTISIMA: Jesucristo Nuestro Señor, El Verbo Eterno, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Quizá en parte se deba a que se le designan sus características con palabras que, fuera de un contexto complementario que manifieste su calidad de persona, en principio dan idea de cosas.

Así sucede con las palabras como sacramento, santísimo o Santísimo Sacramento con que se ha designado a la Presencia Santa durante siglos.

Y no es que esas palabras designen algo que no es.

La Eucaristía es verdaderamente un sacramento. El Señor no se presenta con un cuerpo físico como hace dos mil años lo fué Jesús de Nazaret, sino que se presenta como signo en los dones consagrados, es decir, como sacramento.

Igualmente, es verdaderamente Santísimo --o Santísima (Eucaristía)--; es el Señor "tres veces santo"; es aquel de quien se dice "ángeles y querubines dicen santo, santo, santo".

Como Dios Hijo es verdaderamente el Santísimo que se presenta como Sacramento. Es realmente el Santísmo Sacramento.

El problema está, como se dijo antes, que esas palabras tienen que ir complementadas con otras que afirmen y confirmen que el Santísimo, o el Santísimo Sacramento, es una Persona.

Por ejemplo, en las preces litánicas para la reserva del Santísimo Sacramento se dice maravillosamente: "Bendito sea JESÚS en el Santísimo Sacramento del Altar".

En nuestro Ritual Nacional, en México, se dice: "¡CRISTO, Pan Celestial, danos la vida eterna!"

La Adoración Nocturna Española tiene como su lema de presentación; ¡Adorado sea JESÚS Sacramentado!

Frases acordes a esta necesidad serían: "El Señor Jesús en el Santísimo Sacramento"; "El Señor de la Eucaristía"; "Nuestro Señor Jesucristo Sacramentado"... y así de forma semejante.

Con la palabra eucaristía sucede lo mismo. Igualmente, al usarla sin su contexto de persona, como primera idea se entiende una cosa.

Alguien podría decir, peyorativamente, que se es perfeccionista. Entonces pregúntese si es válido el actual desprestigio del Resucitado, el Viviente de la Eucaristía, que se observa en los ambientes de fe, tan infestados, más en otras latitudes, de relativismo infantil.

Para muchas otras fiestas y celebraciones religiosas, hay ocasiones en que se derrocha gusto y fervor, se hacen las inmensas peregrinaciones. ¿Cuántas peregrinaciones grandiosas, al menos en nuestro país, se harán a Guadalajara con motivo del Congreso Eucarístico Internacional, para acudir al llamado del Señor de la Eucaristía, Nuestro Dios y Señor Jesucristo? ¿O siquiera peregrinaciones sencillas? Quizá se realicen de estas últimas; pero pocas.

Es que la cosa no llama, no se le escucha; la cosa solo sirve para usarse utilitariamente.

Pero si sabemos que quien llama es una persona, se pondrá más atención al llamado. Y si amamos a esa Persona, porque sabemos que nos ama con amor divino e infinito, más fácilmente acudiremos a su llamado; es que no podemos quedar mal con ALGUIEN que amamos y que sabemos que nos ama.

San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía, observa: "La Eucaristía es la Persona del Señor...La Sagrada Eucaristía es Jesús pasado, presente y futuro... Es Jesús hecho Sacramento". Y con palabras que son válidas en nuestros días, también dice: "El gran mal de nuestra época es que no vemos a Jesucristo como su salvador y a su Dios. Se abandona el único fundamento, la única fe, la única gracia de la salvación... Entonces ¿qué hacer? Regresar a la fuente de la vida, pero no al Jesús histórico o al Jesús glorificado en el cielo sino al Jesús que está en la Eucaristía..."

El Pueblo de Dios merece que se le anuncie la verdad sobre el Viviente que está con nosotros en la Eucaristía.

Que sepa que Dios misericordioso ha puesto su tienda junto a la nuestra: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros..." (Jn 1, 14). "He aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). "No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán y vivirán porque Yo vivo" (Jn 14, 18-19).

El Señor Jesús, en la Eucaristía, se ha hecho, por amor, nuestro vecino, nuestro amigo, nuestro confidente, nuestro prójimo.

Es la Persona del Santísimo Sacramento, la Eucaristía, que, brazo al hombro, nos va contando de cómo Él va preparando nuestra historia rumbo a la patria prometida y de cómo, en comunión con Él, compartimos el mismo destino: la instauración del Reino.


¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!










 

viernes, 20 de enero de 2017

Oraciones de la mañana.

amanecer
+Por la señal de la Santa Cruz, + de nuestros enemigos + líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Señor y Dios mío, en quien creo, en quien espero, a quien adoro y amo con todo mi corazón; te doy gracias por haberme creado, redimido, hecho cristiano y por haberme conservado la vida en esta noche.
Te ofrezco todos mis pensamientos, palabras, obras y trabajos del presente día, a mayor honra y gloria tuya, en penitencia por mis pecados y en sufragio de las almas del purgatorio.
Dame, Señor, tu gracia para que pueda servirte fielmente en este día, y me vea libre de todo pecado y de todo mal. Amén.
Padre nuestro...
Dios te salve, María...
Consagración al Sagrado Corazón
Oh Jesús mío, por medio del Corazón Inmaculado de María Santísima, te ofrezco las oraciones, obras y trabajos del presente día, para reparar las ofensas que se te hacen y por las demás intenciones de tu Sagrado Corazón.
Oración a la Santísima Virgen
Oh Señora mía, oh Madre mía, yo me ofrezco del todo a ti, y en prueba de mi filial afecto, te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo mi ser. Ya que soy del todo tuyo, oh Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.
A San José
Señor, que con inefable providencia te has dignado escoger a San José para esposo de tu santísima Madre, haz que así como le veneramos cual protector en la tierra, así sea él nuestro intercesor en el cielo. Amén.
Al Ángel de la Guarda
Ángel de Dios, que eres mi custodio, ya que la soberana piedad me ha encomendado a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día. Amén.
***

Oraciones de la noche.

anochecer
Señor y Dios mío, en quien creo, en quien espero, a quien amo más que a todas las cosas, te doy gracias por haberme creado, redimido, hecho cristiano y conservado en este día. Dame luz y gracia para conocer mis pecados y arrepentirme de ellos.
Te adoro, Dios mío, postrado con profunda humildad ante tu presencia soberana. Creo en ti, porque eres Verdad infalible. Espero en ti, porque eres Bondad infinita, fiel a tus promesas. Te amo con todo mi corazón, porque eres sumamente amable, y amo a mi prójimo como a mí mismo por amor a ti.
Examen de conciencia
Es indispensable, para la vida normal del cristiano, no descuidar, ni una noche, el examen de conciencia o revisión del día.
Se puede hacer según el siguiente orden:
A. Dar gracias a Dios por los beneficios recibidos.
B. Pedir gracia para conocer los pecados y detestarlos.
C. Examinar brevemente las faltas cometidas durante el día, particularmente el defecto dominante.
D. Pedir perdón a Dios por dichas faltas.
E. Proponer enmienda con su gracia.
Oración de San Bernardo
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos.
Animados con esta confianza, a Vos también acudimos, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de nuestros pecados, nos atrevemos a comparecer ante vuestra presencia soberana.
Oh Madre de Dios, no despreciéis nuestras súplicas, antes bien escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
Al Ángel de la Guarda
Ángel de Dios, que eres mi custodio, ya que la soberana piedad me ha encomendado a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en esta noche. Amén.
A San José
Glorioso San José, padre adoptivo de Jesús y esposo de la bienaventurada Virgen María, te elijo, desde ahora y para siempre, por mi particular patrono, por dueño y director de mi alma y de mi cuerpo, de mis pensamientos, palabras y obras, de mi vida y de mi muerte. Te suplico me recibas por servidor tuyo perpetuo, me asistas en todas mis acciones, y me obtengas la inestimable gracia de vivir y morir como tú, en el amor de Jesús y de María. Amén.
Oración conclusiva
Visita, Señor, esta habitación, y aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en paz y que tu bendición esté siempre con nosotros. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
El Señor todo poderoso nos conceda una noche serena y una muerte santa. Amén.

jueves, 19 de enero de 2017

Algunos secretos.

Maria Auxiliadora
Una oración muy linda que le podemos decir a María es la que enseñara San Juan Bosco para decirle a María Auxiliadora, que es la siguiente: “María Auxiliadora, rogad por nosotros”. Y Don Bosco prometía que quien dijera muchas veces esta oración durante su vida, obtendría favores admirables.
Llagas de Jesus
Dijo Jesús a María Marta Chambón: “El pecador que dijese la oración siguiente: Eterno Padre, yo te ofrezco las Llagas de nuestro Señor Jesucristo, para curar las llagas de nuestras almas, obtendrá su conversión”.
santa faustina
Dijo Jesús a Santa Faustina Kowalska: “Es mi deseo que tengas un conocimiento más profundo del amor que quema Mi corazón, y tú entenderás esto, cuando medites en Mi Pasión. Pidan Mi Misericordia a favor de los pecadores, yo deseo su salvación. Cuando digas esta oración, con un corazón contrito y con fe por el bien de algún pecador, Yo le daré la gracia de la conversión. Esta es la oración: “¡Oh Sangre y Agua, que brotaste del Corazón de Jesús como una fuente de Misericordia para nosotros, yo confío en Ti!”.
Nino Jesus
En el año 1636 Nuestro Señor le hizo a la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento una promesa que se ha hecho muy famosa: “Todo lo que quieras pedir, pídemelo por los méritos de mi infancia, y tu oración será escuchada”.
alacoque2
Dijo Jesús a Santa Margarita María de Alacoque: “Anuncia y haz saber al mundo entero que yo no pondré límites a mis beneficios cuando éstos me serán solicitados por mi Corazón”
llaga-hombro
San Bernardo le preguntó al Divino Salvador, cuál fue Su dolor en la Pasión más desconocido por los hombres. Jesús le respondió: Tenía una llaga profundísima en el hombro sobre el cual cargué mi pesada cruz; esa llaga era la más dolorosa de todas. Los hombres no la conocen. Honrad pues esta llaga y haré todo lo que por ella pidas...
Divina Infantita3
Dijo la Santísima Virgen a la Madre Magdalena: "CONCEDERÉ TODAS LAS GRACIAS QUE ME PIDAN LAS PERSONAS QUE ME HONREN EN MI INFANCIA, PUES ES UNA DEVOCIÓN MUY OLVIDADA".

miércoles, 18 de enero de 2017

Los primeros para Dios son con frecuencia los últimos para los hombres. Porque Dios no juzga según las apariencias, sino que ve en el corazón.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer 




En el libro de Isaías del Antiguo Testamento se anuncia la reunión de todas las naciones, lenguas y razas en un solo pueblo elegido. En el Nuevo Testamento, Jesús dice a sus paisanos que vendrán extranjeros del norte y del Sur, de Oriente y Occidente, para sentarse a la mesa del Reino de Dios.

Esta universalidad de la salvación de Dios nos deja todavía sin saber nada acerca del número de los que se salvarán. Nos basta con saber que Dios llama a todos, que la puerta que conduce al Reino es estrecha y puede cerrarse en cualquier momento. Lo único importante es la conversión al Evangelio. Todo lo demás es simple curiosidad que nos distrae peligrosamente.

El Evangelio es salvación para los que lo escuchan responsablemente, sean o no descendientes de Abrahán o católicos desde su nacimiento. Escuchar responsablemente el Evangelio es vivirlo, practicarlo en la vida de cada día.

Y esto no es nada fácil. Por eso dice Jesús que la puerta es estrecha y que sólo los que se esfuerzan entraran por ella en el Reino de Dios.

No basta con escuchar sermones o ir a misa todos los domingos. No son las prácticas piadosas las que nos van a salvar. Todo esto tiene su valor, pero sólo cuando nos ayuda y anima a vivir nuestra fe en la vida de cada día: en nuestra vida personal y familiar, nuestra vida social y profesional, nuestra vida política...

El último día, el Señor reconocerá sólo a aquellos que ahora y aquí lo reconocen en los hombres. Reconocer a Jesús en los hombres, es reconocer la dignidad de cada ser humano, respetar sus derechos, tener en cuenta sus necesidades y, sobre todo, solidarizarse con los pobres, los marginados, los oprimidos. Cualquier cosa que hagamos a uno de estos, al Señor mismo se lo estamos haciendo.

“Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. Llegará el gran Día del juicio, y entonces vendrá la sorpresa implacablemente sobre muchos que se creyeron los verdaderos cristianos.

Y estos, que se tuvieron a sí mismos por los primeros, dirán: “Señor, ábrenos”. Y el Señor les contestará: “No sé quienes sois”. Y ellos comenzarán a decir: “Hemos comido tu pan y bebido tu sangre, tu Evangelio se ha predicado en nuestras iglesias.”
Pero el recuerdo de todas estas prácticas religiosas no servirá de nada si no va acompañando de la prueba verdaderamente decisiva en el juicio: del amor a los demás, sobre todo a los necesitados.

Llegará el gran Día del juicio, y entonces vendrá felizmente la sorpresa sobre muchos hombres de oriente y occidente, del norte y del sur. Son los que practicaron en el mundo el mensaje cristiano del amor.
Por eso, el Señor les abrirá la puerta, los sentará a su mesa y les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y me acogisteis...”

Los primeros para Dios son con frecuencia los últimos para los hombres. Porque Dios no juzga según las apariencias, sino que ve en el corazón.

Hay un cristianismo oficial que es bueno cuando expresa auténticamente en palabras y obras las actitudes de la fe, la esperanza y el amor pero que es vana hipocresía cuando no es así.
En cambio, hay otro cristianismo sin nombre, anónimo, que no se expresa en ritos y palabras, pero que realiza en la vida el mensaje de Cristo.

La verdad cristiana es eminentemente práctica. Consiste en la conversión del hombre hacia un orden nuevo, en el que habita la justicia, la paz, la fraternidad y el amor. Los hombres que trabajan por estos valores, se salvarán y ascenderán a los primeros puestos.

Queridos hermanos, esforcémonos para que Dios nos encuentre también entre ellos y nos deje entrar en su Reino celestial.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo vivo mi cristianismo durante la semana?
2. ¿Qué acciones hago en pro de los necesitados?
3. ¿Se nota mi cristianismo en mi ambiente laboral, familiar…?

• Comentarios al autor

San José.

Afirma Santo Tomás de Aquino que "hay tres cosas que Dios no podría haber hecho más sublimes de lo que son: la Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, la gloria de los elegidos y la incomparable Madre de Dios, de quien se dice que Dios no pudo hacer ninguna madre superior. Podéis acrecentar una cuarta cosa, en loor de San José. Dios no pudo hacer un padre más sublime que el Padre adoptivo del Hombre-Dios".
A lo que agrega el melifluo San Bernardo: "Ya que todo lo que pertenece a la esposa pertenece también al esposo, podemos pensar que José puede distribuir como le parezca los ricos tesoros de gracia que Dios confió a María, su casta Esposa".
"Además, en el transcurso de los años pasados en Nazaret, Jesús colmó el corazón de San José con ternura de amor tal como jamás ningún padre creado la sintió ni sentirá, 'no sólo - como dice el Padre Huguet- para que José lo pudiese amar como Hijo, sino para que pudiese amar a todos los hombres como a sus hijos, pues, del mismo modo que todos somos hijos de María, así lo somos también de San José. (...) Y después de la devoción a la Santísima Virgen, nada hay más agradable a Dios ni más provechoso para nuestras almas que la devoción al santo Patriarca San José'".
"Habiéndosele concedido a Santa María Magdalena de Pazzis -una de las más gloriosas Santas hijas de Nuestra Señora del Escapulario- contemplar en un éxtasis la gloria de San José, exclamó: 'José, unido como está a Jesús y a María, es como una estrella resplandeciente que protege a las almas que bajo el estandarte de María, traban la batalla de la vida'".
"Cuando Santa Teresa fundó el primer monasterio de la Reforma del Carmelo, le dijo Nuestro Señor: 'Deseo que sea dedicado a San José y lleve su nombre. Este santo guardará una de las puertas y la Santísima Virgen la otra y Yo estaré entre vosotras'".
"Otra vez, se encontraba Santa Teresa en una sencilla iglesia de los Padres Dominicos, cuando sintió que alguien le colocaba sobre los hombros un hermosísimo manto. Durante unos instantes, no vio quién se lo ponía, pero poco después reconoció a la Santísima Virgen y a Su bendito Esposo San José. La Santa experimentó en su corazón una gran alegría. María habló y mientras Santa Teresa escuchaba esa voz celestial, tuvo la impresión de apretar en su mano la de la Virgen. 'Estoy tan satisfecha de que lo hayas consagrado a San José [a su primer convento de la reforma carmelitana] que puedes pedir lo que quieras para tu convento, con la certeza absoluta de que lo recibirás'. Los dos Santos Esposos colocaron entonces en las manos de Teresa una piedra preciosa de gran valor y dejaron a la Santa inundada de la más pura alegría y del más ardiente deseo de ser enteramente consumida por la fuerza del amor divino".
"Un día, al salir de su monasterio, dos religiosos carmelitas encontraron a un venerable anciano que avanzaba en dirección a ellos. Se puso entre los dos y les preguntó de dónde eran. El mayor respondió que eran Carmelitas.
-Padre- preguntó entonces el desconocido- ¿por qué vosotros, los Carmelitas, tenéis tanta devoción a San José?
El religioso dio varias razones, subrayando principalmente que Santa Teresa había tenido esa devoción y la había inculcado en aquellos que la siguieron. Cuando el padre terminó de hablar, el desconocido dijo:
-'Hacedme caso y tened a San José la misma devoción que tuvo Santa Teresa; todo cuanto le pidiereis, lo alcanzaréis'.
Y diciendo esto, desapareció".
No me acuerdo hasta ahora, decía Santa Teresa, de haberle suplicado cosa a San José que haya dejado de hacer.
Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este Bienaventurado Santo.
No he conocido de persona que deveras le sea devoto que no la vea más aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan.
Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no lo creyere y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción.
Santísima Virgen.
Si desea colaborar: Click aquí.
Si quiere ser benefactor: Click aquí.
¡Gracias por difundir este mensaje!
San Jose

domingo, 15 de enero de 2017

Desechemos la tibieza, el espíritu tacaño para todo lo concerniente a las cosas de Dios.


Por: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net 




En nuestra vida tenemos muy bien programadas nuestras horas, nuestras semanas. Tiempo para trabajar, tiempo para el ejercicio, tiempo para tomar alimentos, de preferencia los que más nos gustan, tiempo para descansar o divertirnos, pero... ¿y el tiempo para Dios?.

No encontramos tiempo para Dios, para orar. Teniendo comunicación con Él que es quién precisamente nos da ese tiempo que repartimos en nuestro muy personal plan de vida.

Y llega el domingo... Si estamos en un lugar de descanso, de monte o de playa ¡qué difícil es programarnos para ir a misa! Si nos hemos quedado en la ciudad, ¡con qué mezquindad le damos a Dios la media hora de misa de los domingos!

Para ir al cine , al teatro o a un evento deportivo nos ponemos diligentes y contentos. Queremos llegar y llegamos antes de que empiece la función, buscamos el mejor lugar para poder ver y oír lo mejor posible, ¡no nos queremos perder ni un solo detalle!. Pero la misa, y eso que la entrada es gratis, no importa llegar cuando ya está empezada la ceremonia y no nos interesa ver o no ver lo que el celebrante hace o dice en el altar y nos quedamos en la entrada para que en el momento de que nos den la bendición nos podamos ir rápidamente, como el que termina un cometido fastidioso y poco grato.

Sabemos que la misa es el sacrificio incruento en que bajo las especies de pan y vino convertidas en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo ofrece el sacerdote al Eterno Padre. La misa es el acto esencial del culto católico por ser el milagro del misterio Pascual del Hijo de Dios. Como acto de culto a nuestro Creador es la adoración a la Divina Majestad, la acción de gracias por los beneficios recibidos, la reparación de nuestros pecados y de toda la humanidad, para oír su palabra y la petición de la mediación de Cristo

Por todos nosotros. Es poder estar en la Cena del Señor la noche del Jueves Santo en el espacio y en el tiempo. Es poder llegar con nuestro corazón hasta Dios y si lo recibimos, es alimentarnos de El y pedir que nos acompañe en el camino que estamos recorriendo aquí hasta el final de nuestros días.

Tarde o temprano ese día llegará y no queremos presentarnos a El con la frase tan conocida de "las manos vacías" sino con algo mucho peor: con el corazón vacío de amor.

No le hemos querido, no le hemos amado como El nos amó hasta dar la vida por nuestra salvación eterna. Vamos viviendo indiferentes a ese gran amor y no sabemos corresponder. Cuando estemos en su presencia ¡qué ansias de volver a empezar, qué ganas de tener todo el tiempo del mundo como ahora, otra vez, toda una vida para amarlo!.

Pensaremos, aunque ya demasiado tarde, en cómo desperdiciamos los minutos, las horas, los años en pequeñeces, en minucias que nos absorbieron, que nos quitaron todo nuestro tiempo para al pasar por una Iglesia entrar, dejando todos la preocupaciones afuera, y frente al Sagrario decirle a Cristo simplemente: -"Te amo y aquí estoy".

Pasamos la vida corriendo tras las cosas vanas y perecederas mientras que apenas tenemos unas migajas de oración para Dios y con la media hora escasa de los domingos en la Iglesia tenemos la conciencia tranquila porque ya cumplimos. ....

Cambiemos radicalmente la forma de vivir nuestra religión.

Seamos radicales en este cambio. Desechemos la tibieza, el espíritu tacaño para todo lo concerniente a las cosas de Dios y amémosle con generosidad, empezando por cumplir con el primer Mandamiento que es: Amar a Dios sobre todas las cosas.

¡Qué se nos note que lo amamos, para que en los ojos de Cristo encontremos, un día, el reconocimiento del encuentro con el amigo, al llegar a su presencia!.

Preguntas o comentarios al autor  Ma. Esther de Ariño











     

VISITAS