domingo, 26 de febrero de 2017

Las tres Avemarías de la Pureza.
Se rezan al término del quinto misterio del Rosario. Justo empleando las cuatro cuentas que se unen al crucifijo.

En mi casa, mi madre las rezaba así: ( y yo también por supuesto)

" Tres avemarías para honrar la Pureza de nuestra Señora y pidiendo por la pureza de todos los jóvenes

Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Virgen Purísima antes del parto, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita a Tu eres... Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la.....Amén. Oh María sin  pecado concebida. Rogad por nosotros que recurrimos a Vos

Dios te salve María, Madre de Dios Hijo, Virgen Castísima en el parto, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú ......Santa María Madre de Dios ruega.....Amén. Oh María  sin...

Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen Inmaculada después del parto,no leña eres ....Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Oh María sin pecado...

Dios te salve María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 23 de febrero de 2017

Rayos de Fe

Dios es el Ser y el Amor.
Dios es uno en su esencia, en su omnipotencia y en todas sus perfecciones. Dios es el Ser, el que Es. Su esencia es existir. Él existe siempre, siempre existió y siempre existirá. De Él vienen todos los demás seres que existen, de Él tomaron la existencia, por eso Dios es el Ser necesario, porque sin Él, nada puede existir.
Dios también es el Amor, como dice el Apóstol San Juan, y por eso debemos tener ilimitada confianza en Dios, sabiendo que es el Amor, es la Misericordia infinita, es el Bien, es el Bueno.
¡Qué alegría debemos sentir siempre de tener semejante Padre en el Cielo, que no está ausente de la tierra, pues al ser Dios está presente en todos lados! ¡Cuánto amor debemos profesarle, pues amor con amor se paga!
No estamos por casualidad o por azar en este mundo, sino que Dios, desde toda eternidad ha pensado en nosotros, y nos ha creado para que seamos felices con Él para siempre en el Cielo.
Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, y por eso nos ha dado todos los auxilios para que, cumpliendo sus Mandamientos y siguiendo sus enseñanzas, nos salvemos. Pero si nosotros rechazamos la ayuda de Dios, entonces nos condenaremos en el Infierno eterno.
Si Dios es Bueno y es el Amor, ¿por qué entonces creó el Infierno? Porque Dios también es Justicia infinita. En Dios todas las perfecciones son infinitas y son una misma cosa. El pecado es un mal tan grande que para darnos cuenta de su malicia basta que contemplemos lo que le ha costado a Jesucristo vencer el pecado y pagar la deuda de la humanidad. Y a pesar de que el Infierno es terrible, algo que uno no se puede imaginar estando aquí en la tierra, también se puede decir que es menos de lo que merece el pecado. ¡Qué terrible es el pecado! ¡Y nosotros lo cometemos tan tranquilamente! ¡Que no suceda más de hoy en adelante, y evitemos al menos los pecados mortales, para luego evitar también los pecados veniales y las imperfecciones!
Dios nos ha creado por amor, pero en este mundo debemos sufrir porque con el sufrimiento pagamos por los pecados que hemos cometido y nos hacemos solidarios haciendo las veces de corredentores de nuestros hermanos. Recordemos que quien sufre tiene muy cerca a Dios, porque Dios está cerca del que sufre por alguna causa.
Todas las acciones de Dios son movidas por el Amor, incluso las que parecen castigos tremendos, siempre las mueve el Amor de Dios. Dios no es cruel, sino que es bondad infinita, y en el Cielo veremos claro que todo lo que Dios hizo o permitió que nos sucediera fue por amor hacia nosotros.

domingo, 12 de febrero de 2017

Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




La Virgen María ocupa un lugar muy particular para los creyentes en Cristo. Ella fue concebida inmaculada. Ella aceptó plenamente la voluntad de Dios en su vida. Ella, como Puerta del cielo, dio permiso a Dios para entrar en la historia humana. Ella estuvo al pie de la Cruz de su Hijo. Ella oraba con la primera comunidad cristiana en la espera del Espíritu Santo.

Por eso María está presente, de un modo discreto pero no por ello menos importante, en el sacramento de la Eucaristía. Las distintas plegarias la mencionan, pues no podemos participar en el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sin recordar a la Madre del Redentor.

¿Está también presente la Virgen en el sacramento de la confesión? En el ritual de la Penitencia no hay menciones específicas de María. Ni en los saludos, ni en la fórmula de absolución, ni en la despedida.

En algunos lugares, es cierto, se conserva la devoción popular de iniciar la confesión con el saludo “Ave María purísima. Sin pecado concebida”. Pero se trata de un saludo no recogido por el ritual, y que muchos ya no utilizan.

Sin embargo, aunque el rito no haga mención explícita de la Virgen, Ella está muy presente en este sacramento.

En la tradición de la Iglesia María recibe títulos y advocaciones concretas que la relacionan con el perdón de los pecados. Así, la recordamos como Refugio de los pecadores, como Madre de la divina gracia, como Madre de la misericordia, como Madre del Redentor y del Salvador, como Virgen clemente, como Salud de los enfermos.

A lo largo del camino cristiano, Ella nos acompaña y nos conduce, poco a poco, hacia Cristo. La invitación en las bodas de Caná, “haced lo que Él os diga” (cf. Jn 2,5) se convierte en un estímulo para romper con el pecado, para acudir al Salvador, para abrirnos a la gracia, para iniciar una vida nueva en el Hijo.

Por eso, en cada confesión la Virgen está muy presente. Tal vez no mencionamos su nombre, ni tenemos ninguna imagen suya en el confesionario. Pero si resulta posible escuchar las palabras de perdón y de misericordia que pronuncia el sacerdote en nombre de Cristo es porque María abrió su corazón, desde la fe, a la acción del Espíritu Santo, para acoger el milagro magnífico de la Encarnación del Hijo.

La Virgen, de este modo, acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón. Su presencia nos permite entrar en el mundo de Dios, que hizo cosas grandes en Ella, que derrama su misericordia de generación en generación (cf. Lc 1,48-50), hasta llegar a nosotros también en el sacramento de la Penitencia.

martes, 7 de febrero de 2017

Lectura espiritual

Ejemplo 8.
La Virgen acoge siempre el ruego perseverante
“Recuerdo un hecho que me impresionó vivamente y aconteció el año 1967 en que tomé parte en la Gran Misión de Lima (Perú).
Había terminado la Misión y para que viera algo de ese país, me llevaron unos religiosos a visitar un pueblo de la Cordillera de los Andes, cuya altura era asombrosa.
Regresábamos de la excursión, y cerca de un pequeño poblado casi perdido en la inmensidad de aquellos montes, una avería del automóvil nos detuvo. Mientras el mecánico reparaba el coche, comentábamos paisajes y costumbres, a la vez que nos acongojaba observar la falta de asistencia espiritual de aquellas poblaciones privadas de sacerdote.
Pensando en esto y hablando de ello, se llegó al grupo que formábamos los expedicionarios un hombre de mediana edad, que dirigiéndose a mí (por ser el único que vestía sotana), dice: “Padrecito: Le ruego venga conmigo a casa, donde tengo muy enferma a mi madre viejita. Ella pide un sacerdote, y el más próximo está a 300 kilómetros de aquí, y no da tiempo a ir por él porque dice mi vieja que se encuentra muy mal y que se muere...”
“No me hice repetir la súplica. Le dije al buen hombre: “Vamos. ¿Está lejos?” “Muy cerquita” –respondió mi acompañante.
“Anduvimos un buen camino y nos presentamos en la casa de la anciana. Al entrar en su habitación, lo primero que me sorprende es contemplar junto a la cama, en una mesita, la estampa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
“Animo en lo posible a la enferma, y luego la confieso... La paz de su alma se refleja en su rostro. Y con voz débil, tomándome la mano para besarla, dijo: “Esto es lo que siempre le pedí a la Virgen: no morir sin confesión... Y le rezaba tres Avemarías”...
“Salí de aquella casa emocionado... La Madre de Dios había escuchado la oración de la sencilla mujer peruana... ¡Y, precisamente el sacerdote que “dispuso” la Señora que atendiera a esa alma que tantas veces la había invocado como “Perpetuo Socorro”, fue un Misionero Redentorista!”...
¡¡Maravillas con que nos recrea la Santísima Virgen!!
P. Luis Larrauri, C. SS. R.
(Misionero Redentorista). Carta de 21 de junio de 1968.

Quince minutos con María

De tu mano.
María, Madre mía, estoy contento de caminar tomado de tu mano, porque así todo se me hace más fácil y voy seguro por el camino de mi vida en la tierra, sabiendo que tú siempre estás a mi lado y que no me sueltas de la mano, aunque a veces me sienta como abandonado por ti. Solo es como un juego de tu amor que quiere que te busque para, al encontrarte nuevamente, te abrace y me una más a ti. A veces tengo miedo, Madre, porque no sé qué me espera en el futuro. Pero después pienso que tú también estarás en ese futuro y que me consolarás si debo pasar por alguna enfermedad o prueba, y sé que tu mano cariñosa y dulce enjugará mi llanto o aliviará mi dolor. ¡Qué suerte Madre que te tengo conmigo! Jesús también te tuvo al pie de su Cruz y se consoló viéndote y teniéndote cercana. Yo, con mayor razón, puedo esperar que tú estarás siempre conmigo, y especialmente en el momento de la prueba y de la angustia. Te amo, Madre querida.

Oración para implorar los Dones del Espíritu Santo.

***
espiritu
1 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de SABIDURÍA, que dándonos a conocer la verdadera dicha, nos separe de las cosas del mundo y nos haga gustar y amar los bienes celestiales.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
2 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de ENTENDIMIENTO, para que más fácilmente conozcamos y penetremos las verdades y misterios de nuestra Santa Religión.
Gloria al Padre, etcétera.
3 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de CONSEJO, que nos haga elegir en todo momento lo que contribuya más a la gloria de Dios y a nuestra propia santificación.
Gloria al Padre, etcétera.
4 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de FORTALEZA, que haciéndonos superar todos los obstáculos que se oponen a nuestra salvación, nos una tan íntimamente a Dios nuestro Señor que nada, ni nadie, pueda separarnos de Él.
Gloria al Padre, etcétera.
5 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de CIENCIA, que nos dé el perfecto conocimiento de Dios y de nosotros mismos y de los medios que debemos poner en práctica y los peligros que debemos evitar para llegar al cielo.
Gloria al Padre, etcétera.
6 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de PIEDAD, que nos conduzca a cumplir con facilidad todo lo que sea del servicio de Dios y nos haga encontrar siempre dulce y ligero el yugo del Señor.
Gloria al Padre, etcétera.
7 - Venid, oh Espíritu Santo, y concedednos el don de TEMOR DE DIOS, que nos haga evitar con el mayor cuidado en todos los instantes de nuestra vida, todo lo que pueda desagradar a nuestro Padre Celestial.
Gloria al Padre, etcétera.
Venid, oh Santo Espíritu Consolador, Padre de los pobres, dulce Esposo y suave refrigerio de las almas; venid y enriquecednos con las misericordias de vuestros siete dones, y danos con ellos vuestros preciosos frutos, a fin de que con vuestra divina asistencia guardemos puro nuestro corazón en la tierra y merezcamos después ver a Dios eternamente en el cielo. Así os lo pedimos por Cristo Señor nuestro que con Vos y el Eterno Padre vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

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