domingo, 30 de julio de 2017

Tema de hoy

La oración.
La oración nos protege de todos los males y nos obtiene de Dios innumerables gracias y bendiciones, por eso nunca debemos dejar de rezar. Aunque no podamos rezar mucho, por lo menos tenemos que rezar todos los días las Tres Avemarías que son prenda de salvación eterna.
Con la oración se vencen las tentaciones del Maligno y se pasa al contraataque. Con la oración dominamos nuestras pasiones y obtenemos paz en la mente y el alma, paz para nuestra familia y para el mundo entero.
La oración tiene en el bien un poder inmenso. Ya dice San Alfonso María de Ligorio que el que reza se salva, y el que no reza se condena. Y esto es la pura verdad. Si queremos salvarnos del Infierno eterno, es necesario que oremos mucho, todos los días. Debemos ser perseverantes en la oración, aunque haya días en que no sintamos ninguna devoción ni ningún atractivo por la oración, igual tenemos que rezar. Es más, es justo en esos momentos en que necesitamos rezar más, tomando el ejemplo de Jesús, que en los momentos de mayor tentación oraba con más intensidad.
Dios ve el futuro de todas sus criaturas, ve nuestro futuro y ha preparado gracias para socorrernos en todos los acontecimientos que nos sucedan en esta vida. Pero ha condicionado el darnos estas gracias, a que nosotros se las pidamos a través de la oración. Por eso si no rezamos, perderemos muchísimos auxilios divinos y arriesgaremos nuestra salvación eterna. Pensemos en Jesús y en María, que pasaban muchas horas en oración, ¡y ellos eran los que menos las necesitaban, pues Uno era Dios, y la Otra, la Madre de Dios! Sin embargo pidieron incesantemente todo a Dios a través de la oración. ¿Y nosotros queremos ser superiores a ellos? No nos dejemos engañar por Satanás y recemos mucho todos los días.
¡Ave María purísima!
¡Sin pecado concebida!

Mensaje eucarístico

Visita diaria.
Cuando vamos a hacer la visita diaria de quince minutos al Sagrario, nos encontramos con el Emmanuel, que traducido significa “Dios con nosotros”. Y es que allí está Jesús Sacramentado que es Dios con nosotros. Él es Dios además de hombre, y no contento con haber escondido su Divinidad en su humanidad, ahora también esconde su humanidad bajo las apariencias del pan. Él es el Divino Escondido que quiere manifestarse a nosotros. Pero para encontrarlo debemos ser constantes en ir todos los días a hacerle la visita de quince minutos, aunque no tengamos ganas, aunque cuando estemos frente a Él estemos más secos que un corcho y con menos devoción que una piedra, ¡no importa!, ¡a perseverar! y a maravillarnos por los frutos que obtendremos.
¡Viva Jesús Sacramentado!
¡Viva María, su Madre Inmaculada!

lunes, 24 de julio de 2017

Lectura espiritual

Ejemplo 11.
La nieta que salvó a su abuelo
En un lugar del Perigord (Francia), ejercía su profesión un médico, a quien nadie hacía referencia por su propio nombre, sino al que todos llamaban “el buen Doctor”.
Y en verdad merecía este título, porque era realmente bueno con todos, y, sobre todo, con los pobres.
Sin embargo, el doctor no era un hombre religioso.
No es que fuese descreído. No llegaba a tanto. Más bien era “indiferente”.
Así, se daba el caso de que desde la fecha lejana de su matrimonio no se había preocupado de recibir los sacramentos...
Los muchos años y la excesiva actividad profesional desarrollada postraron al doctor en el lecho, con irreparable agotamiento. Toda esperanza de curación quedaba descartada.
¡Y “el buen Doctor” iba a morir en la impiedad!
Este pensamiento y temor torturaba el corazón de una nieta que le acompañaba en aquella ocasión. La niña era un ángel de dulzura y de piedad. Sentada junto al enfermo, lo entretenía y cuidaba. Y mientras descansaba el anciano, dirigía con lágrimas esta plegaria al cielo:
“¡Oh, Virgen buena, Vos que sois todo misericordia y todo lo podéis, moved a penitencia el corazón de mi abuelo!
No permitáis, santa Madre de Dios, que muera sin auxilios espirituales.
En Vos, Madre mía, tengo puesta toda mi confianza.”
Y tras de esa oración rezaba las tres Avemarías...
Una tarde, con el fin de distraer a su abuelo, la niña empezó a pasar revista al contenido de una gran cartera donde aquél había ido dejando recuerdos de pasados tiempos... Sus ojos se detuvieron en un sobre viejo, y exclamó:
–Una antigua carta, abuelo. ¿De quién será que la habéis conservado?...
El anciano le respondió:
–Léela y haremos memoria.
Y la joven leyó:
“Mi querido ahijado: ¡Cuánto siento no poder abrazarte antes de que te marches a París!, pero me es imposible ir a verte. Estoy atada a la cama por mi reumatismo. Seguramente no volverás a ver aquí abajo a tu vieja madrina, y por esto te pido escuches mis consejos, que serán los últimos.
Tú sabes que París ha sido siempre un abismo, y ante ese peligro tiemblo por ti. Sé un hombre fuerte, de buen temple, firme en la fe. Permanece fiel al Dios de tu bautismo, que has de ver en la eternidad... Yo te pongo bajo la protección de la Santísima Virgen María, y te recomiendo encarecidamente seas constante en las prácticas de piedad que desde muy niño tuviste de rezar mañana y noche las tres Avemarías...
Rogará por ti tu madrina, que te estrecha fuertemente sobre su corazón...”
La carta que tenía fecha de hacía cuarenta y ocho años, produjo una honda emoción al doctor.
Rememoró los años despreocupados de su juventud, sus extravíos y ligerezas, su apartamiento de los actos de culto y el abandono de sus devociones.
Pensó también en sus tareas profesionales y en su vida familiar y se detuvo recordando a su bondadosa madrina, que murió a los pocos meses de escribir aquella carta. Ella le había enseñado a rezar las tres Avemarías en su infancia...
Sintió el doctor un vivo impulso de gratitud hacia esa mujer buena, cuyos buenos consejos no siguió. Y mirando tiernamente a la nieta, balbuceó:
–¡Por mi madrina!... Dios te salve, María...
Y rezó las tres Avemarías juntamente con la nieta, que, con íntimo gozo, sonreía y lloraba a la vez.
¡Estaba ganado para Dios “el buen Doctor”!...
–Llama al Padre –dijo el enfermo–, porque he de contarle estas cosas.
Acudió el sacerdote diligentemente, y el doctor hizo su confesión con singular fervor.
Al día siguiente empeoró alarmantemente y hubo que administrarle el Santo Viático... Con paso acelerado se aproximaba a la muerte.
Tomó “el buen Doctor” con dificultad una mano de su nieta y, haciendo un gran esfuerzo, le dijo:
–Esto se acaba..., reza conmigo las tres Avemarías...
Al terminar la tercera Avemaría expiró dulcemente.
(P. Didier de Cre, O. F. M. Cap.)

sábado, 22 de julio de 2017

Arma corta.

coronilla de la misericordia
Ver cómo se reza la Coronilla
Un arma corta, pero de largo alcance (espiritualmente hablando) es la Coronilla de la Misericordia.
Es una oración corta pero que tiene un poder muy grande para alcanzar la Misericordia divina y obtener favores y gracias de todo tipo.
Cuando estemos tristes o cansados, abatidos o con dudas, enojados o temerosos, empuñemos el rosario en nuestras manos y recemos esta Coronilla de la Misericordia, que volverá la paz a nuestras almas, y además de que seremos consolados por Dios, obtendremos favores admirables para nosotros y para quienes amamos.
Pero dejemos que sea el mismo Señor Jesucristo quien nos hable de los beneficios que trae el rezar con frecuencia la Coronilla.
He aquí las palabras del Señor a Santa Faustina Kowalska:
“Por el rezo de este Rosario, me complace dar todo lo que me pidan. Quien lo rece, alcanzará gran Misericordia en la hora de su muerte. Aunque sea un pecador empedernido, si reza este Rosario, aunque sea una sola vez, logrará la gracia de mi infinita Misericordia”. 
“Cuando los pecadores recen este Rosario, llenaré sus almas de tranquilidad, y será feliz la hora de su muerte. No les afectará el temor. Mi Misericordia les amparará en esta última lucha”. 
“Defenderé como Mi gloria a cada alma que rece esta coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón. Cuando cerca de un agonizante es rezada esta coronilla, se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al alma y se conmueven las entrañas de Mi misericordia por la dolorosa Pasión de Mi Hijo"
"Cuando recen este Rosario al lado del moribundo, me pondré entre el Padre y el alma moribunda, no como justo Juez, sino como Redentor Misericordioso".
"A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá en vida y especialmente a la hora de la muerte".
"Hija mía, anima a las almas a rezar la coronilla que te he dado. A quienes recen esta coronilla, Me complazco en darles lo que Me pidan. Cuando la recen los pecadores empedernidos, colmaré sus almas de paz y la hora de su muerte será feliz".
“Los Sacerdotes ofrezcan este Rosario a los pecadores, como el último socorro”. 
"Oh, ¡qué enorme caudal de gracias derramaré sobre las almas que recen esta Coronilla! Las entrañas de mi Misericordia se enternecen por aquellos que rezan la Coronilla. Anota estas palabras, hija Mía, habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía. Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos".
Para saber cómo se reza la Coronilla: CLICK AQUÍ

sábado, 15 de julio de 2017

Pequeños sacrificios.

Santa Teresita
Basados en las palabras de Jesús que nos ha dicho en su Evangelio que quien sea fiel en lo pequeño, también será fiel en lo grande; tenemos que acostumbrarnos a realizar pequeños sacrificios, pequeñas renuncias y vencimientos, para estar preparados por si alguna vez tenemos que hacer grandes renuncias o sacrificios, e incluso por si nos tocara el mismo martirio.
Este camino de los pequeños sacrificios lo recorrió Santa Teresita, y nos lo enseña a nosotros.
Consiste en hacer pequeñas cosas por amor, para vencernos y con espíritu de caridad.
Por ejemplo tenemos sed y nos servimos un vaso de agua, pero esperamos cinco minutos para beberla.
Nos llega una carta o un email, y esperamos una hora para leerlo.
La tecnología actual nos permite también ejercitarnos en el autodominio y así podemos evitar la curiosidad, y si conviene de vez en cuando pasar delante de una vidriera y no mirar, también podemos hacer otro tanto en Facebook, quizás postergando el ingreso por un par de horas.
Son cosas simples, como privarse de un bocado más de comida, o del postre, sabiendo que con esa renuncia un hermano nuestro recibirá alimento en alguna parte, porque todo está relacionado en la economía de la salvación, y lo que nos privamos de hacer por amor, otro hermano se beneficia de ello.
Por ejemplo si pasamos frente a un escaparate que nos llama la atención y, por amor hacemos el pequeño sacrificio de pasar de largo sin detenernos a mirar, entonces quizás alguna persona en alguna parte evite una mirada de codicia, mirada que le puede llevar a hacerse ladrón y luego asesino.
Los pequeños sacrificios nos ayudan a ir adquiriendo las virtudes y el dominio personal, y como no son grandes cosas, no nos puede venir de ellos ninguna soberbia, puesto que son cosas pequeñas y el diablo no puede tentarnos con el orgullo.
En lugar de estar recostados en el sillón favorito, sentémonos en una silla común, al menos por un rato. Y así tenemos miles de oportunidades de ir haciendo estas pequeñas y fructíferas renuncias durante el día, recordando que no queda todo en el acto mismo, sino que tiene repercusiones en todo el cuerpo místico, en toda la humanidad, porque el bien que hacemos es como una piedra arrojada al lago, que produce ondas concéntricas que van cada vez más lejos, y ni siquiera sabemos hasta dónde llegaremos con la influencia de esa buena obra o pequeña renuncia.
Es un juego del amor, porque con esas nimiedades le demostramos al Señor que lo amamos, y que amamos a los hombres. Y además, como realizamos estos pequeños sacrificios muchas veces en el día, esto nos ayuda a tener más presente a Dios en el transcurso del día, viviendo en su presencia, y amándolo, que de eso se trata la vida cristiana.

jueves, 13 de julio de 2017

Las tres avemarias


Una sencilla oración que, sin embargo, puede hacer muchísimo para honrar a nuestra madre.
Se inicia pidiendo a María protección contra el pecado mortal:

Por el Poder que te concedió Dios Padre (avemaría).
Por la Sabiduría que te concedió Dios Hijo (avemaría).
Por el Amor que te concedió  Dios Espíritu Santo (avemaría).
Las tres Avemarías de la Pureza.
Se rezan al término del quinto misterio del Rosario. Justo empleando las cuatro cuentas que se unen al crucifijo.

En mi casa, mi madre las rezaba así: ( y yo también por supuesto)

" Tres avemarías para honrar la Pureza de nuestra Señora y pidiendo por la pureza de todos los jóvenes

Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Virgen Purísima antes del parto, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita a Tu eres... Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la.....Amén. Oh María sin  pecado concebida. Rogad por nosotros que recurrimos a Vos

Dios te salve María, Madre de Dios Hijo, Virgen Castísima en el parto, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú ......Santa María Madre de Dios ruega.....Amén. Oh María  sin...

Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen Inmaculada después del parto,llena eres de Gracia....Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Oh María sin pecado...

Dios te salve María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

lunes, 10 de julio de 2017

Resistencia vencida

“En Zaragoza (España), hace años, un día, por no sé qué extraña coincidencia, aunque estaba abierto el templo de Nuestra Señora del Pilar, y era posible la oración en el mismo, la Virgen está sola en su Capilla, de pie sobre el secular trono de jaspe recubierto de plata. Parece esperar con majestad de Reina y amor de Madre a alguno de sus hijos con quien quiere mantener secreta audiencia. Por esto ha despejado por unos momentos la multitud de devotos que suele disputarse los escasos huecos de la alta reja que cierra el Sancta Sanctorum de la Angélica Capilla.
En un confesionario próximo hay sentado un Padre de la Compañía de Jesús, en espera de ejercer su ministerio. Ya iba a levantarse en vista de que no había penitentes que atender allí, cuando ve de pronto que un oficial del ejército se arrodilla a los pies de la Virgen. Le observa, y advierte en él una gran turbación reflejada en su semblante y en todo su cuerpo, no mostrando el fervor del peregrino, ni la admiración del artista, sino más bien la lucha interna del alma, a quien dice Dios como a Saulo: “Es duro para ti golpear contra el aguijón”...
El confesor espera. Baja los ojos para orar con más recogimiento; y vuelve a levantarlos por si hay novedad. Pero el oficial del ejército se ha marchado. La Virgen está de nuevo sola... Baja los ojos el jesuita, y otra vez a poco los levanta y ve al militar que ha vuelto a ocupar su puesto, con más turbación que antes. Otra vez después desaparece; y otra vez vuelve a aparecer. Una nueva desaparición del misterioso militar hace perder al buen Padre las esperanzas de intervenir, y decididamente se levanta para salir del confesionario. Pero en ese mismo momento se presenta el oficial a su lado en ademán de detenerle.
Espere, por favor, le dice: quiero confesarme, y antes de hacerlo le voy a contar lo que me pasa... Hace muchos años que vivo alejado de la Iglesia; pero nunca he podido olvidar dos encargos que me hizo mi querida madre, en la hora de su muerte: rezar diariamente tres Avemarías, y hacer una visita, en Zaragoza, a la Santísima Virgen del Pilar. Lo primero nunca he dejado de cumplirlo (recé todos los días las tres Avemarías); lo segundo lo he querido hacer en llegando a Zaragoza, aunque sentía tentaciones de dilatarlo. Y orando a los pies de Nuestra Señora, he oído una voz que me decía: “confiésate”, y aunque no vi en la Capilla criatura humana que me lo pudiera decir, he respondido: “no quiero”... “Confiésate”, he oído decir por segunda vez, y he respondido: “antes morir”... ¡Cómo había de confesarme yo que tanto he hablado contra la confesión!... “Confiésate o mueres”, me dice la voz misteriosa por tercera vez... Dos veces, durante esta lucha, me he levantado para salir de la iglesia, y he dado algunos pasos fuera de la Capilla, y otras dos veces he vuelto a los pies de la Virgen del Pilar. Después de este tercer aviso, ya no puedo resistir más. Por tanto, Padre, voy a confesarme; treinta y seis años hace que no lo hago...
Largo rato duró la confesión. Luego, a pesar de la humilde resistencia del penitente, el Padre le obligó a acercarse a la sagrada mesa y comulgar. Y seguidamente se quedó el militar haciendo la guardia a su Reina y Madre... Pasó la tarde; sucediéronse uno a otro los rosarios, se cantaron los gozos, y el oficial continuaba inmóvil a los pies de la Virgen. Por fin llegó la hora de cerrar el Santuario, y el sacristán, que se vio obligado a avisarle para que saliera, pudo notar que el mármol del pavimento estaba humedecido con las lágrimas del penitente... Nada más se ha sabido de él; siendo de esperar que la Virgen Santísima, Medianera de todas las gracias, le haya obtenido la de la perseverancia.
El confesor refirió el caso a un respetable sacerdote que lo transmitió a la R. M. Superiora General de las Adoratrices, de cuyos labios lo hemos oído.” (P. Nazario Pérez, S. J. –Revista “El Propagador de las tres Avemarías”. –Padres Capuchinos. –Valencia. –Octubre de 1966.)

Las almas del purgatorio.

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Por medio de la Comunión de los Santos estamos muy unidos a las almas que se purifican en el Purgatorio. Y ellas pueden hacer mucho por nosotros pero, nosotros, al no tenerlas en cuenta ni solicitarles su ayuda, desaprovechamos un mar de gracias y favores de todo género.
Es tiempo de que pensemos más en las almas del Purgatorio, ofreciendo por ellas todo lo que vamos haciendo en el día, y entonces veremos cómo nos auxilian y protegen de manera admirable.
También tenemos que encomendarnos a ellas cuando realizamos un viaje, o también encomendar a nuestros seres queridos que viajan, pues los accidentes los causa el demonio, y las Benditas Almas protegen a las personas de accidentes.
Si supiéramos todo lo que las almas purgantes pueden y quieren hacer por nosotros, no seríamos tan tibios en socorrerlas con nuestras oraciones, haciendo celebrar misas por ellas y también oyendo misas en su favor, y aliviándolas con el ofrecimiento, no sólo de pequeños sacrificios, sino haciendo las más pequeñas cosas de todos los días en su favor, para aliviarlas.
Tenemos un tesoro inagotable por descubrir: Las Almas del Purgatorio. Si nos encomendamos a ellas y encomendamos también a quienes amamos, a nuestro país y al mundo entero, entonces veremos lo que son milagros.
Pero no sólo ellas ayudan en lo espiritual, sino que prodigan favores en lo material, de modo que quedaremos pasmados de lo que pueden y quieren hacer ellas por sus benefactores.
No perdamos más tiempo, y ya que tenemos tantas necesidades de todo tipo, no dejemos pasar esta oportunidad de comenzar, a partir de ahora mismo, a ofrecer todo para el alivio de las Benditas Almas del Purgatorio.
Si tenemos que salir de casa, dejemos a las Benditas Almas el encargo de que cuide de ella. Si tenemos que hacer un viaje o tarea riesgosa, pongámoslo bajo el patrocinio de las almas purgantes. Y en todo peligro o apretura en que nos encontremos, no nos olvidemos de que las Almas del Purgatorio nos pueden ayudar y mucho. Ofrezcamos el Rosario por ellas, y cuando queramos alguna gracia, hagamos como hacía la Madre Teresa de Calcuta: ofrecía el Rosario a las Benditas Almas y ellas se encargaban de obtenerle todo.
Ellas sufren muchísimo y son infinitamente agradecidas para quienes las alivian. Y si por nuestras oraciones y sacrificios, alguna de ellas logra salir del Purgatorio y alcanzar el Cielo, tendremos un alma santa que desde el Cielo nos protegerá incondicionalmente durante toda nuestra vida, y protegerá también a quienes amamos.
Rezar por las Benditas Almas y aliviarlas es un “negocio redondo”, porque saldremos ganando y los bienes de todo tipo no se harán esperar en nuestras vidas y en las de nuestros seres queridos.

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