jueves, 28 de septiembre de 2017

Lectura espiritual

Ejemplo 13.
Llegó a Carmelita Descalzo después de tropiezos mundanos
En una gran ciudad de un país hispanoamericano, un niño acudía todos los domingos a la Catedral, a la que los Hermanos Maristas enviaban esos días dos Hermanos para la enseñanza de la Doctrina, labor de caridad muy necesaria en una nación donde la escuela laica prescindía de toda instrucción religiosa.
Un día, el Hermano Macario, que era el catequista del grupo en que figuraba el niño a que nos referimos, les habla de rezar a la Virgen tres Avemarías...
“Si las rezáis todos los días –dice–, la Virgen os salvará... ¿Vosotros queréis ir al cielo? Pues comenzad a rezarlas esta misma noche al acostaros...”
Aquella afirmación de protección salvadora fijó la atención del pequeño oyente, y le determinó a dar comienzo a su rezo aquel día.
Meses después dejaba el niño la asistencia a la Doctrina. Y luego cursó el Bachillerato y pasó a la Universidad.
El ambiente incrédulo que halló en ésta y las tentaciones de un mundo tropical, sofocaron las prácticas de piedad, y cayó en las tinieblas del error y en el desenfreno de la vida...
Sólo quedaron las tres Avemarías.
Las sostenía aisladas, a veces pendientes del hilo de una perseverancia casi imposible. Hasta que una noche se enfrentó con aquellas tres Avemarías, diciendo:
“¿para qué? Dejemos esta carga...”
Pero en ese instante sintió un estremecimiento, y, como por instinto, con ansiedad ciega, se dijo: “No, no... las rezaré. ¡Virgen María, que tú me salves!”. Y se agarró a ellas como a un último lazo, que si se desataba se hundía. Y en medio de la noche de su vida persistieron las tres Avemarías.
El propio interesado nos dirá ahora lo sucedido pocos años más tarde:
“Fue un mes de mayo. Una extraña inclinación, un impulso interior que me sorprendía, me inclinaba a ir al templo y asistir a las Flores de Mayo. Era esto, en mis circunstancias, una aberración, además de inquietarme los respetos humanos. Y, sin embargo, la inclinación me llevó. Entré en el templo del Carmen...
A la salida entablé conversación con un señor, que por su amplia cultura se me hizo grato. Nos despedimos hasta el siguiente día, y nos reunimos también los sucesivos del mes de mayo. De nuestras charlas acerca de los temas religiosos volvió la luz y recuperé la fe...
Entonces las tres Avemarías brillaron como tres estrellas de la mañana. Un convencimiento íntimo me ha afirmado siempre que la luz de esa mañana brotó a través de ellas en los ojos misericordiosos de la Señora. Los ojos que sentí fijarse cada vez más insistentemente, más maternalmente en mi alma. Y en su dulce mirada hubo una insinuación sublime, y... su deseo se hizo realidad, con mi ingreso en la Orden del Carmen Descalzo...
Arraigada tengo la convicción de que el lazo salvador que me ató al cielo sobre el abismo, lazo por algún tiempo único, fueron las tres Avemarías, el lazo bíblico triplemente trenzado de Poder, de Sabiduría y de Amor de Madre, que no falla, que no dejo jamás y donde guardo sujeta una esperanza tan inmensa como la misericordia de la Señora”. (P. Fr. Juan Alberto de los Cármenes, O. C. D.)

lunes, 18 de septiembre de 2017

Muerte santa después de una vida desacertada

Una Casa de religiosos de la Compañía de Jesús... Llaman telefónicamente desde la Prisión Militar en la noche del 5 de diciembre de... hace pocos años.
–Padre, ¿podrá usted acudir?
–¿Es urgente?
–Sí, Padre. Venga en seguida...
Llego a la prisión. Un oficial de la guardia exterior me acompaña hasta una habitación poco iluminada. Entro, y veo al sentenciado, que aparece abatido y hunde el rostro en el pecho. Levanta tristemente la mirada hacia mí y hace un gesto significativo de que no le soy grato.
Le saludo; corresponde fríamente y exclama: “No necesito sus servicios”.
–¿Quiere que le acompañe en esta hora difícil?
–No, gracias; déjeme en paz. No me amargue lo poco que me queda de vida.
–¿De dónde es usted?
–De Zaragoza.
–¿Tiene usted familia en la ciudad?
–Sí, señor.
–¿Puedo servirle a usted para transmitir sus últimos deseos?
–He dicho a usted que me deje tranquilo. ¡Váyase!
–¿No necesita nada?
–Por medio de usted, no.
–Yo quisiera ayudarle en este amargo trance, con la esperanza de una vida que no muere...
–¡Déjese de cuentos!
Hubo una breve pausa.
–¿Tiene usted madre?
–Sí, señor.
–¿Quiere usted algún recuerdo especial para ella?
–¡Bastante pena ha de tener cuando sepa mi muerte!...
Quedó pensativo. El tiempo avanzaba.
–Faltan unos minutos –le digo–. Vamos a ganar el cielo... Pidámoselo a Dios... ¿Sabe usted alguna oración?... ¿El Padrenuestro?
–No, señor. Jamás me preocupé de eso.
–No importa. Podemos decirlo ahora los dos juntos.
–¡No insista! Quiero que me deje en paz ya.
–Ánimo, amigo mío. En un minuto nada más ganamos el cielo... ¿No sabe usted rezar nada? ¿No le enseñó su buena madre ni siquiera el Avemaría?...
Aquel hombre, hasta entonces abatido y hosco, levanta su cabeza, me mira de frente, desfrunce el ceño y, en tono natural y casi amistoso, me dice:
–El Avemaría, sí...
–¿Ah, sí? –exclamo ansioso, vislumbrando el faro de salvación.
–Mire usted: tenía yo unos catorce años, y hasta esa fecha había vivido con mi madre, que es muy buena. Pero deseoso de libertad, y empujado por mis amistades, quise apartarme de la autoridad de mi madre y correr por el mundo. Y decidí marcharme de casa... Al decírselo a mi madre le causé un gran dolor, y el día de la partida echó, llorando, sus brazos a mi cuello; me llenó de besos la cara, y me dijo: “Hijo mío, puesto que no desistes de tu idea y te vas, te voy a pedir el último favor: quiero que me hagas una promesa. ¿Serías capaz de negársela a tu madre?”.
–No, madre; dime qué es lo que quieres (y para apresurar la despedida, añadí): Te juro que cumpliré la promesa.
–Pues lo que te pido, hijo mío, es que me prometas rezar a la Virgen todos los días tres Avemarías.
–Te lo prometo, dije. Y me fui...
Otro corto silencio. Luego continuó:
–He viajado mucho. Mi vida fue azarosa... No obstante, Padre, he cumplido todos los días la promesa que hice a mi madre.
–¿Es posible? –le pregunté, conmovido.
–Sí, señor; ayer, en la cárcel, y esta misma noche, recé las tres Avemarías.
Y transformado por este bendito recuerdo mi interlocutor, y animado el acento de su voz, a la vez que asomaba a su rostro una leve sonrisa, agregó:
–Padre, yo no sé qué íntimo alborozo siento en estos instantes... Yo noto algo tan extraño en mi interior, que pienso que la Virgen me quiere salvar... ¡Padre, ayúdeme; confiéseme!...
Unas lágrimas brotan de sus ojos... Y de sus labios van saliendo estas palabras: “Creo en Dios...”. “Pésame, Señor, de haberos ofendido...”.
–¿Quiere usted recibir la Sagrada Comunión por Viático?
–Pero, ¿podré, Padre?...
Sobre mis rodillas extendí el corporal, saqué la cajita–copón... Lloraba él, y yo no podía contener mi emoción.
Ecce Agnus Dei... “He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo...”. Y le dije:
–Diga usted conmigo: “Señor, no soy digno de que entréis en mi pobre morada...”. Y terminé diciendo: “El Viático del Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo te defienda del maligno enemigo y te lleve a la vida eterna. Amén.”
Sobre los corporales cayeron lágrimas del penitente; y los centinelas se estremecieron ante la escena...
La llegada de un refuerzo de la guardia nos advirtió lo inminente del terrible desenlace.
Rogué a mi confesado que dijese: Señor y Dios mío, acepto con ánimo conforme la muerte que me enviéis, con todas sus penas y dolores.”
Dicho esto se puso en pie y, levantando la cabeza, dijo: “Padre, vamos; ya estoy dispuesto...”
Y comenzamos a caminar hacia el lugar de la ejecución.
Seguidamente me tomó el crucifijo, y ante el mismo me hizo las últimas confidencias y encargos:
–Padre, escriba a mi esposa diciendo que me despido de ella, pidiéndole con toda mi alma que me perdone lo mucho que la hice sufrir en la vida... A mis hijos, que son aún pequeños, incúlqueles que no sean como el padre, que no sigan sus ejemplos; que sean fieles cristianos y buenos siempre con su madre, sin abandonarla nunca... Y, por último, Padre –estábamos llegando al sitio en que la sentencia había de ser ejecutada–, me ha dicho usted si quiero algo para mi madre. ¡Sí, desde luego! A mi buenísima madre no deje de decirle que le agradezco inmensamente que me hubiera hecho prometerle, al separarme de su lado, rezar a la Virgen todos los días las tres Avemarías; y que ahora su hijo muere con el íntimo consuelo de sentir que la Virgen le salva y lleva al cielo.
–Le prometo hacer cuanto me ha encomendado... Y bese el crucifijo y diga: “Jesús, ten misericordia de mí”... “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”... “María, Madre mía, sálvame”...
Se oyeron unos disparos de fusil...; se desplomó su cuerpo, y... el manto de la Madre celestial lo cobijó... Eran las primeras horas del día 6 de diciembre, antevíspera de la Inmaculada.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Cinco primeros sábados.

Lucía, vidente de Fátima, era postulante en el Convento de las Doroteas en Pontevedra, España cuando tiene una aparición de la Virgen sobre una nube de luz, con el Niño Jesús a su lado. La Santísima Virgen puso su mano sobre el hombro de Lucía, mientras en la otra sostenía su corazón rodeado de espinas. El Niño le dijo: "Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Está cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie que haga un acto de reparación para sacárselas."
Inmediatamente dijo Nuestra Señora a Lucía:
"Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que, durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación"
Lucía le habló (a Jesús) de la confesión para los primeros sábados y preguntó si valía hacerla en los ocho días. Jesús contestó: "Sí; todavía con más tiempo, con tal que me reciban en estado de gracia y tengan intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María".
La intención de hacer esta reparación al Inmaculado Corazón de María puede ponerse al principio.
¿Por qué 5 Sábados?
Después de haber estado Lucía en oración, Nuestro Señor le reveló la razón de los 5 sábados de reparación: "Hija mía, la razón es sencilla: se trata de 5 clases de ofensas y blasfemias proferidas contra el Inmaculado Corazón de María:
1- Blasfemias contra su Inmaculada Concepción.
2- Contra su virginidad.
3- Contra su Maternidad Divina, rehusando al mismo tiempo recibirla como Madre de los hombres.
4- Contra los que procuran públicamente infundir en los corazones de los niños, la indiferencia, el desprecio y hasta el odio hacia la Madre Inmaculada.
5- Contra los que la ultrajan directamente en sus sagradas imágenes.”
"He aquí hija mía, por que ante este Inmaculado Corazón ultrajado, se movió mi misericordia a pedir esta pequeña reparación, y, en atención a Ella, a conceder el perdón a las almas que tuvieran la desgracia de ofender a mi Madre. En cuanto a ti procura incesantemente con tus oraciones y sacrificios moverme a misericordia para con esas almas".
Virgen Fatima
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jueves, 14 de septiembre de 2017

dolorosa
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PROMESAS DE LA VIRGEN A LOS DEVOTOS DE SUS DOLORES
Siete gracias que la Santísima Virgen concede a las almas que la honran diariamente (considerando sus lágrimas y dolores) con siete Avemarías. Santa Brígida.
1º. Pondré paz en sus familias.
2º. Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3º. Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4º. Les daré cuanto me pidan con tal que no se oponga a la voluntad de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
5º. Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y los protegeré en todos los instantes de sus vidas.
6º. Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte: verán el rostro de su Madre.
7º. He conseguido de mi Divino Hijo que los que propaguen esta devoción (a mis lágrimas y dolores) sean trasladados de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos “su eterna consolación y alegría”.   
.LOS SIETE DOLORES DE LA VIRGEN  
1º. La profecía de Simeón (Lc. 2, 22-35) ¡Dulce Madre mía! Al presentar a Jesús en el templo, la profecía del anciano Simeón te sumergió en profundo dolor al oírle decir: “Este Niño está puesto para ruina y resurrección de muchos de Israel, y una espada traspasará tu alma”. De este modo quiso el Señor mezclar tu gozo con tan triste recuerdo. Rezar Avemaría.
2º. La persecución de Herodes y la huída a Egipto (Mt. 2, 13-15) ¡Oh Virgen querida!, quiero acompañarte en las fatigas, trabajos y sobresaltos que sufriste al huir a Egipto en compañía de San José para poner a salvo la vida del Niño Dios. Rezar Avemaría.
3º. Jesús perdido en el Templo, por tres días (Lc. 2, 41-50) ¡Virgen Inmaculada! ¿Quién podrá pasar y calcular el tormento que ocasionó la pérdida de Jesús y las lágrimas derramadas en aquellos tres largos días? Déjame, Virgen mía, que yo las recoja, las guarde en mi corazón y me sirva de holocausto y agradecimiento para contigo. Rezar Avemaría.
4º. María encuentra a Jesús, cargado con la Cruz (Vía Crucis, 4ª estación) Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que encontraste a Jesús tan sucio, afeado y desgarrado, cargado con la cruz que se hizo responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y por cometer. ¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con mi amor. Rezar Avemaría.
5º. La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor (Jn. 19, 17-30) María, Reina de los mártires, el dolor y el amor son la fuerza que los lleva tras Jesús, ¡qué horrible tormento al contemplar la crueldad de aquellos esbirros del infierno traspasando con duros clavos los pies y manos del salvador! Todo lo sufriste por mi amor. Gracias, Madre mía, gracias. Rezar Avemaría.
6º. María recibe a Jesús bajado de la Cruz (Mc. 15, 42-46) Jesús muerto en brazos de María. ¿Qué sentías Madre? ¿Recordabas cuando Él era pequeño y lo acurrucabas en tus brazos?Por este dolor te pido, Madre mía, morir entre tus brazos. Rezar Avemaría.
7º. La sepultura de Jesús (Jn. 19, 38-42) Acompañas a tu Hijo al sepulcro y debes dejarlo allí, solo. Ahora tu dolor aumenta, tienes que volver entre los hombres, los que te hemos matado al Hijo, porque Él murió por todos nuestros pecadosY Tú nos perdonas y nos amas. Madre mía perdón, misericordia. Rezar Avemaría.

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