viernes, 29 de diciembre de 2017


 

D. Manuel González García
Apóstol de los Sagrarios Abandonados


Por: Damián Darelli |  




Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó D. Manuel González García.
Leyó y enseñó a leer el Evangelio a la luz de la lámpara de un sagrario.
Fue su lección preferida.
La misma que sigue brindando hoy en su obra.

Don Manuel González García nació en Sevilla, un 25 de febrero de 1877.
Familia numerosa la suya: Manuel fue el cuarto de cinco hermanos. Muy pequeño aún, tuvo la suerte de ingresar en el Colegio San Miguel, donde se formaban los niños de coro de la Giralda.
Antes de los diez años ya era uno de los seises de la Catedral, que cantaba y danzaba ante el Santísimo en las fiestas del Corpus y de la Inmaculada.

Seminarista a los doce, tiene calificación sobresaliente en todos los cursos y en todas las asignaturas. Fueron quince años de estudios, hasta llegar al doctorado en Teología y la licenciatura en Derecho Canónico. Lo ordena sacerdote en Sevilla el famoso Cardenal Spínola en 1901. Y ahora comienza su experiencia fuerte de la Eucaristía.

Don Manuel queda impactado por el desolador abandono del sagrario en un pueblecito andaluz, a1 estrenar su primera misión popular. Un hecho para el que buscará remedio mientras Dios le dé vida.

A los cuatro años de su sacerdocio, es nombrado arcipreste de Huelva. Funda su primera Revista de catequesis eucarística, el famoso Granito de arena (1907).
Inaugura y bendice escuelas populares, interviene en las Semanas Sociales de Sevilla, funda la Obra de las Tres Marías de los Sagrarios-Calvarios (1910), escribe el primer libro de una serie fecundísima de títulos: Lo que puede un cura hoy, funda para los niños, Los Juanitos del Sagrario (1912).

Consagrado Obispo en 1916, crea los Misioneros Eucarísticos Diocesanos (1918) y un poco más tarde las Hermanas Marías Nazarenas (1921), las mismas que conocemos hoy con el nombre de Misioneras Eucarísticas de Nazaret.

Pero lo más dramático de su vida está por llegar. Consagrado Obispo el 16 de enero del 1916, Don Manuel lo será de Málaga durante casi 20 años (1916-1935). Y es aquí, en esta su entrañable Málaga, después de 15 años de una incansable labor pastoral, educativa y social, donde el Señor le da a beber el cáliz de la amargura al estallar las algaradas anticlericales de la
Segunda República (1931). La trágica noche del 11 de Mayo de 1931 una masa furibunda -aunque de pobre gente-, azuzada y teledirigida por los políticos de turno, incendia el Palacio Episcopal y reduce a cenizas los tesoros archivísticos, artísticos y documentales, no sólo de este lugar sino de la mayoría de los templos y conventos de Málaga.

Don Manuel y sus familiares, tras refugiarse en los sótanos, salen milagrosamente por una puerta trasera del edificio en llamas.
Descubiertos se ven acosados y seguidos por los incendiarios, que sin embargo, no se atreven a tocarlos. Expulsado de la ciudad, se refugia en Gibraltar, donde le da acogida el Obispo local, Mons. Richard Fitgerald, un 13 de Junio de 1931.

Ya no volverá jamás a su querida ciudad de Málaga, donde, como hemos dicho, había realizado una intensa labor como pastor y en la que había levantado su hermoso seminario...¿Quién podrá olvidar la forma original que ideó para inaugurarlo?

El solemne acto tuvo lugar el 17 de octubre de 1919. Ese día, unos tres mil niños celebran en la explanada del seminario el banquete inaugural. Pero entiéndase bien, en lugar del acostumbrado y suculento banquete, reservado a un número pequeño de personajes y autoridades, fueron éstas el propio Sr. Obispo, el Gobernador, el Alcalde y los profesores del Seminario quienes sirvieron la mesa a los pequeños.

Pero a Don Manuel le queda prácticamente vedado el regreso.
Tiene que trasladarse a Madrid, como un exiliado, un indeseable o un peligroso cualquiera. Pese a todo, su celo por el Señor del Sagrario no cesa, y en esa época funda su obra la Reparación Infantil Eucarística (R.I.E.)

En 1935 es nombrado Obispo de Palencia. Son los cinco últimos años de su vida; 1936-1940- Es ahí en donde tiene la fortuna de conocer, en la Trapa de Dueñas, al Beato Hermano Rafael. Todavía encuentra tiempo para crear su última publicación periódica, la revista infantil REINE desde su nueva sede diocesana.
Soporta, Don Manuel el mayor dolor de su vida: la guerra civil española, y con ella el mayor número de sagrarios profanados, en toda la historia de España, según expresión suya.

En Palencia le sobreviene su última enfermedad. Fallece en Madrid, en el Sanatorio del Rosario, el 4 de enero de 1940. Y es sepultado en su preciosa Catedral palentina en la Capilla del Santísimo en donde hasta hoy reposan sus restos mortales bajo la inscripción sepulcral que él mismo dictó.

“Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida , estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen abandonado!”

APÓSTOL DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

Don Manuel González García es un Obispo universalmente conocido por su vida y por su obra. Ocupa en el catolicismo español de la primera mitad del siglo xx un lugar preeminente e indiscutible.

Don Manuel González, el famoso arcipreste de Huelva, el benemérito pastor de Málaga y Palencia, se nos muestra como un perfecto testigo de Jesucristo, como un acabado modelo de heroica fe eucarística. Hoy, a más de medio siglo de su muerte, sigue transmitiéndonos su profético mensaje a través del lanzallamas ardiente de su pluma. Continúa hablando a las nuevas generaciones cristianas con el mismo ímpetu suavemente arrollador, infatigablemente persuasivo, eucarísticamente irresistible. Habló mucho, y escribió siempre, dejando rienda suelta a la rica abundancia de su gran corazón. Pero creyó y oró mucho más, y por eso su semilla produjo el ciento por uno.

Las virtudes recias y ejemplarmente pastorales de Don Manuel resplandecen, cada vez más , por ello fue declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II, el 6 de marzo de 1998 y será Beatificado el 29 de abril de 2001.

Su personalidad es inconmensurable como sacerdote, como obispo, como fundador, como catequista, como escritor y como heraldo y misionero de la Eucaristía. Aquí radica precisamente su título más glorioso; Apóstol de los Sagrarios Abandonados.

Hablar de Don Manuel González es hablar necesariamente de la Eucaristía y del Evangelio: la Eucaristía profundamente entendida a través del Evangelio.
El Evangelio plenamente vivido a través de la Eucaristía. Ese es el sencillo anverso y reverso de su testimonio y mensaje, siempre actual e imperecedero, porque supo beberlo en la fuente inagotable de donde mana toda su fuerza eclesial. Hoy como ayer, late vivo y fulgurante el ideal eucarístico que absorbió toda su vida al servicio de ese trato íntimo, afectuoso, rendido, imitativo, transformador, perenne, de los hombres con el Dios Hijo, Cordero de nuestros altares y de nuestros Sagrarios.

Practicó sin desmayo y predicó sin cansancio una auténtica piedad centrada en la Eucaristía, buscando en cada Misa, en cada Comunión y en cada visita la savia vivificante del testimonio cristiano, limpio y transparente ante Dios y ante los hombres. Los lectores de su obra saborearán el carisma eucarístico con que Dios quiso enriquecerlo, desde su inefable experiencia de Palomares del Río, donde palpó en toda su crudeza, el abandono de los hombres hacia la Eucaristía.

Todo su vocabulario ascético cabe en dos palabras densamente programáticas para una espiritualidad dinámicamente renovadora: abandono y compañía.

Llegó a experimentar tan sensiblemente el dogma de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía que casi no necesitaba la fe para creer, como él solía decir, ya que sentía muy cerca de sí al Señor. Acertó a hablar de la Eucaristía porque acertó a creer en ella. Esa es la clave de tanta pujanza mística derramada en todos sus escritos como prodigioso caudal que todo lo fecunda. Con sobrada razón se ha dicho que sus obras se convierten en limpio espejo de su alma, siendo al mismo tiempo su mejor autobiografía.
Pero él no quiso tener otro ideal pastoral ni otro programa que el Sagrario, donde Jesús permanece con nosotros hasta la consumación de los siglos.

Los biógrafos coinciden en resaltar varias de sus cualidades más características: unción de estilo, transparencia de ideas, solidez de doctrina, gracia cautivadora, actitud de reparación, actualidad de pensamiento. Quien lea su obra lo podrá confirmar con su personal experiencia y su propia edificación, puesto que tendrá la singular sensación de participar de alguna manera en sus vivencias transidas de original fervor eucarístico.

Don Manuel González resulta muy actual. Sus reflexiones pensamientos y sugerencias resultan sorprendentemente sincronizadas con las enseñanzas conciliares y encajan maravillosamente en la renovada espiritualidad postconciliar de la Iglesia de hoy. Desde luego habla de la adoración Eucarística con acento encendido pues su alma incandescente se abismó de continuo en la fiel contemplación del Sagrario, del cual se sintió en todo instante prisionero y apóstol. Nadie podrá discutirle un destacado puesto en la historia moderna de la espiritualidad eucarística.

UN FARO DE LUZ

Aquí en Sevilla es obligado recordar a quién fue sacerdote de esta archidiócesis, arcipreste de Huelva, y más tarde Obispo de Málaga y de Palencia sucesivamente: Don Manuel González, el Obispo de los Sagrarios abandonados. Él se esforzó en recordar a todos la presencia de Jesús en los sagrarios, a la que a veces, tan insuficientemente correspondemos. Con su palabra y con su ejemplo no cesaba de repetir que en el sagrario de cada iglesia poseemos un faro de luz, en contacto con el cual nuestras vidas pueden iluminarse y transformarse.

Juan Pablo II
45º Congreso Eucarístico Internacional
Sevilla, 1992

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR

EL HOMBRE DEBERÍA TEMBLAR
San Francisco de Asís

jueves, 7 de diciembre de 2017

Poder de la Virgen.

Mientras Santo Domingo predicaba el rosario cerca de Carcasona, le presentaron un albigense poseído del demonio. Exorcizólo el Santo en presencia de una gran muchedumbre. Se cree que estaban presentes más de doce mil hombres. Los demonios que poseían a este infeliz fueron obligados a responder, a pesar suyo, a las preguntas del Santo y confesaron:
1.º que eran quince mil los que poseían el cuerpo de aquel miserable, porque había atacado los quince misterios del rosario;
2.º que con el rosario que Santo Domingo predicaba causaba terror y espanto a todo el infierno y que era el hombre más odiado por ellos a causa de las almas que arrebataba con la devoción del rosario;
3.º revelaron, además, muchos otros particulares.
Santo Domingo arrojó su rosario al cuello del poseso y les preguntó que de todos los santos del cielo, a quién temían más y a quién debían amar más los mortales.
A esta pregunta los demonios prorrumpieron en alaridos tan espantosos que la mayor parte de los oyentes cayó en tierra, sobrecogidos de espanto. Los espíritus malignos, para no responder, comenzaron a llorar y lamentarse en forma tan lastimera y conmovedora, que muchos de los presentes empezaron también a llorar movidos por natural compasión. Y decían en voz dolorida por la boca del poseso: “¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros! ¡Te prometemos no hacerte daño! Tú que tienes compasión de los pecadores y miserables, ¡ten piedad de nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!”
El Santo, sin inmutarse ante las dolientes palabras de los espíritus, les respondió que no dejaría de atormentarlos hasta que hubieran respondido a sus preguntas. Dijéronle los demonios que responderían, pero en secreto y al oído, no ante todo el mundo. Insistió el Santo, y les ordenó que hablaran en voz alta. Pero su insistencia fue inútil: los diablos no quisieron decir palabra. Entonces, el Santo se puso de rodillas y elevó a la Santísima Virgen esta plegaria: “¡Oh excelentísima Virgen María! ¡Por virtud de tu salterio y rosario, ordena a estos enemigos del género humano que respondan a mi pregunta!” Hecha esta oración, salió una llama ardiente de las orejas, nariz y boca del poseso. Los presentes temblaron de espanto, pero ninguno sufrió daño. Los diablos gritaron entonces: “Domingo, te rogamos por la pasión de Jesucristo y los méritos de su Santísima Madre y de todos los santos, que nos permitas salir de este cuerpo sin decir palabra. Los ángeles, cuando tú lo quieras, te lo revelarán. ¿Por qué darnos crédito? No nos atormentes más: ¡ten piedad de nosotros!”
“¡Infelices sois e indignos de ser oídos!”, respondió Santo Domingo. Y, arrodillándose, elevó esta plegaria a la Santísima Virgen: “Madre dignísima de la Sabiduría, te ruego en favor del pueblo aquí presente –instruido ya sobre la forma de recitar bien la salutación angélica–. ¡Obliga a estos enemigos tuyos a confesar públicamente aquí la plena y auténtica verdad al respecto!”
Había apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado a la Santísima Virgen rodeada de multitud de ángeles que con una varilla de oro en la mano golpeaba al poseso y le decía: “¡Responde a Domingo, mi servidor!” Nótese que nadie veía ni oía a la Santísima Virgen, fuera de Santo Domingo.
Entonces los demonios comenzaron a gritar:
“¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!
¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente, y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros. Un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores.
Tened también en cuenta que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. ¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías! Tenemos que añadir, con mayor claridad y precisión –obligados por la violencia que nos hacen–, que nadie que persevere en el rezo del rosario se condenará. Porque Ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos.”
Entonces, Santo Domingo hizo rezar el rosario a todos los asistentes muy lenta y devotamente. Y a cada avemaría que recitaban –¡cosa sorprendente!– salía del cuerpo del poseso gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos. Cuando salieron todos los demonios y el hereje quedó completamente liberado, la Santísima Virgen dio su bendición –aunque invisiblemente– a todo el pueblo, que con ello experimentó sensiblemente gran alegría.
Este milagro fue causa de la conversión de muchos herejes, que llegaron hasta ingresar en la Cofradía del Santo Rosario.
(De “El Secreto del Rosario”, San Luis María Grignion de Montfort)

El Santo Rosario: arma poderosa

rosarioytierra con cristo

Sor Lucía, vidente de Fátima

El 26 de Diciembre de 1957, el Padre Agustín Fuentes, Postulador de la Causa de Beatificación de Francisco y Jacinta Marto, entrevistó a Sor Lucía Dos Santos, vidente de las apariciones de Fátima. En el curso de esa entrevista, le dijo Sor Lucía al Padre Fuentes:
"… La Santísima Virgen nos dijo, tanto a mis primos como a mí, que 2 eran los últimos remedios que Dios daba al mundo: el Santo Rosario y el Inmaculado Corazón de María…"
"… Mire, Padre, la Santísima Virgen, en estos últimos tiempos en que estamos viviendo, ha dado una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario, de tal manera que ahora no hay problema por más difícil que sea: sea temporal y, sobre todo, espiritual; sea que se refiera a la vida personal de cada uno de nosotros o a la vida de nuestras familias del mundo o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario".
"Con el Santo Rosario nos salvaremos, nos santificaremos, consolaremos a Nuestro Señor y obtendremos la salvación de muchas almas. Por eso, el demonio hará todo lo posible para distraernos de esta devoción; nos pondrá multitud de pretextos: cansancio, ocupaciones, etc., para que no recemos el Santo Rosario".
"Si nos dieran un programa más difícil de salvación, muchas almas que se condenarán tendrían el pretexto de que no pudieron realizar dicho programa. Pero ahora el programa es brevísimo y fácil: rezar el Santo Rosario. Con el Rosario practicaremos los Santos Mandamientos, aprovecharemos la frecuencia de los Sacramentos, procuraremos cumplir perfectamente nuestros deberes de estado y hacer lo que Dios quiere de cada uno de nosotros".
"El Rosario es el arma de combate de las batallas espirituales de los Últimos Tiempos".

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