martes, 30 de septiembre de 2014

Para meditar las palabras del Ave María
Dios te salve, Bendita. Y bendícenos a nosotros. Dios te salve, María, llena eres de gracia. 
Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

Vamos a meditar las palabras del Ave María, para que al repetirlas disfrutemos mas el Rosario. Recuerda "Octubre, mes del Rosario"


Dios te salve

Te saludo con todo mi amor
y con toda la alegría de mi corazón.´
Dios te salve, Bendita.
Y bendícenos a nosotros,
los hijos de la Bendita entre todas las mujeres.
Todos tus hijos del mundo,
en las ciudades populosas, en los valles y montañas de los cinco continentes
te saludan a diario cuando rezan el avemaría.
Yo me uno a ese coro de hijos amantes y felices,
Oh Madre bendita.
Sí, bendita mil veces, bendita para siempre.
Dios te salve...


María

Me encanta pronunciar tu nombre porque es el tuyo: María, Virgen María, Santa María de Guadalupe.
Tu nombre ha poblado de bellas iglesias
las ciudades y las montañas.
Lo pronuncian con grandísimo amor y ternura
los jóvenes, los adultos y los niños,
Tu nombre lo llevan con orgullo santo
millones de mujeres del mundo cristiano.
Porque te aman y porque quieren parecerse a Ti.
Necesitamos de verdad en nuestro mundo
muchas Marías que tengan un corazón
parecido al tuyo.
María bendita, míranos con tus ojos de cristal,
con tus ojos purísimos de paloma,
y llénanos de tu perfumada presencia,
de tu ternura inmensa, de tu fe y de tu amor.
Dios te salve, María...


Llena eres de gracia

Cántaro que rebosa de la gracia, de la vida de Dios,
de su amor inefable, de su santidad.
Más santa y pura que todos los santos,
más que los querubines y serafines.
Por eso la belleza de tu alma y de tu rostro
son el encanto de tu Dios.
Y el encanto de nosotros también.
Nos colma de tanta alegría
saber que nuestra madre es tan santa,
tan bella, tan pura y tan sencilla.
Así te saludó el ángel: Llena de gracia,
impresionado de tu alma.
Dios te salve, María, llena eres de gracia...


El Señor es contigo

Esta frase de la Biblia
siempre va después del "No tengas miedo".
Desde que naciste Dios ha estado contigo,
porque te cuidó como a su perla preciosa,
a su rosa exquisita.
Él te preparó desde muy niña con sus manos santas
para que fueras después su Madre santa.
Todo el amor infinito de Dios
cuidando una flor llamada María.
Estuvo contigo en tus años de infancia
cuidando a la niña más bella,
más santa, más querida.
Te cuidó en la adolescencia preparando tu alma
y tu cuerpo bendito y santísimo para la maternidad.
El Señor está contigo: Te lo dijo un arcángel
y él sabía lo que decía.
Contigo estuvo en los años de tu embarazo,
dentro de tu seno, haciéndose un niño
por amor a nosotros.
Toda tu vida terrena estuvo contigo.
Y Tú estuviste con Él.
Fuiste madre, nueva Eva, corredentora.
Estuvo contigo en la cruz, muriendo junto a Ti.
También estuviste Tú con Él,
hasta que murió en el patíbulo
y pasó de los brazos muertos de la cruz
a los brazos vivos y amorosos de su madre.
Estuvo contigo en los años de tu soledad,
santificando a su madre amadísima,
para que llegara al cielo resplandeciente como el sol y blanca como la luna.
Contigo está y estará por toda la eternidad en el cielo.
Dios te salve, María, llena eres de gracia,
El Señor es contigo....


Bendita Tú eres entre todas las mujeres

¿Qué es Eva comparada contigo?
¿Qué son las mujeres de la tierra junto a Ti?
Tú eres la imagen perfecta, única
de la mujer que quiso crear.
Por eso, las mujeres, si no se llaman Marías,
al menos deben serlo, parecerse a Ti
que eres el modelo preciosísimo
de la mujer cristiana.
Querer llamarse como Tú es una buena elección.
Pero parecerse a Ti debe ser su ideal.
Modelo de niña y mujer,
adorable modelo de madre y esposa.
Porque Tú pasaste por todas las etapas
del crecimiento de la mujer,
enseñando cómo se puede ser una gran mujer,
una mujer santa, un apóstol de Jesús,
y, además, una mujer feliz...
Con muy poco presupuesto, en una casita humilde,
pero donde estaba Dios,
y donde Dios está nada hace falta.
La pobre casita de María rebosaba de amor,
de santidad y de felicidad.
Dios te salve, María, llena eres de gracia,
El Señor es contigo.
Bendita Tú eres entre todas las mujeres...


Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús

Bendita la flor, bendito también el fruto.
Jesús, el amado del Padre
ha nacido de Ti como la rosa del rosal.
La rosa pertenece al rosal.
Jesús te pertenece, es tuyo, hijo tuyo,
fruto de tus purísimas entrañas.
Y Tú eres de Jesús, toda de Jesús,
pues Él, además de ser hijo tuyo,
es tu Dios omnipotente,
del que te consideras su esclava.
Jesús y Tú sois, además, de nosotros.
Jesús, porque Tú nos lo diste,
en un gesto de amor único y lleno de misericordia...
Y Tú nos perteneces porque Él te convirtió en Madre,
en Madre nuestra.
Entre las palabras que siempre meditas
en tu corazón, están éstas:
"Ahí tienes a tu hijo, ahí tienes a tu madre".
Para nosotros esta sola frase constituye
todo un evangelio, una buena nueva.
Si Jesús es nuestro, si María es nuestra,
¿qué dificultad nos podrá derrotar?
¡Qué poco felices nos atrevemos a ser
cuando nos han dado la llave de la felicidad,
de la felicidad completa y eterna!
Dios te salve, María, llena eres de gracia,
El Señor es contigo,
Bendita Tú eres entre todas las mujeres
Y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.


Santa María

Si María es tu nombre,
santa, santísima es tu sobrenombre,
La cualidad que siempre va con tu nombre.
Por eso tu nombre nos produce inmensa alegría
y al mismo tiempo gran respeto.
Santa María, dulce María, eres bellísimo jardín
donde crecen las flores más bellas.
Espiga dorada pletórica de fruto,
mística rosa, perfumada y más pura
que todas las rosas del mundo.
Santa María, dulce Madre, Virgen pura,
Reina bellísima y sencilla campesina
de la entrañable campiña de Nazaret.


Madre de Dios

Te amamos como Madre nuestra
y te veneramos como madre de Dios,
grandeza incomparable que te ennoblece
y nos llena de orgullo santo,
porque nuestra madre es también madre de Dios.
Para tan alto privilegio se requería
una Madre virgen
una virgen santa
una mártir del alma
una criatura llena de gracia
y una humildísima esclava del Señor,
que supiera decir: Hágase en Mí según tu palabra.
¿Cómo pudiste poseer al mismo tiempo
la máxima grandeza
y la más fina y profunda humildad?
Dios te consideró digna madre suya.
Aceptó ser Hijo de tus entrañas.
Te hizo grande el que todo lo puede
y tú te hiciste pequeña como una esclava
al completo servicio de tu Señor.
Madre y esclava del Señor.
Como Madre de Dios
me infundes un respeto inmenso.
Como esclava del Señor una ternura infinita.


Ruega por nosotros, pecadores

Somos tus hijos pecadores
Somos hijos pródigos que hemos recorrido
los senderos del pecado y del hastío.
Fuimos hijos de una madre pecadora,
antes de ser aceptados por una Madre Inmaculada.
Ruega a tu Hijo omnipotente,
Tú que eres la omnipotencia suplicante.
Ruega siempre para que no nos engañe más
el padre de la mentira.
Dile a Jesús que no tenemos vino,
que se nos ha terminado la alegría y el amor.
Pide para nosotros el milagro de la resurrección
cuando caemos muertos de cansancio y de dolor.
El que dijo ser la resurrección y la vida es hijo tuyo.
El que dijo ser la Verdad y la Vida, te llama Madre.
Entonces, suplícale que nos otorgue
la resurrección y la vida.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores...


Ahora...

El día de hoy,
El día de las oportunidades de santificarnos
o de pecar.
Hoy, el día al que le basta su afán.
El único día que tenemos en las manos.
Que lo llenemos de amor y de bondad.
Ahora líbranos de caer en la tentación.
Hoy que sepamos amar a nuestros prójimos,
Hoy que no endurezcamos el corazón,
Hoy que oigamos la voz del Espíritu Santo.
Ahora, en este presente que se transforma
constantemente en futuro.
Hoy, que el día de hoy amemos, nos santifiquemos,
Seamos instrumentos de la paz de Jesús.
Hoy, en esta pequeña vida que es el día presente.


Y en la hora de nuestra muerte. Amén.

En ese momento en el que se juega
nuestra salvación eterna.
Ese último día que sepamos decir
un último "Te amo en este mundo"
para repetirlo en la otra vida por siempre.
Ruega por los que en ese momento
no están preparados,
para que si no vivieron en gracia,
mueran en gracia de Dios
y no vayan al eterno dolor.
Ruega por los niños cuyo primer día de vida
coincide con el de su terrible muerte.
Así como lograste que el buen ladrón
se arrepintiera el día de su muerte,
consigue esa misma gracia a los pecadores
más rudos, a los que no aceptan a tu Hijo.
Une a la misericordia de Dios, tu bondad maternal
para salvarles de las garras de Satanás,
de la eterna condenación.
Ruega por nosotros pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.

domingo, 28 de septiembre de 2014

María y un Río de Rosas
Miro tu rostro, María y tu sonrisa me inspira confianza, como siempre... 
Autor: Susana Ratero | Fuente: Catholic.net

Durante estos días, en los que debí guardar cama por mi salud, he pensado muchísimo, Señora, en el tema del Santo Rosario..., tú siempre nos dices que debemos rezarlo, la Iglesia misma nos aconseja y yo... amiga mía, trato de hacerlo, pero... me falta constancia... es que entre el trabajo, la casa, la familia, rara vez hallo el tiempo de rezarlo completo y... no te molestes pero... a veces me baja sueño, es... tan monótono, decir siempre lo mismo, siento que termino no diciendo nada... María, no te me enojes, por favor, es que no entiendo como ese simple cordón lleno de cuentas iguales, sin nada en particular, puede ayudar a salvar mi alma...

- No quiero ni levantar mi mirada hacia ti, Señora, pues supongo que estarás muy desilusionada de mí... todo es silencio en la Parroquia de Lujan, en esta tarde de domingo...

- Hija querida ¡Si supieras cuanto te amo! Sabrías que no puedo entristecerme por tan poco...

Miro tu rostro y tu sonrisa mansa me inspira confianza, como siempre...

- Lo que sucede contigo, es que del Rosario sólo ves las cuentas...

- No entiendo, Señora...

- Claro, hija, dejas que el árbol te oculte el bosque, te quedas en las cuentas... en la repetición monótona. Así... ¡hasta yo me dormiría!

- Y... ¿Qué debo ver, entonces?

- Debes ver las rosas...- dices con voz angelical, que, viniendo desde los comienzos del tiempo, parece un eco de tu respuesta al ángel...

- Perdón María pero... ¿Qué rosas?

- Trataré de explicarte, el Rosario es... un río de rosas, un hermoso, difícil, triste y glorioso río de rosas que, si puedes verlo en cada uno de sus misterios, te aseguro te parecerán pocas las cuentas del cordón...

- Enséñame, Señora, a ver tan bello río.

- Bien, comenzaré por decirte que este río tiene una fuente inagotable, que son los Misterios Gozosos, y tres poderosos afluentes que son los misterios dolorosos, gloriosos y luminosos. El río nace pleno de rosas blancas allá en Nazaret... aún recuerdo el perfume del Ángel Gabriel... piensa, hija, siente y medita ese momento, acompáñame a la pequeña habitación, quédate conmigo mientras repites los 10 Ave María... Escucha el saludo del ángel, escucha con el alma como describe la Encarnación del Hijo de Dios en su más humilde esclava...

- ¡Es cierto, Señora!... Reina mía, es cierto, pocos resultan los diez rezos para acompañarte en semejante momento.

- Luego, hija mía, las rosas se van salpicando de arena, porque me acompañan en la caravana a casa de Isabel, afrontan conmigo el viento y la soledad, y me cubren con sus pétalos para que nadie sospeche el secreto. Mientras rezas este misterio, escucha el sonido del viento, deja que me apoye en tu hombro, porque el viaje es largo y estoy un poco cansada.

Ya estamos entrando al tercer misterio, las rosas se han tornado rosadas y con una increíble suavidad, muchas decidieron dejar sus pétalos en el pesebre, morir allí, para ser cuna de Cristo, decidieron entregar sus pétalos, para que no lastimasen al niño las espinas ¿Comprendes, hija? Ya había espinas esperando a Jesús... Oye, mientras rezas, como cantan los ángeles, percibe desde el alma como el cielo, expectante, espera en Belén...


- Señora, ahora voy comprendiendo, como debe mi alma entrar en cada misterio, conocerlo profundamente, aprender de cada gesto, de cada palabra del Maestro y tuya... así, no soy yo quien reza, sino mi alma, extasiada de amor, hace brotar de mis labios la oración hecha alabanza...

- Me alegras mucho, querida, me alegras al esforzarte por comprender... tú sólo pon la voluntad de comprender, que mi Hijo te iluminará al alma, ni lo dudes... Sigamos ahora, si miras las rosas con atención, veras que tienen fulgores plateados... me esperan ansiosas a la puerta del Templo... Jesús es reconocido por Simeón, pero el color de las rosas me habla de espadas que aún no puedo ver.

En el último misterio las rosas están azuladas de angustia... mi Hijo no está conmigo, son tres días de búsqueda desesperada, tres días que son prefacio de los que llegarán después. Al tercer día las rosas se van dirigiendo al Templo, las sigo, ya casi no razono pues un atroz dolor me desgarra el alma..., entro al Templo, tras José ¡Allí está! Bendito Dios, no entiendo, no importa, le abrazo, le pregunto, le miro, le beso... mi hijo, mi querido amor. Volvemos a casa, las rosas nos siguen... por dieciocho años el río vivirá oculto en mi corazón... serán largos y difíciles años, en los que la rutina contrastará con la magnificencia del anuncio del ángel, pero será tiempo de aprendizaje para mí... valiosos años, hija, muy valiosos. Dime ahora, querida mía ¿Te has aburrido rezando los misterios gozosos?


- Para nada, hermosa Madre mía, mil horas te escucharía... me has regalado una inmensa alegría al despertar en mí esta forma de rezar el Rosario.

- Pero aún nos queda un problema, hija..., tú me decías que no hallabas tiempo entre las muchas tareas que realizas... piensa hijas, las tareas, son eso, tareas, necesarias unas, superfluas otras, pero ¿Todas son beneficiosas para la salvación de tu alma?... Trata de que nunca te falte tiempo para la oración... este tiempo es más bien un estado interior..., verás como la oración es el camino para hallar la paz, sentirás que tienes de donde aferrarte para superar las tormentas del alma... sólo la oración te acerca al corazón amoroso de Dios... no existe sitio más bello.

Te marchas ahora, María, me dejas tu mejor sonrisa, un beso en el alma, y una profunda enseñanza... te vas y te quedas, siempre estarás cuando te necesite... no, mejor decir, siempre estarás... no solo cuando te necesite, sino siempre, siempre... querida madre mía... aún debes contarme como sigue este río de rosas, como han llegado las rosas a ser cuentas y las cuentas oración... pero eso será otro día... ahora... ahora sostengo el rosario entre mis manos... ya no será más un cordón con cuentas... ahora, tú me has enseñado a ver en él un Río de Rosas.



NOTA

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."

viernes, 26 de septiembre de 2014

¡Prepárate! en Octubre, no dejes de rezar el Rosario
Hagamos un alto en nuestro diario vivir. Quince minutos tan solo...y con seguridad que el mundo y "nuestro mundo" será mejor. 
Autor: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net

El próximo miércoles empezamos Octubre y lo celebramos como el mes del rosario.

Muchos lo saben, otros no. Rezar el rosario para algunas personas es un tiempo desperdiciado en una letanía de repetidas oraciones, que en la gran mayoría, están dichas de una manera distraída y maquinalmente.

Pero no es así. El hecho de ponernos a rezarle ya es un acto de amor a la Madre de Dios. Es una súplica constante y repetida para pedir perdón y rogarle por nosotros y por todo el género humano en el presente y también en la hora de la muerte.

Rezar el rosario es meditar en los Misterios de la Vida de Cristo, de suerte que el rosario es una especie de resumen del Evangelio, un recuerdo de la Vida, los sufrimientos y glorificación del Señor, siempre acompañado de los momentos de grandeza de la Santísima Virgen, su Madre; siendo así una síntesis de su obra Redentora.

Así son los Misterios del rosario y para completarlos mejor, el Papa San Juan Pablo II intercaló para los días jueves los Misterios llamados Luminosos. Estos son los pasos de Jesús en la Tierra como Luz del mundo.

Rezar el rosario es un método fácil y adaptable a toda clase de personas, aún las menos instruidas y una excelente manera de ejercitar los actos más sublimes de fe y contemplación.

El Padrenuestro con el que se empieza cada Misterio es la oración que Cristo nos enseñó y quienes lo han penetrado a fondo no pueden cansarse de repetirlo.

En cuanto el Avemaría, toda ella está centrada en el Misterio de la Encarnación y es la oración más apropiada para honrar dicho Misterio. Aunque en el Avemaría hablamos directamente a la Santísima Virgen e invocamos su intercesión, esa oración es sobre todo una alabanza y una acción de gracias a su Hijo por la infinita misericordia que nos mostró al encarnarse en Ella y hacerse hombre para su Misión redentora.

La Santísima Virgen en sus repetidas apariciones , siempre ha sido la súplica más importante que en sus mensajes nos ha dado.

Ella nos ha pedido que recemos el rosario. Ella nos lo pide insistentemente porque tiene su rezo un GRAN VALOR. Quiere que repitamos una y otra vez la súplica, la alabanza con la esperanza puesta en su gran amor por toda la Humanidad.

Tal vez, por lo repetitivo del rezo, como decía Santa Teresa, la "loca de la casa", nuestra mente, se nos vaya de aquí para allá en pertinaz distracción, pero aún así nuestro corazón y nuestra voluntad está puesto a los pies de la Madre de Dios, y esas Avemarías son como el incienso que sube en oscilantes volutas hasta el corazón de nuestra Madre la Virgen Santísima.

Nuestro mundo se está olvidando de rezar. Tenemos fe, creemos en Dios pero no hablamos con El. El mundo actual, ahora más que nunca, necesita de muchos rosarios.

Hagamos un alto en nuestro diario vivir. Quince minutos tan solo... y con seguridad que el mundo y "nuestro mundo" será mejor. 

jueves, 25 de septiembre de 2014

Eucaristía y generosidad
Es el sacramento de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e invita a nuestra generosidad con Él y con el prójimo. 
Autor: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net

La generosidad es la virtud de las almas grandes, que encuentran la satisfacción y la alegría en el dar más que en el recibir. La persona generosa sabe dar ayuda material con cariño y comprensión, y no busca a cambio que la quieran, la comprendan y la ayuden. Da y se olvida que ha dado.

El dar ensancha el corazón y lo hace más joven, con mayor capacidad de amar. Cuanto más damos, más nos enriquecemos interiormente.

¿Con quién tenemos que ser generosos? Con todos. Con Dios. Con los demás, sobre todo con los más necesitados.

Manifestaciones de una persona generosa.
  • Sabe olvidar con prontitud los pequeños agravios.
  • Tiene comprensión y no juzga a los demás.
  • Se adelanta a los servicios menos agradables del trabajo y de la convivencia.
  • Perdona con prontitud todo y siempre.
  • Acepta a los demás como son.
  • Da, sin mirar a quién.
  • Da hasta que duela.
  • Da sin esperar.

    Hagamos ahora la relación eucaristía y generosidad.

    Generosidad, primero, por parte de Dios.

    Generoso es Dios que nos ofrece este banquete de la eucaristía y nos sirve, no cualquier alimento, sino el mejor alimento: su propio Hijo. Generoso es Dios porque no se reserva nada para Él.

    Generoso es Dios en su misericordia al inicio de la misa, que nos recibe a todos arrepentidos y con el alma necesitada. Generoso es Dios cuando nos ofrece su mensaje en la liturgia y lo va haciendo a lo largo del ciclo litúrgico.

    Generoso es Dios cuando considera fruto de nuestro trabajo lo que en realidad nos ha dado Él; pan, vino, productos de nuestro esfuerzo. Generoso es Dios cuando no mira la pequeñez y mezquindad de nuestro corazón al entregarle esa poca cosa, y Él la ennoblece y diviniza convirtiéndola en el cuerpo y la sangre de su querido Hijo.

    Generoso es Dios que nos manda el Espíritu Santo para que realice ese milagro portentoso. El Espíritu Santo es el don de los dones. Generoso es Dios cuando acoge y recibe todas nuestras intenciones, sin pedir pago ni recompensa. Generoso es Dios cuando nos ofrece su paz, sin nosotros merecerla.

    Generoso es Dios cuando se ofrece en la Comunión a los pobres y ricos, cultos e ignorantes, pequeños, jóvenes, adultos y ancianos. Y se ofrece a todos en el Sagrario como fuente de gracia.

    Generoso es Dios, que va al lecho de ese enfermo como viático o como Comunión, para consolarlo y fortalecerlo. Generoso es Dios que está día y noche en el Sagrario, velando, cuidándonos, sin importarle nuestra indiferencia, nuestras disposiciones, nuestra falta de amor.

    Generoso es Dios que se reparte y se comparte en esos trozos de Hostia y podemos partirlo para que alcance a cuántos vienen a comulgar. Es todo el símbolo de darse sin medida, sin cuenta, y en cada trozo está todo Él entero. Generoso es Dios que no se reserva nada en la eucaristía.

    Y en todas partes, latitudes, continentes, países, ciudades, pueblos, villas que se esté celebrando una misa, Él, omnipotente, se da a todos y todo Él. Y no por ser un pequeño pueblito escondido en las sierras deja de darse completamente. ¿Puede haber alguien más generoso que Dios?

    Segundo, generosidad por parte de nosotros.

    Aquí, a la Eucaristía, hemos venido trayendo también nuestra vida, con todo lo que tiene de luces y sombras, y se la queremos dar toda entera a Dios. Le hemos dado nuestro tiempo, nuestro cansancio, nuestro amor, nuestros cinco panes y dos pescados, como el niño del evangelio. Es poco, pero es lo que somos y tenemos.

    Hemos venido con espíritu generoso para dar, en el momento de las lecturas, toda nuestra atención, reverencia, docilidad, obediencia, respeto. En el momento del ofertorio hemos puesto en esa patena todas nuestras ilusiones, sueños, alegrías, problemas, tristezas. En el momento de la colecta se nos ofrece una oportunidad para ser generosos. En el momento de la paz se nos ofrece una oportunidad para saludar a quien tal vez está a nuestro lado y hace tiempo que no saludamos. Salimos con las manos llenas para repartir estos dones de la eucaristía.

    En fin, la Eucaristía es el sacramento de la máxima generosidad de Dios, que nos llama e invita a nuestra generosidad con Él y con el prójimo. Jesús eucaristía, abre nuestro corazón a la generosidad.
  • miércoles, 24 de septiembre de 2014

    La Iglesia es católica y apostólica
    Significado de estas dos notas caracterísiticas de la Iglesia y el valor tienen para la comunidad cristiana. 
    Autor: SS Francisco | Fuente: Catholic.net



    Cuando profesamos nuestra fe, nosotros afirmamos que la Iglesia es católica y apostólica.

    Pero, ¿cuál es efectivamente el significado de estas dos notas caracterísiticas de la Iglesia? ¿Y qué valor tienen para la comunidad cristiana y para cada uno de nosotros?


    Católica

    Católica significa universal.

    Una definición completa y clara nos la ha ofrecido uno de los Padres de la Iglesia, san Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: La Iglesia sin duda es llamada católica, es decir universal, por el hecho de que es difunida por todos lados, desde una parte hasta la otra de los confines de la tierra; y porque universalmente y sin deserción enseña todas las verdades que deben llegar al conocimiento de los hombres, ya sea sobre las cosas celestes, que de las terrestres.

    Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que habla todas las lenguas. Y esto no es otra cosa que el efecto de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, que ha preparado a los Apóstoles y toda la Iglesia para hacer resonar a todos, hasta los confines de la tierra, la Buena Noticia de la salvación y del amor de Dios. La Iglesia así ha nacido católica, "sínfónica" desde los orígenes, y no puede no ser católica, proyectada a la evangelización y al encuentro con todos.

    La Palabra de Dios hoy se lee en todas las lenguas, todos tienen el Evangelio en la propia lengua, para leerlo y vuelvo a lo mismo. Siempre es bueno tener con nosotros un Evangelio pequeño para llevarlo en el bolsillo,y durante el día leer un pasaje. Esto nos hace bien, el Evangelio está difunfido en todos los idiomas porque la Iglesia, el anuncio de Cristo Redentor, es en todo el mundo. Y por eso se dice que la Iglesia es católica, porque es universal.


    Apostólica

    Si la Iglesia ha nacido católica, quiere decir que ha nacido "en salida", misionera. Si los Apóstoles se hubieran quedado allí, en el Cenáculo, sin salir a anunciar el Evangelio, la Iglesia sería solamente la Iglesia de ese pueblo, de esa ciudad, de ese Cenáculo. Todos han salido por el mundo, desde el momento del nacimiento de la Iglesia, desde el momento que ha venido el Espíritu Santo. Y por eso la Iglesia ha nacido en salida, es decir, misionera.

    Es eso lo que expresamos calificándola de apostólica. Porque el Apóstol es el que lleva la Buena Noticia de la Resurreción de Jesús. Este término nos recuerda que la Iglesia tiene su fundamento en los Apóstoles y en continuidad con ellos. Son los Apóstoles que han ido y han fundado nuevas Iglesias, han hecho nuevos obispos y así en todo el mundo en continuidad.

    Hoy, todos nosotros estamos en contiudad con ese grupo Apóstoles que ha recibido el Espíritu Santo y luego han ido en salida a predicar. La Iglesia es enviada a llevar a todos los hombres el anuncio del Evangelio, acompañándolo con los signos de la ternura y del poder de Dios. También esto deriva del evento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, de hecho, quien supera cualquier resistencia, vence la tentación de cerrarse en sí mismos, entre pocos elegidos, y considerarse los únicos destinatarios de la bendición de Dios. Imaginemos que un grupo de cristianos hace esto, nosotros somos los elegidos, sólo nosotros, al final mueren, mueren primero en el alma después morirán en el cuerpo. Porque no tienen vida, no son capaces de generar vida, otras personas, otros pueblos, no son Apóstoles.

    Y es el Espíritu quien nos conduce al encuentro con los hermanos, también hacia los más distantes en cualquier sentido, para que puedan compartir con nosotros el amor, la paz, la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado como regalo.


    ¿Qué implica, para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros, formar parte de una Iglesia que es católica y apostólica? 
  • En primer lugar, significa tener en el corazón la salvación de toda la humanidad, no sentirse indiferentes o extraños frente a la suerte de tantos de nuestros hermanos, sino abiertos y solidarios hacia ellos.
  • Significa además tener el sentido de la plenitud, de lo completo, de la armonía de la vida cristiana, rechazando siempre las posiciones parciales, unilaterales, que nos cierran en nosotros mismos.
  • Formar parte de la Iglesia apostólica quiere decir ser consciente de que nuestra fe está anclada en el anuncio y el testimonio de los mismos Apóstoles de Jesús. Está anclada, es una larga cadena que viene desde allí. Y por eso sentirse siempre enviado, mandado, en comunión con los sucesores de los Apóstoles, para anunciar, con el corazón lleno de alegría, a Cristo y su amor a toda la humanidad.


    Pidamos entonces al Señor renovar en nosotros el don de su Espíritu, para que toda comunidad cristiana y todo bautizado sea expresión de la santa madre Iglesia católica y apostólica.


    Audiencia general del Papa Francisco. Miércoles 17 de septiembre 2014.
  • martes, 23 de septiembre de 2014

    Facebook y Twitter

    Sería muy bueno que los usuarios asiduos de las redes sociales, especialmente de Facebook y Twitter, tuvieran presentes estas palabras de la Imitación de Cristo:

    CAPÍTULO XXIV

    Cómo se ha de evitar la curiosidad de saber vidas ajenas

    Hijo, no quieras ser curioso, ni tener cuidados impertinentes. ¿Qué te va a ti de esto o de lo otro? Tú sígueme a mí. ¿Qué te va a ti que aquél sea tal o cual, o que el otro obre o hable de ésta o de otra manera? Tú no necesitas responder por otros; de ti solo has de dar razón. ¿Pues por qué te entremetes tanto? Mira que yo conozco a todos, veo cuanto se hace debajo del sol, y sé de qué manera está cada uno; lo que piensa, lo que quiere, y a qué fin se dirige su intención. Por eso se deben encomendar a mí todas las cosas; mas tú consérvate en santa paz, y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere; sobre él vendrá lo que hiciere o dijere, porque no me puede engañar.
    No tengas cuidado de la sombra de un gran nombre, ni de la familiaridad de muchos, ni del amor particular de los hombres, porque esto causa grandes distracciones y tinieblas en el corazón. De buena gana te hablaría mi palabra y te revelaría mis secretos, si tú aguardases con ansia mi venida y me abrieses la puerta del corazón. Mira que estés sobre aviso, vela en la oración y humíllate en todas las cosas.

    domingo, 21 de septiembre de 2014

    Mateo, de publicano a santo
    El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. 
    Autor: P. Juan J. Ferrán | Fuente: Catholic.net

    Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.

    Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha.

    Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.

    "Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: "Se levantó", como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y "le siguió", es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.

    "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9, 10-13).

    Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos.

    sábado, 20 de septiembre de 2014

    Cuando sufres y no entiendes nada
    Es simplemente incomprensible, pero Él te ayudará a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad. 
    Autor: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com

    ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Qué será de mi futuro?

    Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.

    Con el salmista (Sal 30) gritamos:

    Piedad, Señor, que estoy en peligro:
    se consumen de dolor mis ojos,
    mi garganta y mis entrañas.


    Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra en la cabeza."

    A ti, Señor, me acojo:
    no quede yo nunca defraudado;
    Tú, que eres justo, ponme a salvo,
    inclina tu oído hacia mí;
    ven aprisa a librarme,
    sé la roca de mi refugio,
    un baluarte donde me salve.


    Las cosas no me cuadran

    Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.

    Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden, la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia... y no es difícil concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.

    Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos... y tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios que cobija a sus criaturas.

    La Providencia Divina

    Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.

    La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio, envidia, mentira, ingratitud, sensualidad... para que llegara a cumplirse el designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de Israel creció y se consolidó en Egipto.

    Incendios que dan vida

    Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.

    Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador

    Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida, tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza inquebrantable en la providencia de Dios.

    La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Jn 16,33)

    "Yo confío en ti, Señor,
    te digo: -tú eres mi Dios-.
    En tus manos están mis azares (...);
    qué bondad tan grande, Señor,
    reservas para tus fieles,
    y concedes a los que a ti se acogen".

    Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: "No busques más razones, me tienes a mí como respuesta".

    "Yo decía en mi ansiedad:
    "me has arrojado de tu vista";
    pero tú escuchaste mi voz suplicante
    cuando yo te gritaba".

    Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo, Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.

    La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.

    Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así, convérsalo con Él.

    jueves, 18 de septiembre de 2014

    Mensaje de confianza

    Dios nos concede todos los socorros necesarios para santificarnos y salvarnos. 
    Ciertas almas angustiadas dudan de su propia salvación. Se acuerdan demasiado de las faltas pasadas; piensan en las tentaciones tan violentas que, a veces, nos asaltan a todos; olvidan la bondad misericordiosa de Dios. Esta angustia se puede convertir en una verdadera tentación de desesperación.
    De joven San Francisco de Sales conoció una prueba de esas: temblaba ante la perspectiva de no ser un predestinado al Cielo. Su dolor era tan violento que le afectó la salud. Pasó varios meses en ese martirio interior. Una oración heroica le libertó: el Santo se postró delante de un altar de María; suplicó a la Virgen Inmaculada que le enseñase a amar a su Hijo en la tierra con una caridad tanto más ardiente cuanto él temía no poder amarle en la eternidad.
    En esa clase de sufrimientos hay una verdad de Fe que nos debe consolar por entero. Sólo nos condenamos por el pecado mortal. Ahora bien, siempre podemos evitarlo; y, cuando hubiéremos tenido la desgracia de cometerlo, siempre nos podemos reconciliar con Dios. Un acto de contrición perfecta nos purificará, sin demora, mientras esperamos la confesión obligatoria, que conviene hacer lo antes posible.
    Ciertamente, nuestra pobre voluntad humana debe desconfiar de su debilidad. Pero el Salvador nunca nos rehúsa las gracias que nos son necesarias. Hará todo lo posible para ayudarnos en la empresa soberanamente importante de nuestra salvación. 
     (De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent) 
    Comentario: 
    El demonio utiliza métodos diferentes según sean las diferentes clases de almas y los estados espirituales en que se encuentran. Cuando las almas están acostumbradas a pecar mortalmente, el diablo las deja en paz, porque ellas solas trabajan por su condenación. E incluso el demonio las tienta abiertamente con pecados groseros, porque ellas no oponen la más mínima resistencia a la tentación.
    Pero cuando el alma está más avanzada en la vida espiritual, entonces el demonio, que ya no puede tentarlas abiertamente con tentaciones groseras, trata de al menos hacerles perder la paz. Y una de estas tentaciones tremendas es la de querer convencer al alma de que está condenada por Dios, de que es rechazada por el Señor.
    Terrible prueba, que sólo quien la ha pasado la puede entender y puede compadecerse de quien la está pasando actualmente.
    Es una purificación que Dios acepta para dar esperanza a tantos hermanos desesperados, pues esa tentación lleva a la desesperación más profunda, y si Dios no interviniera, quizás terminaríamos en la locura y el suicidio.
    Pero hay que entender que Dios es bueno y es más grande que nuestro pecado. Muchas veces somos nosotros mismos los que nos cerramos a la Misericordia de Dios, porque creemos que Dios no nos puede perdonar, y esto viene del orgullo y el amor propio. Pero también puede ser una tentación del Maligno, y ese tiempo de tentación será permitido por Dios para que aprendamos a tener compasión de los hermanos desesperados.
    Dios nos quiere salvar, y es Él el más interesado en que nos salvemos. Incluso Dios quiere salvarnos más incluso de lo que queremos nosotros mismos, porque Él bien conoce lo que es la salvación y lo que es la condenación.
    Leamos unas palabras que Jesús le dirige a Sor Consolata Betrone sobre este punto:
    El 15 de diciembre de 1935, Jesús hacía escribir a Sor Consolata para todas las almas:
    “Consolata, muchas veces almas buenas, almas piadosas, y a veces hasta almas que me están consagradas hieren lo íntimo de mi Corazón con una frase de desconfianza - ¡Quizás me salve! –
    Abre el Evangelio y lee mis promesas; a mis ovejitas he prometido: Les daré la vida eterna y jamás perecerán y nadie será capaz de arrebatármelas de mis manos. (jn 10, 28) ¿Lo entiendes Consolata? Nadie pueda arrebatarme un alma.
    Pero sigue leyendo: mi Padre que me las ha dado, es más grande que todos y nadie puede arrebatárselas a mi Padre (Jn 10, 29). ¿Lo has oído Consolata? Nadie puede arrebatarme un alma... jamás perecerán... porque le doy la vida eterna ¿Para quién he pronunciado estas palabras? Para las ovejas, para todas las almas.
    ¿A qué viene entonces el insulto: quizás me salve-, si en el Evangelio he asegurado que nadie puede arrebatarme un alma y que a esta alma doy la vida eterna y que por consiguiente no perecerá?
    Créeme, Consolata, al infierno va el que quiere, esto es, el que verdaderamente quiere ir; porque si nadie puede arrebatarme un alma de las manos, el alma valiéndose de la libertad que se le concede, puede huir, puede traicionarme, renegar de Mí y consiguientemente pasar a manos del demonio por su propia voluntad.
    ¡Oh, si en vez de herir mi Corazón con estas desconfianzas, pensaran un poco más en el paraíso que les espera! Porque no los he creado para el infierno, sino para el paraíso, no para ir a hacer compañía de los demonios, sino para gozar de mi amor eternamente.
    Mira, Consolata, al infierno va el que quiere... Piensa cuán necio es vuestro temor de condenaros, después que para salvar vuestra alma he derramado mi sangre, después de haberos colmado de gracias y más gracias durante una larga existencia... en el último instante de la vida cuando me dispongo a recoger el fruto de la redención, y esta alma está ya en situación de amarme eternamente; Yo, Yo que en el Santo Evangelio he prometido darle la vida eterna y que nadie será capaz de arrebatármela de mis manos, ¿me la dejaré robar del demonio, de mi peor enemigo? Pero, Consolata ¿se puede creer semejante monstruosidad?
    Mira, la impenitencia final, la que tiene el alma que quiere ir al infierno de propósito y que se obstina en rehusar mi misericordia, porque yo jamás niego el perdón a nadie; a todos ofrezco y doy mi inmensa misericordia; porque por todos he derramado mi sangre, por todos.
    No, no es la multitud de los pecados lo que condena al alma porque Yo los perdono si ella se arrepiente, sino la obstinación en no querer mi perdón, en querer condenarse.
    Dimas, en la cruz, concibe un sólo acto de confianza en Mí y aunque muchos son sus pecados, pero en un instante es perdonado y el mismo día de su arrepentimiento, entra en posesión de mi reino y es un santo. ¡Mira el triunfo de mi misericordia y de la confianza depositada en Mí!
    No, Consolata, mi Padre que me ha dado las almas, es más grande y poderoso que todos los demonios y nadie puede arrebatarlas de las manos de mi Padre.
    Oh, Consolata, confía, confía siempre; cree ciegamente que cumpliré todas las grandes promesas que te he hecho, porque soy bueno, inmensamente bueno y misericordioso y no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.”

    ¿por qué «exaltar» la cruz?

    15 de sep de 2014
    Alocución del Papa en el ángelus del domingo
    El 14 de septiembre la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué “exaltar” la cruz? Podemos responder que nosotros no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la Cruz de Jesús, porque en ella se ha revelado al máximo el amor de Dios por la humanidad.

    Es esto lo que nos recuerda el Evangelio de Juan en la liturgia del día: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Unigénito” (3, 16). El Padre ha “dado” al Hijo para salvarnos, y esto ha comportado la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz. ¿Por qué? ¿Por qué ha sido necesaria la Cruz?
    A causa de la gravedad del mal que nos tenía esclavos. La Cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal, y toda la mansa omnipotencia de la misericordia de Dios. La Cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria. En el Calvario, los que se burlaban de Él le decían: “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz” (Cfr. Mt 27, 40). Pero era verdad lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios Jesús estaba allí, en la cruz, fiel hasta el fin al designio del amor del Padre. Y precisamente por esto Dios ha “exaltado” a Jesús (Fil 2,9), confiriéndole una realeza universal.
    Y cuando dirigimos la mirada a la Cruz donde Jesús ha sido clavado contemplamos el signo del amor, del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros y la raíz de nuestra salvación. De aquella Cruz brota la misericordia del Padre que abraza al mundo entero. Por medio de la Cruz de Cristo el maligno ha sido vencido, la muerte es derrotada, se nos ha dado la vida y se nos ha devuelto la esperanza. ¡Eh! Esto es importante. Por medio de la Cruz de Cristo se nos ha devuelto la esperanza.
    ¡La Cruz de Jesús es nuestra única y verdadera esperanza! He aquí porqué la Iglesia “exalta” la Santa Cruz, y he aquí porqué nosotros, los cristianos, bendecimos con el signo de la cruz. Es decir, nosotros no exaltamos las cruces, sino “la” Cruz gloriosa de Jesús, signo del amor inmenso de Dios. Signo de nuestra salvación, y camino hacia la Resurrección. Y ésta es nuestra esperanza.
    Mientras contemplamos y celebramos la Santa Cruz, pensemos con conmoción en tantos hermanos y hermanas nuestros que son perseguidos y asesinados a causa de su fidelidad a Cristo. Esto sucede especialmente allí donde la libertad religiosa no está aún garantizada o plenamente realizada.
    También sucede en países y ambientes que en principio tutelan la libertad y los derechos humanos, pero donde, concretamente, los creyentes y, de modo especial los cristianos, encuentran limitaciones y discriminaciones.
    Por eso hoy los recordamos y rezamos de modo especial por ellos. En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Virgen María (Cfr. Jn 19, 25-27). Es la Virgen Dolorosa, que mañana celebraremos en la liturgia. A Ella encomiendo el presente y el futuro de la Iglesia, para que todos sepamos descubrir y acoger siempre el mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. Le encomiendo de modo particular a las parejas de esposos que he tenido la alegría de unir en matrimonio esta mañana en la Basílica de San Pedro.
    fuente: Radio Vaticana

    martes, 16 de septiembre de 2014

    Buscar a Jesús con confianza
    Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús? 
    Autor: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: la-oracion.com



    La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón, no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la que te dará alas para llegar hasta Él.

    Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)

    Buscar a Jesús

    Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos


    Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas, sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra, su vida y su corazón.

    Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra.

    Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene que reclamar su atención, su hija está grave.

    Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad. Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos consuela porque nos conoce y nos ama.

    Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti

    El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración, admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega total en las manos de Dios.

    Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro origen y la necesidad de Dios.

    Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y constante.

    Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para sostenerme, acogerme, y abrazarme.

    Levantados por Cristo podemos pedir con confianza

    De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien.

    Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el corazón. Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre, necesitados de su amor.

    Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús? Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos, necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos.

    El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón de Jesús.


    lunes, 15 de septiembre de 2014

    María, la Virgen dolorosa
    Cuánto admiramos a la Virgen dolorosa por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó. ¡Cómo quisiéramos ser como Ella! 
    Autor: P. Marcelino de Andrés | Fuente: Catholic.net

    El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros. Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar. Entra y sale como si fuese uno más de casa.

    El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa.

    Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que le permitió vivirlos como lo hizo.

    El dolor ante las palabras de Simeón.

    El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: "este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma".
    María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón.

    Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió sentir María ante semejantes presagios.

    Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación. En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de amor de la anunciación.

    Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos. Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.

    El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes.

    María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a muchos de esos pequeñines. Conocía a sus madres... Sí, es muy diverso cuando te dicen que murieron X personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la cosa cambia.

    A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines (Dios no lo dispuso así). Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal, el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad demoniaca de Herodes...?

    Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se unió a su sufrimiento, que no le era ajeno (eran quizá los primeros mártires de Cristo), e hizo así fecundo su propio padecer.

    También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con razón- "si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad". Siempre estaremos en grado de ofrecer un poco de consuelo y también de rezar por los que sufren.

    El dolor de haber perdido al Niño.

    ¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro? ¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán raptado? ¿estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos...

    Pues imaginemos a María. La más sensible de la madres, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... ¡Qué apuro el de María!

    ¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa situación.

    No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: "¿porqué me buscabais...?" ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de su Madre, María...!

    Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo. Temiéndose lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera...

    Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: "¡ahí está! ¡está bien! ¡por fin lo hemos encontrado!" Pero, acto seguido, cuenta el evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: "Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?" (se merecía una regañina, aunque fuera leve).Y por otra parte, asegura el evangelista que "ellos no comprendieron la respuesta que les dio". El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el alma de sus padres.

    Y María, en vez de enfadarse con el crío (con perdón y todo respeto), no dijo nada. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable separación...

    A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. "Desaparece". Y entonces puede invadirnos la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer.

    Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir. Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de El. Nos sorprendemos buscándonos sólo a nosotros mismos y nuestras cosillas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.

    El dolor de la separación y la primera soledad.

    Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y maravillosa.

    ¡Qué momento aquel! ¡Lástima de video para volver a verlo enterito ahora...! Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos. "Adiós, Hijo. Adiós, madre..."

    Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión...

    María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que Ella misma lo moviese.

    La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María, después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más...

    María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la voluntad de Dios. Ofreciéndolo por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios.

    Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.


    El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo.

    La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo suficiente?

    ¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de cerca a su Jesús camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas madres). Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca y en pie.

    Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita y profunda como su mismo dolor.

    Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Ahí estará Ella siempre que queramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. "La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas".

    María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: "Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre".

    El dolor de la muerte de su Hijo.

    Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo. Que lo ve morir de esa manera. Que lo ve morir en esas circunstancias...

    Nunca podremos ni remotamente sospechar lo que significó de dolor para su corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que humanamente habría querido anunciar a voz en grito la nefanda tragedia de aquel gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos. Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, en la más pura de las obediencias, "hágase tu voluntad".

    ¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo, alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto:

    "... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en sus brazos" (Mons. Bougaud).

    Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de su amor! ¡Quién supiera amar así!


    Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús.

    Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin. Él, que era la Vida. Él está muerto.

    Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace ahora cadáver en su regazo. En el alma de María se irguió una oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa.

    ¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto (que era su Hijo). Hemos de pedirle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.

    El dolor de una nueva soledad.

    ¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido que quedada a nuestro lado.

    Así la describía Lope de Vega con gran realismo: "Sin esposo, porque estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que todo es agua; / sin agua, que todo es hielo..."

    Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección.

    Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura.

    domingo, 14 de septiembre de 2014

    Dios es infinitamente justo y todo lo sabe
    Quien nada debe, nada teme. El juicio de Dios vendrá tarde o temprano y la verdad se hará relucir con su implacable justicia. 
    Autor: P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net


    Todos hemos tenido experiencias de tratos injustos, cuántos juicios ajenos a la verdad han vivido tantas personas, cuántos intereses creados en la sociedad, en la que siempre buscamos un culpable aunque no lo sea, inventamos las pruebas necesarias para condenarlo.

    Dios es justo y eternamente misericordioso, si nosotros hemos sido leales, correctos y honestos, nada nos pasará, como bien dice el refrán, "Quien nada debe, nada teme", el juicio de Dios vendrá tarde o temprano y la verdad se hará relucir con su implacable justicia. No nos engañemos, no seamos cómplices de acciones objetivamente malas, no cambiemos lo códigos morales por conveniencias o políticas baratas que solo buscan intereses personales, al final la verdad saldrá a relucir, y todo quedará al descubierto, el que actuó correctamente, puede caminar en paz y con la mirada en alto, pero el que engañó, mintió, no se preocupe, que ya le llegará la hora de responder a cada una de sus acciones incorrectas. Tenga la certeza que tendrá que responder personalmente y no precisamente delante de un juez humano, sino Divino. Ahí te mando esta historia para que la analices, especialmente para que nunca dudes ni temas de ir por el camino de la verdad y del bien, Dios lo sabe, que nada te inquiete.

    Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un chivo expiatorio, para encubrir al culpable.

    El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: !!la horca!! El Juez, también comprado, cuidó no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado: Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras "culpable" e "inocente".Tu escogerás y será la mano del Dios la que decida tu destino. 

    Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: CULPABLE y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El Juez ordenó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca y lo engulló rápidamente.

    Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon...

    "Pero, ¿qué hizo...? Y ¿ahora...? ¿Cómo vamos a saber el veredicto...?" "Es muy sencillo, respondió el hombre.... es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué".

    Con un gran coraje disimulado, tuvieron que liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo......

    Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar la salida ni de luchar hasta el último momento. Muchas veces creemos que los problemas no tienen solución y nos resignamos a perder y no luchar, olvidando aquellas palabras de: "Lo que es imposible para el ser humano es posible para Dios". Solo basta tener buena fe, ser sincero y jamás buscar el mal de nadie. El bien siempre a la larga vencerá al mal, y los que vamos por el camino del bien, tenemos el triunfo asegurado

    sábado, 13 de septiembre de 2014

    Una palabra que hace maravillas
    Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un "sí" lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. 
    Autor: Ignacio Sarre Guerreiro | Fuente: Catholic.net



    Fiat. Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La tierra y el cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre. Y vio que era bueno (cf. Gn 1). El hombre canta con el salmista al contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Esta primera creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó con su libre voluntad.

    Al hombre lo creó a su imagen y semejanza (Gn 1, 26), y le dio el don de la libertad. Lo hizo capaz de responder "sí" o "no" a su voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le volvió la espalda a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de una nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único (Jn 3, 16).

    El fiat de María fue la segunda la segunda creación, la obra redentora del hombre, provoca en nosotros un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora Dios no quiso actuar por sí solo, aunque podía hacerlo así. Prefirió contar con la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera de la que quiso necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al "sí" de Dios, siguió el "sí" de María. Nuestra salvación dependió en este sentido de la respuesta de María.

    San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del asentimiento de la Virgen. Un fiat progresivo, en el que el primer paso es la escucha de la palabra. El ángel encontró a María en la disposición necesaria para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret reinaban la paz, el silencio, el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas. Después la palabra es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que no se limita al momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las claras y las oscuras, las conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a Dios: un "sí" pronunciado en Nazaret y sostenido hasta el Calvario. El fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante toda su vida, sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para hacer lo que Dios le pedía a cada instante.

    Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros podemos prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos Hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de nuestro corazón brote también un "sí" generoso. Del fiat de María dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro, ciertamente no. Pero es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos hombres está íntimamente ligada a nuestra generosidad.

    Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un fiat lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí, siempre agradarle. El ejemplo de María nos ilumina y nos guía. Nos da la certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la voluntad de Dios, nos llena de felicidad y de paz.

    Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la dicha de que el Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla palabra: fiat, sí, dicha con amor, Dios puede hacer maravillas a través de nosotros, como lo hizo en María.

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