domingo, 30 de noviembre de 2014

Nuestra Señora de la Confianza

nuestra senora de la confianza
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El 25 de junio de 1697, un hogar católico en la Ciudad Eterna celebraba el nacimiento de una hija. No imaginaban los felices padres que la Divina Providencia había destinado a esa pequeña niña para ser el noble instrumento de sus manos con el fin de introducir en la Iglesia una de las más hermosas advocaciones de la Santísima Virgen: "Madonna della Confianza" (Nuestra Señora de la Confianza).
Siendo aún joven, Clara Isabella Fornari se hizo religiosa y llegó a ser la venerable abadesa del convento de las Pobres Clarisas de San Francisco en la ciudad de Todi, Italia.
Ella adoptó desde el principio una severa vida de penitencia y soportó valientemente pruebas indecibles durante muchos años.
La hermana Clara también nutrió una muy especial devoción a la Virgen María, que dejó representada en cuadros sagrados que la talentosa sierva de Dios pintó con sus propias manos.
Muchos de los cuadros de la "Madonna" de la hermana Clara -ya sean las copias o los originales- circularon ampliamente debido a que su confesor los entregó a amigos y conocidos. Los que recibieron los cuadros encontraron siempre auxilio en sus necesidades.
Hasta su muerte en olor de santidad en 1744, la hermana Clara siempre mantuvo consigo un cuadro oval que retrataba la maternal figura de la Virgen María con el Niño Jesús en sus brazos. Muchas gracias extraordinarias se han atribuido a este cuadro, que permanece en la ciudad de Todi. Especialmente beneficiados fueron los enfermos que recurrieron a la intercesión de la Madre Santísima delante del cuadro.
Madre mía, Confianza mía
Una copia de este cuadro se venera actualmente en el Seminario Mayor de Roma, cerca de la Basílica de San Juan de Letrán. La imagen dio origen a una devoción de la Santísima Virgen, bajo el título de Madre de la Confianza. Esta conocidísima reproducción de Nuestra Señora de la Confianza llegó a la capital de la Cristiandad acompañada por la copia de un documento escrito por la Sierva de Dios con una promesa para todo aquel que venerara la imagen.
El seminario ha mantenido siempre a la imagen en gran estima. Los estudiantes que recurrieron a ella en sus necesidades más apremiantes, fueron siempre atendidos por Nuestra Señora.
Durante la Primera Guerra Mundial, la Santísima Virgen protegió a más de 100 seminaristas que habían recurrido a Ella con redoblada confianza. Muchos seminaristas fueron enviados a la guerra y hay numerosas cartas escritas desde el campo de batalla reconociendo las maravillas realizadas por la "Madonna" en aquellos que habían pedido su intercesión.
La Promesa
Las más grandes gracias reservadas para todos aquellos que tienen esta devoción, están contenidas en la promesa de la Santísima Virgen a la venerable hermana Clara Isabella:
"La divina Señora se dignó revelarme que cada alma que con confianza se presente delante de este cuadro -teniendo verdadero dolor y arrepentimiento- experimentará la contrición por sus pecados y obtendrá de su Divino Hijo el perdón. Más aún, mi Divina Señora me aseguró, con el amor de una verdadera madre, que garantizaría una especial devoción hacia Ella, a todos los que contemplaran esta imagen".
(Nota: Esta devoción no elimina la obligación de confesar los pecados mortales. Se debe confesar antes de recibir la Santa Comunión.)
La devoción a la “Madonna della Fiducia” se muestra particularmente benéfica cuando se reza la jaculatoria “¡Madre mía, confianza mía!” Muchos son aquellos que se fortalecen en la confianza, o la recuperan, apenas por contemplar esa bella pintura, sintiéndose inundados por la mirada materna, serena, cariñosa y alentadora de la Reina del Cielo.
Y el Divino Niño, también observando al fiel, apunta su índice a la Santísima Virgen, como diciendo: “Colóquese bajo su protección, recurra a Ella, sea enteramente de Ella, y Ud. conseguirá llegar hasta Mí”.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Imagen Jesus Misericordioso

Imagen de la Divina Misericordia

Jesús dijo a Santa Faustina: “Pinta un cuadro según me estás viendo, con la invocación: “Jesús en Vos confío”. Quiero que se venere en el mundo entero”. 
“Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas... Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza.
Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios".
“Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. Prometo ya aquí en la tierra la victoria sobre los enemigos: sobre todo a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como a mi Gloria. Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la firma: Jesús, en Vos confío”. 
"No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia".

viernes, 28 de noviembre de 2014



Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías. 
Ejemplo 15. 
Compró el cielo con abonos de tres Avemarías diarias 
Del Rvdo. Padre J. Manuel Martínez, capellán de la prisión mexicana de las Islas Marías, copiamos la siguiente relación:
El mes de mayo no se pasó sin que mi Madrecita mostrara su amor a las almas con quienes trato. Tuve seis primeras comuniones de niños, y tres primeras comuniones de adultos prisioneros. Pero donde sí mostró su omnipotencia suplicante fue en el siguiente caso:
Tenía yo un amigo a quien trataba con frecuencia por ser Jefe de la Agencia Comercial Islas Marías en Mazatlán, y a quien yo llamaba primo, por tener mi mismo apellido. Su nombre era Bibiano Martínez. Era un hombre que se gozaba en contar chistes volterianos de todos los colores contra los curas y las monjas. Era, aparentemente, descreído. En una ocasión le dije: “Oye, primo, ya estás muy viejo y conviene que cambies de vida para ganarte el Cielo.”
“Mira, primo –me respondió–, tú ya me conoces. Yo no creo en los curas. Yo hice mi primera comunión a la edad de ocho años, y desde entonces no ha vuelto Cristo a mi alma porque soy malvado; pero tengo algo a mi favor; mira, ya tengo sesenta y ocho años de edad y, aunque perverso, no he dejado de rezar a la Virgen María tres Avemarías que me dijo mi madre que rezara diariamente el día de mi primera comunión. ¿No te parece que eso es un buen abonito para el Cielo?” Nos reímos, y en eso quedó todo.
Llegó el día 13 de mayo de este año. Como a las once de la mañana llegó un avión a las Islas, y traía al gerente de Coca-Cola en visita de negocio. A las cuatro de la tarde, al emprender el vuelo de regreso a Mazatlán, me di cuenta de que el avión regresaba al día siguiente por la mañana y me dieron muchas ganas de volar a Mazatlán, para regresar al día siguiente. Me ofrecí al capitán Márquez como invitado, el cual no titubeó en aceptarme. Viaje gratuito de ir a Mazatlán, sentirme unas horas en el mundo de la libertad y regresar luego a mi prisión. Al día siguiente, antes de irme al campo de aviación, fui temprano a visitar el Sanatorio de Mazatlán, y me dijeron las Madrecitas: “Padre, su primo Bibiano está gravemente enfermo en el cuarto número 2.”
Fui luego a visitarlo: “Buenos días te dé Dios, primo.” Bibiano abrió los ojos desmesuradamente y con voz entrecortada dijo: “¿Quién es?... ¡Fantasma!... ¡No!...” Yo comprendí que algo raro pasaba, y le dije: “¿Qué te pasa? ¿Por qué me llamas fantasma? Yo soy el Padre Martínez Trampas, toma mi mano, salúdame.” Bibiano tendió su mano temblorosa, y al estrechar mi mano, me tocó todo el brazo y la cabeza, y me dijo llorando: “Tú eres, sí tú eres, ¡bendito sea Dios!”. Entonces yo le dije: “¿Qué te pasa? ¿Por qué te espantaste?” Entonces Bibiano, ya sereno y convencido de que yo era, me dijo: “Mira primo, siento que me faltan unas cuantas horas para estar ante el tribunal Supremo; me siento muy grave; ayer por la mañana pensé mucho en ti, y le dije a la Santísima Virgen María: “SI EN VERDAD ME AMAS, SI EN VERDAD ME QUIERES PAGAR LAS TRES AVEMARÍAS QUE TE HE REZADO DURANTE SESENTA AÑOS, TRÁEME AL PADRE MARTÍNEZ TRAMPAS DE LAS ISLAS MARÍAS, PORQUE SÓLO ÉL PODRÁ ESCUCHAR MI CONFESIÓN”. Pero me asaltaba el pensamiento de que mi petición era imposible, porque faltan quince días para que venga el barco. Pero ahora veo que fue muy fácil para Dios. Ya estás aquí.” Yo le dije: “De manera que quieres confesarte.” “Para eso te trajo Dios”, me respondió con lágrimas en sus ojos. Con su voz ahogada por el llanto, me dijo: “SÁLVAME PRIMO, SALVA A ESTE PECADOR.” Cerró sus ojos y comenzó la confesión.
Ya se imaginarán ustedes la emoción que sentía mi alma en esos momentos. Bibiano lloraba; yo también lloraba. Tenía yo sentimientos de admiración, de gratitud, de no sé qué. Parecíame ver al Dios del Perdón y a la Santísima Virgen María que estaban presenciando aquel momento feliz de un alma que, como el hijo pródigo, vuelve a los brazos de su Padre. Le hice repetir pausadamente el acto de contrición y luego con toda calma pronuncié la fórmula de la absolución. Al terminar todo, me besó la mano, y me dijo: “No te imaginas el consuelo que has dado a mi alma. Me siento feliz. La Santísima Virgen me ama, y Dios me ha perdonado. En el cielo nos veremos.” Momentos después de haberle dado el salvoconducto para el Reino de los Cielos, llegaron por mí para llevarme al campo de aviación y regresar a mi prisión de las Islas Marías. Por la tarde recibí el telegrama de que Bibiano había volado al Reino de los Cielos. ¡QUÉ MISERICORDIA DE DIOS! ¡QUÉ OMNIPOTENCIA SUPLICANTE DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA! Con justa razón le puedo llamar a este caso “El pecador que compró el Cielo con abonitos de tres Avemarías diarias durante sesenta años”.
En este caso admiro una vez más la omnipotencia suplicante de la Virgen María en favor de un pecador que en Ella confió. Si vemos el caso desde el punto de vista sobrenatural podemos resumirlo así: PRIMERO: Bibiano hace su petición veinticuatro horas antes de morir, pidiendo a la Santísima Virgen María una cosa imposible como era venir yo desde las Islas Marías. SEGUNDO: Horas después la Santísima Virgen María envía el avión a las Islas Marías, y, sin pensarlo yo, me pone todas las facilidades y me entusiasma para ir al mundo de la libertad. TERCERO: Horas después la Santísima Virgen María me tenía frente a su amado hijo Bibiano para satisfacer su petición. Y finalmente, la Santísima Virgen María paga con el Reino de los Cielos el perseverante rezo diario de las tres Avemarías.
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

sábado, 22 de noviembre de 2014

María, la Virgen del amor
Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Autor: P. Marcelino de Andrés LC | Fuente: Catholic.net
Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor hermoso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.

Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. “El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.

María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.

El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor “buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un “buenas noches” cargado de solicitud y cariño. Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada “feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre.

Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo.

Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

“En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!

No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil.

Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada. ¡Qué corazón tan atento el suyo!

En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era desusual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad. Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas...

Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar.

Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.

Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.

El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.

¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que “en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!

María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo
Llamado a ser santos.

Dios nos llama a ser santos. Y si Dios nos llama a ello y nos dice que debemos ser perfectos como Él, es porque el hombre, si quiere, puede llegar a ser santo.
Dios no manda imposibles, y lo que Él pide, lo da. Es decir que nos ayuda a ser santos, si nosotros tenemos el fuerte deseo de llegar a serlo.
Pero algunos complican tanto la santidad que, pareciera que es algo casi imposible, cuando no imposible realmente.
¿Pero Dios puede haber venido al mundo en Jesucristo, a decirnos que hagamos cosas imposibles?
La verdad es que, si lo pensamos bien, tiene que resultar relativamente fácil llegar a la santidad. 
Pero hay un secreto para ser santos y es cultivar la caridad, el amor. Porque si empezamos por las virtudes que hay que practicar, o las cosas que hay que cumplir, entonces sí que se hace casi imposible ser santos, porque no hay métodos. Sino que amando a Dios y al prójimo es como Dios trabaja en nosotros y nos hace santos.
De modo que tenemos que ser santos, es decir, tenemos que amar mucho, y entonces automáticamente seremos santos y conquistaremos las virtudes.
Todas las virtudes son necesarias para la santidad, porque cada una tiene su belleza particular, si bien algunos se destacarán en una virtud más que en otra, pero todas forman como las distintas flores de un ramo florido, que hacen hermoso el conjunto.
Dios quiere que seamos santos y ha venido al mundo para decirnos que lo seamos, y no sólo eso, sino que nos ha dejado todas las ayudas para alcanzar la santidad, o sea, los sacramentos, las oraciones y tantas, tantas ayudas espirituales y materiales, con lo cual si no somos santos, es porque no queremos.
Comencemos por el amor, porque la santidad no consiste en hacer mucha penitencia, ni sacrificios, ni oraciones, sino en amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como amamos a Dios, entonces todo lo que hagamos nos servirá para hacernos santos.

 

jueves, 20 de noviembre de 2014

Medalla de San Benito

Ejemplos de protección contra las celadas de los demonios.

En 1859, un hipnotizador famoso que acababa de recorrer con éxito muchas ciudades de Francia, llegó a T..., con la intención de realizar algunas sesiones públicas. Llevaba consigo una joven sonámbula, con quien lucraba mucho en sus exhibiciones. La primera sesión se realizó en una iglesia antigua y amplia, profanada hacía mucho tiempo. Una inmensa multitud, atraída por el anuncio, concurrió a la sesión; pero sus esperanzas quedaron frustradas, porque ese día el hipnotizador no pudo obtener nada de la pobre sonámbula, y se vio forzado a restituir el dinero de la entrada a los espectadores quejosos. Nuevos carteles anunciaron otra sesión que se realizaría en la prefectura; pero también ese día la decepción fue completa. El hipnotizador, que había debido soportar todos los gastos, partió rápidamente del lugar, dejando a los diarios locales la tarea de polemizar sin fin acerca de las causas del malogro, tales como el excesivo calor, o el brillo excesivo en la iluminación de gas, etc.
En realidad, había pasado lo siguiente: una religiosa tomó conocimiento del proyecto en cuestión, y sabiendo que la Iglesia condena la práctica del hipnotismo, juzgó conveniente combatir las operaciones del hipnotizador en lo que podían tener de diabólico. Se limitó a colgar la medalla de San Benito en la venta a de su celda, recomendando el caso al santo Patriarca. La victoria no podía dejar de darse, y el príncipe de las potencias del aire, como dice San Pablo, fue vencido.


Un conocido nuestro se encontraba, en 1858, en un distrito del departamento de Vienne. En una reunión de amigos, se habló sobre las mesas giratorias, y varias personas presentes contaron que el año anterior experiencias de ese género habían tenido éxito. Como había participantes incrédulos, combinaron una de aquellas sesiones para el mediodía siguiente. A pesar de los remordimientos de conciencia de algunos, todos se reunieron a la hora señalada, y no sin temeridad pusieron manos a la obra, observando exactamente las condiciones acostumbradas. Después de dos largas horas de tentativas, se desvaneció la última esperanza de lograrlo y los amigos estaban a punto de separarse, buscando encontrar la causa de tan inusual mutismo.
La Srta. X..., que había participado de la reunión, comentó entonces que las medallas que algunos llevaban, especialmente la de San Benito, podrían tener relación con el fracaso. Se combinó entonces otra sesión para el día siguiente, a las ocho de la noche. Esta vez la Srta. X... dejó en casa todas sus medallas, pero, así desarmada, no quiso tomar parte en la sesión, manteniéndose apartada en un rincón de la sala.
Al cabo de media hora, como máximo, se hicieron sentir algunos estremecimientos y la mesa comenzó a crujir, lo que hacía prever que pronto se movería por sí misma. Un médico propuso que cuando quisiera hablar, diese con la pata dos golpes para decir , y uno para decir no. No tardó en levantarse por el aire, con gran satisfacción de los asistentes, que comenzaron a interrogarla, al principio sobre temas frívolos, y después respecto a su silencio de la víspera. Pregunta: “¿Por qué no quisiste responder ayer? ¿Sería porque la Srta. X... tenía la medalla de Nuestra Señora? Respuesta: “No”. P: “¿Porque llevaba la de San Benito?”. R: “Sí” (dos golpes bien fuertes). P: “¿La medalla de la Virgen no podría impedir que vinieras?” R: “No”. Es necesario señalar que en efecto casi todos los circunstantes llevaban puestas medallas de la Virgen o escapularios. Se pasó a otras preguntas: P: “¿Cómo te llamas?” La mesa fue parando, como se había convenido, sobre cada una de las letras del alfabeto correspondiente a la palabra que quería expresar, indicando sucesivamente S. A. T. Estas letras despejaron cualquier duda, y todos adivinaron satanás antes de que terminara la palabra. Muchas personas se retiraron de la rueda, llenas de terror; otras, más temerarias, prosiguieron las interrogaciones.
Se le dirigieron algunas preguntas religiosas o científicas a la mesa, sobre las que guardó completo silencio; dos veces se apoyó por completo en el suelo con un movimiento espontáneo; después siguió girando. Alguien preguntó: “¿Volverás mañana?”La mesa respondió afirmativamente, y la misma persona preguntó a qué hora; la mesa dio doce golpes.  P: “¿Al mediodía?” R: “No”. P: “¿A media noche?” R: “Sí”.
Éstas y muchas otras respuestas, que sería demasiado largo transcribir aquí, impresionaron vivamente a los asistentes, quienes desecharon cualquier duda acerca del misterioso agente que se expresa a través de las mesas giratorias. La sesión se había prolongado hasta las once de la noche y todos se retiraron, tomando cada uno la resolución de llevar siempre, de allí en adelante, la medalla de San Benito.


En 1840, el Consejo municipal de la ciudad de S..., deseaba ensanchar una vía pública que, por otro lado, ya satisfacía plenamente las necesidades de la circulación, y decidió expropiar gran parte de una iglesia dedicada a la Santísima Virgen, que atraía gran cantidad de peregrinos. Para ello, se comenzó a construir una pared interna de sostén, a lo largo de toda la iglesia. Se sacrificaba así, pues, a una irrelevante cuestión de tránsito, la capilla de Nuestra Señora. La pared ya se elevaba varios metros y la iglesia, ocupada por los trabajadores, estaba repleta de materiales.
Un viajero, que presenciaba la triste profanación, se propuso atar la medalla de San Benito al pie de la estatua de la Virgen, que había sido trasladada provisoriamente a la parte conservada de la iglesia. Pocos días después, el ingeniero a quien se le había ocurrido la desafortunada idea de mutilar la casa de Dios, murió a causa de una súbita enfermedad. Su sucesor, al visitar por primera vez el lugar de las obras, reconoció muy sorprendido que la mutilación, de suyo tan odiosa, era completamente inútil, y por lo tanto mandó a los trabajadores parar inmediatamente la obra. Al día siguiente presentó un informe largo y detallado, y obtuvo permiso del Consejo municipal, ya mejor informado, para demoler la pared casi concluida, y restaurar la iglesia a su primitivo estado.


En una ciudad de Francia, cierto alto personaje, encargado de obras importantes, tenía a su servicio un hombre en quien confiaba plenamente, pero que, por acción del demonio, enemigo de todo bien, sólo entorpecía la influencia del patrón. No había manera de abrir los ojos a este último y el desorden aumentaba día a día, hasta que alguien de la casa colocó una medalla de San Benito en el batiente de la puerta del comprometedor hombre de confianza. Desde ese momento fue imposible para aquel hombre vivir en ese cuarto: el 20 de marzo de 18..., al medio día, hora en que, debido a la Cuaresma, terminaban las primeras vísperas de San Benito, dejaba el trabajo y al día siguiente, fiesta de San Benito , se mudó a otra casa.


A poca distancia de Rennes, vivía una familia de vida cristiana propietaria de una casa donde funcionaba un bar y salón de billar. Pero de repente empezaron a notar síntomas extraños de presencia diabólica. Aunque no hubiera nadie en el salón de juegos, se oían ruidos y voces como imitando a un grupo numeroso de jugadores; los muebles cambiaban de lugar sin que nadie los moviera, las puertas se abrían y cerraban solas, y se oía un ruido extraño en las camas de los diversos cuartos. Una noche de Navidad, cuando la criada subió a su cuarto a prepararse para la Misa de gallo, encontró la habitación llena de una densa humareda en medio de la cual se agitaba algo indefinido.
La criada lanzó un grito, salió precipitadamente y cayó desmayada. Los moradores de la casa vivían continuamente aterrorizados por tan extraños fenómenos. Ya habían mandado rezar muchas Misas por las almas de los difuntos, pedido las oraciones rituales de la Iglesia para la bendición de las casas embrujadas y el flagelo no cesaba. El único remedio sería mudarse de aquella casa, de construcción reciente y en la que sus habitantes habían esperado encontrar un alojamiento cómodo y agradable. Una mujer piadosa les comentó sobre la medalla de San Benito y les aconsejó recurrir a ella. En un comienzo, la clavaron en cada puerta de la casa e inmediatamente cesó todo el estrépito. Pero nadie había pensado en colocar el signo de la salvación en la entrada de la bodega y toda la malicia de los demonios pareció haberse refugiado en aquel lugar, tales eran el estruendo y el desorden reinantes. También allí pusieron la medalla y al fin la influencia diabólica abandonó completamente la casa; pero no sin vengarse: porque la persona que nos relató estos hechos, ocurridos en 1861, cayó de repente presa de una cruel obsesión del demonio, viéndose duramente afligida en el alma y en el cuerpo. Consiguió finalmente alivio siguiendo los consejos del confesor, quien le recomendó revestirse de gran coraje contra el demonio, pronunciando frecuentemente contra él los santísimos nombres de Jesús, María y José.


En 1863, en una comunidad religiosa que mantiene un pensionado en A..., se notó que los vidrios de las lámparas se iban rompiendo alternativamente en el salón de estudios y en el dormitorio. En el refectorio, los vasos de las hermanas conversas también aparecían rotos dentro de los armarios y ninguna vigilancia podía descubrir la causa de tales desórdenes, que se repetían diariamente. La situación se prolongaba desde hacía semanas, hasta que las hermanas pensaron en recurrir a la medalla de San Benito. La colocaron en las lámparas y los armarios e inmediatamente acabaron los incidentes. Pero ¡cosa increíble! los vidrios de las luces de los corredores y de otros ambientes de la casa empezaron a su vez a romperse. Esta situación sólo tuvo término cuando las hermanas resolvieron emplear el mismo recurso que tanto éxito había tenido en el salón de estudios y en el refectorio: desde entonces todo cesó.

Leer más sobre la Medalla de San Benito en:

Venga tu Reino Señor ¡Viva Cristo Rey!
Un Reino que los hombres no entendemos porque lo que tú viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón. 

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
Ante ti, Señor una vez más.
Ante ti, que siempre estás en el Sagrario para escucharme, para infundir calor a mi corazón muchas veces indiferente y frío. Más frío que estas tardes del ya cercano invierno. Pero hoy quiero que hablemos, no del cercano invierno, sino del cercano día en que vamos a festejar Tu día, Señor, el DÍA DE CRISTO REY.
El Padre Eterno, como tú nos enseñaste a llamarle a Dios, es el Rey del Universo porque todo lo hizo de la nada. Es el Creador de todo lo visible y de lo invisible, pero... ¿cómo podía este Dios decírselo a sus criaturas? ¿cómo podría hacer que esto fuese entendido?... pues simplemente mandando un emisario.
No fue un ángel, no fue un profeta, fuiste tú, su propio Hijo, tu, Jesús.
Como nos dice San Pablo: Fue la propia imagen de Dios, mediador entre Este y los hombres y la razón y meta de toda la Creación. Él existe antes que todas las cosas y todas tienen su consistencia en Él. Es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia Católica. Es el principio, el primogénito, para que sea el primero en todo. Así se expresa San Pablo de ti, Jesús mío y en esa creencia maravillosa vivimos.
Cuando fuiste interpelado por Pilato diste tu respuesta clara y vertical: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos... PERO MI REINO NO ES DE AQUÍ. Entonces Pilato te dijo: Luego... ¿tú eres rey?. Y respondiste: Tú lo dices que soy rey. Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz. (Juan 18,36-37).
Jesús, tú hablabas de un Reino donde no hay oro ni espadas, donde no hay ambiciones de riquezas y poder. Tu Reino es un reino de amor y de paz.
Un Reino que los hombres no entendieron y seguimos sin entender porque lo que tú viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.
Pertenecer a este Reino nos hace libres de la esclavitud del pecado y de las pasiones.
Pertenecer a este Reino nos hace súbditos de un Rey que no usa la ley del poder y del mando sino del amor y la misericordia.
Diariamente pedimos "venga a nosotros tu Reino"  y sabemos que en los hombres y mujeres de bien, ya está este Reino, pues el "Reino de Dios ya está con nosotros" (Lc.17, 20-21.
El domingo, la Iglesia celebra a CRISTO REY. A ti, Jesús, que pasaste por la Tierra para decirnos que REINAR ES PODER SERVIR Y NO SERVIRSE DEL PODER.
Que viniste para ayudar al hombre y bajar hasta él, morir con él y por él, mostrándonos el camino hacia Dios.
¡VENGA TU REINO, SEÑOR!

¡Viva Cristo Rey !

miércoles, 19 de noviembre de 2014

LA MEDALLA MILAGROSA
En el año 1830, en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, en París, Francia, la Santísima Virgen se apareció en tres oportunidades a una humilde y piadosa novicia, Sor Catalina Labouré. En las tres oportunidades, Catalina vio a la Santísima Virgen, recibió mensajes y fue tratada con amorosa y maternal atención.
PRIMERA APARICIÓN: Relató la vidente de la Santísima Virgen a su confesor que hacia las 11:30 horas de la noche del 18 de julio, oyó que alguien la llamaba por su nombre: "Sor Labouré, Sor Labouré ven a la capilla. Allí te espera la Santísima Virgen"
Quien la llamaba era un niño pequeño y él mismo la condujo hasta la capilla.
Catalina se puso a rezar y después de oír un ruido semejante al roce de un vestido de seda, vio a la Santísima Virgen sentada al lado del Altar. Catalina fue hacia Ella, cayó de rodillas apoyando sus manos en las rodillas de la Santísima Virgen y oyó una voz que le dijo: "Hija mía, Dios quiere encomendarte una misión... tendrás que sufrir, pero lo soportarás porque lo que vas a hacer será para Gloria de Dios. Serás contradecida, pero tendrás gracias. No temas".
La Santísima Virgen señaló al pie del Altar y recomendó a Catalina acudir allí en los momentos de pena a desahogar su corazón pues allí, dijo, serán derramadas las gracias que grandes y chicos pidan con confianza y sencillez.
SEGUNDA APARICIÓN: Esta es la aparición en que la Santísima Virgen comunica a Su vidente el mensaje que quiere transmitir. Esta aparición tiene tres momentos distintos:
Dijo Catalina a su confesor que a la hora de la oración hacia las 5:30 de la tarde del 27 de Noviembre, oyó nuevamente el ruido semejante al roce de la seda y vio a la Santísima Virgen.
Primer momento (La Virgen del globo): La Santísima Virgen estaba en pie, sobre la mitad de un globo aplastando con sus pies a una serpiente. Tenía un vestido cerrado de seda aurora, mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados. En sus manos, a la altura del pecho, sostenía un globo con una pequeña cruz en su parte superior. La Santísima Virgen ofrecía ese globo al Señor, con tono suplicante. Sus dedos tenían anillos con piedras, algunas de las cuales despedían luz y otras no. La Santísima Virgen bajó la mirada. Y Catalina oyó: "Este globo que ves, representa al mundo y a cada uno en particular. Los rayos de luz son el símbolo de las gracias que obtengo para quienes me las piden. Las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirme": El globo desapareció.
Segundo momento (Anverso de la medalla): Cuando el globo desapareció, las manos de la Santísima Virgen se extendieron resplandecientes de luz hacia la tierra, los haces de luz, no dejaban ver sus pies. Se formó un cuadro ovalado alrededor de la Santísima Virgen y en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando sobre la cabeza de la Santísima Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda, se leía:
"OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, ROGAD POR NOSOTROS, QUE RECURRIMOS A VOS"
Catalina oyó una voz que le dijo: "Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la lleven en el cuello recibirán grandes gracias: las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza".
Tercer momento (El reverso de la Medalla): El cuadro se dio vuelta mostrando la letra M, coronada con una cruz apoyada sobre una barra y debajo de la letra M, los Sagrados Corazones de Jesús y de María, que Catalina distinguió porque uno estaba coronado de espinas y el otro traspasado por una espada. Alrededor del monograma había doce estrellas.
TERCERA APARICIÓN: En el curso del mes de diciembre del mismo año, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, similar a la del 27 de Noviembre.
También durante la oración de la tarde. Catalina recibió nuevamente la orden dada por la Santísima Virgen de hacer acuñar una medalla, según el modelo que se le había mostrado el 27 de Noviembre, y que se le mostró nuevamente en esta aparición. Quiso la Santísima Virgen que su vidente tuviera muy claros los simbolismos de su aparición, por eso insistió de una manera especial que el globo que ella tiene en sus manos, representa al mundo entero y cada persona en particular; en que los rayos de luz que arrojan las piedras de sus anillos, son las gracias que Ella consigue para las personas que se las piden, que las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirle; que el Altar es el lugar a donde deben recurrir grandes y chicos, con confianza y sencillez, a desahogar sus penas.
Después de vencer Catalina todos los obstáculos y contradicciones que le había anunciado la Santísima Virgen, en el año 1832, las autoridades eclesiásticas aprobaron la acuñación de la medalla. Una vez acuñada, se difundió rápidamente.
Fueron tantos y tan abundantes los milagros obtenidos a través de ella, que se la llamó, la MEDALLA que cura, la MEDALLA que salva, la MEDALLA que obra milagros, y finalmente la MEDALLA MILAGROSA.

¿Qué hacer cuando Dios calla?
Aunque Dios calle y permanezca oculto, en el fondo del corazón percibimos su presencia, quien nos ama no nos abandona. 

Autor: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com


¿Por qué Dios está oculto? ¿Por qué, luego de encontrarlo, se esconde? ¿Por qué es tan difícil entenderle? ¿Por qué calla? ¿Por qué no siempre responde? ¿No le importan mis problemas? ¿Es que no me ama? ¿Se ha olvidado de mí?

Hay momentos en la vida en que gritamos a Dios como el salmista:

Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
A pesar de mis gritos mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito, y no respondes;
De noche, y no me haces caso…
 (Sal 22 (21))

¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor?
¡Levántate, no nos rechaces para siempre!
¿Por qué ocultas tu rostro y olvidas nuestra miseria y opresión? 
(Sal 44)

Cuando Dios calla nos sentimos perdidos 

El silencio de una persona amada es doloroso. Se percibe como ausencia, vacío, desinterés, soledad… El silencio del otro provoca inseguridad y puede ser el origen de resentimientos y desconfianza.

Por eso el silencio de Dios es terriblemente doloroso. Jesucristo también lo padeció en la cruz, se sintió abandonado por el Padre. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15, 34b)

Sabemos que Dios salió de su eterno silencio, reveló su secreto, desveló su misterio en la Palabra: Jesucristo. Y que Cristo está vivo. Lo sabemos, pero eso no quita su misterioso silencio.

Pero percibimos su presencia

Creo que todos hemos experimentado la pérdida de un ser querido. Cuando muere alguien a quien amamos, tenemos la impresión de que no ha muerto del todo. Sabemos que, de alguna manera, está vivo. Nuestro corazón guarda la seguridad, o al menos la esperanza, de que esa persona a la que amamos sigue existiendo y está presente en nuestra vida, aunque de manera diferente. Lo experimentamos así, porque la memoria del amor nos fortalece la seguridad de que quien nos ama no nos abandona.

Aunque Dios calle y permanezca oculto, casi como si estuviera muerto, en el fondo del corazón percibimos su presencia. Esta percepción interior crece a medida que se desarrolla en nosotros la semilla de las virtudes teologales. La experiencia nos va demostrando el amor que Dios nos tiene. La memoria iluminada por la fe nos ayuda a recordarlo. Y así, progresivamente, nos va invadiendo la confianza de que Dios está presente. Poco a poco la gracia de Dios va trabajando en nosotros y de esa manera en el fondo de nosotros mismos crece y se va fortaleciendo una percepción interior de la que el corazón está seguro y que, gracias a la fe, se convierte en certeza: Aunque no lo vea, aunque no lo sienta, Él está aquí, conmigo, y me ama.

Lecciones aprendidas ante el silencio de Dios

En mi vida he aprendido tres lecciones ante los silencios de Dios:

1. Que no debo perder la paz interior, aunque sufra lo indecible. Se vale quejarse, pero sin perder la paz interior. Esta es la gran lección del salmista.

Dios mío, de día clamo, y no respondes,
también de noche, no hay silencio para mí.
¡Mas tú eres el Santo,
que moras en las laudes de Israel!

En ti esperaron nuestros padres,
esperaron y tú los liberaste;
a ti clamaron, y salieron salvos,
en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos
(Sal 22(21), 2-6)

El Salmo 22 (21) nos enseña que no hay que desesperar, no hay que rebelarse contra Dios. Cuando Dios calla es tiempo de más oración, de súplica humilde y confiada.

Sí, tú del vientre me sacaste,
me diste confianza a los pechos de mi madre;
a ti fui entregado cuando salí del seno,
desde el vientre de mi madre eres tú mi Dios.

¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca,no hay para mí socorro! 
(Sal 22(21), 10-12)

Si Dios calla en tu vida, te recomiendo que pronuncies pausadamente, con plena conciencia, en actitud abierta y confiada, el Salmo 22.


2. Que debo aceptar mis límites y tener confianza. En la comunicación, el silencio tiene un significado. Y si el silencio viene de Dios puedo tener la certeza de que no puede ser más que un gesto de amor, algo que Él me ofrece para mi bien. En Dios el silencio no puede significar rechazo o desinterés, simplemente Dios no puede hacerme una cosa así.

El silencio de Dios se convierte para mí en un reclamo para que yo guarde silencio, que acepte que hay algo de Dios que no alcanzo a comprender y que aprenda a escucharlo y acoger su voluntad con plena confianza en la Providencia.

Job nos da lecciones estupendas. Él llegó a aceptar que no alcanzaba a comprender muchas cosas que le sucedían y que debía abrazar el Plan de Dios, renunciando a su propia lógica.

Sé que eres todopoderoso:

ningún proyecto te es irrealizable.

Era yo el que empañaba el Consejo

con razones sin sentido.

Sí, he hablado de grandezas que no entiendo,

de maravillas que me superan y que ignoro.
 (Job 42, 2-3)

Y después del silencio de Dios, Job alcanzó el culmen de su relación filial con Dios, hizo experiencia personal de la bondad y del amor de Dios aún en medio del misterio: “Sólo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5)

Esto me hace pensar en lo injustos que somos a veces con Dios: nos quejamos de que nos deja huérfanos cuando somos nosotros los que tantas veces nos comportamos como huérfanos, y Él, nuestro Padre y Hermano querido, allí está esperando pacientemente en silencio en el Sagrario, en nuestro corazón, en el prójimo, en todas partes…


3. Que debo perseverar en oración (cf. Mt 26, 41; cf 1 Tes 5, 17) y ser como el amigo inoportuno que llama a la puerta hasta que abre (cf Lc 18,1-8), con la certeza de que mi Padre me escuchará:

Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan! (Lc 11, 9-13)

Tarde o temprano escucharás tu nombre

Cuando Dios calla es tiempo de fe y libertad.

El silencio de Dios, no a pesar, sino precisamente por su complejidad y ambivalencia, es el espacio en el que se juega la libertad y la dignidad del hombre frente al tiempo y frente al Eterno (…), los tiempos de silencio de Dios son los tiempos de la libertad humana. (Bruno Forte)

Libertad para saber esperar, para optar por el amor sin condiciones. Cuando Dios calla, nos enseña a amar.

El silencio de Dios no es ausencia, es otra forma de estar presente, un lenguaje diferente. Lo que pasa es que somos impacientes y queremos respuestas inmediatas y siempre a nuestro estilo. Algo importante en el amor es aceptar al otro como es. También Dios merece este trato.

Cuando Dios calla es sábado santo. Tarde o temprano (tal vez hasta el día de nuestra muerte), escucharemos la voz tan esperada que nos llama por nuestro nombre, como aquél: “María” (Jn 20,16) de Cristo Resucitado.


De todos modos, la pregunta permanece abierta: ¿Por qué Dios calla?

Pregúntaselo tú mismo y espera con paciencia su respuesta.

martes, 18 de noviembre de 2014

El Corazón de Jesús

VIDA DE JESÚS:

En el comienzo de la vida de un ser humano lo primero que se forma es el corazón. Así también Nuestro Señor, en el seno de María Santísima, comenzó siendo apenas un Corazoncito que latía. Y latía de amor por los hombres, por todos los hombres, a los cuales había venido a salvar de las garras de Satanás.
Toda la vida de Jesús fue una revelación de su Sagrado Corazón, es decir, de su amor, porque en el corazón está la sede del amor, y el Corazón de Jesús es el centro del amor de Dios.
¡Dichosos quienes en vida de Jesús pudieron, como San Juan Evangelista, reclinar su cabeza sobre el pecho del Señor, y escuchar los melodiosos latidos de amor de ese Corazón amantísimo!
Pero también dichosos nosotros, que vivimos en este tiempo, porque tenemos a nuestra disposición el Corazón Eucarístico de Jesús, presente en las hostias consagradas, en los Sagrarios de las iglesias, y que recibimos en la Comunión.
Dios nos da su Corazón en comunión. ¿Qué más podía hacer el Señor por nosotros? ¿Aprovechamos este Don, yendo a comulgar lo más frecuentemente que podemos, y visitando a Jesús en los sagrarios de las iglesias?

PASIÓN DE JESÚS:

Si todos los miembros de Jesús sufrieron en su pasión, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que fue su Sacratísimo Corazón el órgano que más sufrió, no sólo por el esfuerzo descomunal, sino por el peso moral, la tristeza, la traición, el desamor.
¡Pobre Corazón de Jesús! ¿Pensamos un poco en lo que ha padecido ese Corazón amorosísimo, que quería que todos los hombres nos salvemos, pero que también sabía que para muchos, muchísimos hombres, ese Sacrificio sería inútil?
Tremendo es ir al encuentro del dolor y la muerte mas atroces, sabiendo que será inútil para gran parte de la humanidad.
Consolemos este Corazón y adentrémonos en el misterio del dolor y del amor de Dios por los hombres.

MUERTE DE JESÚS:

Dios hizo todo. Jesús entregó hasta la última gota de sangre en la cruz. Porque al morir el Señor, un soldado le atravesó el costado, abriendo una llaga en el Corazón de Jesús, de donde brotó la última sangre, dando a entender con ello que Dios no se ha guardado nada para Él, sino que en su Hijo ha dado todo a los hombres.
Esa llaga del Corazón de Jesús, ha sido abierta para nuestro bien, porque a través de ella, ahora los hombres tenemos acceso al amor de Dios. La llaga del Corazón de Cristo es la puerta del Cielo, es la entrada a la divinidad, porque desde que ese Sagrado Corazón fue abierto por la lanza, ahora el hombre, si quiere, puede hacerse Dios, no ciertamente por naturaleza, pero sí por participación.
Y pensemos en María, el dolor causado a su Inmaculado Corazón, al ver el Corazón de su Hijo abierto por la lanza.

RESURRECCIÓN DE JESÚS:

Cuando Jesús resucitó, quiso conservar sus sagradas llagas, para que los hombres vayamos a ellas a buscar todas las gracias que necesitamos para pasar bien la prueba de la vida sobre la tierra. Pero pocos son los que reparan en que también el Señor ha querido conservar la llaga de su costado, es decir, que ha dejado su Sagrado Corazón abierto, ahora lleno de luz y de dones, para que nosotros nos refugiemos en Él.
Si queremos vivir ya desde ahora el Paraíso en la tierra, no tenemos más que refugiarnos en el Corazón glorioso y resucitado de Jesús, cuya puerta de entrada la abrió la lanza de Longinos.
Ese Corazón resucitado lo recibimos cada vez que comulgamos, porque en la Comunión es el mismo Corazón de Jesús que se nos da como alimento.
Y aquí volvemos al principio, porque en nosotros debe formarse Cristo, y Cristo comienza a formarse por el Corazón, como lo hizo en el seno de María. Así que comulguemos frecuentemente para que Cristo se engendre en nosotros y lleguemos a ser otros Cristos.

 

lunes, 17 de noviembre de 2014

Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías. 
Ejemplo 14. 
Salió del mundo para ir al cielo... 
Un misionero redentorista escribe:
En el año 1959 mandé carta a diez mil enfermos, con la estampa de las tres Avemarías
Poco tiempo después me llamaba uno de ellos.
Era un hombre ilustre en el mundo de las Letras y de la Jurisprudencia.
Lo conocía desde hacía ocho años.
Al saludarle, me dijo:
–Le he llamado para que sea usted testigo de un milagro de conversión de un pecador, que hay que atribuir a la devoción de las Tres Avemarías.
–¿Dónde está ese pecador? –le dije.
Y él, seriamente, exclamó:
–Soy yo, Padre. Quiero confesarme. Y tenga paciencia porque tenemos para un buen rato.
–Según recibí su carta –siguió diciendo–, tomé la estampa y empecé a rezar mañana y tarde las tres Avemarías, con la jaculatoria impresa: “María, Madre mía, líbrame de caer en pecado mortal”. Luego la corregí, para decir: “María, Madre mía, líbrame de morir en pecado mortal”... Y esta mañana he sentido el impulso de hacer lo que debiera haber hecho hace más de cincuenta años.
Le confesé... Un mes exacto después moría de repente.
Dos días antes le había vuelto a confesar, y me había dicho:
–Padre, yo voy a morir. Me falla el corazón desde hace un mes, desde aquel día que me oyó usted en confesión. ¡Es demasiada mi alegría y mi gratitud a la Santísima Virgen, para que pueda vivir más en este pícaro mundo!

domingo, 16 de noviembre de 2014

Veremos a Dios
Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?... 

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net


¿Qué es lo que esperamos en la otra vida? Nosotros no tenemos la menor duda: ¡Veremos a Dios! Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que nos decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?...

Llama mucho la atención en la Biblia el miedo que los judíos tenían de ver a Dios. Al sentir su presencia, se cubrían el rostro, porque podían morir con la vista del Señor. Así lo hace Moisés ante la zarza ardiendo:

- Se cubrió el rostro, porque tenía miedo de mirar a Dios.

Y el mismo Dios le dijo:

- No podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir viviendo...

Y recordemos a Jacob, a quien se aparece Dios, y exclama después:

- ¡He visto a Dios, y sin embargo no he muerto!...

Por eso venía a veces la nube, que manifestaba que Dios estaba allí, pero al mismo tiempo ocultaba su presencia, como ocurrió en la inauguración del Templo de Salomón.

Y este miedo lo tuvieron incluso los apóstoles, en el mismo Evangelio. En el Tabor, apenas oyen la voz de Dios, escondido en la nube que aparece sobre el monte, caen aterrados y apegan el rostro al suelo, hasta que se acerca Jesús y les anima:

- ¡No temáis!...

Así era la fe de Israel. Pero viene Jesús, y en su sermón programático de las bienaventuranzas proclama y promete:

- ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!

La gente que oía a Jesús decir esto por primera vez, debió quedarse loca de alegría. -¿Cómo es posible eso de que vamos a ver a Dios, si a Dios no lo ha visto ni lo puede ver nadie? ¿Cómo es que ahora Jesús, el Maestro de Nazaret, que hace estos prodigios y que enseña con esta autoridad, nos dice que vamos a ver al mismo Dios?...

Los humildes, los sencillos, los de conciencia recta, ven a Dios con una fe sin trabas ya en este mundo, y después contemplarán a Dios cara a cara, sin velos.

Como nos dice Pablo:
- Ahora vemos como en espejo, después cara a cara.

Y completa Juan:
- Aún no se ha manifestado lo que seremos, porque, cuando llegue, veremos a Dios tal como es él..

¿Medimos lo que esto significa?...

Sin darnos cuenta, estamos contando un imposible. ¿Cómo una criatura puede ver al Dios invisible, al que es santísimo, al que supera todas las fuerzas humanas y las de los mismos ángeles? Sin embargo, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Y esto es lo que Dios nos promete: que lo veremos tal como es: lo contemplaremos sin velos, cara a cara, en una dicha y en un gozo inenarrables, metidos en Él de tal manera que miraremos a Dios con los ojos del mismo Dios...

Esta es la gracia de las gracias. Todas las gracias que Dios nos hace van dirigidas a esta final: a verle a Él en la Gloria. Y, cuando lo veamos y poseamos, ya no desearemos nada más, porque se habrán colmado para siempre todos los anhelos del corazón.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos resume todo con estas palabras famosas de San Agustín:

- Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá en el fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?...

Todo esto es un sueño, el feliz sueño de los creyentes. Un sueño bendito, no producido por una droga alucinante, sino por la Palabra de Dios, que nos lo promete con toda su seriedad divina:

- ¡Verán a Dios!... ¡Lo veremos cara a cara!... ¡Lo veremos tal como es Él!...

Esta llamada de Dios a su visión y a su gloria tiene su precio. No es una imposición, es una oferta. Es un regalo, pero condicionado. Dios nos crea y nos pone en este mundo con una dirección precisa. Nos coloca en el principio de la carretera, y nos dice:

- ¡Adelante, y hasta el fin! No te desvíes. No te salgas de la autopista. En un cruce que se atraviese, no te vayas ni a derecha ni a izquierda...

El gran Catecismo de la Iglesia Católica nos repite lo que aprendimos de niños en el pequeño catecismo de nuestra parroquia: Que Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. Esta es la carretera, la autopista real que conduce a Dios.

Lo conocemos y lo aceptamos con la fe.
Le servimos con nuestra adoración, nuestro culto y nuestra entrega a los hermanos que nos necesitan. Así le amamos con todo el corazón.

El ver a Dios será regalo y será premio. Dios se nos ofrece, pero nos exige esfuerzo. Requiere perseverancia hasta el fin. Por eso nos repite la Carta a los Hebreos:

- La perseverancia os es necesaria para alcanzar la promesa, todo eso que Dios nos ha ofrecido por nuestra fidelidad a su Palabra.

- ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios! repetimos con el salmo, mi alma está sedienta de ti... ¡Y cuándo llegaré, para ver el rostro de mi Dios!... Lo veremos sin morir, sino viviendo siempre, siempre....

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