sábado, 31 de enero de 2015

Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías.
Ejemplo 17.
Una madre que no quiso morir...
Una mujer joven se moría...
Casada con un médico, ni éste ni los más especializados compañeros de profesión que habían acudido a examinar a la enferma, encontraban recursos en la ciencia con que poder curarla.
Resignado el marido, atendió la petición de la enferma: “¡Que venga un sacerdote!”
Y el sacerdote acudió al domicilio que se le había indicado, y encontró junto al lecho de la paciente al marido y los dos hijos que del matrimonio habían nacido. El mayor contaba tres años y el menor de los niños tenía poco más del año.
Se retiró el doctor con sus hijos, para que confesara la enferma...
Cuando el sacerdote preguntó a ésta si aceptaba la muerte, la joven madre, cobrando energías, contestó:
–¡Padre, no quiero morir...!
Y se echó a llorar, diciendo:
–No por mí, sino por mis hijos y mi marido.
Calmada luego, exclamó:
–¡Hágase la voluntad de Dios! Pero..., quiera Dios librarme de la muerte. ¡Se lo pido con toda mi alma!
Entonces, el confesor le dijo:
–Ponga usted por intercesora a la Santísima Virgen, que Ella es Madre y sabrá comprenderla como nadie... ¡Y Ella todo lo puede cerca de Dios!
Y sacando del libro de oraciones una estampa de las tres Avemarías y una novena, se las dio a la enferma, indicando:
–He aquí una devoción muy eficaz. Comience hoy mismo a rezar las tres Avemarías, y juntos con usted su marido y niños invoquen a María, Omnipotencia Suplicante, Madre de la sabiduría infinita y Madre nuestra de Misericordia. ¡Pongámoslo así todo en sus manos!
Tres días más tarde, el marido acudió a la iglesia preguntando por el sacerdote que había confesado a su mujer, y al verle éste se apresuró a decirle:
–¿Qué pasa, doctor? ¿Cómo sigue la enferma?
Y el médico, con irreprimible emoción, le contestó:
–¡Padre, milagro de la Virgen! Mi mujer, inexplicablemente, está fuera de peligro y en franca mejoría.
Y, serenándose, añadió:
–Tan pronto salió usted de mi casa el otro día, pusimos en práctica su consejo, y dimos comienzo al rezo de las tres Avemarías; arrodillados mi hijo mayor y yo, y en pie, a la cabecera de la cama de su madre, el pequeñín... ¡Y con qué fervor las rezamos, Padre! Igual hicimos el segundo día y hoy por la mañana... Y esta tarde advertí, con asombro, que la fiebre casi había desaparecido... Y al llegar mis compañeros a efectuar su diaria visita, se sorprendieron igualmente del cambio producido, que no tenía explicación científica... ¡se ha curado! Ofrezca, Padre, mañana, la Santa Misa en acción de gracias a Dios y a Nuestra Señora de las tres Avemarías. (Padre Raimundo F. Olivas)
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

domingo, 25 de enero de 2015

Enseñanzas del Evangelio

Sin miedo al qué dirán.
Por todo aquel que se declare en favor mío ante los hombres, yo también me declararé en su favor ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos. (Mt 10, 32-33).
Enseñanza:
Si el mal se ha hecho tan arrogante y atrevido, es en parte porque los católicos estamos un poco amilanados y temerosos, prontos para negar a Dios, o al menos disimular que somos cristianos, si así lo requiere nuestra “prudencia”.
Pero esta “prudencia” que utilizamos tanto, no es más que una prudencia humana, no divina. Es un miedo que tenemos a decir ante cualquiera que somos cristianos, que somos de Cristo.
Tenemos que aprender a vencer esta vergüenza que sentimos ante los demás, de decirnos seguidores del Señor Jesús, porque aquí, en este pasaje del Evangelio, claramente nos advierte Él que si ante los hombres renegamos de Él, también Jesús nos negará ante el Padre eterno.
Es cierto que estamos en tiempos borrascosos y, como en pleno vía crucis camino al Calvario, son pocos los valientes que dan la cara por Cristo, como sucedió también en la Pasión del Señor. Son contados los que como la Verónica, saben decir ante el mundo, con palabras pero más con las obras, que aman a Cristo, que son sus seguidores.
Ojalá nosotros, a partir de hoy, digamos a los cuatro vientos que somos cristianos, porque como dice un santo, la dignidad de ser hijo de Dios, es una dignidad que está por encima de todo título de nobleza, y sería muy triste que ocultemos esta dignidad ante el mundo por miedo, que aunque nos critique y nos escarnezca, sabemos que Dios nos tiene en la palma de su mano, y que, llegado el Juicio de este mundo, seremos contados entre los testigos valientes que mostraron su catolicismo sin ambages.

sábado, 24 de enero de 2015

Ofrecimiento de Vida

Una pequeña participación en los sufrimientos de Cristo
Durante el Año santo Mariano (1983-1984) la Santísima Virgen me dijo:
–Ustedes, queridos hijos, deben todavía con mayor fervor compartir los sentimientos del Salvador. Miren con compasión cómo sudó sangre en el huerto de los Olivos, miren sus cadenas, las sogas, cómo fue arrastrado de un juez a otro, los salivazos en el rostro, las diferentes torturas, cómo fue azotado, el manto de burla, la corona de espinas, el peso de la cruz, sus caídas y dolorosos encuentros. De corazón deben ustedes seguirle para llegar hasta el monte Calvario y verle allí, desde que le quitan sus vestidos y lo crucifican. Colgado de la cruz, empapado en su sangre en la agonía, cuánto dolor, cuánto tormento hasta exclamar: “¡Todo está consumado!”
–Mi santo Hijo, queridos hijos, realizó la obra de la Redención. Su sacrificio reparador era pleno, pero de él dejó a ustedes también una pequeña participación en cuanto que elige y llama a algunas almas a ofrecer en unión íntima con Él, el sacrificio de su vida. Comparte con ellas sus sufrimientos para gloria del Padre y el bien de las almas para que ni una sola de ellas se pierda. Estas almas son almas enteramente entregadas y pueden hacer mucho para la gloria de Dios y salvación de las almas. Mi santo Hijo encuentra su gozo en ellas.
–En el mundo de hoy, hijos míos, mi santo Hijo tiene cien veces mayor necesidad de corderos para el sacrificio. Pero deben ustedes pensar que la participación en la obra de la Redención sólo puede consistir en el sacrificio. Hay que partir desde el huerto de Getsemaní y seguir el camino que recorrió mi santo Hijo. Sin esto no habría méritos ni ofrenda de vida fecunda.
–Cuanto más pronta es la entrega de un alma, tanto más glorifica al Padre, y por ello, más almas ayuda a salvar y será bienhechor de la humanidad entera. ¡Oh cuántas gracias puede alcanzar para la Iglesia y para los sacerdotes! Un alma así coopera eficazmente a la conversión de los pecadores, al alivio de los enfermos, a la salvación de los moribundos y para que las almas lleguen a la patria de la eterna felicidad. Un alma así realiza, en unión con mi Santísimo Hijo, una verdadera obra redentora.
–Con todo corazón y con entera confianza pueden ustedes, mis amados hijos, contar con su Madre celestial, quien está siempre con ustedes para que juntos podamos seguir al divino Redentor hasta el pie de la Cruz a donde su Madre lo siguió.
– ¡Sean ustedes árboles del Señor que producen siempre buenos frutos, bendición para la tierra y alegría de todo el cielo! ¡Bendita sea la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo por todos los siglos. Amén!
La Ofrenda de Vida lo compendia todo
He sentido gozo al ver cómo una y otra vez los fieles que se encontraban en el templo hacían ofrecimiento de su vida movidos por el celo de mi padre espiritual. Pensaba para mis adentros: ¿Lo estarán viviendo? ¿Es suficiente entregarse una sola vez? ¿Lo recordarán luego? Entonces mi Jesús me habló así:
–Si alguien, hija mía, no hace sino una sola vez el ofrecimiento de vida, ¿entiendes, hija mía? una sola vez, en un momento de gracia se encendió en su corazón el fuego de amor heroico, ¡con esto selló toda su vida! Su vida, aunque no piense conscientemente en ello, es ya propiedad de ambos Sagrados Corazones. Para mi Padre no existe el tiempo. La vida del hombre está ante Él como un todo.
Aunque uno haya hecho otro ofrecimiento, la ofrenda de vida por amor lo compendia todo y está por encima de ellos. Esta será, pues, la corona, el aderezo más precioso y el distintivo de su nobleza espiritual en la Patria Eterna.
A los que tienen la cruz del sufrimiento
La Santísima Virgen dijo:
–Cuando les llega, hijos míos, un gran sufrimiento corporal o espiritual y ustedes lo aceptan con espíritu de oblación, eso puede ser fuente de gracias innumerables. Pueden pagar con ello los pecados, las omisiones de toda su vida y cuando ya han cancelado toda su deuda, pueden ustedes alcanzar, con el restante sufrimiento, llevado con paciencia, la conversión de los pecadores empedernidos y dar gloria a Dios. Las almas salvadas, gracias a los sufrimientos aceptados por ustedes, pueden alcanzar incluso la santidad.
–Cuando pesa sobre ustedes la cruz del sufrimiento, sea por causa de una enfermedad o de un sufrimiento espiritual, recuerden que no son sino peregrinos en la tierra. Más allá de la tumba, hay un mundo maravillosamente más bello, que Dios ha preparado para sus hijos, donde les espera una felicidad muchísimo mayor que la que merecían debido a sus sufrimientos pacientemente sobrellevados. En un estado de felicidad que “ojo jamás vio, ni oído nunca oyó” estarán sumergidas sus almas durante toda una eternidad. Aunque la vida de uno esté llena de sufrimiento, será siempre muy corta, y se acabará pronto. Alégrense, aun cuando estén sufriendo, porque avanzan hacia una meta segura y al final del camino les espera el brazo tierno de su Madre y el amor eterno de la Santísima Trinidad.
–Los llamo a ustedes, mis queridos hijos, a un apostolado de especial elección, para que soporten el martirio espiritual por los pecados de los demás, y para que por medio del sacrificio de sus vidas, ofrecido con gran corazón, Dios pueda derramar ríos de su misericordia. Piensen, mis queridos hijos, qué inmensa multitud de almas pueden salvar de la eterna condenación si llevan con paciencia esa pequeña astilla de la cruz de mi santo Hijo, que Él les ha dado, para que tomando la mano de su Madre participen ustedes también de la obra de la Redención. No pidan, hijos míos, el sufrimiento; pero acepten siempre con humilde entrega, aquellos que el Señor les da.
“No puedo quitar la cruz a las almas escogidas”
Jesús dijo:
–Hijos míos, apóstoles míos: las almas necesitan tanto de los sufrimientos aceptados por ustedes como los enfermos de la medicina. No puedo descargar la cruz de los hombros de ustedes aunque por momentos les parezca que ya van a caer bajo su peso; porque si la quitara, se interrumpiría el proceso de curación de las almas y dejaría perecer a aquellas que todavía pueden ser salvadas. Cuando se cancela la deuda de una o varias almas o termina su tratamiento curativo gracias al sufrimiento ofrecido por ellas, entonces quito la cruz por algún tiempo para que cobre nuevo vigor mi apóstol, destinado a tan sublime vocación.
–Hijos míos, una sola alma que se pone sobre el altar del sacrificio por amor a mí y a sus hermanos, aumenta cien veces la gloria de mi Padre y la alegría de mi querida Madre. ¡Levántense, hijos míos, con un fervor más intenso! Mi Iglesia nunca ha tenido una necesidad tan grande de víctimas generosas como ahora... Hacen falta almas que no estén rumiando sus propios problemas, sino cuya mirada esté puesta en los demás buscando cómo puedan ayudarles en lo corporal y en lo espiritual. Vuelquen sus pensamientos y su amor desinteresado sobre cómo poder salvar a los infieles y a los pecadores, porque saben muy bien que no hay nada tan precioso en el mundo como las almas... ¡Láncense, hijos míos, una y otra vez hacia la sagrada meta de salvar las almas! ¡Háganse santos para que puedan ser verdaderamente mis apóstoles revestidos de Cristo ante la faz de mi Padre!
Mensaje de la Virgen para los que hacen la Ofrenda de Vida
La Santísima Virgen dijo:
–Cuando el Eterno Padre escoge un alma para darle la gracia de ser uno de los elegidos, la destina a que ya en la tierra sea semejante a su Hijo Unigénito. Y, ¿en qué debe ser semejante a Él? En el amor y en la aceptación de los sufrimientos. Si en esto siguen ustedes a su Jesús, el Eterno Padre reconocerá en ustedes a su santo Hijo.
–Las almas a las cuales el Eterno Padre escogió para que hagan el ofrecimiento de vida deben esforzarse por salvar el mayor número de almas para Dios. Lo pueden alcanzar con la oración fervorosa, con la práctica de la caridad activa y servicial, con la mansedumbre, con la humildad, con la mortificación, pero sobre todo con la aceptación paciente de los sufrimientos. Creo que mi Corazón maternal encontrará entre mis hijos, almas que con el ardor de los mártires amen a Dios.
–Aun en tiempo de las más grandes pruebas, mis queridos hijos, deben tomar con confianza ilimitada la mano de su Madre. Juntos vayan ustedes al Corazón Eucarístico de Jesús que es su fortaleza en su peregrinación terrenal. Así, fortalecidos diariamente por Él, continúan ustedes el camino hacia el hogar de la eterna felicidad donde en glorioso éxtasis, se reconocerán entre sí los que hayan hecho de su vida una ofrenda de amor a gloria de Dios y el bien de las almas.
–Entonces, mi santísimo Hijo les va a estrechar a su Corazón inflamado de amor, para sumergirlos en el gozo de la unidad de amor de la Santísima Trinidad, en el estado de la eterna felicidad, para que puedan alegrarse sin fin en compañía de las almas para quienes con su generoso ofrecimiento de vida lograron alcanzar la salvación.
– ¡Amen y tengan confianza, hijos míos, porque Dios está con ustedes! El Señor ama la vida de cada alma que hizo la entrega de sí misma. Precisamente por eso no pongan límite a sus sacrificios. ¡Dar más, amar mejor! Sea ésta la consigna de su vida.
El Amor Misericordioso de Jesús
En cierta ocasión recibí un libro y leí en él que nuestro Jesús se quejaba de que las almas caían al infierno como bajan en invierno los copos de nieve. Al leer esto comencé a ver el mundo que está a mi alrededor y en espíritu lloré a los pies de Jesús. Entonces Jesús me dijo:
–No llores, porque esto viene del maligno espíritu que quiere denigrar el Amor Misericordioso de mi Padre. Entiende, hija mía. Si las almas cayeran al infierno como caen los copos de nieve en invierno, mi Padre jamás hubiera creado al hombre. Pero lo creó porque quiso derramar sobre sus creaturas la felicidad de la Santísima Trinidad.
–Es verdad que el hombre cometió el pecado con su desobediencia, pero mi Padre envió al Hijo, quien con su obediencia lo reparó todo. Sólo caen en las tinieblas exteriores aquellas almas que hasta el último momento de su existencia rechazan a Dios. Pero el alma que antes de abandonar el cuerpo sólo dijera con arrepentimiento: “¡Dios mío, sé misericordioso conmigo!”, ya se ha librado de las tinieblas exteriores.
–Pero mira, hija mía, el Amor Misericordioso de mi Padre alcanza incluso a los pecadores empedernidos. Por eso pido el ofrecimiento de vida que, cual sacrificio unido a mi cruento sacrificio, alcanza que la Justicia Divina sea satisfecha y de esta manera pueda haber misericordia también para los empedernidos, al menos en el último día o último momento de su vida. Por eso convocaré una multitud de almas entregadas para esta pesca apostólica de almas”.

Oración de Ofrecimiento de Vida 

Mi amable Jesús, delante de las Personas de la Santísima Trinidad, delante de Nuestra Madre del Cielo y toda la Corte celestial, ofrezco, según las intenciones de tu Corazón Eucarístico y las del Inmaculado Corazón de María Santísima, toda mi vida, todas mis santas Misas, Comuniones, buenas obras, sacrificios y sufrimientos, uniéndolos a los méritos de tu Santísima Sangre y tu muerte de cruz: para adorar a la Gloriosa Santísima Trinidad, para ofrecerle reparación por nuestras ofensas, por la unión de nuestra santa Madre Iglesia, por nuestros sacerdotes, por las buenas vocaciones sacerdotales y por todas las almas hasta el fin del mundo.

Recibe, Jesús mío, mi ofrecimiento de vida y concédeme gracia para perseverar en él fielmente hasta el fin de mi vida. Amén.

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Cinco promesas de la Santísima Virgen para los que hacen el Ofrecimiento de Vida:
1. Sus nombres estarán inscritos en el Corazón de Jesús, ardiente de amor, y en el Corazón Inmaculado de la Virgen María.
2. Por su ofrecimiento de vida, unido a los méritos de Jesús, salvarán a muchas almas de la condenación. El mérito de sus sacrificios beneficiará a las almas hasta el fin del mundo.
3. Nadie de entre los miembros de su familia se condenará, aunque por las apariencias externas así parezca, porque antes de que el alma abandone el cuerpo, recibirá en lo profundo de su alma, la gracia del perfecto arrepentimiento.
4. En el día de su ofrecimiento, los miembros de su familia que estuvieran en el purgatorio, saldrán de ahí.
5. En la hora de su muerte estaré a su lado y llevaré sus almas, sin pasar por el purgatorio, a la presencia de la Gloriosa Santísima Trinidad, donde en la casa hecha por el Señor, se alegrarán eternamente junto Conmigo.
Mensaje a las madres del mundo (1986)
La Santísima Virgen dijo:
–En el corazón de muchas madres arde el dolor. Se les oprime el corazón, por el estado espiritual de sus hijos, por su conducta inmoral, por el destino de su vida más allá de la muerte. Por amor hacia ellas, movida de compasión, alcancé con mis ruegos las cinco promesas. Que se consuelen, que ofrezcan con una entrega total todos los sucesos de su vida, porque el sacrificio ofrecido por los demás produce frutos de salvación para las almas. Además, no es posible aventajar el amor misericordioso de Dios.
Los hijos más queridos de la Virgen (1986)
La Santísima Virgen dijo:
–Den a conocer, hijos míos, las grandes gracias que aporta el ofrecer la vida por amor: a quienes sufren mucho en cuerpo y alma, a los enfermos incurables, a los que están impedidos de moverse, a los que yacen postrados en el lecho. Anúncienles que no sufren en vano. Divisa de oro es para toda la humanidad, y para ellos mismos, porque alcanza a tener en su alma y en su corazón, paz, fuerza y alivio, al pensar que por la aceptación paciente de sus sufrimientos, gran gozo y felicidad les espera en el cielo.
El alma escogida
Esta petición de nuestra Santísima Madre, por la gracia del Señor, ya la estoy practicando desde hace mucho tiempo, y he experimentado en qué gran medida han sentido alivio los enfermos graves, cuando a la luz de la gracia han podido comprender los grandes beneficios que reciben por la aceptación y la donación de sí mismos.
Visitaba en los hospitales a los enfermos graves, especialmente a aquellos a quienes ni sus propios familiares les iban a ver y a aquellos que han perdido su contacto con los familiares. El mayor sufrimiento lo encontraba en los enfermos que padecían de cáncer o estaban postrados en el lecho. La mayoría de ellos estaban conscientes de que su enfermedad era incurable, y por ello ya no tenía sentido para ellos la vida. Creían que ya no podían ser útiles a nadie.
Pero cuando lograron comprender:
– que son ellos los hijos más queridos de la Santísima Virgen,
– que en ellos el Señor Jesús está buscando compañeros,
– que Jesús los llama a que unan sus sufrimientos con los sufrimientos de su sacrificio en la Cruz continuando su Redención,
– que ellos son los verdaderos tesoros de la Iglesia,
– que con sus sufrimientos pueden salvar almas,
– que pueden alcanzar santas vocaciones sacerdotales,
– que pueden contribuir a que se establezca la paz en el mundo,
– que por medio de sus sufrimientos pueden reparar los pecados propios y ajenos,
– que a la hora de su muerte llegarían –sin pasar por el purgatorio- al reino de los cielos: entonces, al tomar conciencia de esto, la gracia trabajaba admirablemente en ellos. Lloraban de alegría al ver cuánto los ama Dios y la Santísima Virgen. Habían creído que Dios estaba enfadado con ellos y tomaban su sufrimiento como castigo. Había quienes no creían que existe Dios y pensaban en quitarse la vida. Cuando reconocieron qué gran gracia se esconde en hacer el ofrecimiento de vida y que la creatura no puede dar más a su Creador, han experimentado un gran cambio. Se volvieron pacientes y su estado general mejoró. La enfermera no pudo menos de notar la tranquilidad de los enfermos, su nuevo y hermoso comportamiento. Han llegado a ser santos ocultos del Señor y han mantenido su ofrecimiento fielmente hasta el fin. Unos recuperaron la salud, otros murieron santamente.
Oramos cada noche junto con nuestra bondadosa y dulce Madre celestial para que aumente el número de los que tienen la gracia de ofrecer sus vidas por amor, la cual les dará alivio, paz, tranquilidad y fuerza para soportar el sufrimiento de la tierra, y la eterna bienaventuranza en el cielo. Nuestra Madre celestial ora también por aquellos a quienes han llegado ya la gracia de ofrecer su vida, para que perseveren en ella fielmente, con fe viva, hasta la muerte.
Oración recomendada por la Santísima Virgen a los enfermos
Jesús mío, sé que Tú me amas. Aquel a quien Tú amas está enfermo. Si es posible, pase de mí este cáliz de sufrimiento. Pero añado yo también aquello que Tú dijiste en el huerto de Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Fortaléceme y consuélame, Jesús mío. Madre nuestra, Virgen Santísima, Tú que curas a los enfermos, ruega por mí ante tu Santo Hijo. Amén.
("La Victoriosa Reina del Mundo" - Sor Natalia Magdolna)

domingo, 18 de enero de 2015

¿Es verdad que no hay que tener miedo?
En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo. 

Autor: H. Javier Ayala, | Fuente: Catholic.net
Mamá. Es la primera palabra que aprenden los niños. Los niños crecen seguros cuando han logrado estrechar una relación con su madre. No importa que no la vean, saben que está ahí y por eso no tienen miedo.

¿Quién es esta Mujer? Juan Pablo II la invocaba: «totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt». Y la tenía en su escudo y en su corazón.

¿Quién es esta Mujer? Se le apareció a una niñita en una cueva y le dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción». ¿Quién es esta Mujer?

Miguel Ángel la esculpió en mármol de Carrara.

¿Quién es esta Mujer? París puso su nombre a su catedral.

¿Quién es esta Mujer? Éfeso le dio el título más grande que jamás ha recibido alguna mujer.

¿Quién es esta Mujer? En torno a Ella la Iglesia primitiva perseveraba unida en la oración.

¿Quién es esta Mujer? El ángel le dijo: «no temas».

Mujer, tú que escuchaste del ángel del Señor: «no temas», dinos: ¿es verdad? ¿Es verdad que no hay que tener miedo? Mira el mundo… Mira la Iglesia… Mira mi vida… Mira mi pecado… ¿Es verdad, Mujer? ¿Es verdad que no hemos de temer?

Dinos, Mujer, ¿qué le dijiste a san Juan Diego en el Tepeyac? ¿Qué le dijiste al joven Karol Wojtyla que después, siendo Papa, tantas veces nos repitió «no tengáis miedo»?

Respóndenos, Mujer, dinos algo… ¿quién eres?

No temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa difícil o aflictiva. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?.

Si es así, si eres mi Madre, si estás aquí… no temo, María. En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo. Estoy a punto de comenzar una misión y no sé lo que me espera, pero no temo porque tú estás conmigo. En unos meses pueden pasar muchas cosas pero no temo porque tú estás conmigo.

Tengo una responsabilidad muy grande sobre mis hombros, no sé si puedo, pero no temo porque tú estás conmigo. Entonces, mi última palabra en la hora de mi muerte será la misma que la primera que pronuncié de niño… «Mamá».

miércoles, 14 de enero de 2015

Las visitas a Cristo y a la Virgen
Ellos están ahí, cerca de tu puerta, con una sonrisa cada día, con amor cada hora, con las manos repletas de bendiciones para ti. 

Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

Las visitas a la Santísima Virgen y a Jesucristo, realizadas con fe y fervor, infunden no pocos ánimos. En tu ciudad viven, a unos pasos de tu calle; no cuesta gran cosa visitarles un minuto, darles los buenos días, pedirles una misericordia para la jornada. Esas pequeñas visitas, esos pequeños momentos, robados a tu abultada agenda, inyectarán vigor a tu alma triste; ve a visitarles con más frecuencia, con más amor y menos prisa, que son los amigos de tu alma, los que ponen suavidad y eficacia en tus actividades febriles.

María Santísima y Jesús están ahí, cerca de tu puerta, con una sonrisa cada día, con amor cada hora, con las manos repletas de bendiciones para ti.

Jesús y María son dos antiguos amigos desaprovechados; siempre los tuviste, siempre los tendrás muy cerca de ti, a total disposición, con un amor que, si supieras... pero conocer es el arte que pocos aprenden; si conocieras quién es... suena a dulce reto.

Si el arte de vivir es amar y ser amado, ahí tienes dos amigos que siempre te han querido y a los que no has sabido amar.

Una breve visita, un corto detenerse, un pequeño gesto de cariño, un mirar y ser mirado, un alargar la mano y dar la diaria limosnita de amor.

martes, 13 de enero de 2015

¿Qué podemos hacer?

rosarioytierra con cristo
Al ver tanta maldad en el mundo, en nuestro entorno y en nosotros mismos, nos hacemos esta pregunta: ¿Qué podemos hacer?
Tenemos la tentación de ponernos a trabajar febrilmente en obras exteriores, olvidando el grandísimo poder que tiene la oración.
Nunca se arreglaron las cosas en el mundo, sin la oración. Porque en los hechos más importantes de la Cristiandad, fue la oración confiada de los hombres, en especial a la Madre de Dios y por medio del Santo Rosario, lo que dio un giro en la historia.
En estos tiempos no sucederá de distinta forma, pues el cambio que todos buscamos y queremos, vendrá de Dios, que intervendrá en la medida que sea invocado por nuestra oración fervorosa, frecuente y constante.
Con la oración podemos obtener TODO de Dios, y no sólo para nosotros, sino para quienes amamos, para nuestra Patria y para el mundo entero.
Con la oración influimos en los acontecimientos presentes y futuros, y es por ello que la Virgen, en todas sus apariciones, nos pide más oración, porque es aquí donde está la solución para todo.
Así que no nos descorazonemos y desesperemos al ver el Mal triunfante en el mundo, sino tomemos en nuestras manos el Santo Rosario y comencemos a rezarlo todos los días, con perseverancia. Y quien reza un Rosario diario, pues que rece dos. Porque el tiempo que empleamos en la oración jamás es tiempo perdido. Incluso aunque nuestra oración no sea perfecta ni mucho menos, siempre es bien empleado el tiempo pasado en oración.
Ningún santo se hizo santo sin haber pasado la mayor parte de su tiempo de vida en oración. ¿Y nosotros queremos cambiar el mundo sin rezar?
Sin oración no podremos cambiar ni nosotros, ni nuestra familia, ni el mundo.
Y seamos astutos y veamos cómo el demonio nos pone multitud de pretextos –aparentemente justos- con tal de apartarnos de la oración. ¿No nos sucede acaso que cuando estamos dispuestos a rezar, surgen en la mente actividades que no podemos postergar, o cosas que decir o hacer, etc.? Y así dejamos la oración para otro momento, que nunca llega. Y entonces ha vencido el enemigo.
Recordemos que la oración es un combate, y ¡ay que quien entra en oración sin recordar que es una lucha rezar!, pues bien pronto se desanimará.
Nosotros queremos un cambio, que triunfen el bien y la verdad. Pero esto no se puede dar si Dios no interviene. Y Dios intervendrá, tanto en el mundo, como en cada familia y en nosotros, sólo si se lo pedimos por medio de la oración.
A lo mejor ya no tenemos dinero para gastar en buenas obras, ni nos han quedado medios para hacer apostolado, y ya no tenemos ningún tipo de influencia en las cosas y las personas; pero nos queda algo todavía: ¡la oración! Y con ella lo podemos todo, absolutamente todo. Quien no lo crea así, que haga la prueba, sin dejarse abatir ni distraer por el enemigo, y verá los grandes resultados.
Y para terminar citemos unas palabras de la Santísima Virgen al Padre Gobbi:
“Me veneráis como la Señora del Santo Rosario.
El Rosario es mi oración; es la oración que he venido a pediros desde el cielo, porque es el arma que debéis usar en estos tiempos de la gran batalla y el signo de mi segura victoria.
Mi victoria se hará efectiva cuando Satanás, con su potente ejército de todos los espíritus infernales, será encerrado en su reino de tinieblas y de muerte, de donde no podrá salir jamás para dañar al mundo.
Para esto debe descender del cielo un Ángel al que se le ha dado la llave del Abismo y una cadena con la cual atará al gran dragón, a la serpiente antigua, Satanás, con todos sus secuaces.
La cadena, con la que el gran Dragón debe ser atado, está formada por la oración hecha Conmigo y por medio de Mí.
Esta oración es la del Santo Rosario.
Una cadena, en efecto, tiene primero la misión de limitar la acción, después la misión de aprisionar y al final la de anular toda actividad del que es atado con ella.
–La cadena del Santo Rosario tiene ante todo la misión de limitar la acción de mi Adversario.
Cada Rosario, que recitáis Conmigo, tiene el efecto de restringir la acción del Maligno, de substraer las almas de su maléfico influjo y de dar mayor fuerza a la expansión del bien en la vida de muchos hijos míos.
–La cadena del Santo Rosario tiene también el efecto de aprisionar a Satanás, esto es, de hacer impotente su acción y de disminuir y debilitar cada vez más la fuerza de su diabólico poder.
Por esto cada Rosario bien recitado es un duro golpe dado a la potencia del mal, es una parte de su reino que es demolida.
–La cadena del Santo Rosario obtiene en fin el resultado de hacer a Satanás completamente inofensivo.
Su gran poder es destruido.
Todos los espíritus malignos son arrojados dentro del estanque de fuego y azufre, cierro la puerta con la llave del Poder de Cristo, y así ya no podrán salir al mundo para dañar a las almas.
Comprended ahora, mis hijos predilectos, por qué en estos últimos tiempos de la batalla entre Yo, Mujer vestida del Sol y el gran Dragón, Yo os pido que multipliquéis por todas partes los Cenáculos de oración, con el rezo del Santo Rosario, la meditación de mi palabra y vuestra consagración a mi Corazón Inmaculado.
Con ello dais a vuestra Madre Celeste la posibilidad de intervenir para atar a Satanás, para que así pueda llevar a cabo mi misión de aplastarle la cabeza, esto es, de derrotarlo para siempre, encerrándolo dentro de su abismo de fuego y azufre.
La humilde y frágil cuerda del Santo Rosario forma la fuerte cadena con la cual haré mi prisionero al tenebroso dominador del mundo, al enemigo de Dios y de sus siervos fieles.
Así todavía una vez más, la soberbia de Satanás será derrotada por la potencia de los pequeños, de los humildes, de los pobres.” (7 de octubre de 1992)
Ha llegado una petición
Ha llegado una petición a las puertas de mi vida. Soy libre de dar una respuesta. Si amo, no podré cerrar nuevamente la mano.

Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Corazones.org
Ha llegado una petición a la puerta de mi vida. Dar una mano, arreglar una computadora, acompañar en un paseo, ir a visitar a un amigo común, dialogar un rato sobre Dios.

La petición entra en mi vida. Tengo un programa lleno. Mis planes, mis deseos, han invadido los espacios de la agenda. Hay tanto que hacer. La lista de correos pendientes se alarga. Además, uno quiere ver aquel vídeo, escuchar esa música, poner mensajes en Facebook...

Una petición ha llegado. Puedo responder, como tantas veces, que no tengo tiempo. Me cierro en mis seguridades. Prefiero mis proyectos. Además, ¿no hay otros capaces de atender esa petición?

En mi corazón, sin embargo, algo cambia. Si tantas veces he dicho “no”, ¿por qué no dar un "sí"? Es cierto: dar un sí me obligará a ajustar mis planes, quitará tiempo a otros asuntos.

Hasta ahora he pensado en mí: lo que me costaría atender la petición, lo que perdería, lo que ganaría (hay peticiones que atiendo con gusto porque luego lograré una contrapartida...). ¿Y el otro?

La perspectiva cambia completamente cuando acojo la petición desde el otro lado. Alguien está ahí, a la puerta de mi vida. Espera que le dé tiempo, cariño, atenciones, respuestas, ayudas concretas (técnicas o materiales).

Ese alguien, lo sabemos por el Evangelio, es en cierto modo Cristo mismo. "A mí me lo hicisteis" (cf. Mt 25,40). Con humildad, con respeto, confía en que le dé una respuesta positiva, un gesto de ayuda en algo muy concreto.

Ha llegado una petición a las puertas de mi vida. Soy libre de dar una respuesta. Si amo, no podré cerrar nuevamente la mano. Ante mí unos ojos esperan palabras y gestos de afecto, de solidaridad, de amor sincero...


domingo, 11 de enero de 2015

Bautismo de Cristo, ¿para qué?
A Cristo se le llegó el momento de dejar casa y madre, tranquilidad y sosiego, para comenzar una vida de trabajo y amor.

Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: 

A Cristo se le llegó el momento de dejar casa y madre, tranquilidad y sosiego, para comenzar una vida de aventura, de acción y de mucha comunicación con el sufrido pueblo hebreo. Habían sido años tranquilos los pasados en Nazaret, distribuidos entre la convivencia familiar, el rudo trabajo de carpintero y sobre todo la oración al Buen Padre Dios que sería la base para el trabajo y la misión que el mismo Dios le encomendaba.

A grandes zancadas, después de despedirse tiernamente de su madre, de sus familiares y de sus amigos, se dirigió a las márgenes del río Jordán en la aristocrática Judea para escuchar a un nuevo predicador, a un profeta, que bautizaba a los que convertían su corazón a Dios. Juan el Bautista llegó a tener a muchas gentes que iban con buen corazón a ser bautizadas por él. Y se encontraban con una palabra ruda y con fuertes amenazas y castigos para los que se negaban a convertir su corazón a Dios. Juan tenía una palabra despiadada para todos, y más que un bálsamo para la herida, parece que a él le gustaba más echarle sal, que dolía, que escocía pero que al fin y al cabo curaba y sanaba. A los que se convertían y reconocían sus pecados, Juan los metía entonces en el río Jordán, como un símbolo de penitencia y como un sello entre la divinidad y el hombre arrepentido.

A este Juan es al que Cristo se dirigió, para ser bautizado por él. Entendemos que el bautismo es un rito que casi todas las religiones tienen, símbolo de pureza, de limpieza ritual, y entrada al contacto con la divinidad. El agua, casta y cristalina es el símbolo que mejor puede significar la conversión del corazón, el lavado espiritual para poder acercarse a la divinidad.

Y aquí surge una pregunta que inquietó mucho a los primeros cristianos. Si Cristo no tenía pecados, si la vida de Cristo era una vida sin maldad, y todo lo contrario, al decir de San Pablo “Cristo pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por diablo, porque Dios estaba con él”, entonces ¿porqué se bautizo por manos de Juan? Juan Bautizaba precisamente para preparar el camino al Señor, al Enviado, al Mesías, al esperado y las gentes salían convertidas verdaderamente por su predicación y echaban fuera sus pecados. Cristo quiere sentirse solidario hasta ese extremo con su pueblo, hasta someterse a un rito de purificación, aunque él personalmente no tuviera pecado. Debemos reconocer la humildad, la sencillez pero sobre todo la solidaridad de Cristo con todos los que intentamos alejar de nosotros el pecado y la maldad. Es la primera intención, pero había otra, y esa la descubriremos después del bautismo.

De esta manera ya estamos preparados para la escena que nos presenta San Mateo en su Evangelio, un Cristo formado en la fila de los pecadores. No va con prepotencia, no lleva guaruras, no quiere que le den preferencia, va formado como todos, con muchas ilusiones en su corazón, oyendo atentamente los comentarios de las gentes que lo rodeaban y cuando llegó el momento de presentarse ante Juan, Cristo pudo darse cuenta de su desconcierto e inquietud de aquel. Fue demasiado fuerte para él estar situado ante Cristo y ante un Cristo que pedía su bautismo que era ciertamente inferior al que Cristo traía para todos los hombres. Y así se lo manifiesta, poniéndose de rodillas ante Jesús: “Yo soy quien deber ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que te bautice?”. Pues más creció su inquietud, cuando Cristo poniéndose de rodillas ante él, le ofreció un argumento que no dejaba lugar a dudas: “Has ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere”. Y así se hizo. No se dan más detalles del bautismo. Juan lo tomó por los hombros, y semidesnudo lo sumergió profundamente en las aguas del Jordán. Cuando Cristo se retiró, quizá sin haberse secado totalmente, cayó en una profunda oración, que dejó admiradas a las gentes que habían contemplado su bautismo.

Y en medio de esa profunda oración, se descubre la segunda intención del bautismo de Cristo: apareció en ese momento una nube misteriosa y desde dentro de ella, una voz potente que decía: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias”, al mismo tiempo que “se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma”. Algo trascendental ocurre entonces en ese momento, no sólo es presentado Jesús como Salvador, como verdadero Hijo de Dios, sino que Dios mismo se presenta en forma trinitaria, invitando a todas las gentes a participar de la alegría de unos cielos que se abren para dar paso al Salvador. Es el momento que Isaías había pedido a Dios, que rompiera ya su prolongado silencio y dirigiera su rostro y su palabra al pueblo: “!Ah, si rasgases los cielos y descendieses…!”. Y es el momento por el que también Isaías había suspirado, aunque él solo pudo clamar por un siervo, nunca por un hijo y menos el Hijo de Dios como salvador: “Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo todas mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones”. El Padre llena todas las expectativas y nos envía precisamente a su Hijo, su Hijo amado, motivo de todas sus complacencias. Y podemos estar seguros que con Cristo vienen los dones y los regalos propios de la presencia del Espíritu Santo de Dios que ahora tiene dos brazos para abrazar a nuestra humanidad y llenarla de gozo y de alegría, aparejadas con el perdón de los pecados y la seguridad de que al incorporarnos al bautismo de Cristo podremos continuar, porque la puerta ya está abierta, y podremos participar de otros sacramentos, que acompañarán toda la vida del hombre, la confirmación, corroborando nuestra fe, y el banquete, el banquete de los hijos de Dios que pueden participar comiendo el Cuerpo y la Sangre redentoras de Cristo que ve así realizada su propia Pascua.

No está por demás decir que nuestro propio bautismo, que no es el mismo que Cristo recibió del Bautista, hace que las palabras dirigidas primeramente a Cristo: “Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias”, puedan ser dirigidas también a nosotros, que tenemos entonces la dicha de haber atraído la mirada del Buen Padre Dios que nos colma con sus dones, su perdón y sus gracias para que vayamos caminando precisamente como hijos de Dios.

Tengamos pues, una gran estima por este sacramento admirable que nos ha abierto las puertas del corazón de Dios y aprestémonos a vivir como Cristo, que pasó haciendo el bien y curando a todos de sus enfermedades. También nosotros tendremos esos dones para que con la sonrisa, la mano tendida y el corazón puesto en los más necesitados, también contribuyamos a la salvación de todo nuestro universo.

sábado, 10 de enero de 2015

Es Madre de Jesús y nuestra
María Santísima nos ve a cada uno de nosotros como su hijo predilecto. ¡No te olvides de Ella! 

Autor: P Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net


María es toda de Jesús por derecho, y toda de nosotros por regalo. Pero es toda nuestra y, por tanto aquí, no pensemos que robamos, porque nos la han dado. No pensemos que somos demasiado pecadores, demasiado indignos, para tenerla como madre, porque, a pesar de que eso es cierto, también es cierto que ella es madre nuestra. No nos puedes ver separados de Jesús, como hijos añadidos, sino injertados en su sangre y en la tuya. Por lo tanto, la seriedad con la que una madre ve a su hijo, como su hijo, queda muy lejos de la seriedad, la profundidad y el amor con que nos ve María Santísima a cada uno de nosotros: somos más hijos de ella que de nuestra propia madre de la tierra

La ingratitud con Dios es terrible porque se ofende al Amor con mayúscula. Se desprecia un amor eterno, un amor divino, un amor maravilloso y totalmente gratuito.

De una manera semejante, olvidar, despreciar, el amor de una madre tan grande, es una ingratitud terrible. Pero, siendo los hijos predilectos de María Santísima, nuestra ingratitud adquiere unas dimensiones mucho más grandes.

"Los pecados que ofenden a Dios lastiman tu corazón porque hieren el corazón de tu hijo y hacen un daño terrible a tus hijos".

"Cómo tengo que decirte esto, Madre: te he llevado pocas flores hasta el día de hoy"

viernes, 9 de enero de 2015

Señor, hoy he tirado un calendario 2014 a la basura...
¿Tiré también a la basura todas esas horas, todos esos días, todas esas semanas, todos esos meses, todo ese año?... 

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
La Capilla se ha ido quedando poco a poco desierta.

Se terminó la Misa y las personas, pocas, pues es una tarde muy fría y desapacible se han retirado. Todo está en silencio... las luces también, ya no todas están encendidas y hay una penumbra dulce y un poco triste que me acompaña y me arropa el alma para poder meditar mejor ante ti, Señor.

La parpadeante lucecita roja que acompaña la figura del pequeño Sagrario parece que da calor a mi corazón que viene a buscar refugio en el tuyo para pedirte fuerzas para empezar a caminar por este nuevo año, con sus meses, sus días y sus horas... Páginas en blanco que yo he de escribir con mi libre albedrío, con mis equivocaciones, con mis terquedades, con mis intolerancias... o quizá si te pido ayuda.... Tu me vas a guiar para ser más prudente, para saber aceptar, para saber perdonar.... para olvidarme un poco de mi y estar más pendiente de los que me rodean y procurar siempre hacerlos más felices.

¡Qué callado estás, Señor!. Dime, ¿estás triste?. Tal vez si.... ¿O me lo parece porque yo lo estoy? No sé, Jesús, pero lo que sí sé, es que me estabas esperando porque te quedaste para eso, para consolar al triste, para iluminar al que no sabe ni lo que quiere ni lo que busca,.... para dar fuerza a los que nos debatimos en la debilidad de esa lucha para seguir adelante.... para prestarnos tu hombro y que en él reclinemos la cabeza y tal vez lloremos con ese llanto suave y reparador cuando hay dolor en el alma...

Me gusta, Jesús, sentirte como el mejor de los amigos y contarte mis cosas.... esas cosas de todos los días. Las cosas simples pero que siempre tienen un gran significado. Y hoy... te lo voy a contar..... aunque tu ya lo sepas:

Hoy he tirado un pequeño calendario del año 2014 a la basura.... He sentido algo extraño. Un pensamiento doloroso y oscuro ha cruzado por mi mente, ¿tiré también a la basura todas esas horas, todos esos días, todas esas semanas, todos esos meses, todo ese año?...
Tuvo, como otros, días buenos, días malos, noches buenas, noches tristes, muy tristes, alegrías, temores, certezas, miedos, ilusiones, proyectos, anhelos , realidades, triunfos y derrotas.
Pero... SI NO AMÉ MÁS,... PUEDE QUE SI, EFECTIVAMENTE LO TIRÉ A LA BASURA."

Pongo en tus manos Señor el año que pasó en tu misericordia, y el año que empieza, en tu providencia...

miércoles, 7 de enero de 2015

Queridos Reyes Magos ¡Feliz fin de viaje!
Estamos celebrando el día de la Manifestación del Señor, así que ¡ánimo! El día de encontrar lo que están buscando ha llegado. 

Autor: P Idar Hidalgo | Fuente: Catholic.net
Queridos Reyes Magos:

Se muy bien que desde que han visto la estrella aparecer en el firmamento y después de consultar sus mapas de astronómicos, y sobre todo sondear su corazón, se han puesto en camino con gran docilidad para ir al encuentro del Rey hecho niño, del Salvador del Mundo.

Y llevan sus regalos, que han elegido de una manera extraordinaria, Oro, Incienso, y Mirra; porque lo reconocen como Rey, como Dios, y como hombre. Y se han puesto en camino dejándose guiar por aquella estrella, que solo se deja ver por las noches… y les va marcando el rumbo y les va orientando sus pasos.

Y ustedes con gran alegría, venciendo el cansancio y la sed de tanto caminar, el calor y el frío del desierto, han continuado su camino y están por llegar. También venciendo innumerables dificultades, como los engaños de Herodes, que sabiamente han podido burlar, siendo obedientes al ángel.

Estamos celebrando el día de la Manifestación del Señor… así que ¡ánimo! El día de encontrar lo que están buscando ha llegado.

Gracias por su fidelidad, por su obediencia, y por esos regalos que llevan en sus manos. Pero más agradezco el signo que nos regalan a toda la humanidad de que la salvación es para todos los pueblos.

Desde que ha empezado el tiempo de Adviento, he pensado en ustedes, y en la carta que habría de escribirles para pedirles, como lo hice cuando era niño, algunos regalos. Pero el tiempo se ha pasado tan rápido, entre posadas, la Fiesta de Navidad, Fin de año, Fiesta de Nuestra Santísima Madre… que es hasta este momento en la solemnidad de su venida que les escribo mi carta. De todas maneras tengo la confianza que les llegará a tiempo porque le pediré a mi Ángel de la Guarda que se las haga llegar en forma prioritaria.

Les pido, con humildad que me compartan:

La sencillez para saber distinguir en los signos de los tiempos la presencia de la Buena Noticia, para saber observar desde la fe todas la realidades tanto de la tierra como del cielo.

Que puedan compartir conmigo la docilidad a las divinas inspiraciones del alma, y seguir el camino que me marque la estrella. A ustedes los ha guiado una estrella en el cielo, para mi esa estrella que me lleva a Jesús es María, por eso pido tener esa docilidad de ustedes para saber descubrirla en todo momento, para no perder el rumbo que conduce al Salvador de todas las naciones, al Rey de todos los Pueblos.

Valentía para hacerme al camino, para saber dejarlo todo y lanzarme a la aventura de un camino, a desinstalarme con frecuencia para vivir de la fe y no de la seguridad de mis reinos, de mis posesiones. Confiar que, dejando todo, es la única forma de encontrar El Todo.

Obediencia a las guías que tengo en el camino, obediencia a lo que se cree, a lo que se espera, a lo que se ama. Obediencia humilde a las inspiraciones y a los ángeles, especialmente a mi Ángel de la Guarda, para que no pierda el camino, y tenga la alegría de que todo se me ha dado como regalo, confiando y dependiendo totalmente en Aquel que me ha llamado a un encuentro.

Alegría de un encuentro, del encuentro que más se desea: encontrarse con Dios, por eso ese encuentro es una Celebración. Porque es el encuentro de la criatura con su Creador, alegría de encuentro porque es la manifestación de Dios hecho hombre como Dios, como Rey, y como hombre. Quiero, tener esa alegría de encuentro que para mi se realiza en cada Eucaristía, en cada sacramento, en cada encuentro con el más necesitado. Alegría de encuentro, que es una gran celebración, porque cuando el encuentro esta tocado por el amor solo puede ser celebrativo, y toda nuestra vida es encuentro y toda nuestra vida es celebración si lo vivimos en la dimensión del amor.

Abusando de su generosidad, pido la paciencia para seguir en el camino, para que el cansancio no me haga desistir, para que las dificultades no resten el ánimo, para que los obstáculos del camino solo sean oportunidades de crecimiento, que sean retos que me permitan crecer como persona, como cristiano, como discípulo del Maestro.

Que no pierda la esperanza del encuentro, que no pierda la esperanza que la promesa se hará realidad.

Que no pierda la esperanza que en el camino no se anda solo, que ángeles, estrellas y hermanos caminamos juntos. Tener siempre y cada día, la esperanza de que es posible vivir la caridad entre los hermanos que caminamos en comunidad como lo hicieron ustedes, que se acompañaron hasta el final.

Todo lo anterior no lo pido solo para mi, lo pido para poder compartirlo con todos mis hermanos, quiero descubrir en cada hermano a Cristo, quiero descubrirlo especialmente en los más pobres, en los más necesitados, los enfermos, los encarcelados, los que están solos o se sienten solos; quiero reconocer al Rey en aquellos que llevan con humildad la cruz de cada día, en los que se esfuerzan por dar testimonio del amor, en las personas que perdonan y aquellos que se niegan a recibir el perdón, recocerlo en los amigos y también en los enemigos.

Quiero compartir todo lo que les he pedido con todos aquellos que se acerquen a mi vida, y quiero ser yo el que se ponga en camino hacía el encuentro. Me gustaría, ser el primero que tienda un puente por donde el otro se pueda acercar a mi, y por donde yo me pueda acercar a él.

Todo lo que les he pedido, también se los pido para todos mis amigos, familiares y benefactores… para que todos seamos instrumentos de paz. Para que todos busquemos el reino de Dios, sabiendo que si Dios reina en nuestros corazones, reinará en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras ciudades, y en nuestras naciones.

Les deseo a ustedes queridos Reyes Magos, feliz fin de viaje. Y me despido agradecido por la ilusión que guardaron en mi cuando era un niño.

Gracias porque un día los espere con la ilusión de niño y hoy los puedo esperar con la ilusión de sacerdote.

Con afecto, en el Señor que buscamos y que encontramos en la Eucaristía.

martes, 6 de enero de 2015

Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías. 
Ejemplo 16. 
El buen fin de un legionario... 
España. Año no muy distante y lleno de recuerdos... En una de las “Banderas” del Tercio encontrábase un legionario llamado Jaime, que tendría como treinta y cinco años. Muy culto y educado.
Su valor, que al principio sorprendió a todos, nos hizo comprender que él no había venido al Tercio para luchar, sino para morir...
Su conducta religiosa era lo que más sorprendía a sus compañeros, hablaba con frecuencia con el sacerdote; sus costumbres eran austeras; le veían rezar brevemente todas las noches, pero jamás le vieron confesarse ni siquiera en los momentos más desesperados. Además, en sus conversaciones se mostraba ateo convencido, aunque fríamente respetuoso.
Cuando alguien se atrevió a preguntarle el porqué entonces de sus rezos sin fe, le respondió muy serio:
–Empeñé mi palabra, ¡y las palabras siempre las cumplo!
Una mañana entró en combate la “Bandera” y una bala dio en tierra con nuestro legionario. El corazón estaba destrozado. ¡Había muerto en el acto!
Al descansar de aquella jornada de guerra, quise descorrer ante los legionarios que me rodeaban el velo que cubría toda la vida de Jaime.
Había nacido en una familia distinguida por sus riquezas y por sus virtudes.
Todavía joven, ingresó, a la vez que un hermano suyo, en una Orden religiosa. Allí brilló por su talento, virtud y perfección. Y así pasaron años... Pero Jaime no fue prudente al hacer sus lecturas; perdió su fe y acabó saliendo de la Congregación religiosa.
Su madre estaba, poco después, para morir... Y con voz dificultosa le dijo:
–Jaime, Jaime, ven a mi cabecera. Quiero pedirte una cosa. Reza siempre, diariamente, tres Avemarías.
Jaime titubeó. Al fin, con voz entrecortada, contestó llorando:
–Madre, te lo prometo... Te lo prometo...
La madre murió...
Los días y las noches huían; la inquietud y el  vacío reinaban en el corazón de Jaime. La vida era para él un martirio.
Por entonces, la Legión tenía abiertos sus banderines de enganche. Jaime se sintió aliviado; había encontrado un medio noble de acabar con sus inquietudes, y se alistó en la Legión, en busca de la muerte.
En mis charlas con él, le insté, como sacerdote, a confesarse. Su respuesta era invariablemente la misma:
–Padre, quería creer..., pero no puedo...
Cuando conocí la promesa hecha a su madre me tranquilicé. Estaba convencido de que la Madre del cielo no permitiría su condenación. Y, efectivamente, así ha sido.
Ayer, muy entrada la noche, un legionario fue a mi tienda de campaña. Era Jaime. Estaba impresionado. Se limitó a decir:
–Padre, presiento que tengo la muerte muy cerca. Vengo a confesarme...
¡Las tres Avemarías le habían salvado! (un Padre jesuita, agregado como sacerdote a una “Banderas” del Tercio).
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

Mensaje de confianza

La vista del crucifijo debe reanimarnos en la confianza 
Si alguna vez, en las luchas interiores, sintieren flaquear la confianza, mediten los pasajes del Evangelio que acabo de indicar. Miren demoradamente el Crucifijo.
Contemplen esa Cruz ignominiosa, sobre la cual expira el Salvador. Miren su pobre cabeza coronada de espinas, que pende inerte sobre el pecho; consideren los ojos vidriosos, la faz lívida donde se coagula la preciosísima sangre. Miren los pies y las manos traspasadas, el cuerpo rasgado. Fíjense sobre todo en el Corazón amantísimo que acaba de ser abierto por la lanza del soldado: de él corren unas pocas gotas de agua ensangrentada. ¡Nos dio todo! ¿Cómo será posible desconfiar de ese Salvador?
Él espera nuestra retribución.
En nombre de su amor, en nombre de su martirio, en nombre de su muerte, tomen la resolución de evitar de ahora en adelante el pecado mortal.
La debilidad es grande, bien lo sé, pero Él los ayudará. A pesar de toda la buena voluntad, tal vez tengan caídas y reincidencias en el mal, pero el Señor es misericordioso. Sólo pide que no se dejen adormecer en el pecado, que no se empantanen en los malos hábitos. Prométanle confesarse pronto y nunca pasar la noche teniendo sobre la conciencia un pecado mortal.
¡Felices ustedes, si mantuvieran valerosamente esa santa resolución! Jesús no habrá derramado por ustedes, en vano, su preciosa sangre. Tranquilícense con respecto a sus disposiciones interiores. Tendrán así el derecho de afrontar con serenidad el angustioso problema de la predestinación: llevarán sobre la frente la señal de los elegidos. 
(De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent) 

Fragmento sobre la Consagración a María

Ciudad Santa. 
[7] Los santos han dicho cosas admirables de esta ciudad Santa de Dios. Y, según ellos mismos testifican, nunca han estado tan elocuentes ni se han sentido tan felices como al hablar de Ella. Todos a una proclaman que:
– La altura de sus méritos, elevados por Ella hasta el trono de la Divinidad, es inaccesible.
– La anchura de su caridad, dilatada por Ella más que la tierra, es inconmensurable.
– La grandeza de su poder, que se extiende hasta sobre el mismo Dios, es incomprensible.
– Y, en fin, la profundidad de su humildad y de todas sus virtudes y gracias es un abismo insondable.
¡Oh altura incomprensible! ¡ Oh anchura inefable! ¡Oh grandeza sin medida! ¡Oh abismo impenetrable! (cfr. Ef. 3, 18; Apoc. 21, 15-16). 
(del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María)  
Comentario: 
No es exagerado este texto, pues María es el milagro más grande que hizo Dios y Ella es solo inferior a Dios. Por eso vayamos confiados a los pies de la Virgen que todo lo obtendremos del Corazón de Dios, pues Él nada le niega a María. Si nos hacemos amigos de María y nos consagramos a Ella, estaremos salvados para siempre y el demonio echará espuma por la boca de rabia por haber perdido una presa destinada al infierno, ya que él nada puede contra los que se han consagrado a la Virgen pura. Hoy más que nunca se cumple aquello de que “quien hallare a María, hallará la vida”, y esto lo atestiguan millones de santos que están en el Cielo, salvados por esta Reina de los Corazones.
¡Dulce Corazón de María! 
¡Sé la salvación del alma mía!

lunes, 5 de enero de 2015


Lo esencial de la fe a caballo entre el viejo y el nuevo año

03 de ene de 2015
Sin la Iglesia, Jesucristo termina reduciéndose a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo
La Virgen de FátimaDe las dos homilías pronunciadas por Papa Francisco en San Pedro el 31 de diciembre de 2014 por la tarde para el «Te Deum» y por la mañana del primero de enero en la Misa dedicada a María, los argumentos que llaman la atención son principalmente los relacionados con la actualidad, como las palabras sobre la corrupción en la ciudad de Roma.
Pero ambas meditaciones también propusieron a los fieles los contenidos esenciales de la fe.El 31 de diciembre, Francisco recordó que «el tiempo que ha sido – por decir así – ‘tocado’ por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto ‘el tiempo salvífico’, es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia», e invitó a reflexionar sobre «el final del camino de la vida», «el final de nuestro camino». Con un «examen de consciencia», una petición de perdón y un agradecimiento. El Papa citó «el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos hizo sus hijos, nos adoptó como hijos. Este don inmerecido nos llena de un agradecimiento lleno de estupor».«Alguien -añadió- podría decir: ‘Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?’.
Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida».
El día después, al celebrar la Misa dedicada a María Santísima Madre de Dios, Papa Bergoglio recordó que en «ninguna otra criatura, el haber visto brillar sobre ella el rostro de Dios, el Verbo eterno, a fin de que todos lo puedan contemplar». El Niño Jesús y María son inseparables: entre ellos existe una relación muy estrecha, como entre cualquier hijo y su madre. «La carne de Cristo (que es el centro de nuestra salvación) fue tejida en el vientre de María».«María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo. La Virgen Santa es la mujer de fe, que hizo un sitio a Dios en su corazón, en sus proyectos». Por ello «no se puede entender a Jesús sin su Madre».Francisco después añadió que, «del mismo modo,  Cristo y la Iglesia son inseparables, porque la Iglesia y María van siempre juntas y este es justamente el misterio de la mujer en la comunidad eclesial, y no se puede entender la salvación que llevó a cabo Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia».Separar a Jesús de la Iglesia, dijo el Papa citando las palabras de la «Evangelii nuntiandi» de Pablo VI, sería querer introducir una «dicotomía absurda», porque no es posible «amar a Cristo, pero no a la Iglesia; escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia; pertenecer a Cristo, pero fuera de la Iglesia».
«Nuestra fe -añadió el Pontífice- no es una doctrina abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vivo entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia jerárquica». Y esta acción y misión de la Iglesia es expresión de su «maternidad», porque ella «es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse nunca de la carne ni de la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Jesús.
Sin la Iglesia, Jesucristo termina reduciéndose a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo».Para concluir, también fue significativa la referencia al Concilio de Éfeso: «Miremos a María,  contemplemos a la Santa Madre de Dios. Y quisiera proponerles que la saludáramos juntos, como hizo aquel valeroso pueblo de Éfeso, que gritaba ante sus pastores cuando entraban en la iglesia: “¡Santa Madre de Dios!”. Qué hermoso saludo para nuestra Madre… Dice una historia, no sé si sea cierta, que algunos, entre esa gente, llevaban bastones en las manos, tal vez para que entendieran a los obispos qué les habría pasado si no hubieran tenido la valentía de proclamar a María ‘Madre de Dios’. Los invito a todos, sin bastones -concluyó el Papa- a que se levanten y, por tres veces, la saluden, de pie, con este saludo de la Iglesia primitiva: ‘¡Santa Madre de Dios!’».
fuente: Vatican Insider
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