jueves, 16 de enero de 2014

La verdadera noticia de ese bautismo

16 de ene de 2014
Qué quiere decir el gesto de Francisco, que el domingo pasado bautizó en la Sixtina a la niña de una pareja que no se casó por la Iglesia
Como se sabe, el domingo pasado, en la fiesta del Bautismo de Jesús, Bergoglio celebró los bautismos de 32 niños en la Capilla Sixtina. Entre ellos estaba Giulia, hija de una pareja que solo se casó por lo civil.

Dos de las reacciones que se registraron ante la noticia fueron incongruentes: la de los que subrayan la absoluta excepcionalidad de un gesto de ruptura y la de los que minimizan el hecho afiormando que se trata de una práctica normal. Ambas parten de un presupuesto real: fue un acto inédito para una celebración papal pública, pero sucede regularmente en las parroquias de todo el mundo.
Don Giorgio Mazzanti, sacerdote florentino y profesor de teología sacramental en la Urbaniana, observó ante los micrófonos de la Radio Vaticana que «En la “Evangelii gaudium” el Papa escribe que “Todos pueden participar de alguna manera en la vida eclesial, todos pueden integrar la comunidad, y tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera”. El gesto de la Sixtina concretiza esta afirmación. En el fondo, lo importante es permitir que cualquier persona encuentre una puerta abierta que la introduzca al misterio. Creo que el Papa intuye muy bien que la iglesia (y aquí uso una de sus imágenes) “no puede ser aduana”. Debe, en cambio, dejar que las personas encuentren a Jesucristo que es el verdadero Salvador».
Todo el mundo sabe que esta actitud no es algo nuevo en Bergoglio; no se ha limitado a bautizar a los hijos de parejas unidas solo en matrimonio civil, sino también a los hijos de madres solteras, de parejas que no estaban casadas, etc... Lo que más le dolía, cuando era obispo, era descubrir que había párrocos que se negaban a bautizar a los niños que habían nacido fuera de un matrimonio religioso. Esta postura no es exclusiva de algunos sectores neo-clericales latinoamericanos, pues también se puede encontrar en Europa y en Italia. Es como si el aspecto de la “aduana”, es decir de la “regularidad” de los sacramentos de los padres, el aspecto de la “preparación” y de los “requisitos” prevaleciera por encima del bien del niño, como si la norma y el estatus de los padres fuera más importante que la gracia del bautismo.
El canon 868 del Código de Derecho Canónico dice: «Para bautizar lícitamente a un niño, se requiere: 1) que den su consentimiento los padres, o al menos uno de los dos, o quienes legítimamente hacen sus veces; 2) que haya esperanza fundada de que el niño va a ser educado en la religión católica; si falta por completo esa esperanza debe diferirse el bautismo, según las disposiciones del derecho particular, haciendo saber la razón a sus padres». Así pues, la «esperanza fundada» se puede basar en el compromiso del padrino o de la madrina del niño (estos sí tienen que ser católicos, según la norma canónica, y tienen que ser católicos, estar confirmados, haber recibido el sacramento de la Eucaristía y llevar «al mismo tiempo, una vida congruente con la fe y con la misión» que asumen.
El entonces cardenal Bergoglio decía: «El niño no tiene ninguna responsabilidad por el estado del matrimonio de sus padres. Y luego, a menudo el bautismo de los niños se convierte para los padres en un nuevo inicio. Normalmente se hace una prequeña catequesis antes del bautismo, de alrededor de una hora; después una catequésis mistagógica durante la liturgia. En seguida, los sacerdotes y los laicos visitan a estas familias, para continuar con ellos la pastoral post-bautismal. Y a menudo sucede que los padres que no se habían casado en la Iglesia, tal vez piden ir al altar para celebrar el sacramento del matrimonio. A veces sucede que los ministros y los agentes pastorales asumen casi una actitud “patronal”, como si estuviera en sus manos el arbitrio de conceder o no los sacramentos».
Sorprenden estas alusiones a esa «pequeña catequesis» y a la «catequesis mistagógica durante la liturgia». No se trata de largos recorridos y cursos (que también pueden ser la ocasión para volver a atraer a la vida parroquial a las familias que se han alejado), sino pequeñas catequesis. Confiando más en la gracia que actúa y transforma en el sacramento, que en la preparación. Con una mayor atención al «post» que al «pre», es decir, con la pastoral «post-bautismal».
«En su idea de Iglesia como “hospital de campo” –añadió don Mazzanti a Radio Vaticana–, Francisco está convencido de que “los sacramentos son para la vida de los hombres y de las mujeres tal y como son”. No quiere humillar la práctica sacramental normal, sino vivir esta atención a las situaciones particulares. En general, podemos decir que, aunque suceda, un sacerdote no podría negarse a administrar un sacramento. Los sacramentos son para las personas. Un sacerdote no puede adjudicarse el poder discriminante de decidir o no. Debe evaluar si existen las condiciones, por decirlo así, mínimas iniciales, pero no puede negar el don del sacramento a las personas que se lo piden. Está claro que está sujeto a un mínimo de discernimiento, pues no se puede administrar sacramento a ciegas, al primero que llegue. Pero cuando se expresa un deseo sincero y la voluntad de recibirlo, hay que saber acoger esta petición de vivir profundamente el misterio del sacramento».
Por Andrés Tornielli
fuente: Vatican Insider

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