lunes, 21 de julio de 2014

Mensaje a los Apóstoles de la Inmaculada

Ejemplos del rezo de las Tres Avemarías. 
Ejemplo 10. 
Resistencia vencida 
“En Zaragoza (España), hace años, un día, por no sé qué extraña coincidencia, aunque estaba abierto el templo de Nuestra Señora del Pilar, y era posible la oración en el mismo, la Virgen está sola en su Capilla, de pie sobre el secular trono de jaspe recubierto de plata. Parece esperar con majestad de Reina y amor de Madre a alguno de sus hijos con quien quiere mantener secreta audiencia. Por esto ha despejado por  unos momentos la multitud de devotos que suele disputarse los escasos huecos de la alta reja que cierra el Sancta Sanctorum de la Angélica Capilla.
En un confesionario próximo hay sentado un Padre de la Compañía de Jesús, en espera de ejercer su ministerio. Ya iba a levantarse en vista de que no había penitentes que atender allí, cuando ve de pronto que un oficial del ejército se arrodilla a los pies de la Virgen. Le observa, y advierte en él una gran turbación reflejada en su semblante y en todo su cuerpo, no mostrando el fervor del peregrino, ni la admiración del artista, sino más bien la lucha interna del alma, a quien dice Dios como a Saulo: “Es duro para ti golpear contra el aguijón”...
El confesor espera. Baja los ojos para orar con más recogimiento; y vuelve a levantarlos por si hay novedad. Pero el oficial del ejército se ha marchado. La Virgen está de nuevo sola... Baja los ojos el jesuita, y otra vez a poco los levanta y ve al militar que ha vuelto a ocupar su puesto, con más turbación que antes. Otra vez después desaparece; y otra vez vuelve a aparecer. Una nueva desaparición del misterioso militar hace perder al buen Padre las esperanzas de intervenir, y decididamente se levanta para salir del confesionario. Pero en ese mismo momento se presenta el oficial a su lado en ademán de detenerle.
Espere, por favor, le dice: quiero confesarme, y antes de hacerlo le voy a contar lo que me pasa... Hace muchos años que vivo alejado de la Iglesia; pero nunca he podido olvidar dos encargos que me hizo mi querida madre, en la hora de su muerte: rezar diariamente tres Avemarías, y hacer una visita, en Zaragoza, a la Santísima Virgen del Pilar. Lo primero nunca he dejado de cumplirlo (recé todos los días las tres Avemarías); lo segundo lo he querido hacer en llegando a Zaragoza, aunque sentía tentaciones de dilatarlo. Y orando a los pies de Nuestra Señora, he oído una voz que me decía: “confiésate”, y aunque no vi en la Capilla criatura humana que me lo pudiera decir, he respondido: “no quiero”... “Confiésate”, he oído decir por segunda vez, y he respondido: “antes morir”... ¡Cómo había de confesarme yo que tanto he hablado contra la confesión!... “Confiésate o mueres”, me dice la voz misteriosa por tercera vez... Dos veces, durante esta lucha, me he levantado para salir de la iglesia, y he dado algunos pasos fuera de la Capilla, y otras dos veces he vuelto a los pies de la Virgen del Pilar. Después de este tercer aviso, ya no puedo resistir más. Por tanto, Padre, voy a confesarme; treinta y seis años hace que no lo hago...
Largo rato duró la confesión. Luego, a pesar de la humilde resistencia del penitente, el Padre le obligó a acercarse a la sagrada mesa y comulgar. Y seguidamente se quedó el militar haciendo la guardia a su Reina y Madre... Pasó la tarde; sucediéronse uno a otro los rosarios, se cantaron los gozos, y el oficial continuaba inmóvil a los pies de la Virgen. Por fin llegó la hora de cerrar el Santuario, y el sacristán, que se vio obligado a avisarle para que saliera, pudo notar que el mármol del pavimento estaba humedecido con las lágrimas del penitente... Nada más se ha sabido de él; siendo de esperar que la Virgen Santísima, Medianera de todas las gracias, le haya obtenido la de la perseverancia.
El confesor refirió el caso a un respetable sacerdote que lo transmitió a la R. M. Superiora General de las Adoratrices, de cuyos labios lo hemos oído.” (P. Nazario Pérez, S. J. –Revista “El Propagador de las tres Avemarías”. –Padres Capuchinos. –Valencia. –Octubre de 1966.)
¡Ave María Purísima!
¡Sin pecado concebida!

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