sábado, 30 de abril de 2016

María está cerca de cada uno de nosotros
Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, está 

Autor: SS Benedicto XVI | Fuente: Catholic.net

Esta poesía de María –el «Magníficat»– es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" –así lo dijo el Señor–, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.

domingo, 24 de abril de 2016

lluvia-de-estrellas

Lo recibido.

Siempre debemos ser agradecidos con Dios por las cosas recibidas a lo largo de nuestra vida. Y aunque a veces nos parezcan que fueron cosas menos buenas, no nos apuremos a juzgarlas todavía, porque quizás con el paso del tiempo o en la misma eternidad, cambiaremos nuestro juicio, nuestro punto de vista sobre ellas.
También recordemos que se podría dar el caso de que si otro hubiera recibido todos los dones del Cielo que hemos recibido nosotros, quizás los habría empleado muchísimo mejor que nosotros y habría dado muchos más frutos que los que hemos dado nosotros.
Que este pensamiento nos haga ser humildes, y nos ayude a no juzgar a los hermanos, porque tal vez ellos no han recibido lo que, por gracia de Dios, sí hemos recibido nosotros.
Siempre humildad y misericordia, compasión y perdón. Dejemos a Dios el juicio, porque hay muchos factores que intervienen en las acciones humanas, y nosotros sólo vemos las apariencias.
Centrémonos más en nosotros, en trabajar por hacer producir frutos con los dones que el Señor nos ha otorgado, porque a quien más se le ha dado, también más se le pedirá. Y si bien es una gracia el haber recibido mucho, también es una gran responsabilidad y compromiso, porque deberemos devolver en proporción.
Así que siempre la humildad, porque Dios detesta a los soberbios y ama y ensalza a los humildes.

Rayos de Fe

Un solo Dios.
Dios es uno solo. He aquí la prueba: el gobierno de las cosas humanas está bien ordenado cuando un solo hombre gobierna y rige la multitud. En efecto, cuando son muchos los jefes, generalmente brotan las disensiones entre los súbditos. Y como el gobierno divino es superior al gobierno humano, es claro que el mundo no está regido por muchos dioses sino por uno solo.
CUATRO son las razones que han movido a los hombres a creer en la pluralidad de los dioses.
LA PRIMERA es la flaqueza de la inteligencia humana. En efecto, hubo hombres cuya debilidad intelectual los hizo incapaces de elevarse por encima de los seres corporales, no creyendo que hubiese algo más allá de la naturaleza de los cuerpos sensibles; y por eso entre estos cuerpos a los que les parecieron más hermosos y más dignos, los tuvieron por preeminentes y gobernantes del mundo, rindiéndoles también un culto divino, como por ejemplo a los cuerpos celestes, el sol, la luna y las estrellas. Pero a éstos les ocurre lo que a uno que fue a la corte de un rey: queriendo ver al rey, creía que cualquiera bien vestido o cualquier funcionario era el rey. Esta gente, dice el Libro de la Sabiduría, mira el sol, la luna, la bóveda de las estrellas, como si fueran dioses que gobiernan el universo (13, 2). Pero Dios les advierte: Alzad al cielo vuestros ojos, y bajadlos para mirar la tierra: porque los cielos como humo se disiparán, y la tierra se gastará como un vestido, e igualmente perecerán sus moradores. Pero mi salvación será eterna y mi justicia no tendrá fin (Ps. 51, 6).
La SEGUNDA razón proviene de la adulación de los hombres. Algunos, en efecto, queriendo adular a los señores y a los reyes, les tributaron el honor debido a Dios, obedeciéndoles y sujetándose a ellos; y a algunos de entre ellos los hicieron dioses después de la muerte, y a otros aun en vida los declararon dioses. Así leemos en Judit: Todos los notables de Holofernes decían entre sí: Sepan todas las naciones que Nabucodonosor es el dios de la tierra y que no hay otro fuera de él (5, 29).
La TERCERA causa proviene del afecto carnal a los hijos y consanguíneos. En efecto, algunos, por excesivo amor a los suyos, les erigían estatuas después de su muerte, y de ello se siguió que a esas estatuas les rindieran culto divino. De éstos dice la Sabiduría: Dieron los hombres a piedras y maderos el nombre incomunicable, porque cedieron demasiado a su afecto o porque honraron exageradamente a sus reyes (14, 21).
En CUARTO lugar, por la malicia del diablo. Pues éste desde el comienzo quiso igualarse a Dios, por lo que dijo: Sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, escalaré los cielos y seré semejante al Altísimo (Is. 14, 13). Ahora bien, nunca ha revocado dicha decisión, por lo cual todo su esfuerzo se dirige a hacerse adorar por los hombres y a que le ofrezcan sacrificios: no porque se deleite en que le ofrezcan un perro o un gato, sino que se deleita en que a él se le reverencie como a Dios, por lo cual se atrevió a decir a Cristo: Te daré todos los reinos del mundo con su gloria si postrándote me adorares (Mt. 4, 9). Por esta misma razón entraban los demonios en los ídolos y mediante ellos daban respuestas para ser venerados como dioses. Dice el salmo: Todos los dioses de las naciones son demonios (Ps. 95, 5), y el Apóstol escribe: Lo que sacrifican los gentiles, lo sacrifican a los demonios y no a Dios (1 Cor. 10, 20).
Verdaderamente es horrible que el hombre adore a otros dioses y no al único verdadero Dios. Sin embargo son numerosos los que frecuentemente cometen un pecado tan grande por una u otra de las cuatro causas que acabamos de enumerar. Y ciertamente, si no de boca ni de corazón, al menos con los hechos demuestran que creen en muchos dioses.
En efecto, aquellos que creen que los cuerpos celestes pueden constreñir la voluntad del hombre y que para obrar eligen tiempos determinados, estos tales consideran a los cuerpos celestes como dioses que dominan sobre los otros. Dios nos pone en guardia contra una conducta semejante: De los signos del cielo no os espantéis como los temen los gentiles. Porque las costumbres de las naciones son vanas (Jer. 10, 2).
Asimismo, todos los que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben, hacen de sus reyes sus dioses, contra lo que se lee en los Hechos: Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres (5, 29).
Igualmente aquellos que aman a sus hijos o a sus parientes más que a Dios, afirman en los hechos que para ellos hay muchos dioses. Así como los que aman la comida más que a Dios; de los cuales dice al Apóstol: Su dios es su vientre (Filip. 23, 19).
También todos aquellos que se entregan a la adivinación y a los sortilegios creen que los demonios son dioses, puesto que esperan de los demonios lo que sólo Dios puede dar, a saber, la revelación de alguna cosa oculta o el conocimiento de las cosas futuras.
En consecuencia, lo primero que se debe creer es que Dios es solamente uno.
(Santo Tomás de Aquino)
¿Qué llevas ahí dentro?
La curiosidad innata del ser humano, que algunos vamos perdiendo con el paso de los años.

Autor: Arturo Guerra | Fuente: Catholic.net

Un joven que trabajaba en una escuela aparecía todos los días por la puerta principal con una misteriosa caja de plástico entre sus manos. A juzgar por el gesto que hacía mientras la transportaba, no se trataba de una caja ligera.

Tampoco era pequeña porque parecía capaz de contener cinco balones de fútbol. Al inicio, los chavales de la escuela sólo miraban un tanto intrigados aquella caja con señor. Pero como la escena se repetía día tras día, la curiosidad de algunos niños se desbordó y comenzaron las preguntas:

"Oye, ¿qué llevas ahí dentro?"

En ocasiones, la operación transporte coincidía con la hora del recreo de los chavales. Entonces aquel joven tenía que ir con más cuidado. Acentuando el gesto, esquivaba magistralmente, a diestra y siniestra, chavales de todos los tamaños. Era entonces cuando, sobre todo los más pequeños, que corrían como almas en pena rumbo a su anhelada hora del patio, se detenían y le preguntaban. Él, sin alterar un ápice su gesto de esfuerzo prolongado, les decía que ahí dentro había una ardilla viva, y que la debía llevar a la cocina para que la asaran. El revuelo quedaba servido. Los niños se olvidaban de que tenían prisa por llegar al patio.

"¡Ala!" -espetaba una niña de gafas, quedando boquiabierta al final de su frase.
"¡A ver, enséñamela!" -pedía un chico. "¡Abre la caja!" -exigía amablemente el de más allá. "¿Por dónde respira?" -inquiría el listo de la clase.

Otros pocos, mayores, los que no habían preguntado nada, miraban escépticos la caja, al señor y a los chavales, y seguían su camino.

Cuando aquel señor, horas después, salía de la escuela con la misma caja, al ser interrogado, respondía que llevaba ya la ardilla asada.

El pobre portador de la caja, en medio de aquellos barullos, a duras penas les convencía de que le dejaran seguir su camino y de que la caja no podía abrirla porque, si lo hacía, la ardilla viva se escaparía, o la ardilla asada se enfriaría, según fuese el caso.

Quitando a los escépticos, los chicos, en cuestión de segundos, se compadecían del triste destino de aquella infeliz criatura. Una chica se preguntaba con amargura si no sería la misma ardilla que había visto el domingo pasado en un bosque al que le llevó su padre. Otros ponían a trabajar a marchas forzadas su imaginación para hacer posible el rescate de aquel animalejo que viajaba en caja contra su voluntad. Otros, que tenían madera de periodista, corrían a contar a gritos a sus amigos la espectacular noticia. Una primicia.

Sí, es la curiosidad innata del ser humano. Esa que algunos vamos perdiendo con el paso de los años. Pero es esa curiosidad al natural la que sigue explicando la fruición con la que abrimos un regalo insospechado o una carta inesperada.

Aquellos chavales aguantaron muy pocos días sin lanzarse a descifrar el enigma de la caja misteriosa. El corazón humano busca siempre, así de sencillamente, los motivos de las cosas. La verdad y la belleza nos interpelan con toda su simplicidad a través de los actos, personas y cosas donde se reflejan. No necesitan ellas departamento de marketing.

Es la misma curiosidad la que en ocasiones nos interpela cuando observamos un comportamiento especialmente elocuente. En el caso del comportamiento auténticamente cristiano, lo que puede llamar la atención es ese caminar por el mundo, diario, sin aspavientos, con el tesoro de la fe en el corazón del caminante cristiano. Bastaría llevarlo siempre. A todos lados. No dejarlo nunca en casa. Sin presumirlo vanidosamente, pero sin esconderlo. Día tras día. Quizá al inicio nadie diga nada. Pero tarde o temprano, habrá gente que empezará a preguntarse en su interior: ¿de dónde le viene a éste su integridad, su alegría, su ímpetu, su sencillez? ¿Por qué se le ve tan seguro, tan coherente? ¿Por qué ayuda tan desinteresadamente a los demás? ¿Cómo es que sabe ser feliz en medio del sufrimiento? ¿Por qué vive sin complicaciones? ¿Por qué hace tal cosa si hoy en día nadie lo hace? En resumen, querrán decirle: "Oye, ¿qué llevas ahí dentro, en tu corazón?" Y entonces podrá responderles que lleva a Cristo, o que Cristo le lleva a él.

Es cierto, ante la respuesta, algunos mirarán escépticos y seguirán su camino. Pero otros se sentirán interpelados. Sentirán una chispa que Alguien ha encendido en sus corazones. Así ha funcionado la transmisión de la fe de generación en generación. Es la fuerza del testimonio. Ya lo cuchichearon intrigadas las primeras opiniones públicas al entrar en contacto con los cristianos: "Mirad cómo se aman". Y cuando esto no es cuchicheado, preguntémonos si no será que estamos fallando en lo más esencial del cristianismo: el Amor a Dios y al prójimo.

Y en cuanto a los escépticos del caso de la ardilla, se les podría invitar a visitar el horno de la cocina de aquella escuela en la que una ardilla, cada día, de lunes a viernes, es asada.

sábado, 23 de abril de 2016

Diario vivir

Todos somos pecadores
Salvo Jesús y María, que siempre fueron santos, todos los demás somos más o menos pecadores, porque todos nacemos con el pecado original y, además, hemos cometido pecados más o menos graves en nuestra vida. Por eso todos tenemos necesidad del perdón y la misericordia de Dios.
El pecado es el verdadero enemigo que tenemos, y es por el pecado que hay tanta maldad y desgracias en el mundo.
La solución de la violencia y maldad de los hombres no está en poner más policías y reprimir los delitos, sino en enseñar a cumplir los Diez Mandamientos, en enseñar a los hombres la santa religión católica, diciéndoles que Dios constantemente los está mirando y premiará sus buenas obras y castigará las malas.
Si no se enseña bien la religión, entonces lamentablemente cada vez las cosas irán para peor. Cuando se deja de lado a Dios en la sociedad, entonces toma las riendas el demonio, y ya podemos comprobar cuáles son sus frutos.
El Cielo existe. El Infierno existe. Esto es lo que hoy se nos quiere hacer olvidar. Pero tenemos que saber que si la justicia humana no hace justicia, hay Alguien que hará Justicia hasta las últimas consecuencias, y ese Alguien es Dios.
¡Ay de quien en el juicio sea encontrado falto, porque habrá una eternidad de horror para él!
No envidiemos a los que más tienen ni digamos: “Aquel es malo, es un delincuente, y sin embargo le va bien, parece que Dios lo ayuda”. No, Dios no lo ayuda. El demonio es quien lo ayuda para tenerlo para siempre con él en el Infierno.
Nosotros, no nos desalentemos por ver al mal tan triunfante en el mundo, sino seamos buenos y cumplamos los Mandamientos para poder ir al Cielo luego de nuestra muerte. Porque lo único importante para nosotros es salvar nuestra alma.
Entonces no pequemos ni hagamos pecar, y si tenemos la desgracia de caer en pecado, levantémonos con una sincera confesión, porque si permanecemos en pecado le damos lugar al demonio para que actúe e influencie en nuestras vidas.
En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

María Madre Misericordiosa 

María nos da de beber.
Para que no tengamos sed eterna, la Santísima Virgen nos da a beber la Sangre de su Hijo, pues es Ella quien formó a Jesús en su vientre y es Ella la que nos da a su Hijo en la Eucaristía bajo las especias de Pan y Vino.
La Sangre de Cristo nos protege de todos los peligros a nosotros y a nuestros seres queridos, y así es María la que nos da de beber a nosotros, los sedientos, que necesitamos beber de ese Jugo de Vida para pasar bien la prueba de la vida y llegar, al fin, al Cielo prometido.
Dejemos que María derrame sobre nosotros abundantemente la Sangre de su Divino Hijo Jesús, para que no padezcamos jamás la sed eterna del Infierno, sino que ya desde este mundo estemos colmados y saciados con este licor suave y fuerte, el Vino que engendra vírgenes.
Y cuando María nos da la Sangre de Jesús, nos está dando también su sangre, pues esa Sangre divina del Señor fue formada con la sangre sagrada de María, su Madre, que por nueve meses lo tuvo en su seno, y sus Corazones latieron al unísono.
¡Cuánto nos ama María que nos da la Sangre Santísima de Jesús! ¡Y cuánto debemos amar a María y a Jesús, por tan grandioso regalo!
Querida y respetable Señora....
Estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo. Y esto me hace temblar de regocijo, amor y respeto 

Autor: P. Mariano de Blas | Fuente: Catholic.net

Querida y respetable señora, queridísima madre:

Sé que estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo. Y esto me hace temblar de regocijo, de amor y de respeto. Cuántas mujeres en el mundo, queriendo parecerse a ti, llevan con orgullo santo el dulce nombre de María. Cuantas iglesias dedicadas a tu nombre.

Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres, tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se revela y se da como ternura, amor y misericordia.

Estoy escribiendo una carta a la Madre de Dios: Esa es tu grandeza incomparable.
Eres la gota de rocío que engendra a la nube de la que Tú procedes. Me mereces un respeto total, al considerar que la sangre que tu hijo derramará en el Calvario será la sangre de una mártir, será tu propia sangre; porque Dios, tu hijo, lleva en sus venas tu sangre, María.

Pero el respeto que me mereces como Madre de Dios se transforma en ímpetu de amor, al saber que eres mi madre desde Belén, desde el Calvario, y para siempre, y por eso después de Dios me quieres como nadie. Yo sé que todos los amores juntos de la tierra no igualan al que Tú tienes por mí. Si esto es verdad, no puedo resistir la alegría tremenda que siento dentro de mi corazón.

Pero ese amor es algo muy especial, porque soy otro Jesús en el mundo, alter Christus.
Tú lo supiste esto antes que ningún teólogo, desde el principio de la redención.
No puedo creer que me mires con mucho respeto. Para ti un sacerdote es algo sagrado.

Agradezco a tu Hijo, al Niño aquél, maravilla del mundo, que todavía contemplo reclinado en tus brazos, su sonrisa, su caricia y su abrazo que quedaron impresos a fuego en mi corazón para siempre.

Oh bendito Niño que nos vino a salvar.
Oh bendita Madre que nos lo trajiste.

Contigo nos han venido todas las gracias,
por voluntad de ese Niño.

Todo lo bueno y hermoso que me ha hecho,
me hace y me hará feliz, tendrá que ver contigo.

Por eso te llamamos con uno de los nombres más entrañables: Causa de nuestra alegría.

He sabido que tu Hijo dijo un día: "Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" Sí. Escritos en el cielo por tu mano, Madre amorosísima. Cuando dijiste sí a Dios, escribiste nuestros nombres en la lista de los redimidos. Y esta alegría nos acompaña siempre, porque Tú también como Jesús estás y estarás con nosotros todos los días de nuestra vida.

¡Qué hermosa es la vida contigo, junto a ti, escuchándote, contemplando tus ojos dulcísimos y tu sonrisa infinita. También como a Dios, yo te quiero con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Sigo escribiendo mi carta a la que es puerta del cielo. ¡Cómo he soñado desde aquel día,
en que experimenté el cielo en aquella cueva, en vivir eternamente en ese paraíso! Junto a Dios y junto a ti, porque eso es el cielo. La puerta de la felicidad eterna, sin fin, tiene una llave que se llama María. Cuanto anhelo ese momento en que tu mano purísima me abra esa puerta del cielo eterno y feliz.

Oh Madre amantísima, eres digna de todo mi amor, por lo buena que eres, por lo santa, santísima que eres, la Inmaculada, la llena de gracia, por ser mi Madre, por lo que te debo: una deuda infinita, porque, después de Dios, nadie me quiere tanto, por tu encantadora sencillez.

Yo sé, Madre mía, que, después de ver a Dios, el éxtasis más sublime del cielo será mirarte a los ojos y escuchar que me dices: Hijo mío, Y sorprenderme a mí mismo diciendo: Madre bendita, te quiero por toda la eternidad.

Oh Virgen clementísima, Madre del hijo pródigo. -Yo soy el hijo pródigo de la parábola de tu hijo- que aprendiste de Jesús el inefable oficio de curar heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Perdóname todo y para siempre, oh Madre.

Bellísima reina, Madre del amor hermoso, toda hermosa eres, María. Eres la delicia de Dios, eres la flor más bella que ha producido la tierra. Tu nombre es dulzura, es miel de colmena. Dios te hizo en molde de diamantes y rubíes Y después de crearte, rompió el molde. Le saliste hermosísima, adornada de todas las virtudes, con sonrisa celestial... Y cuando Él moría en la cruz, nos la regaló. Por eso, Tú eres toda de Jesús por derecho. y toda de nosotros por regalo.

Todo tuyo y para siempre,

viernes, 22 de abril de 2016

Fragmento del Diario de Santa Faustina Kowalska,
"La Divina Misericordia en mi alma", con comentario
Almas del Purgatorio.
20 Poco después me enferme. La querida Madre Superiora me mando de vacaciones junto con otras dos hermanas a Skolimów, muy cerquita de Varsovia. En aquel tiempo le pregunté a Jesús: ¿Por quien debo rezar todavía? Me contestó que la noche siguiente me haría conocer por quien debía rezar.
Vi al Ángel de la Guarda que me dijo seguirlo. En un momento me encontré en un lugar nebuloso, lleno de fuego y había allí una multitud de almas sufrientes. Estas almas estaban orando con gran fervor, pero sin eficacia para ellas mismas, solo nosotros podemos ayudarlas. Las llamas que las quemaban, a mi no me tocaban. Mi Ángel de la Guarda no me abandonó ni por un solo momento. Pregunté a estas almas ¿Cuál era su mayor tormento? Y me contestaron unánimemente que su mayor tormento era la añoranza de Dios, Vi a la Madre de Dios que visitaba a las almas en el Purgatorio, Las almas llaman a Maria “La Estrella del Mar”. Ella les trae alivio. Deseaba hablar más con ellas, sin embargo mi Ángel de la Guarda me hizo seña de salir. Salimos de esa cárcel de sufrimiento. [Oí una voz interior que me dijo: Mi misericordia no lo desea, pero la justicia lo exige. A partir de aquel momento me uno más estrechamente a las almas sufrientes.
Comentario:
Hoy, comenzamos a hacer un pequeño y sencillo comentario a estos pasajes del Diario de Santa Faustina.
Y empezamos con la consideración del sufrimiento que padecen las almas que están detenidas en el Purgatorio. Su mayor tormento es la añoranza de Dios. Y pensemos que cuando uno está enamorado de una persona desea estar todo el tiempo con esa persona. Imaginemos lo que será cuando en el juicio particular el alma ve la Belleza y Bondad de Dios, que es el Amor infinito y que la ama infinitamente. Ella trata de lanzarse a los brazos de Dios pero está sucia y no lo puede hacer. ¡Qué tormento!, ¿verdad? El alma se da cuenta del infinito amor que le tiene Dios y lo ama con todas sus fuerzas, pero es separada de él por las llamas purificadoras. Por eso qué diligencia debemos poner en aliviar a estas almas que sufren tormentos inimaginables para el hombre que vive en la tierra.
Dios considera como la mayor caridad el aliviar a estas almas, y nosotros debemos rezar y ofrecer sacrificios por ellas y actos de amor a Dios y al prójimo para liberarlas, y así las tendremos de intercesoras en el Cielo y estarán eternamente agradecidas con nosotros y serán otros tantos ángeles de la guarda.
Jesús, en Vos confío.

Ser santos

La voluntad de Dios es que seamos santos
En el Antiguo Testamento Dios nos dice: “Sed santos porque yo soy Santo”. Y en el Evangelio Jesús nos dice que seamos perfectos como el Padre Celestial es perfecto. Esta es la medida de la santidad que debemos alcanzar, la santidad de Dios, es decir, infinita.
Por supuesto que esto no se logra con las solas fuerzas humanas, sino con la ayuda de la gracia de Dios que, obrando en nosotros y con nosotros, nos lleva a las más altas cumbres de la santidad.
¿Y cómo llegaremos a ser semejantes en santidad al mismo Dios? Porque Dios estará en nosotros, y se cumplirá aquello de San Pablo: “Ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mí”. También Jesús ha dicho que si lo amamos, el Padre también nos amará y vendrán y harán morada en nosotros.
Entonces ¿es posible ser santo? No solo que es posible, sino que tenemos la obligación de ser santos. Porque en la vida espiritual no hay estancamientos, o se avanza o se retrocede, pero nunca uno queda en el mismo lugar. Así que para no retroceder es necesario avanzar siempre, de virtud en virtud, con humildad pero también con valentía, hasta llegar a amar con toda el alma a Dios, que eso es la santidad.
Para construir una casa comenzamos por los cimientos, luego las paredes, el techo, las puertas y ventanas, y todo lo demás. También para ser santos tenemos que comenzar por reconocer nuestra nada, y así cavar hondo para echar los cimientos, y esto se logra con la humildad. Debemos convertirnos, hacer una buena confesión, tal vez general, y empezar a luchar contra el pecado mortal. Luego seguiremos el combate con los pecados leves y las imperfecciones, y también iremos tratando de adquirir las virtudes y vencer los vicios.
Ya lo dice Job: “Es milicia la vida del hombre sobre la tierra”, y si queremos ser santos, tenemos que prepararnos para la lucha, porque el demonio no querrá eso. Él quisiera que ni pensemos en ser santos, para que viviendo cada vez peor, al final nos precipitemos al Infierno donde él espera torturarnos por toda la eternidad.
Abramos los ojos y quitemos el polvo de las armas espirituales que hasta ahora casi no hemos utilizado, que son la oración, la vigilancia, la penitencia, los sacramentos, los sacramentales y la Palabra de Dios. Lancémonos a la conquista del Monte de la Santidad, que el Cielo que nos espera merece que nos esforcemos en un duro combate.

miércoles, 20 de abril de 2016

No se puede amar a quien no se conoce
Es imposible conocer a fondo a Jesús y no amarlo, si se hace con un corazón bien intencionado.

Autor: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

¿Nunca te ha pasado que te formas un preconcepto sobre alguien, y cuando lo llegas a conocer a fondo te sorprendes de lo absolutamente distinta que es en realidad esa persona?. A veces lo que sientes es mejor que lo que esperabas, y otras veces te decepcionas, porque habías generado mayores expectativas. Pero en cualquier caso lo que sientes ahora es a una persona distinta, totalmente distante de la imagen que te habías figurado.
Imagínate ahora que hablamos de Jesús, nuestro Dios. ¿Cuán a fondo lo conoces?. ¿Te atreves a decir que tienes una cercanía con El que te permita sentirlo vivo, presente, familiar, como El realmente es?.
¿Cómo podemos amar a Cristo, si no nos esforzamos en conocerlo?. Cristo es la fuente del amor infinito, imagínate cuanto más podrás amarlo si lo conoces a fondo, como El realmente es.
Enamorarse de Jesús es la consecuencia lógica de conocerlo, de interesarse por El.
Para llegar a conocer a Cristo en profundidad puedes elegir varios caminos, pero la manera más perfecta y directa es a través de la lectura de los Evangelios. Su Vida entre nosotros es Su mayor testimonio de amor. Pero también estudiando la vida de muchos santos se llega a conocer a Cristo. ¿Por qué?. Simple: cuando uno entiende que Jesús se dio de forma abierta y amorosa a las almas que se abrieron humildemente a El, comprende también que ese amor está disponible para cualquiera que quiera ir a gozarlo. Y cuando el Señor da, da a mano abierta. Se manifiesta como un enamorado de Sus hermanos aquí, se brinda sin límites. Es entonces que uno toma conciencia que Jesús nos mira, y nos espera todo el tiempo. Siempre atento a un gesto nuestro, a un saludo, a un pensamiento. Un eterno enamorado de nuestra alma, que espera pacientemente ser reconocido, ¡Y es nuestro Dios!.
Es imposible conocer a fondo a Jesús y no amarlo, si se hace con un corazón bien intencionado. El amor crecerá entonces como consecuencia lógica de entender que El está allí, esperando que lo descubramos y le abramos nuestras puertas a Su amor.
¡Leemos y nos interesamos por tantas cosas intrascendentes en nuestra vida!. Busquemos, por una vez, en el lugar correcto.
Jesús nos está esperando, quiere que nos hagamos primero Sus amigos, para luego enamorarnos perdidamente de El, nuestro Dios.  

Mensaje de confianza

¡Confianza, confianza!
Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resuenas en el silencio de los corazones, tú murmuras en lo más hondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz. A nuestras presentes miserias repites aquella palabra que el Maestro pronunciaba tan frecuentemente durante su vida mortal: “¡Confianza, confianza!”
(De "El Libro de la Confianza", P. Raymond de Thomas de Saint Laurent)
Comentario:
Muchos milagros de Jesús en el Evangelio fueron obtenidos porque los beneficiados tuvieron fe, tuvieron confianza. Tal es así que el Señor muchas veces hacía los milagros diciendo: “Que te suceda como has creído”. Es decir, que ocurra el milagro según tu confianza.
¿Y nosotros? ¿Cómo es nuestra confianza para obtener gracias y milagros de Dios?
Debemos reconocer que en este punto somos muy débiles y siempre estamos dudando, en el fondo tenemos desconfianza en Dios.
Y pensar que el pecado que más dolor le causa al Señor es el de la desconfianza en su bondad infinita. Creemos que Dios castiga, pero nos es difícil pensar que Dios es Bueno, infinitamente bueno, y que todo lo que quiere o permite que nos suceda, siempre es por bondad suya, para nuestro bien.
La confianza es el secreto que nos abre las puertas del Corazón de Dios. Confiando en Dios lo obtendremos todo, porque Dios no decepciona a nadie que espera y confía plenamente en Él.

lunes, 18 de abril de 2016

Lectura espiritual

Ejemplo 3.
Una familia protestante se convierte al catolicismo
En la última sesión de un Congreso católico, celebrado en Lila (Francia), el sacerdote inglés P. Tuckwel habló de este modo:
“En una ciudad de Inglaterra residía una familia educada según la fe protestante.
De los varios hijos, el más pequeño, cuando contaba seis años, aprendió de unos amigos católicos el Avemaría.
Una tarde la recitó candorosamente delante de su madre, y ésta le reprendió y conminó a que nunca más pronunciara esas alabanzas a María, pues no era ella más que una mujer como todas las demás.
El niño, consecuente con la reprimenda recibida, no volvió a pensar ya en el Avemaría.
Pero, transcurridos bastantes días, y mientras esperaba a sus padres para ir al templo, tomó una Biblia y empezó a hojearla, encontrándose con el relato de San Lucas en que refiere la Anunciación.
El niño, al aparecer su madre, le muestra triunfante la página en que consta la salutación del Ángel a María, y dice:
–Ves, madre, el Avemaría está en la Biblia. ¿Por qué, pues, decís que no debe rezarse?
La madre, por única respuesta, le arrebató, enojada, el libro de sus manos, y le dijo:
–Cállate y no vuelvas a hablar más de esto.
No obstante, desde entonces, el niño repetía gustoso, en privado, las palabras leídas: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres”... Y meditando en esto se decía:
No es posible que María sea una mujer como las demás. Si así fuese, no le habría dicho el ángel lo que le dijo. Y esto está escrito en la Biblia, y según nos han enseñado en el Templo, la Biblia contiene la palabra de Dios.
Habiendo crecido el niño con esa convicción, y cumplido los trece años, surgió, en una velada familiar, otra vez la cuestión de la excelencia de la Virgen sobre las demás mujeres, y nuevamente se oyeron las voces de unos y otros rechazando la preferencia de María. Ante lo cual, el niño tomó la defensa de la Virgen, exclamando:
“¡No; no es verdad que la Virgen María sea igual a todas las mujeres, porque Dios ha puesto en los labios del Arcángel Gabriel la declaración de que “es llena de gracia” y de que es la destinada a Madre de Jesús, que es Dios hecho Hombre!...
¡Qué contradicción la vuestra!; decís que la Biblia es la regla de la religión y, sin embargo, no queréis reconocer lo que el sagrado Libro dice. Leed el canto de la Virgen: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada”... ¿Por qué vosotros os negáis a glorificarla como Madre de Dios?...”
El efecto de estas manifestaciones del joven fue terrible. Los padres estaban enfurecidos contra él. Y sus hermanos lo recriminaron.
Años después, el muchacho entró en el ejército de Su Majestad Británica y, libre de la potestad paterna, se convirtió al catolicismo.
Disfrutando en cierta ocasión unas vacaciones con su hermana mayor, que se había casado y tenía varios hijos, le censuró aquélla su fe católica, y añadió: “¿Ves a mis hijos? ¡Tú sabes cuánto los quiero! Pues bien; te aseguro que antes los mataría que consentir abrazasen esa religión”...
El hermano calló. Pero, a los pocos días, se dio el caso de que uno de los hijos de la joven que tan apasionada y enérgicamente había afirmado su anticatolicismo, contrajo una gravísima enfermedad (difteria) y corría inminentemente riesgo de muerte, porque la naturaleza del niño no respondía a los tratamientos aplicados por el médico.
Entonces, dijo a la madre su hermano:
–Ante esta situación desesperada en que estamos viendo que tu hijo se muere, olvida todo prejuicio y reza conmigo el Avemaría, implorando a la Virgen Santísima interceda y obtenga de Dios la salud del niño.
Y prométeme que si esto te concede el Cielo, examinarás serenamente la religión que yo practico, y si te convences de su verdad, me acompañarás en la misma.”
Resistió todavía un tanto la hermana; vaciló un rato, pero mirando la cama de su hijo enfermo y llorando angustiada, se dejó llevar por la esperanza de salvarlo, y se arrodilló junto a su hermano, recitando con él la salutación angélica.
Al siguiente día el niño estaba curado, con sorpresa del médico. Y la madre se mostró gozosa y agradecida a la Virgen, Madre de Dios, que con tanto poder, tan sabiamente y siempre tan misericordiosa, consuela a los afligidos.
A los tres meses de aquella curación, la familia entera era contada en el número de los católicos.
Y el hermano, que tanto bien contempló, dejando la vida militar, se hizo sacerdote.
Y ese sacerdote –terminó diciendo el P. Tuckwel– es el que os acaba de relatar todo esto”.

sábado, 16 de abril de 2016

El amor de María, intuye y se adelanta
Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue... como María. 

Autor: P Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net

LAS BODAS DE CANÁ 
María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.

Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.

Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Veamos los detalles de caridad de María en Caná.

María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman "comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?

Se acabó el vino y María dijo a Jesús: "no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. "No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.

"Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.

Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.

Preguntas para reflexionar: 
1. ¿Qué me impide ver las necesidades de los demás: mi maldito egoísmo que me ciega, mi corazón duro y soberbio, mis manos cerradas y ociosas?
2. ¿Pido a Jesús por las necesidades del mundo, de la Iglesia y de las familias? ¿O sólo pido por mí y mis cosas? ¿Pido, como María, con fe, con humildad, con amor, con confianza, con obediencia?
3. ¿Tengo el vino de mi caridad dulce y oloroso para compartir con los demás, o está ya picado y avinagrado por mi egoísmo y orgullo?

domingo, 10 de abril de 2016

Hoy es día de bendecir y ser bendecido
Somos invitados por Dios a mirarnos, a mirar a las personas y el mundo que nos rodea, con la mirada de Jesús. 

Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net

Cuando disponemos nuestro corazón para bendecir a las personas con quienes convivimos, la luz de Cristo nos cubre y, pasamos a ver la vida y a las personas con una nueva óptica. Muchas veces, nuestros sinsabores, nuestros negativismos y las críticas oscurecen nuestra visión y nuestro corazón y nos tornamos incapaces de ver las cosas como ellas son.

Somos invitados por Dios a mirarnos, a mirar a las personas y el mundo que nos rodea, con la mirada de Jesús. Solamente con el auxilio de la gracia de Dios seremos capaces de percibir lo bonita que es la vida, aunque las dificultades golpeen nuestra puerta. Cultivemos el buen humor, la alegría y disposición de amar y bendecir a los demás.

Hoy no puede ser solamente más un día de nuestra vida. Hagamos un firme propósito de bendecir y decir palabras de ánimo, de consuelo al prójimo.

Estés seguro que seremos nosotros los primeros beneficiados por la gracia de Dios. Recemos por las personas que nos persiguen, que nos desprecian, que nos critican, que nos difaman y por quien tenemos antipatía.

Quiero, pues, que oren los hombres en todo lugar; que levanten al cielo manos limpias, sin enojos ni discusiones(1Tim 2,8).

Jesús, confío en ti.
María, la Virgen del amor misericordioso
Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Autor: P. Marcelino de Andrés LC | Fuente: Catholic.net

Entre los muchos títulos con los que nos referimos a María está el de Madre del Amor misericordioso. Es la Madre de Cristo, la Madre de Dios. Y Dios es amor. Dios quiso, sin duda, escogerse una Madre adornada especialmente de la cualidad o virtud que a Él lo define. Por eso María debió vivir la virtud del amor, de la caridad en grado elevadísimo. Fue, ciertamente, uno de sus principales distintivos. Es más, Ella ha sido la única creatura capaz de un amor perfecto y puro, sin sombra de egoísmo o desorden. Porque sólo Ella ha sido inmaculada; y por eso sólo Ella ha sido capaz de amar a Dios, su Hijo, como Él merecía y quería ser amado.

Fue ese amor suyo un amor concreto y real. El amor no son palabras bonitas. Son obras. "El amor es el hecho mismo de amar”, dirá San Agustín. La caridad no son buenos deseos. Es entrega desinteresada a los demás. Y eso es precisamente lo que encontramos en la vida de la Santísima Virgen: un amor auténtico, traducido en donación de sí a Dios y a los demás.

María irradiaba amor por los cuatro costados y a varios kilómetros a la redonda. La casa de la sagrada familia debía estar impregnada de caridad. Como también su barrio, el pueblo entero e incluso gran parte de la comarca... Las hondas expansivas del amor, cuando es real, se difunden prodigiosamente con longitudes insospechadas.

El amor de la Virgen en la casa de Nazaret, como en las otras donde vivió, haría que allí oliese de verdad a cielo. Ese gran amor de esposa, de madre, de amiga que se respiraba en torno suyo, estaba entretejido con mil y un detalles.

Con qué sonrisa y ternura abriría la Santísima Virgen cada nuevo día de José y del niño con su puntual y acogedor "buenos días”; y de igual modo lo cerraría con un "buenas noches” cargado de solicitud y cariño. Cuántas agradables sorpresas y regalos aguardaban al Niño Dios detrás de cada "feliz cumpleaños” seguido del beso y abrazo de su Madre.

Cómo sabía Ella preparar los guisos que más le agradaban a José; y aquellos otros que le encantaban al niño Jesús. Qué bien se le daba a Ella eso de tener siempre limpia y arreglada la ropa de los dos hombres de la casa. Con cuánta atención y paciencia escucharía las peripecias infantiles que le contaba Jesús tras sus incansables aventuras con sus amigos; y también los éxitos e infortunios de la jornada carpintera de José. Cuántas veces se habrá apresurado María en terminar las labores de la casa para llevarle un refrigerio a su esposo y echarle una mano en el trabajo.

Era el amor lo que transformaba en sublimes cada uno de esos actos aparentemente normales y banales. Donde hay amor lo más normal se hace extraordinario y no existe lo banal. En María ninguna caricia era superficial o mecánica, ningún abrazo cansado o distraído, ningún beso de repertorio, ninguna sonrisa postiza.

"En Ella -afirma San Bernardo- no hay nada de severo, nada de terrible; todo es dulzura”. Todo lo que hacía estaba impregnado de aquella viveza del amor que nunca se marchita.

¡Qué mujer tan encantadora la Virgen! ¡Qué madre tan cariñosa y solícita! ¡Qué ama de casa tan atenta y maravillosa!

No sería tampoco difícil encontrar a María en casa de alguna vecina. Hoy en la de una, más tarde o mañana en la de otra. Porque a la una le han llovido muchos huéspedes y la Virgen intuye que allí será bienvenida una ayudita en el servicio. Porque la otra está enferma en cama y, con cinco chiquillos sueltos, la casa necesita no una sino dos manos femeninas que pongan un poco de orden. Porque a la de más allá le llegó momento de dar a luz y la Virgen quería estarle cerca y hacerle más llevadero ese trance que para Ella, en su momento y por las circunstancias, fue bastante difícil.

Y todo eso lo adivinaba e intuía Ella y se adelantaba a ofrecerse sin que nadie le dijera o pidiera nada. ¡Qué corazón tan atento el suyo!

En fin, que no era raro el día en que la Virgen prepararía y serviría no una sino dos o más comidas. No era desusual que además de ordenar y limpiar en su casa, lo hiciese en alguna otra de la vecindad. Como no era tampoco extraño comprobar que entre la ropa que Ella dejaba como nueva en el lavadero del pueblo, había prendas demás; y a veces muchas...

Ni siquiera debió ser insólito sorprender a María consolando y aconsejando a una coterránea que había reñido con su esposo; o visitando y atendiendo, en las afueras de la aldea, a los indeseables leprosos; o dando limosna a los pobres, aun a costa de estrechar un poco más la ya apretada situación económica de su hogar.

Todo eso lo aprendió y practicó María desde niña. La Virgen estaba habituada a preocuparse de las necesidades de los demás y a ofrecerse voluntariosa para remediarlas. Sólo así se comprende la presteza con la que salió de casa para visitar a su prima Isabel, apenas supo que estaba encinta e intuyó que necesitaba sus servicios y ayuda.

Su exquisita sensibilidad estaba al servicio del amor. Da la impresión de que llegaba a sentir como en carne propia los aprietos y apuros de todos aquellos que convivían junto Ella. Por eso no es de extrañar que en la boda aquella de Caná, mientras colaboraba con el servicio, percibiera enseguida la angustia de los anfitriones porque se había terminado el vino. De inmediato puso su amor en acto para remediar la bochornosa situación. Ella sabía quién asistía también al banquete. Tenía muy claro quién podía poner solución al asunto. Ni corta ni perezosa, pidió a Jesús, su Hijo, que hiciera un milagro. Y, aunque Él pareció resistirse al inicio, no pudo ante aquella mirada de ternura y cariño de su Madre. El amor de María precipitó la hora de Cristo.

El amor de María no conoció límites y traspasó las fronteras de lo comprensible. Ella perdonó y olvidó las ofensas recibidas, aun teniendo (humanamente hablando) motivos más que suficientes para odiar y guardar rencor. Perdonó y olvidó la maldad y crueldad de Herodes que quiso dar muerte a su pequeñín. Perdonó y olvidó las malas lenguas que la maldecían y calumniaban a causa de su Hijo. Perdonó y olvidó a los íntimos del Maestro tras el abandono traidor la noche del prendimiento. Perdonó y olvidó, en sintonía con el corazón de Jesús, a los que el viernes Santo crucificaron al que era el fruto de sus entrañas. Y también hoy sigue perdonando y olvidando a todos los que pecando continuamos ultrajando a su divino Jesús.

¡Cuánto tenemos nosotros que imitar a nuestra Madre! Porque pensamos mucho más en nosotros mismos que en el vecino. A nosotros nos cuesta mucho estar atentos a las necesidades de los demás y echarles una mano para remediarlas. Nosotros no estamos siempre dispuestos a escuchar con paciencia a todo el que quiere decirnos algo. Nosotros distinguimos muy bien lo que "en justicia” nos toca hacer y lo que le toca al prójimo, y rara vez arrimamos el hombro para hacer más llevadera la carga de los que caminan a nuestro lado. Nosotros en vez de amor, muchas veces irradiamos egoísmo. En vez de afecto y ternura traspiramos indiferencia y frialdad. En vez de comprensión y perdón, nuestros ojos y corazón despiden rencor y deseo de venganza. ¡Qué diferentes a veces de nuestra Madre del cielo!

María, la Virgen del amor, puede llenar de ese amor verdadero nuestro corazón para que sea más semejante al suyo y al de su Hijo Jesucristo. Pidámoselo.

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