domingo, 24 de abril de 2016

Rayos de Fe

Un solo Dios.
Dios es uno solo. He aquí la prueba: el gobierno de las cosas humanas está bien ordenado cuando un solo hombre gobierna y rige la multitud. En efecto, cuando son muchos los jefes, generalmente brotan las disensiones entre los súbditos. Y como el gobierno divino es superior al gobierno humano, es claro que el mundo no está regido por muchos dioses sino por uno solo.
CUATRO son las razones que han movido a los hombres a creer en la pluralidad de los dioses.
LA PRIMERA es la flaqueza de la inteligencia humana. En efecto, hubo hombres cuya debilidad intelectual los hizo incapaces de elevarse por encima de los seres corporales, no creyendo que hubiese algo más allá de la naturaleza de los cuerpos sensibles; y por eso entre estos cuerpos a los que les parecieron más hermosos y más dignos, los tuvieron por preeminentes y gobernantes del mundo, rindiéndoles también un culto divino, como por ejemplo a los cuerpos celestes, el sol, la luna y las estrellas. Pero a éstos les ocurre lo que a uno que fue a la corte de un rey: queriendo ver al rey, creía que cualquiera bien vestido o cualquier funcionario era el rey. Esta gente, dice el Libro de la Sabiduría, mira el sol, la luna, la bóveda de las estrellas, como si fueran dioses que gobiernan el universo (13, 2). Pero Dios les advierte: Alzad al cielo vuestros ojos, y bajadlos para mirar la tierra: porque los cielos como humo se disiparán, y la tierra se gastará como un vestido, e igualmente perecerán sus moradores. Pero mi salvación será eterna y mi justicia no tendrá fin (Ps. 51, 6).
La SEGUNDA razón proviene de la adulación de los hombres. Algunos, en efecto, queriendo adular a los señores y a los reyes, les tributaron el honor debido a Dios, obedeciéndoles y sujetándose a ellos; y a algunos de entre ellos los hicieron dioses después de la muerte, y a otros aun en vida los declararon dioses. Así leemos en Judit: Todos los notables de Holofernes decían entre sí: Sepan todas las naciones que Nabucodonosor es el dios de la tierra y que no hay otro fuera de él (5, 29).
La TERCERA causa proviene del afecto carnal a los hijos y consanguíneos. En efecto, algunos, por excesivo amor a los suyos, les erigían estatuas después de su muerte, y de ello se siguió que a esas estatuas les rindieran culto divino. De éstos dice la Sabiduría: Dieron los hombres a piedras y maderos el nombre incomunicable, porque cedieron demasiado a su afecto o porque honraron exageradamente a sus reyes (14, 21).
En CUARTO lugar, por la malicia del diablo. Pues éste desde el comienzo quiso igualarse a Dios, por lo que dijo: Sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, escalaré los cielos y seré semejante al Altísimo (Is. 14, 13). Ahora bien, nunca ha revocado dicha decisión, por lo cual todo su esfuerzo se dirige a hacerse adorar por los hombres y a que le ofrezcan sacrificios: no porque se deleite en que le ofrezcan un perro o un gato, sino que se deleita en que a él se le reverencie como a Dios, por lo cual se atrevió a decir a Cristo: Te daré todos los reinos del mundo con su gloria si postrándote me adorares (Mt. 4, 9). Por esta misma razón entraban los demonios en los ídolos y mediante ellos daban respuestas para ser venerados como dioses. Dice el salmo: Todos los dioses de las naciones son demonios (Ps. 95, 5), y el Apóstol escribe: Lo que sacrifican los gentiles, lo sacrifican a los demonios y no a Dios (1 Cor. 10, 20).
Verdaderamente es horrible que el hombre adore a otros dioses y no al único verdadero Dios. Sin embargo son numerosos los que frecuentemente cometen un pecado tan grande por una u otra de las cuatro causas que acabamos de enumerar. Y ciertamente, si no de boca ni de corazón, al menos con los hechos demuestran que creen en muchos dioses.
En efecto, aquellos que creen que los cuerpos celestes pueden constreñir la voluntad del hombre y que para obrar eligen tiempos determinados, estos tales consideran a los cuerpos celestes como dioses que dominan sobre los otros. Dios nos pone en guardia contra una conducta semejante: De los signos del cielo no os espantéis como los temen los gentiles. Porque las costumbres de las naciones son vanas (Jer. 10, 2).
Asimismo, todos los que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben, hacen de sus reyes sus dioses, contra lo que se lee en los Hechos: Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres (5, 29).
Igualmente aquellos que aman a sus hijos o a sus parientes más que a Dios, afirman en los hechos que para ellos hay muchos dioses. Así como los que aman la comida más que a Dios; de los cuales dice al Apóstol: Su dios es su vientre (Filip. 23, 19).
También todos aquellos que se entregan a la adivinación y a los sortilegios creen que los demonios son dioses, puesto que esperan de los demonios lo que sólo Dios puede dar, a saber, la revelación de alguna cosa oculta o el conocimiento de las cosas futuras.
En consecuencia, lo primero que se debe creer es que Dios es solamente uno.
(Santo Tomás de Aquino)

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