lunes, 29 de agosto de 2016

Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 




Si reconocemos que el mundo es efímero y que no hay nada seguro en el reino de los átomos y la energía.

Si aceptamos que el cuerpo sufre un continuo desgaste y que no es posible mantener indefinidamente un buen nivel de salud y de habilidades psíquicas.

Si percibimos que los deseos a veces fluctúan en la propia alma, que pueden orientarnos hacia lo bueno y noble sólo si los guiamos con propósitos firmes y con ideas claras, o pueden llevarnos al pecado y la injusticia si seguimos nuestras pasiones más mezquinas.

Si nos toca sufrir el drama de perder la propia fama, o el trabajo, o la amistad, o los afectos de la familia.

Si abrimos los ojos al engaño de la avaricia y descubrimos que el dinero puede destruirnos con su fragilidad absurda.

Si salimos del sueño de placeres vanos, de imágenes brillantes y vacías, de músicas que embotan el corazón, de sustancias que provocan alucinaciones y que destruyen la nobleza del alma.

Si rompemos con ese egoísmo que lo centra todo en la búsqueda del propio bienestar y en la autoestima miserable, para descubrir que vale la pena dar la vida por quienes viven a nuestro lado.

Si dejamos que la inteligencia vuele alto, reconozca la belleza y la bondad de Dios, confiese que Cristo es el Hijo del Padre, y se lance a nadar en el mundo de las verdades eternas.

Si fortificamos la voluntad para que tome decisiones serias, orientadas hacia bienes verdaderos y hacia el amor sincero, capaces de ayudar a amigos y enemigos, con la energía necesaria para apartar los ojos y el corazón de los caprichos egoístas.

Si suplicamos, en la oración, la gracia de Dios para romper con el pecado y para vivir, en serio, el Evangelio.

Si usamos nuestras palabras y nuestro tiempo para anunciar desde las terrazas, como católicos, la gran noticia de la Muerte y de la Victoria de Jesucristo el Nazareno.

Entonces significa que hemos puesto la mano en el arado para no mirar nunca atrás: seremos verdaderos discípulos del Maestro, abriremos horizontes de esperanza para el corazón de tantas personas que serán tocadas por Dios gracias a la luz que brilla en nuestra vida nueva.

lunes, 22 de agosto de 2016

Memoria Litúrgica, 22 de agosto


Por: Tere Fernandez del Castillo | Fuente: Catholic.net 




María es Reina por ser Madre de Jesús, Rey del Universo

Martirologio Romano: Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia. 
El 22 de agosto celebramos a la Santísima Virgen María como Reina. María es Reina por ser Madre de Jesús, Rey del Universo.

Un poco de historia

La fiesta de hoy fue instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre.

María ha sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.

María fue elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.

María está sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él.

La Iglesia la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos.

La realeza de María no es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.

Jesús, elevado en la Cruz, nos regaló una Madre para toda la eternidad. Juan, el Discípulo amado, nos representó a todos nosotros en ese momento y luego se llevó a María con él, para cuidarla por los años que restaron hasta su Asunción al Cielo.

María se transformó así no sólo en tu Madre, sino también en la Madre de nuestra propia madre terrenal, de nuestro padre, hijos, de nuestros hermanos, amigos, enemigos, ¡de todos!.

Una Madre perfecta, colocada por Dios en un sitial muchísimo más alto que el de cualquier otro fruto de la Creación. María es la mayor joya colocada en el alhajero de la Santísima Trinidad, la esperanza puesta en nosotros como punto máximo de la Creación. La criatura perfecta que se eleva sobre todas nuestras debilidades y tendencias mundanas. ¡Por eso es nuestra Madre!.

La Reina del Cielo es también el punto de unión entre la Divinidad de Dios y nuestra herencia de realeza. Nuestro legado proviene del primer paraíso, cuando como hijos auténticos del Rey Creador poseíamos pleno derecho a reinar sobre el fruto de la creación, la cual nos obedecía. Perdido ese derecho por la culpa original, obtuvimos como Embajadora a una criatura como nosotros, elevada al sitial de ser la Madre del propio Hijo de Dios.

¡Y Dios la hace Reina del Cielo, y de la tierra también!. Allí se esconde el misterio de María como la nueva Arca que nos llevará nuevamente al Palacio, a adorar el Trono del Dios Trino. María es el punto de unión entre Dios y nosotros. Por eso Ella es Embajadora, Abogada, Intercesora, Mediadora. ¿Quién mejor que Ella para comprendernos y pedir por nuestras almas a Su Hijo, el Justo Juez?. María es la prueba del infinito amor de Dios por nosotros: Dios la coloca a Ella para defendernos, sabiendo que de este modo tendremos muchas más oportunidades de salvarnos, contando con la Abogada más amorosa y misericordiosa que pueda jamás haber existido. ¿Somos realmente conscientes del regalo que nos hace Dios al darnos una Madre como Ella, que además es nuestra defensora ante Su Trono?.

Si tuvieras que elegir a alguien para que te defienda en una causa difícil, una causa en la que te va la vida. ¿A quien elegirías?.

Dios ya ha hecho la elección por ti, y vaya si ha elegido bien: tu propia Madre es Reina y Abogada, Mediadora e Intercesora.

¿Qué le pedirías a Ella, entonces?.

Reina del Cielo, sé mi guía, sé mi senda de llegada al Reino. Toca con tu suave mirada mi duro corazón, llena de esperanza mis días de oscuridad y permite que vea en ti el reflejo del fruto de tu vientre, Jesús. No dejes que Tus ojos se aparten de mi, y haz que los míos te busquen siempre a ti, ahora y en la hora de mi muerte.

viernes, 19 de agosto de 2016

Pidámosle a Dios.

Debemos ser valientes y animarnos a pedirle a Dios que haga cosas admirables “en” nuestras vidas, y “con” nuestras vidas. Porque Dios quiere utilizarnos como instrumentos de salvación, instrumentos aptos para extender el Reino de Dios en las almas y en la sociedad.
No tengamos miedo, que si el Señor nos ha llamado, no quiere nuestra ruina, sino nuestro bien y felicidad, y dispondrá todas las cosas para que cada uno de nosotros cumpla bien con su misión.
¡Qué bueno es Dios! Si nos detuviéramos a meditar más ésta verdad de la bondad infinita de Dios, ¡cuántos más santos habría sobre la tierra! Pero muchas veces desconfiamos de Dios, porque nos parece que nos deja solos en la vida, o que las cosas no nos salen como creemos que deberían de salir. Sin embargo, Dios escribe derecho en líneas torcidas; y si nosotros le damos las riendas de nuestras vidas, el Señor hará cosas admirables, grandiosas, dignas del Creador de todas las cosas, dignas de un Dios.
Ya nos dice la Sagrada Escritura que no hay que tentar a Dios. Pero sí podemos tentar a Dios amorosamente, diciéndole: “Señor, aquí me tienes. Tienes toda mi vida y todo lo mío. ¿Qué obras grandiosas harás, Señor, conmigo?”
Y no tengamos dudas de que Dios, cuanto más nosotros queremos hacer Su Voluntad; tanto más el Señor quiere hacer nuestra voluntad, de modo que al final las dos voluntades se unifican, y estamos contentos Dios y nosotros.
¡Qué feliz es el alma que está convencida de que Dios la ama, y que la lleva por caminos que, aunque sean dificultosos, tienen una veta de dulzura paradisíaca, porque los consuelos de Dios no se han esperar, cuando el alma se dispone a servirle y caminar por sus Caminos!
Recordemos que lo que realmente vale es lo que somos delante de Dios, porque ante los hombres podremos aparentar lo que no somos, o quizás también nos apreciarán por lo que no valemos; pero la medida justa es lo que somos ante Dios; y todo lo demás es accesorio.
Trabajemos para que Dios esté contento con nosotros y nuestro obrar, porque si Dios está contento con nosotros, entonces todo lo demás importa un rábano.
Las tres Avemarías de la Pureza.
Se rezan al término del quinto misterio del Rosario. Justo empleando las cuatro cuentas que se unen al crucifijo.

En mi casa, mi madre las rezaba así: ( y yo también por supuesto)

" Tres avemarías para honrar la Pureza de nuestra Señora y pidiendo por la pureza de todos los jóvenes

Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Virgen Purísima antes del parto, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita a Tu eres... Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la.....Amén.
Dios te salve María, Madre de Dios Hijo, Virgen Castísima en el parto, llena eres de Gracia, el Señor es contigo, bendita Tú ......Santa María Madre de Dios ruega.....Amén.
Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen Inmaculada después del parto,no leña eres ....Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Dios te salve María, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén.

miércoles, 17 de agosto de 2016



Parece que Dios no escucha mi plegaria
La oración

Será que no somos perseverantes en la plegaria o no pedimos como debemos.


Por: P. Sergio Córdova LC | Fuente: Catholic.net 



Se cuenta que el emperador romano Alejandro Severo, pagano, pero naturalmente honesto, tuvo un día entre sus manos un pergamino en donde se hallaba escrito el Padrenuestro. Lo leyó lleno de curiosidad y tanto le gustó que ordenó a los orfebres de su corte fundir una estatua de Jesucristo, de oro purísimo, para colocarla en su propio oratorio doméstico, entre las demás estatuas de sus dioses, ordenando pregonar en la vía pública las palabras de aquella oración. Una oración tan bella sólo podía venir del mismo Dios.

Se han escrito muchísimos comentarios sobre el Padrenuestro, y creo que nunca terminaríamos de agotar su contenido. No en vano fue la oración que Jesucristo mismo nos enseñó y que, con toda razón, se ha llamado la “oración del Señor”. Es la plegaria de los cristianos por antonomasia y la que, desde nuestra más tierna infancia, aprendemos a recitar de memoria, de los labios de nuestra propia madre.

En una iglesia de Palencia, España, se escribió hace unos años esta exigente admonición:

No digas "Padre", si cada día no te portas como hijo.
No digas "nuestro", si vives aislado en tu egoísmo.
No digas "que estás en los cielos", si sólo piensas en cosas terrenas.
No digas "santificado sea tu nombre", si no lo honras.
No digas "venga a nosotros tu Reino", si lo confundes con el éxito material.
No digas "hágase tu voluntad", si no la aceptas cuando es dolorosa.
No digas "el pan nuestro dánosle hoy", si no te preocupas por la gente con hambre.
No digas "perdona nuestras ofensas", si guardas rencor a tu hermano.
No digas "no nos dejes caer en la tentación", si tienes intención de seguir pecando.
No digas "líbranos del mal", si no tomas partido contra el mal.
No digas "amén", si no has tomado en serio las palabras de esta oración.

La parábola del amigo inoportuno, tan breve como tan bella, nos revela la necesidad de orar con insistencia y perseverancia a nuestro Padre Dios. Es sumamente elocuente: “Yo os digo que si aquel hombre no se levanta de la cama y le da los panes por ser su amigo –nos dice Jesús— os aseguro que, al menos por su inoportunidad, se levantará y le dará cuanto necesite”. Son impresionantes estas consideraciones. Nuestro Señor nos hacen entender que, si nosotros atendemos las peticiones de los demás al menos para que nos dejen en paz, sin tener en cuenta las exigencias de la amistad hacia nuestros amigos, ¡con cuánta mayor razón escuchará Dios nuestras plegarias, siendo Él nuestro Padre amantísimo e infinitamente bueno y cariñoso!

Por eso, Cristo nos dice: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Si oramos con fe y confianza a Dios nuestro Señor, tenemos la plena seguridad de que Él escuchará nuestras súplicas. Y si muchas veces no obtenemos lo que pedimos en la oración es porque no oramos con la suficiente fe, no somos perseverantes en la plegaria o no pedimos como debemos; es decir, que se cumpla, por encima de todo, la voluntad santísima de Dios en nuestra vida. Orar no es exigir a Dios nuestros propios gustos o caprichos, sino que se haga su voluntad y que sepamos acogerla con amor y genrosidad. Y, aun cuando no siempre nos conceda exactamente lo que le pedimos, Él siempre nos dará lo que más nos conviene.

Es obvio que una mamá no dará un cuchillo o una pistola a su niñito de cinco años, aunque llore y patalee, porque ella sabe que eso no le conviene.

¿No será que también nosotros a veces le pedimos a Dios algo que nos puede llevar a nuestra ruina espiritual? Y Él, que es infinitamente sabio y misericordioso, sabe muchísimo mejor que nosotros lo que es más provechoso para nuestra salvación eterna y la de nuestros seres queridos. Pero estemos seguros de que Dios siempre obra milagros cuando le pedimos con total fe, confianza filial, perseverancia y pureza de intención. ¡La oración es omnipotente!

Y, para demostrarnos lo que nos acaba de enseñar, añade: “¿Qué padre entre vosotros, si el hijo le pide un pan, le dará una piedra? ¿O, si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”

Efectivamente, con un Dios tan bueno y que, además, es todopoderoso, ¡no hay nada imposible!
Termino con esta breve historia. En una ocasión, un niño muy pequeño hacía grandes esfuerzos por levantar un objeto muy pesado. Su papá, al ver la lucha tan desigual que sostenía su hijito, le preguntó:
- "¿Estás usando todas tus fuerzas?"
- "¡Claro que sí!" -contestó malhumorado el pequeño.
- "No es cierto –le respondió su padre— no me has pedido que te ayude".

Pidamos ayuda a nuestro Padre Dios…. ¡¡y todo será infinitamente más sencillo en nuestra vida!!

sábado, 13 de agosto de 2016

 

Aprendamos juntos a orar ¿vale?
Reflexiones María

Con María hacia Jesús


Por: Dr. Javier Mandingorra | Fuente: es.catholic.net 



Tanto a vosotros como a mí, estoy seguro de ello, se os habrá dicho o habréis oído que María es ejemplo, maestra, de oración.
Y esto no es una frase hecha, María al haber sido protegida del pecado original, su sensibilidad para todo lo referente a Dios, es tan grande que, nosotros pobres pecadores, apenas podemos entender. Pero baste recordar cómo eran esos momentos de Adán y Eva en el paraíso, como se relacionaban con Dios antes de su caída, de su desobediencia. Era una comunicación natural y espontánea, era una oración perfecta. Pues así debió de ser en la Tierra también la de María, un dialogo con Dios de forma natural y continua.
Un pasaje que siempre me ha fascinado por su delicadeza y por su naturalidad es el de la Anunciación, en ese episodio narrado por Lucas, autor del tercer Evangelio, se aprecia como debe ser nuestro orar a ejemplo de María.
“En el sexto mes fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María.”
Lucas con esta introducción nos pone en presencia de Dios, nos va preparando para lo trascendental.


Cuando vamos a orar eso es lo que tenemos que hacer en primer lugar, prepararnos para lo trascendental, vamos a dialogar con Dios, que más trascendental que esto
Lucas como médico que es y cumpliendo lo que nos dice en el Capítulo I de su Evangelio, de que se ha informado con exactitud de todo, nos da una serie de datos para confirmar la veracidad de lo ocurrido, como son el dar el nombre de la ciudad, el nombre de esa virgen, que estaba desposada con José aunque no vivían juntos, que pertenecía a  la casa de David. Es como darnos datos “científicos” para que creamos lo sobrenatural que viene a continuación.
María es su nombre, y es este nombre, al pronunciarlo, es ya una forma de orar. María, el nombre de la virgen era María.
Etimológicamente hay varias propuestas a este nombre de María, me gusta la que lo relaciona de con los vocablos luz y mar en hebreo,  de ahí que en las letanías se la llame Stella Maris.
Los padres de la Iglesia la vinculan a otra palabra aramea que significa Señora, y si pensamos que puede tener origen en Egipto, la hermana de Moisés llevaba ese nombre, derivaría del vocablo amada.
Si las reunimos, estas tres acepciones para invocarla, tendríamos: Amada Señora Estrella del Mar. Esa es María, nuestra amada señora que nos ilumina en la travesía, no siempre fácil, de las aguas, en ocasiones turbulentas, del mar que es la vida.
Que buena forma de comenzar la oración pues. invocando así a María, como Amada Señora que nos ilumina en este caminar de la oración.
Sigamos con Lucas en esta nuestra oración:
“Y habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo”
Y habiendo entrado… ¿dejamos tu y yo entrar a Dios en nuestro corazón?, estamos receptivos a lo sobrenatural a la gracia de Dios. ¿Cómo esta nuestro corazón?, cerrado o abierto a las cosas de Dios.
Tal vez lo tenemos lleno de “cosas” y eso no nos permite la acogida de lo realmente importante que es Dios. Que buen punto inicial de examen en presencia de Dios y de María, ver que sobra en nuestro corazón, que cosas hay en el que, como espinas, ahogan a Dios en el. Puede ser que sobren cosas materiales o afectos, amores impropios. Hay que saber vaciarse de todo ello y aunque duela y aunque cueste, es algo que vale la pena, pues ese vaciarnos, ese tirar lastre nos prepara para recibir la gracia, al Espíritu y de esa forma ser en verdad  felices.
Pidamos un corazón grande para el amor, para saber ver en todo la bondad de Dios, ver a Dios en nuestro caminar diario.
El texto griego dice literalmente Alégrate, en vez de Dios te salve. Y es que lo que le va a comunicar es motivo de gran alegría. Es la salutación que todos quisiéramos de nosotros oír. Una salutación jamás dada a nadie en toda la historia de la humanidad.
Llena de gracia, María es la llena de gracia, y eso hace que se llene de Dios, que este llena de Él. Estar con Dios, el tenerle en nuestro corazón, en nuestra vida como referente, nos da paz, alegría. Un cristiano no puede ser una persona triste, si lo está, triste, es que la gracia de Dios no habita en él. La alegría y Dios van de la mano.
Que buen punto para examinarme en alegría pues ello me indicara como es mi trato con Dios, cuáles son mis prioridades, como es mi amor a Dios y a los demás.
Cuando acudimos a la Confesión, Sacramento de la Reconciliación, reconciliación con Dios y con nuestros semejantes, nosotros lo necesitamos por ser pecadores,: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” Juan VIII, 1. “Siete veces cae el Justo” Proverbios, 24. Allí nos llenamos de gracia  al ser perdonados, reconciliados en este Sacramento hacemos más santa a la Iglesia al aumentar la santidad de sus miembros. Así pues el acudir a este Sacramento es ya de por si un acto de Caridad grande, un acto de amos, al hacer mas santos a los miembros de la Iglesia por medio de la Comunión de los Santos.
Esto nos permite que Dios habite en nuestra alma de forma espiritual y también de una forma sacramental y real al comulgar. Podemos decir como el Ángel a María: El Señor está conmigo.
Si, el Señor está conmigo mientras no lo expulse por el pecado, pero la salutación a María nos aporta algo nuevo, el Ángel no le dice el Señor está contigo, sino, el Señor es contigo.
Indica permanencia, no algo temporal como en ti y en mí. Dios permanentemente estaba en María, en la sin pecado. Que maravilloso es pues en nuestra oración meter a María, será señal cierta, clara, de que a pesar de nuestra indignidad, Dios va a estar presente por María en nuestra oración.
Quiero recordar, pues ayuda a nuestra oración, que en algunos importantes manuscritos griegos y versiones antiguas añaden: Bendita tú entre la mujeres.
Es la exaltación de María como Mujer entre las mujeres, es la nueva Eva, la que vence a la serpiente, al maligno, al Malo.
Su dignidad es la más grande por haber sido elegida para ser Madre de Dios.
El evangelista nos sigue diciendo:
“Ella se turbo al oír estas palabras, y consideraba que significaría esta salutación.”
Siempre me ha sorprendido que María no se turbara ante la presencia del ángel sino por su saludo. Ello me hace pensar que al ser inmaculada, al haber sido concebida sin pecado original la presencia o visión de los ángeles no debía serle algo novedoso. Se turba por el saludo, enrojece ante esas palabras de alabanza que le dedica. En su humildad esas palabras le generan confusión, pues se siente ante Dios poca cosa.
Qué ejemplo nos da también María de humildad, de que al orar nos humillemos ante Dios, que nuestra actitud no sea de prepotencia sino de sabernos muy poca cosa ante el Señor, somos humus, nada, hojarasca. Por eso en la oración no podemos dejar de ser pedigüeños, no vamos a contar nuestros logros, lo importante que somos, sino a: Adorar, Desagraviar, dar Gracias y Pedir.
Orando así conoceremos nuestra vocación, lo que Dios espera de nosotros, lo que nos tiene destinado desde siempre, desde la eternidad.
“Y el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Sera grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinara eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin.”
Tu y yo, ante el descubrimiento de lo que Dios espera de nosotros, el descubrimiento de la vocación, podemos perfectamente tener un miedo inicial, es lógico, es miedo a lo que desconocemos, es miedo a no saber si seremos capaces de hacer, de cumplir, lo que Dios nos pide. Es miedo a fracasar, es miedo de nuestras inseguridades, de nuestras limitaciones. Miedo a nuestros miedos.
No tener miedo, se repite en la Biblia 365 veces, es como si el Señor nos lo dijera todos los días del año, nos lo recuerda a diario pues nos conoce bien y sabe de nuestras limitaciones, pero ese no temas no es una sugerencia, es una orden. Nos pide confianza ciega en Dios, Él nos da siempre su gracia ante lo que nos pide, gracias suficientes para el cumplimiento de la misión encomendada, de ahí la orden: no temas.
Ese miedo inicial no nos ha de hacer sentir mal, es una reacción normal ante la perspectiva de lo divino, de lo sobrenatural, pero hay que saber superarlo confiando en Dios, orando y pidiendo consejo a la persona que nos puede ayudar y que Dios siempre pone cerca de nosotros. En el caso de María es Gabriel, el ángel.
María conocedora de las citas de las Escrituras que el ángel da, reconoce que se le pide ser Madre de Dios, algo que la deja fuera de los planes que creía que Dios esperaba de ella y por eso pregunta:
“María dijo al ángel: ¿De qué modo se hará esto, pues no conozco varón?. Respondió el ángel y le dijo: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que nacerá Santo, será llamado Hijo de Dios.”
María estaba convencida de su vocación a la virginidad como algo que Dios le pedía, pero por las circunstancias de la época debía ser en el matrimonio y este plan de Dios lo desbarata el anuncio del ángel, por eso no es que dude, sino que pide como será eso, pero no es pregunta de duda sino de aceptación de la Voluntad de Dios aunque no la entienda. No es la duda de incredulidad de Zacarías, ella esta pronta a cumplir lo que se le pide aunque no entienda como. Es  abandono  en Dios.
En María se cumple en perfecta conjunción la vocación a la santidad mediante el celibato y la vocación a la santidad en el matrimonio.
La llamada, la vocación es en un instante, pero tiene sus propias dimensiones sus escalones, como el Papa Juan Pablo II comentaba y son:
El primer paso es la búsqueda, buscar lo que Dios espera de nosotros.
Un segundo paso es el de aceptación de la vocación, la acogida.
Un tercer paso sería el de la coherencia, el vivir con arreglo a esa vocación, el ser consecuentes a lo que Dios nos pide.
Y el cuarto paso, que junto con el tercero son los  más difíciles,  es el del tiempo. La fidelidad. Ser coherente toda la vida, ser fiel siempre.
María cumplió perfectamente esos cuatro pasos en su vocación.
Es momento de que tú y yo analicemos, nos examinemos, también de la nuestra a ejemplo de Ella.
Podemos dar por realizado los dos primeros pasos, el de búsqueda y el de acogida o no estaríamos leyendo esto.
Pero como vivimos el de la coherencia, ¿vivimos de acuerdo a lo que creemos?. Aunque ese vivir de acuerdo a mi vocación me acarree incomprensiones, habladurías, perdida incluso de amigos y ser calificado de intolerante tan de moda hoy y que con ese calificativo se nos excluya, y pasemos a ser bichos raros, gente a la que hay que descartar por creerse en posesión de la verdad en un mundo relativista.
Y el cuarto punto, la fidelidad. Podemos ser coherentes uno o dos días, un mes o un año o alguno más, ¿pero siempre, toda la vida?. Esa es la fidelidad: para siempre. Algo también hoy que no se comprende, pues si no se cree en la verdad como ser fiel a ella, como ser fiel a una verdad cambiante, es algo imposible.
Es esta una virtud que ya ni los mayores creen, ¿fidelidad?, ¿a qué y para qué?, si todo cambia.
Y eso nos lleva a una vida sin cimientos, sin valores y construir así la vida es ir hacia un mundo personal lleno de dudas, de trastornos psicológicos, de infelicidad.
Tomemos a María también de ejemplo de fidelidad a su vocación desde el anuncio del ángel hasta al pie de la Cruz.
“Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”
Y con este generoso Fiat, María se convierte en Madre de Dios y por tanto también en madre de todos los vivientes.
Se convierte en la nueva Arca de la Alianza, donde Jesús es el único y perfecto mediador y  también en la Puerta del Cielo y así orando, comprendemos esa exaltación gozosa de piropos que nacen del corazón y que constituyen las Letanías del Santo Rosario dirigidas a nuestra madre María.
Pero antes del Fiat, del hágase, María se define como la esclava del Señor. Es una entrega total a la voluntad de Dios una vez ha comprendido lo que Dios espera de ella. No es una obediencia ciega atolondrada. Es una obediencia de persona madura, reflexiva, que pregunta lo que no entiende y luego acepta lo que Dios le pide, libremente, no de forma servil. Con ella descubrimos lo que en Rom. VIII, 21 se nos dice que descubramos la: “libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
Y como rezamos en el ángelus: El Verbo se hizo carne”
Y para que tengamos plena confianza en que Dios no nos abandona, ese Verbo que se hizo carne, carne  como la nuestra pero sin el pecado, el discípulo amado del Señor nos recuerda en su Evangelio: “Y el Verbo era Dios”

miércoles, 10 de agosto de 2016


 

¿Qué pedimos en la oración?
Pedimos la gracia más importante: la conversión de los corazones, la victoria sobre el pecado, el crecimiento en el amo


Por: ¿Qué pedimos en la oración? | Fuente: es.catholic.net 



Las oraciones surgen desde la fe: creemos en Dios y confiamos en su Amor providente. Entre esas oraciones, muchas tienen como meta una petición.
¿Qué pedimos en la oración? Pedimos la gracia más importante: la conversión de los corazones, la victoria sobre el pecado, el crecimiento en el amor.
Pedimos también por necesidades concretas: que haya comida en la mesa, que haya trabajo para todos, que haya serenidad en la familia.
Pedimos por la paz: la paz interior, que permite convivir como hermanos. La paz exterior, que nace de la justicia, de buenas leyes y de gobernantes honestos.
Pedimos por la lluvia y por el tiempo favorable a las cosechas, por el aire limpio y por un poco menos de calor (o de frío).


Pedimos por los que están encadenados por la tibieza y la apatía, por la desgana y por la cobardía, por el miedo y por el respeto humano.
Pedimos por quienes sufren a causa de las tentaciones de la carne, de la avaricia, de la envidia, de la soberbia, del rencor.
Pedimos por los pobres y los enfermos, por los abandonados y los excluidos, por los perseguidos y los discriminados, por los huérfanos y las viudas.
Pedimos por los niños, los jóvenes, los adultos y los ancianos. También por los hijos antes de nacer y por las madres en dificultad.
Pedimos tantas cosas. La lista parece interminable. Llevamos nuestras súplicas al Padre, en el nombre de su Hijo Jesucristo, por el Espíritu Santo.
Las acompañamos con la intercesión de la Virgen María y de los santos. Las unimos a tantos monasterios donde, sin cesar, mujeres y hombres contemplativos elevan a Dios una oración de súplica llena de esperanza.

martes, 9 de agosto de 2016

Formación católica

Verdadera Iglesia.
Hoy parece que todo da lo mismo, y que toda religión o secta es lo mismo, y cada cual tiene derecho a pensar y a hacer lo que quiere. Pero debemos tener bien en claro los católicos que la Iglesia Católica es la única verdadera, fundada por Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y que por mandato suyo quiere que vayamos a todas las gentes y las evangelicemos.
Porque si todas las religiones son lo mismo, entonces no hay paganos para evangelizar, y Cristo nos habría mandado una cosa imposible o, al menos, una orden equivocada. Pero Jesús, que es Dios, no se puede equivocar y no puede errar. Y si Él nos envió a todo el mundo, entonces con respeto, pero también con tesón y perseverancia, debemos evangelizar a todo el mundo.
Otra tentación grande es la mundanización de la Iglesia, de modo que el espíritu del mundo ha entrado tanto en ella que ya no hay mundo enemigo, sino que la Iglesia, o parte de ella, se ha mimetizado con el mundo, y así ya no hay ardor apostólico que considera al mundo como uno de los tres enemigos del cristiano.
Es tiempo de volver a las fuentes y de creer que los católicos estamos en la plenitud de la Verdad y marchar a cumplir la orden de Jesús de llevar la Buena Noticia a todas las gentes. Por supuesto que tendremos contrariedades, persecuciones e incluso el martirio, pero esa es nuestra misión, es la misión de la Iglesia Católica.
El verdadero ecumenismo no puede dejar de lado la Verdad, sino que debe atraerse a todos a la Verdad, que está completa en la Iglesia Católica.

domingo, 7 de agosto de 2016






San Francisco de Sales sabía que nuestro corazón, cuando funciona bien, late, vive, suspira, trabaja, para Dios. Pero también sabía que existen cinco peligros que nos apartan de Dios, que enferman y paralizan el buen funcionamiento de nuestro corazón.

¿Cuáles son esos peligros? He aquí la lista, según el santo obispo de Ginebra:
1. El pecado, que nos aleja de Dios;
2. El afecto a las riquezas;
3. Los placeres sensuales;
4. El orgullo y la vanidad;
5. El amor propio, con la multitud de las pasiones desordenadas que engendra, las cuales son en nosotros una pesada carga que nos aplasta” (San Francisco de Sales, “Tratado del amor de Dios”).
Si esos son los peligros, entonces ¿cómo reiniciar la marcha hacia Dios, hacia el amor de nuestra alma, hacia Aquel por quien empezamos a existir, hacia Aquel que nos busca y nos ama con cuerdas humanas y con lazos de amor (Oseas 11, 4)?

El camino es sencillo y arduo: hay que remover con decisión, desde la ayuda de Dios y desde una sana vigilancia, esos enemigos.

En primer lugar, hay que luchar contra el pecado en todas sus formas. Es el peor enemigo, el que nos aparta de Dios y del hermano, el que destruye el amor, el que apaga la gracia.

En segundo lugar, hay que romper con cualquier apego a las riquezas para empezar a vivir en una confianza plena, filial, en la providencia de nuestro Padre Dios (Mateo 6,19-34).

En tercer lugar, hay que renunciar a los placeres sensuales que nos atan al mundo, para revestirnos de Cristo y de su Evangelio (Romanos 13,13-14).

En cuarto lugar, hay que dejar de lado orgullos y vanidades que nos hacen buscar los primeros puestos y la autocomplacencia, para vivir con la sencillez del niño que confía plenamente en su Padre (Mateo 18,1-4; Lucas 14,7-11).

Por último, hay que acabar con el amor propio, con ese afán continuo de buscar lo que nos satisface y nos gusta, para aprender la ley de la fecundidad: el que renuncia a su propia vida la encuentra (Mateo 16,24-26), porque “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12,24).

Sí, es un camino arduo, pero la meta es maravillosa: el encuentro con Dios como Padre misericordioso, la fecundidad gozosa, la vida plena, el amor hacia los hermanos. Así podremos empezar a vivir aquí en la tierra un poco como se vive, en plenitud, en el cielo. 
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sábado, 6 de agosto de 2016

 

La Transfiguración cambia la vida
Jesucristo

Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.


Por: Pedro García, Misionero Claretiano | Fuente: Catholic.net 



El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal...

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...
Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...

Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...

Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...

El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...

Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.

Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.

Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.

Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!...

Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas.

En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.

Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro --del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está aquí!...

Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...

La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin decaer un momento.

Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.

Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.

Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.

Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos...

¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los discípulos?...

Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla....

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