martes, 24 de septiembre de 2013

Fray Leopoldo llevaba la devoción de las tres Avemarías a todo aquel que le pedía algo. Este beato honraba a nuestra Señora dando a conocer la dulzura amorosa de Dios y de la Santísima Virgen a través de tres simples Avemarías, simples si, pero con toda la fuerza que El era capaz de infundir con la piedad singular con que las rezaba. Veamos un ejemplo:

Además del Crucifijo del Cristo del Perdón, tenía gran devoción a la Santísima Virgen con el rezo del Ave María. Las tres Ave María eran su Magnificat. Del corazón de nuestro Beato, esta oración se elevaba como una paloma hacia las blancas cumbres de Sierra Nevada hasta llegar al corazón de la Virgen María. Las tres Ave María tenían siempre la misión de cambiar el agua del dolor y de la tristeza en el vino del consuelo y de la alegría. Ante las miles de preguntas y peticiones de todo tipo, la respuesta de Fray Leopoldo no consistía en muchas palabras o en consideraciones especialmente elevadas, sino que era sencilla y concreta: querido hermano, querida hermana, reza con fe tres Ave Marías a la Divina Pastora. Fray Leopoldo tenía absoluta confianza en la eficacia de esta oración mariana. Cuando entraba en las casas saludaba siempre con el rezo de las tres Ave Marías. Dice un testigo: “Aquellas Ave Marías las rezaba con tanta piedad que me hacía pensar que valían más que los 365 rosarios que yo rezaba en un año”.

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